aspereza, Randall le habia ordenado que se controlara el lapso suficiente para ponerlo al tanto de la condicion fisica de su padre. Lo unico que pudo averiguar (Clare eludio los terminos medicos como si fueran amenazadores, cosa que siempre habia hecho) era que su padre estaba en muy mal estado y que el doctor Oppenheimer no queria hacer predicciones. Si, habia una tienda de oxigeno y, si, papa estaba inconsciente dentro de ella, y ?oh Dios!, tenia un aspecto que nunca antes habia tenido.

Despues de aquello, y ya en el auto y conduciendo por fin, los sorbidos nasales de Clare habian seguido acentuando su incesante catarsis verbal. Como habia amado ella a su querido papaito, y pobrecita de mama, y, ?que pasaria ahora con mama y con ella misma y con el tio Herman y los demas? Habian estado todo el dia en el hospital desde que ocurriera el colapso, temprano por la manana. Alli estaban todos aun, esperando a Steven. Estaba mama, y el tio Herman (hermano de mama), y el mejor amigo de papa, Ed Period Johnson, y el reverendo Tom Carey, todos esperando a Steven.

Esperando por el, penso Randall; el triunfador de la familia, el exitoso de Nueva York que siempre conjuraba milagros con sus cheques o a traves de sus relaciones. Tenia ganas de preguntarle a Clare si habria alguien que estuviera esperando por Aquel que lo significaba todo para papa, Aquel por quien papa lo habia dado todo, de quien habia dependido, a favor de quien habia hecho su inversion… contra el Dia del Juicio; el Creador, el Jehova, Nuestro Padre que esta en los Cielos. Esto queria preguntar Randall, pero se habia abstenido.

– Creo que te he informado de todo lo que he podido -le habia dicho Clare. Y luego, con los ojos atentos a la autopista resbaladiza y brillante por la lluvia, los nudillos blancos de unas manos aferradas con firmeza al volante, le habia comunicado lo que el ya sabia-. No falta mucho, ya casi estamos llegando.

Tras de decir esto se habia sumido en el silencio.

Dejando que su hermana concordara en privado con sus demonios de culpa, Steven Randall se reclino bien en el asiento y cerro los ojos, dando la bienvenida a ese interludio para estar a solas.

Aun podia sentir dentro de si el borujo de la agitacion que habia soportado todo el dia, pero ahora podia analizarlo mejor, y lo curioso era que, de toda esta infelicidad, la menor parte era la que provenia de la pena por la suerte de su padre Trato de racionalizar su poco filial reaccion, y concluyo que la pena era la mas intensa de las emociones y, por ende, la mas efimera. La intensidad misma del dolor lo hacia tan autodestructivo que el instinto de supervivencia se erguia para tenderle encima un sudario y ocultarlo del cuerpo y el alma. Habia amortajado la pena, y ya no pensaba en su padre. Ahora pensaba en si mismo (comprendiendo cuan heretico le pareceria esto a su hermana Clare, si lo supiera), y recordaba sus propias y recientes agonias.

No podia precisar el dia en que habia empezado a perder interes en su prospero y creciente negocio de relaciones publicas, pero habia ocurrido uno o dos anos atras. Fue poco antes o poco despues de que el y su esposa Barbara habian tenido el enfrentamiento final y la consecuente ruptura, y ella habia tomado a Judy, la hija de ambos, y se la habia llevado consigo a San Francisco, donde tenia amigos.

Trato de ubicar con exactitud cuando habia ocurrido. Judy tenia trece anos escasos entonces. Ahora tenia quince. Asi que habia sido dos anos atras. Barbara habia hablado terminantemente acerca del divorcio, pero no lo habian consumado y solo se separaron. Randall no estaba en contra de esta situacion de suspenso, toda vez que no aceptaba lo terminante, lo tajante de un divorcio. No porque temiera perder a su esposa; el lazo entre ellos se habia soltado ya. Le preocupaba Barbara solo en la medida en que le preocupaba su propio ego. No habia querido llegar al divorcio porque eso habria sido tanto como admitir un fracaso. Y mas importante aun, esa ruptura definitiva podria separarlo de Judy para siempre; y Judy, aunque el nunca la habia visto con frecuencia ni le habia dedicado mucho tiempo, era una persona, una persona y una idea, una extension de el mismo, que apreciaba y estimaba.

Su carrera y su negocio, a los cuales habia prodigado tanta energia y devocion, habian acabado por volverse monotonos y aburridos, tanto como su matrimonio. Cada dia parecia ser una fotocopia del anterior. Entraba a su antesala lujosamente decorada, donde la joven recepcionista, sensual y bien vestida, estaba siempre bebiendo cafe y hablando de joyas con otras dos chicas. Veia a sus jovenes y brillantes promotores, llevando sus portafolios igual que siempre, sus gabardinas terciadas al brazo igual que siempre, llegando al trabajo, escondiendose en sus alfombradas madrigueras, cual marmotas. Conferenciaba con ellos en sus costosos despachos privados frente a sus escritorios atestados siempre de retratos de sus esposas e hijos, por lo que uno comprendia que les eran infieles.

Ya no habia emocion en la conquista de nuevos clientes, de nuevas cuentas. En el trabajo ya lo habia promovido todo y a todos: la cantante negra en ascenso, el mas reciente conjunto de rock, la loca actriz inglesa, el detergente milagroso, el mas veloz auto deportivo, la floreciente nacion africana que ambicionaba el desarrollo turistico. Ya no habia encanto en la promocion de personalidades de renombre o productos prometedores. Ya no le ilusionaba el reto creativo, ni le motivaba el dinero. Cualquier cosa que hiciera, la habia hecho antes. Cualquier cantidad que ganara lo hacia mas rico, aunque no lo suficientemente rico.

Estaba muy, muy a salvo de la desesperanzada opresion en que vive la clase media, y Randall lo sabia; pero aun esta sentencia a vivir le parecia tan vacia como inhumana. Cada dia terminaba para el como habia comenzado, con odio a si mismo y a su existencia de rueda de molino. Su vida privada, sin su esposa, sin Judy, asqueado de la carrera de ratas, proseguia inevitablemente, aunque intensificada. Habia mas mujeres que poseer sin amor, mas embriaguez, mas estimulantes y tranquilizantes, mas insomnios, mas almuerzos, bares, centros nocturnos e inauguraciones, y en todas partes el mismo circo viajero con las mismas caras de hombres y los mismos cuerpos de mujeres.

Recientemente habia empezado a refugiarse cada vez con mayor frecuencia dentro de un viejo ensueno, una meta alguna vez perseguida de la que habia sido desencaminado. Sonaba con un lugar poblado de verdes arboles, con agua solo para beber, y sin relojerias; un lugar adonde el New York Times llegara con dos semanas de retraso, y donde tuviera que echar una caminata al pueblo para encontrar un telefono o una chica con la que pudiera acostarse y con la que quisiera desayunar a la manana siguiente. Ya no queria escribir circulares publicitarias exageradas y semifalsificadas, sino libros doctos, cultos y fidedignos en una maquina de escribir que no fuera electrica; no queria volver a pensar jamas en el dinero; y deseaba descubrir por que era importante continuar viviendo en esta Tierra.

Y sin embargo, por alguna razon, no podia encontrar el puente hacia ese sueno. Se decia a si mismo que no podia cambiar su vida porque no tenia dinero de reserva. Asi que trataba de ganarlo. Durante algunas semanas se ponia a trabajar con ahinco, compulsivamente, cuidando la buena salud. Nada de alcohol, nada de pildoras, nada de tabaco, nada de veladas. Mucho fronton de mano.

Tenia treinta y ocho anos de edad, uno ochenta de estatura, ojos cafe enrojecidos y un poco abolsados en las ojeras, nariz recta entre mejillas sonrojadas, quijada pronunciada con un indicio de barbilla bifurcada, y robusta complexion. En su periodo de buena salud, cuando empezaba a sentirse de veintiocho anos, en lugar de treinta y ocho, y sus ojos castanos comenzaban a aclararse, al igual que las negras ojeras, y la cara redonda se hacia recta y la barbilla bifurcada se definia y destacaba, y la protuberancia estomacal se aplanaba y los biceps casi se ponian macizos…, cuando todo esto ocurria…, se le venia abajo el incentivo para perseverar en su regimen espartano y de vida irreprochable.

Jugaba este juego, absurdo y perdido, dos veces al ano. En los ultimos meses, sin embargo, no lo habia practicado. Ademas, al tratar de regularizar su vida, habia intentado limitarse a una sola mujer. Una relacion sostenida. Recordo que asi habia sido como Darlene Nicholson y Jalil Gibran habian ido a dar a su apartamento de dos pisos en Manhattan.

Era en su trabajo, que consumia la mayor parte de su tiempo, donde resultaba mas dificil poder hacer algo mas. Wanda Smith, su secretaria particular, una joven negra de aventajada estatura, caracter suave y busto talla cuarenta, se preocupaba por el. Joe Hawkins, su adusto protegido y asociado, se preocupaba por el. Thad Crawford, su cada dia mas encanecido abogado, de modulada voz, se preocupaba por el.

Constantemente les reaseguraba que no iba a reventar, y para probarlo cumplia con su trabajo cotidiano. Pero aquella era una labor gris, sin alegria.

No obstante, a veces (muy raramente, pero a veces) brillaba algun resquicio de luz. Hacia un mes, Randall habia conocido, a traves de Crawford, a un joven brillante y original, graduado en leyes, que estaba ejerciendo no la abogacia sino una profesion nueva dentro de una democracia competitiva capitalista: una profesion (en realidad una ciencia social) llamada Honestidad. Este joven, de cerca de treinta anos de edad, con unos fantasticos bigotes de morsa y los ojos encendidos, era Jim McLoughlin. Jim habia fundado el Instituto Raker, con oficinas en Nueva York, Washington, Chicago y Los Angeles. Esta era una organizacion no lucrativa, y estaba integrada por jovenes companeros abogados, por graduados de escuelas de administracion de empresas y antiguos profesores, por

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