negros tras la cuneta, sobresalientes entre la hierba como fierecillas insolitas, formaban una sombra romantica y algo siniestra. Pero en lugar de la isla de las fabulas, al final de la avenida de asfalto se levantaba una torre cilindrica de diez pisos, cuyas ventanas parpadeaban como si tras ellas alguien estuviese conectando y desconectando proyectores.

– Es Valerka Mlechin -apunto Zargarian al atrapar la direccion de mi mirada-. Pero no es en nuestro laboratorio. El nuestro se encuentra del otro lado.

Un ascensor veloz nos condujo hasta el decimo piso y, al salir, el piso movible de un corredor circular nos arrastro hacia delante, lenta y silenciosamente, a la velocidad normal de un elevador.

– Se conecta automaticamente, cuando uno sale al corredor -aclaro Zargarian-, y se desconecta al apretar con los pies estos reguladores mates.

Las losetas blanco mate, sobresalientes e iluminadas por dentro, estaban diseminadas cada dos metros a todo lo largo del corredor, encima de una cinta plastica. Pasamos flotando ante puertas blancas de dos hojas con grandes numeros indicadores. En la puerta numero doscientos veinte, Zargarian presiono el regulador, deteniendo el piso movible. Abrimos la puerta y entramos a una habitacion grande muy iluminada.

Zargarian, empujandome a un sillon, aconsejo:

– Aburrase durante diez minutos, mientras hablo con Nikodimov. Asi evitara repetirlo todo de nuevo, y, al mismo tiempo, me dara la oportunidad de contarselo a Nikodimov de un modo mas profesional.

Se acerco a la pared; esta se dividio por el medio dejandolo pasar y se cerro. 'Celulas fotoelectricas' -pense-. A mi entender, la instalacion del instituto llenaba las exigencias actuales relativas al confort cientifico. Klionov se extasiaria con solo la descripcion de uno de estos corredores; no en vano me prometio toda clase de ayuda; 'pon mi espiritu y mi cuerpo'.

En la habitacion donde esperaba a Zargarian, no habia nada que llamase la atencion, a excepcion de las paredes corredizas. En ella veianse una mesa de escribir moderna con patas niqueladas, con tapa de plexiglas; una caja fuerte abierta incrustada en la pared semejante a un horno electrico; una luz de origen desconocido; y un divan esponjoso. 'Aqui pasan la noche cuando se retrasan' -me dije-. A lo largo de la pared se amontonaban las pilas de cintas amarillas y semitransparentes, en las que se notaban lineas gruesas y dentadas, como en los cardiogramas. El suelo plastico y de color le daba a la habitacion una elegancia superflua; y los estantes hechos del mismo plastico, abarrotados de libros y diagramas, le devolvian su seriedad y austeridad perdidas. En un diagrama de la corteza policromada del cerebro salian flechas metalicas terminadas con inscripciones en latin y griego. Otro diagrama mostraba simplemente un haz de lineas metalicas incomprensibles, donde se leia: 'Corriente biologica de un cerebro durmiente'. Adjunto a el, habia una hoja de papel escrita a maquina con el texto: 'Duracion y profundidad de los suenos. Investigacion realizada en el laboratorio de la Universidad de Chicago'.

Los libros de los estantes estaban en desorden, amontonados unos sobre otros en anaqueles movibles. 'Por lo visto los utilizan mucho' pense. Tome uno en mis manos: era una obra de Sorojtin dedicada a la atonia de los centros nerviosos. A su lado se encontraban folletos y libros en diferentes lenguas. Segun pude notar, todos informaban sobre la irradiacion de la excitacion e inhibicion. En otro estante mis ojos chocaron con un libro del propio Nikodimov. Habia sido editado en Inglaterra y llevaba como titulo: Los principios de la codificacion de los impulsos distribuidos en la cabeza y en la region cortical del cerebro. Y, nunca como ahora, lamente tanto la insuficiente preparacion de los periodistas, incapaces de comprender, aun aproximadamente, los grandes procesos que se desarrollan en las ciencias.

En este instante, la pared se corrio y, a traves de la rendija, llego la voz de Zargarian:

– ?Serguei Nikolaevich! ?Por favor, pase!

La habitacion en la cual entre era un laboratorio de fulgurante acero inoxidable y niquel. Cuando mi mirada empezaba a buscar objetos, Zargarian, activo e impaciente, me presento a un individuo maduro de barbita castano y plata a lo mosquetero. Los cabellos, del mismo color, excedian del largo normal en nuestros cientificos, dandole cierto parecido a un profesor de violin o de piano. Tan solo por su encorvada nariz podia confundirsele con un pajaro de mal aguero; sin embargo, este rasgo me hizo recordar mas bien al Fausto de Goethe, tal como lo vi hace anos en un espectaculo de provincia.

– Mucho gusto, soy Nikodimov -me dijo y sonrio al atrapar mi mirada escudrinadora hacia todos los lados-. No mire tanto, de todas maneras no comprendera nada. Ademas, aqui no hay nada interesante, solo condensadores y conmutadores. Esto que ve aqui, es una pantalla para fijar los campos; naturalmente, en sus diferentes fases. Podra notar que esto es un embrollo de enchufes, palancas y manivelas. Tal como en Maiakovski, ?no es asi?

Mire de soslayo el sillon situado tras la pantalla, sobre el que pendia algo parecido al casco de un cosmonauta y hacia el cual convergian cables multicolores.

– Lo asusto -afirmo Nikodimov, guinandole un ojo a Zargarian-. ?Y que tiene de raro? Es un sillon como otro cualquiera.

– Espera -prorrumpio Zargarian regocijado-. No le expliques nada, dejalo pensar. Se parece al sillon de una barberia; pero no hay espejos alrededor. ?Y no es el de un dentista? No, porque no esta el torno. Pero, ?donde puede encontrarse un sillon asi? ?En un teatro? No. ?En un cine? Tampoco. Entonces, ?en un avion, en la cabina del piloto? ?Pero donde esta el timon?

– Se parece a una silla electrica -le dije.

– ?Por supuesto! Es una copia exacta.

– ?Y el casco? ?Tambien me lo pondran?

– ?Por que no? La muerte le llegara a los dos minutos -afirmo con malignidad en sus ojos-. La muerte clinica. Luego, lo resucitaremos.

– No lo asustes -le dijo Nikodimov, y se volvio hacia mi-: ?Es usted periodista?

Afirme con la cabeza.

– Entonces -agrego-, le ruego que no escriba ningun articulo relacionado con nuestros experimentos. Todo lo que usted aprendera aqui, todavia no ha madurado para la publicacion. Por lo demas, los experimentos pueden resultar un fracaso, en cuyo caso, ni usted veria nada, ni nosotros sabriamos nada. Pero cuando hayamos terminado, le haremos participar de nuestro trabajo. Se lo prometo.

'?Pobre Klionov! La informacion con la que sonaba esfumose como humo'.

– ?Tiene este experimento una relacion intima con mis relatos? -pregunte con osadia.

– Si, una relacion geometrica directa -asevero Zargarian laconicamente-. Sin embargo, Pavel Nikitich lo duda. Yo sigo insistiendo en que no puede haber ningun fracaso, pues los indicios existentes son muy claros.

– Si-i-i-i -afirmo Nikodimov meditabundo-, los indicios son muy claros-. Y, dirigiendose a mi, pregunto-: ?Asi que a usted le ocurrio la historia de Stevenson? ?Y usted la explica refiriendose a Jekyll y Hide, no es asi?

– No, de ningun modo. Yo no creo en transmutaciones.

– ?Y entonces?

– No se. Estoy buscando una explicacion. Por eso los busque.

– Muy sensato.

– Quiere decir que, ?hay una explicacion?

– Si.

Al oir la respuesta, brinque de mi asiento.

– Sientese -pidio Zargarian-, aqui, en el sillon que le asusto. Le aseguro que es mucho mas comodo que el de Voltaire.

Modestamente hablando, me levante inseguro de la silla: ese sillon demoniaco me asustaba.

– Las explicaciones vendran despues del experimento -apunto Zargarian-. Sientese. ?Vamos! ?Vamos! Mas rapido, que no le sacaremos los dientes.

Al sentarme en el sillon, me hundi como en un colchon de plumas. En el acto, empece a notar una sensacion de ligereza, casi de imponderabilidad.

– Estire las piernas -me rogo Zargarian.

Por lo visto, el era quien dirigia el experimento.

Las suelas de mis zapatos tocaron unos tornillos de goma. El casco, descendiendo silenciosamente, cubrio mi cabeza con facilidad, como si fuese una gorra blanda.

– ?Esta demasiado libre?

– Si.

– Permanezca tranquilo, ahora vamos a regular los aparatos.

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