region, ya que cada kilometro me ponia de mejor humor.

Me detuve un momento para coger un palo de avellano que habia a un lado del camino, y despues gire por un sendero que seguia el valle de un turbulento riachuelo. Supuse que aun llevaba mucha delantera a mis perseguidores, por lo que aquella noche podria hacer lo que se me antojara. Hacia muchas noches que no probaba bocado, y estaba hambriento cuando llegue a una granja ubicada junto a una cascada. Una mujer de tez curtida estaba junto a la puerta, y me saludo con la afable timidez de los paramos. Cuando le pedi alojamiento para la noche, me dijo que podia utilizar «la cama de la buhardilla» y no tardo en poner sobre mi una sabrosa cena de huevos con jamon, panecillos y una jarra de espesa leche.

Al oscurecer regreso de las colinas su marido, un enjuto gigante que con un paso cubria tanto terreno como tres pasos de los mortales comunes. No me hicieron preguntas, como es costumbre entre los habitantes de los paramos, pero vi que me tomaban por una especie de comerciante y me esforce en confirmar su suposicion. Hable mucho de ganado, asunto del que mi anfitrion sabia muy poco, y recibi toda clase de explicaciones sobre los mercados locales de Galloway, las cuales almacene en mi memoria para utilizarlas en el futuro. A las diez empece a cabecear en mi silla, y «la cama de la buhardilla» acogio a un hombre cansado que no abrio los ojos hasta que, a las cinco de la madrugada, se reanudo la actividad en la pequena granja.

Rehusaron cualquier pago, y a las seis habia desayunado y me dirigia nuevamente hacia el sur. Mi intencion era regresar a la linea ferrea, tomar el tren una o dos estaciones mas lejos de donde me habia apeado el dia anterior, y volver atras. Considere que esto seria lo mas seguro, pues la policia supondria que continuaba alejandome de Londres en direccion a algun puerto de la costa oeste. Deduje que aun les llevaba bastante delantera, pues tardarian varias horas en culparme del asesinato y algunas mas en identificar al hombre que abordo el tren en Saint Paneras.

El tiempo se mantenia soleado y calido, y yo no podia sentirme inquieto. No me habia sentido tan animado desde hacia meses. Al poco rato tome el camino principal que bordeaba la falda de una colina y que el granjero habia llamado Cairnsmore of Fleet. Los chorlitos y frailecillos gorjeaban por todas partes, y las franjas de verde pasto existentes junto a los riachuelos estaban salpicadas de carneros jovenes. Toda la languidez de los ultimos meses desaparecio de mis huesos, y alargue el paso como un nino de cuatro anos. Al fin llegue a un terreno yermo que descendia hasta el valle de un arroyo, y desde alli vi el humo de un tren entre los brezales.

La estacion resulto ser ideal para mis propositos, l os arbustos se levantaban a su alrededor y solo dejaban espacio para la unica via, una sala de espera, una oficina, la casita del jefe de estacion y un minusculo jardin de grosellas silvestres y claveles. No se veia ningun camino que condujera a ella y, para aumentar la desolacion, las olas de un pequeno lago banaban su playa de granito gris a un kilometro de distancia. Espere entre los brezales hasta ver en el horizonte la humareda de un tren que iba hacia el este. Entonces me acerque a la minuscula oficina y tome un billete para Dumfries.

Los unicos ocupantes del vagon eran un viejo pastor y su perro, un animal de ojos fieros que me hizo desconfiar. El hombre estaba dormido, y junto a el vi el Scotsman de aquella manana. Lo cogi ansiosamente, pues me imagine que habria alguna noticia de interes para mi.

Habia dos columnas sobre el «asesinato de Portland Place», como lo llamaban. Paddock habia dado la alarma y hecho arrestar al lechero. El pobre diablo parecia haberse ganado su corona; pero para mi el precio habia resultado barato, pues habia mantenido a la policia ocupada durante la mayor parte del dia. En las ultimas noticias encontre otra nota acerca del suceso. El lechero habia sido puesto en libertad, y el verdadero criminal, cuya identidad permanecia en secreto, parecia haber huido de Londres por una de las lineas del norte. Habia unas palabras sobre mi como el propietario del piso. Deduje que esto era obra de la policia, una torpe estratagema para convencerme de que no era sospechoso.

En el periodico no habia nada mas, nada sobre la politica extranjera o sobre Karolides, o acerca de las cosas que habian interesado a Scudder. Lo deje, y vi que estabamos acercandonos a la estacion en la que me habia apeado el dia anterior. El jefe de estacion habia tenido que abandonar su huerto de patatas, pues el tren con direccion oeste estaba esperando para dejarnos pasar, y de el habian descendido tres hombres que le hacian preguntas. Supuse que constituian la policia local, aguijoneada por Scotland Yard, y que me habian rastreado hasta ese insignificante apeadero. Les observe con atencion desde mi asiento. Uno de ellos tenia una libreta y tomaba notas. El anciano recolector de patatas parecia haberse vuelto irritable, pero el nino que recogio mi billete hablaba con locuacidad. Todos ellos miraban en direccion al lugar donde arrancaba el camino blanco. Confie en que fueran a seguir mis huellas hasta alli.

Cuando reanudamos la marcha mi companero se desperto. Me miro con ojos brillantes, dio una brutal patada a su perro e inquirio donde nos hallabamos. Indudablemente, estaba muy borracho.

– Esto es lo que consigues siendo abstemio -comento con amargo pesar.

Le exprese mi sorpresa, porque me habia pareado un hombre muy fuerte.

– Si, un abstemio fuerte -dijo belicosamente-. Hice la promesa el dia de San Martin, y no he probado una gota de whisky desde entonces. Ni siquiera en Hogmanay, aunque bien tentado estuve

Apoyo los pies en el asiento, y hundio la sucia cabeza en los cojines.

– Y esto es lo que consigo -gimio-. Una cabeza mas caliente que el fuego del infierno, y un cuerpo que no me vale para nada.

– ?Cual ha sido la causa? -pregunte.

– Una cosa que llaman conac. Como soy abstemio, no puedo probar el whisky, pero he echado un trago de conac y me huelo que voy a estar mal una semana. -Su voz se convirtio en un debil tartamudeo, y volvio a sumirse en un profundo sueno.

Mi plan era apearme en alguna estacion del trayecto, pero el tren me dio una oportunidad mejor, pues se detuvo repentinamente al final de un puente tendido sobre un caudaloso rio. Mire al exterior y

Y que todas las ventanillas estaban cerradas y no habia ningun ser humano por los alrededores. Por tanto, abri la puerta y salte rapidamente a un laberinto de brezales que bordeaba los railes.

Todo habria ido muy bien a no ser por aquel perro infernal. Convencido de que me largaba con las pertenencias de su amo, empezo a ladrar, y afortunadamente solo me mordio los pantalones. Esto desperto al pastor, que acudio gritando a la puerta del vagon en la creencia de que me habia suicidado. Me arrastre entre los arbustos, llegue a la orilla del rio y, oculto por los brezales consegui alejarme unos cien metros. Despues mire hacia atras, y vi que el revisor y varios pasajeros se habian reunido junto a la puerta abierta del vagon y miraban en mi direccion. No habria podido hacer una salida mas aparatosa si me hubiera marchado con corneta y banda de musica.

Por fortuna, el pastor borracho proporciono una inesperada diversion. El y su perro, que llevaba atado a la cintura con una cuerda, cayeron repetidamente del vagon, dieron con la cabeza sobre la via y rodaron unos metros por la orilla hacia el agua. En el rescate subsiguiente el perro mordio a alguien, pues oi una imprecacion. Se habian olvidado de mi, y cuando tras arrastrarme unos quinientos metros me atrevi a mirar, el tren habia vuelto a ponerse en marcha y se alejaba lentamente.

Me encontraba en un amplio semicirculo de terreno yermo, con el rio como radio y las altas colinas formando la circunferencia en la zona norte. No habia signos ni ruidos de ningun ser humano, solo el susurro del agua y el continuo canto de los chorlitos. Sin embargo, aunque parezca extrano, senti por vez primera el terror de los perseguidos. No pense en la policia, sino en los otros, en los que sabian que yo conocia el secreto de Scudder y no osaban dejarme vivir. Estaba seguro de que me perseguirian con una agudeza y dedicacion desconocidas para la ley britanica, y que una vez me localizaran no tendrian misericordia.

Mire hacia atras, pero no habia nada en el paisaje. El sol arrancaba destellos al metal de la via y a las piedras humedas del rio, y el panorama era de lo mas apacible. No obstante, eche a correr. Ocultandome en el cauce de los arroyuelos, corri hasta que el sudor me nublo la vista. Mi estado de animo no vario hasta que hube llegado al borde de una montana y me tumbe jadeando sobre una loma desde la que se dominaban las agitadas aguas del rio.

Desde mi atalaya pude otear toda la zona hasta la linea ferrea y el sur de ella, donde verdes campos ocupaban el lugar de los brezos. Tengo ojos como los de un halcon, pero no vi ni un solo movimiento en toda la campina. Despues mire hacia el este, al otro lado de la loma, y vi otra clase de paisaje: pequenos valles verdes con multitud de pinos y las borrosas lineas de polvo que hablaban de carreteras. Por ultimo, mire al cielo azul de mayo y alli vi lo que me hizo estremecer de pies a cabeza…

Empequenecido por la distancia, un aeroplano se elevaba hacia el cielo. Estuve tan seguro como si me lo hubieran dicho de que el avion me estaba buscando, y que no pertenecia a la policia. Durante una o dos horas lo

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