de color rosa: «Comprar libros de hockey.»

Pego la nota en la parte superior de la agenda, paso la pagina y estudio su plan del dia, detallado bajo otro punado de notas adhesivas.

– … Y recuerda que estaras tratando con jugadores de hockey -prosiguio Leonard-. Suelen ser muy supersticiosos. Si los Chinooks empiezan perdiendo varios partidos, te culparan de ello y te enviaran de vuelta a casa.

Estupendo. Su trabajo estaba en manos de jugadores supersticiosos. Despego una nota antigua de la agenda, en la que se leia «Fecha de entrega 'Bomboncito de Miel'», y la arrojo a la papelera.

Tras unos minutos mas de conversacion, colgo el auricular y cogio la taza de cafe. Como la mayoria de los habitantes de Seattle, le sonaban los nombres de algunos famosos jugadores de hockey. La temporada era larga y en el noticiario King-5 News hablaban de hockey casi todas las noches, pero en aquel momento solo conocia a uno de los integrantes de los Chinooks, el portero del que Leonard habia hablado, Luc Martineau.

Le habian presentado al hombre de los treinta y tres millones de dolares en la fiesta que habian dado los Chinooks el verano anterior en el Press Club, justo despues de su fichaje. Estaba en mitad de la sala, con aspecto saludable y en forma, como si de un rey recibiendo a su corte se tratase. Habida cuenta de la legendaria reputacion de Luc, tanto dentro como fuera de la pista, Jane se sorprendio al comprobar que era mas bajo de lo que habia imaginado. No llegaba al metro ochenta, pero era puro musculo. El cabello, de un rubio ceniza, le cubria las orejas y el cuello de la camisa, era ligeramente ondulado y se notaba que lo peinaba con las manos.

Tenia los ojos azules y sendas cicatrices pequenas, una en la mejilla izquierda y otra en la barbilla. No habia nada que objetar a su aspecto impactantemente varonil. Se habian dicho tantas cosas malas de el que no habia una sola mujer en aquella sala que no se preguntase si realmente seria tan malo como decian.

Llevaba una americana de color gris claro y una gastada corbata de seda roja. Lucia un Rolex de oro en la muneca, y una rubia de neumaticas curvas se habia pegado a el como una ventosa.

A aquel hombre le gustaba llevar los complementos a juego.

Jane y el portero intercambiaron saludos y se dieron la mano. El apenas si le dirigio la mirada antes de irse con la rubia. En menos de un segundo, Jane desaparecio del mapa para el. Era lo habitual. Por lo general, los hombres como Luc no acostumbraban a prestarle mucha atencion a mujeres como Jane. Un metro cincuenta y cinco de estatura, pelo castano oscuro, ojos verdes y barbilla afilada. No solian formar un circulo a su alrededor para descubrir si tenia algo interesante que decir.

Si el resto de integrantes de los Chinooks la ignoraban con tanta rapidez como Luc Martineau, iban a ser unos meses bastante duros; aunque viajar con el equipo era una oportunidad demasiado buena para dejarla pasar. Escribiria las cronicas deportivas desde el punto de vista de una mujer. Destacaria los mejores momentos del partido, tal como se esperaba que hiciese, pero prestaria mayor atencion a todo lo que aconteciese en el vestuario. Nada de tamanos de pene o costumbres sexuales…, a ella le traian sin cuidado esa clase de cosas. Deseaba saber si en el siglo XXI las mujeres tenian que seguir enfrentandose a la discriminacion.

Jane se sento de nuevo frente al ordenador portatil y volvio a centrarse en la historia de «Bomboncito de Miel» que tenia que entregarle al editor al dia siguiente, destinada a aparecer en el numero de febrero de la revista. Muchos de los hombres que consideraban que su columna «Soltera en la ciudad» no trataba mas que de chismorreos y afirmaban no leerla jamas, no se perdian un solo capitulo de la serie «Bomboncito de Miel». Nadie a excepcion de Eddie Goldman, el editor de la revista, y de su mejor amiga desde el instituto, Caroline Mason, sabia que era ella la que escribia aquellos lucrativos articulos mensuales. Y su deseo era que siguiese siendo un secreto.

Bomboncito era el alter ego de Jane. Hermosa. Desinhibida. El sueno de todo hombre. Una mujer hedonista capaz de dejar exhaustos y sin habla a los hombres de Seattle, y al mismo tiempo dispuestos a pedir mas. Bomboncito tenia un enorme club de fans, y tambien una docena de paginas web en Internet dedicadas a ella. Algunas eran tristes y otras divertidas. En una de esas paginas electronicas se hacian cabalas sobre la posibilidad de que el autor de las aventuras de «Bomboncito de Miel» fuese un hombre.

A Jane le gustaba aquel rumor. En su cara aparecio una sonrisa cuando leyo la ultima linea que habia escrito antes de que Leonard llamase. Volvio a ponerse manos a la obra para hacer que los hombres pidiesen mas.

1. La iniciacion del novato

En el vestuario no decian mas que tonterias mientras Luc Lucky Martineau se ponia su ropa y fijaba bien sus complementos. La mayoria de sus companeros de equipo estaban de pie en torno a Daniel Holstrom, el novato sueco, comentandole las posibilidades que ofrecia la iniciacion. Tenia dos opciones: o dejar que los chicos le afeitasen la cabeza al estilo mohicano o invitar a todo el equipo a cenar. Como las cenas de los novatos no bajaban de diez mil dolares, Luc supuso que el joven extremo acabaria pareciendose a un punk durante un tiempo.

Daniel, con los ojos muy abiertos, busco entre sus companeros algun signo que le indicase que estaban bromeando. No encontro ninguno. Todos habian sido novatos en alguna ocasion, y todos habian tenido que pasar por malos tragos como aquel. En la temporada en que Luc empezo, los cordones de sus patines desaparecieron en mas de una ocasion, y las sabanas de las habitaciones de hotel en las que dormia aparecian cortadas.

Luc cogio su stick y se encamino hacia el tunel. Dejo atras a algunos de los chicos, que calentaban con sopletes las cuchillas de sus patines. Junto a la salida del tunel, el entrenador Larry Nystrom y el director deportivo Clark Gamache hablaban con una mujer bajita vestida por completo de negro. Ambos tenian los brazos cruzados sobre el pecho y miraban a la mujer con el entrecejo fruncido mientras esta les hablaba. Llevaba el oscuro cabello recogido en la nuca en un extrano mono.

Mas alla de una moderada curiosidad, Luc le presto escasa atencion a Jane, olvidandose de ella por completo cuando salio a la pista a entrenar. Oyo el suave sonido de las cuchillas de los patines al deslizarse sobre el hielo, algo logico tras pasarse una hora afilandolas. Mientras daba unas cuantas vueltas de calentamiento, noto que el aire frio le llenaba los pulmones y rozaba sus mejillas a traves de la rejilla de la mascara.

Al igual que todos los porteros, Luc era un miembro mas del equipo, aunque estaba un tanto al margen debido a la naturaleza solitaria de su puesto. No habia cobertura posible para un hombre como el. Cuando ponian el disco en movimiento, los flashes de las camaras estallaban formando una enorme senal de neon. Para ponerse partido tras partido entre los tres palos hacia falta algo mas intenso que la determinacion y las agallas. Se necesitaba ser lo suficientemente competitivo y arrogante para creerse invencible.

El entrenador de porteros, Don Boclair, hizo deslizarse una cesta con discos por el hielo mientras Luc llevaba a cabo el mismo ritual que habia venido siguiendo durante los ultimos once anos, tanto en los partidos como en los entrenamientos. Rodeaba tres veces la porteria en el sentido de las agujas del reloj, y una vez mas en sentido opuesto. Ocupaba su lugar entre los palos y golpeaba con su stick las bases de los postes, primero la izquierda y despues la derecha. Tras esto se santiguaba, como un sacerdote que se dirige al Senor. Situado sobre la linea azul, y durante los siguientes treinta minutos, el entrenador patinaba a su alrededor, lanzando el disco como un francotirador hacia todos los rincones y tambien desde el punto de penalti.

A los treinta y dos anos, Luc se sentia bien. Bien respecto al hockey, y bien respecto a su condicion fisica. Estaba, mas o menos, libre de dolor, y el medicamento mas fuerte que tomaba era Advil, un analgesico. Estaba jugando la mejor temporada de su carrera, y camino de la final de liga, su cuerpo se encontraba en excelentes condiciones. Su vida profesional iba de maravillas.

Pero no podia decir lo mismo de su vida intima.

El entrenador de porteros lanzo uno de los discos con todas sus fuerzas, con un marcado efecto, pero Luc lo atrapo con su guante. A traves del grueso acolchado, los doscientos cincuenta gramos de goma vulcanizada impactaron contra su mano. Se tiro de rodillas sobre el hielo al tiempo que otro disco volaba hacia la derecha y golpeaba en sus protecciones. Sintio el familiar tiron de dolor en sus tendones y ligamentos, pero no era que no pudiese soportar. Nada que no quisiese soportar, y nada que el fuese a admitir jamas de viva voz.

Algunos periodistas lo habian desahuciado despues de la peor epoca de su carrera. Dos anos atras, cuando jugaba con los Red Wings, se lesiono ambas rodillas. Tras unas cuantas intervenciones quirurgicas de consideracion, incontables horas de rehabilitacion, una estancia en la clinica Betty Ford para recuperarse de su adiccion a los tranquilizantes, y el traspaso a los Seattle Chinooks, Luc estaba de vuelta y en mejor forma que

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