nunca.

Aquella temporada tenia algo que demostrar. Habia vuelto a exhibir las cualidades que le habian llevado a ser uno de los mejores. Luc disponia de un indescriptible sexto sentido, lo cual le permitia intuir la jugada segundos antes de que se produjese, y si no podia detener el lanzamiento con sus veloces manos, siempre le quedaba el recurso a la fuerza bruta y a algun movimiento sacado de la manga.

Cuando acabo el entrenamiento, Luc se puso unos pantalones cortos y una camiseta y se fue al gimnasio. Estuvo montado en la bicicleta estatica cuarenta y cinco minutos antes de pasar a las pesas. Durante hora y media, trabajo los brazos, el pecho y el abdomen. Los musculos de sus piernas y de la espalda le ardian y el sudor le resbalaba por las sienes mientras tomaba aire sin pararse a pensar en el dolor.

Se dio una lenta ducha, se ato una toalla alrededor de la cintura y despues se dirigio a los vestuarios. Alli estaban los demas chicos, tirados sobre sillas y banquillos, escuchando lo que Gamache les decia.

Virgil Duffy tambien se encontraba en mitad de la sala, y empezo a hablar acerca de la venta de entradas. Aquello, se dijo Luc, no tenia nada que ver con su trabajo. Su trabajo consistia en mantener la porteria a cero y ayudar a que el equipo ganase partidos. Asi pues, el cumplia con su mision.

Luc apoyo un hombro desnudo contra el marco de la puerta. Se cruzo de brazos, y poso la mirada en la mujer bajita que habia visto antes. Estaba junto a Duffy, y Luc la estudio. Era una de esas mujeres naturales que optan por no maquillarse. Sus cejas negras eran la unica nota de color en su palido rostro. Los pantalones negros y la chaqueta no dejaban entrever forma alguna, ocultando todo asomo de curvas. De uno de sus hombros colgaba un bolso de piel, y en la mano portaba una taza de papel de Starbucks.

No era fea, sino extremadamente… sencilla. A algunos hombres les gustaban las mujeres de aire natural. A Luc no. A el le gustaba que las mujeres se pintasen los labios, oliesen a polvos de maquillaje y se depilasen las piernas. Le gustaban las mujeres que se esforzaban por tener buen aspecto. Y aquella no se esforzaba en absoluto, eso saltaba a la vista.

– Sin duda estais al corriente de que el reportero Chris Evans causa baja por causas medicas. En su lugar, Jane Alcott escribira las cronicas de nuestros partidos en casa -explico el dueno del equipo-, y tambien viajara con nosotros el resto de la temporada.

Los jugadores permanecieron en silencio, desconcertados. Nadie dijo una palabra, pero Luc sabia que estaban pensando lo mismo que el: que preferiria recibir un golpe del disco a que un cronista deportivo, y menos aun una mujer, viajase con el equipo.

Los jugadores miraron hacia su capitan, Mark Asesino Bressler, despues centraron su atencion en los entrenadores, que tambien permanecian en silencio. Esperaban que alguien dijese algo, que les rescatasen de aquella pesadilla bajita y de pelo oscuro que se les iba a pegar como una lapa.

– Bueno, no creo que sea buena idea -dijo finalmente el Asesino, pero una mirada a los helados ojos grises de Virgil Duffy le hizo callar.

Nadie mas se atrevio a abrir la boca.

Nadie excepto Luc Martineau. Respetaba a Virgil. Incluso le gustaba un poco. Pero Luc estaba jugando la mejor temporada de su vida. Los Chinooks tenian el titulo de liga al alcance de la mano, y no estaba dispuesto a dejar que una periodista lo echase todo a perder. Ya habian escrito demasiadas cosas malas sobre el.

– Con todos mis respetos, senor Duffy, ?ha perdido usted el jodido sentido comun? -pregunto apartandose de la pared.

Cuando estaban de viaje, sucedian ciertas cosas que uno no deseaba que todo el pais pudiese leer durante el desayuno. Luc era mas discreto que algunos de sus companeros, pero lo ultimo que necesitaba era una reportera viajando con ellos.

Y, por otra parte, tambien habia que tener en cuenta el factor mala suerte. Cualquier cosa que se saliese de la norma podia enviar al traste su buena suerte. Y que una mujer viajase con ellos era, a todas luces, algo fuera de la norma.

– Entiendo vuestros reparos, chicos -dijo Virgil Duffy-, pero despues de pensarlo mucho, y de que tanto el Times como la senorita Alcott me diesen su palabra, puedo aseguraros que tendreis intimidad. Los reportajes no se inmiscuiran en vuestra vida privada.

«Gilipolleces», penso Luc, pero no se molesto en gastar saliva expresandolo. Al apreciar la determinacion en el rostro del propietario del equipo, supo que discutir carecia de sentido. Luc tenia que aceptarlo.

– Bueno, sera mejor que prepare a la senorita para el lenguaje rudo -le advirtio Luc.

La senorita Alcott centro su atencion en el. Su mirada fue directa y firme. Alzo uno de los extremos de la boca, como si le hubiese sorprendido el comentario.

– Soy periodista, senor Martineau -replico con un tono de voz mas sutil que su mirada, una extrana mezcla de suave feminidad y determinacion-. Su lenguaje no va a incomodarme.

El le ofrecio una sonrisa desafiante y se encamino hacia su taquilla al fondo del vestuario.

– ?Es usted la mujer que escrrribe esa columna sobrrre como encontrarrr pareja? -pregunto Vlad Empalador Fetisov.

– Escribo la columna «Soltera en la ciudad» en el Times -respondio.

– Pense que se trataba de una mujer oriental -comento Bruce Fish.

– No, solo se me fue un poco la mano con el delineador de ojos -explico la senorita Alcott.

Dios santo, ni siquiera era una autentica cronista deportiva. Luc habia leido su columna un par de veces, o al menos lo habia intentado. Escribia sobre sus problemas, y los de sus amigas, con los hombres. Era una de esas mujeres a las que les gustaba hablar de «relaciones y aventuras», como si todo tuviese que ser analizado una y otra vez. Como si, en cualquier caso, la mayor parte de los problemas entre hombres y mujeres no fueran simple y llanamente una invencion de estas ultimas.

– ?Con quien compartira habitacion mientras estemos de viaje? -pregunto alguien desde la izquierda, y una oleada de risas relajo la tension.

La conversacion se aparto del tema de la senorita Alcott para centrarse en el analisis de los siguientes cuatro partidos, que tenian que disputar en solo ocho dias.

Luc recogio la toalla del suelo y la metio en su bolsa de lona. Virgil Duffy estaba senil, penso Luc mientras dejaba los calzoncillos blancos y la camiseta sobre el banquillo. O eso, o el divorcio por el que estaba pasando lo habia vuelto loco. Aquella mujer probablemente no supiera una sola palabra de hockey. Lo mas seguro era que quisiese escribir acerca de sentimientos y problemas de pareja. Bueno, podia interrogarlo al respecto hasta que se le pusiese la cara morada de tanto hablar, que el no iba a soltar prenda. Despues de los problemas del ultimo ano, Luc ya no respondia a las preguntas de los periodistas. Nunca. Que viajase con ellos no iba a hacer que cambiase de idea.

Se puso los calzoncillos dandole la espalda a la senorita Alcott, y la miro por encima del hombro antes de ponerse la camiseta. La pillo mirandose los zapatos. No era nada nuevo la presencia de mujeres periodistas en los vestuarios. Si a una mujer no le importaba entrar en una habitacion repleta de hombres malhablados, por lo general sus companeros solian comportarse bien con ella. Pero la senorita Alcott parecia tan incomoda como una vieja tia solterona y virgen. Aunque el sabia mas bien poco de virgenes.

Acabo de vestirse enfundandose unos gastados Levi's y un grueso jersey azul. Despues metio los pies en sus botas negras y se abrocho el Rolex de oro en la muneca. El reloj habia sido un regalo personal de Virgil Duffy tras la firma del contrato. Un pequeno detalle para sellar el negocio.

Luc se puso su cazadora de cuero, cogio la bolsa de lona y se encamino a la oficina del club. Alli se hizo con la hoja que indicaba el itinerario de los siguientes ocho dias y estuvo hablando un rato con el encargado de la oficina para asegurarse de que recordaba que el queria una habitacion individual. Durante la ultima estancia en Toronto, compartio habitacion con Rob Sutter. Por lo general, Luc se dormia a los pocos segundos de meterse en la cama, pero Rob roncaba como una sierra mecanica.

Luc salio de las instalaciones justo despues de las doce del mediodia, oyendo el eco de sus pasos contra las paredes de hormigon mientras se dirigia a la salida. Una vez fuera, la niebla le golpeo el rostro y se introdujo por el cuello de su chaqueta. No parecia que fuese a llover, pero era un dia triste y lugubre. El tipo de clima que acostumbraba imperar en Seattle. Esa era una de las razones por las que le gustaba jugar fuera de la ciudad, pero no la mas importante. La mas importante era la paz que le proporcionaba el hecho de estar en ruta. Aunque esta vez tenia un mal presentimiento al respecto: esa paz se veia amenazada por la presencia de la mujer que se encontraba en esos momentos a pocos pasos de el, con el bolso colgado del hombro.

La senorita Alcott estaba envuelta en algo parecido a un indescriptible impermeable cenido a la cintura por un

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