contemple desde una oquedad llena de espinos.

Volo a poca altura sobre la cima de las colinas, y despues en pequenos circulos sobre el valle por el que yo habia subido. Por ultimo, el piloto parecio cambiar de opinion, se elevo a gran altura y volvio a dirigirse hacia el sur.

No me gusto este espionaje desde el aire, y empece a pensar de otro modo respecto al lugar que habia escogido como refugio. Estas colinas de brezos no me ocultarian si mis enemigos estaban en el cielo, y tenia que encontrar otro escondite. Mire con mas satisfaccion la zona arbolada del otro lado de la loma, pues alli encontraria bosques y casas de piedra.

Hacia las seis de la tarde sali de un paramo y llegue a la blanca cinta de una carretera que seguia el angosto valle de un riachuelo. A medida que avanzaba por ella, los campos dieron paso a los paramos, la hoya se convirtio en una altiplanicie, y poco despues me encontre en una especie de paso donde una solitaria casa humeaba en el atardecer. El camino desembocaba en un puente, y apoyado en el parapeto habia un hombre joven.

Fumaba en una larga pipa de arcilla y contemplaba el agua a traves de sus gafas. En la mano izquierda tenia un pequeno libro con un dedo marcando el lugar. Repitio lentamente:

«Como cuando un grifo a traves de los yermos

Con pasos alados, sobre colinas y valles

Persigue a los arimaspos.»

Volvio la cabeza con un sobresalto cuando mis pasos sonaron en la piedra, y vi un rostro afable y juvenil tostado por el sol.

– Buenas tardes tenga usted -dijo con voz ronca-. Hace un tiempo esplendido para caminar.

El olor a humo y un sabroso asado llego hasta mi desde la casa.

– ?Puede decirme si esto es una posada? -pregunte.

– A su servicio -repuso cortesmente-. Yo soy el posadero, senor, y espero que se quede a pasar la noche, pues si he de decirle la verdad no he tenido compania desde hace una semana.

Me encarame al parapeto del puente y llene la pipa. Empece a detectar a un aliado.

– Es usted muy joven para ser posadero -dije.

– Mi padre murio hace un ano y me dejo el negocio. Vivo aqui con mi abuela. Es un trabajo muy aburrido para un hombre joven; yo habia escocido otra profesion.

– ?Cual?

Se sonrojo.

– Quiero escribir libros -dijo.

– ?Que mejor oportunidad podria pedir? -exclame-. Siempre he pensado que un posadero seria el mejor narrador de cuentos del mundo.

– Ahora no -se apresuro a contestar-. Quiza antiguamente, cuando habia peregrinos, trovadores, bandoleros y diligencias por los caminos. Pero ahora no. Aqui no vienen mas que coches llenos de mujeres gordas, que se detienen a almorzar, y uno o dos pescadores en primavera, y los cazadores en agosto. Eso no me proporciona demasiado material. Quiero ver la vida, viajar por el mundo y escribir cosas como Kipling y Conrad. Pero lo maximo que he hecho hasta ahora es publicar unos versos en el Chamber’s Journal.

A continuacion mire hacia la posada, que destacaba contra las pardas colinas en la luz dorada del atardecer.

– Yo he vagado bastante por el mundo, y no despreciaria esta vida retirada. ?Cree que la aventura solo se encuentra en los tropicos o entre los hombres con camisas rojas? Quiza este en contacto con ella en este momento.

– Eso es lo que dice Kipling -contesto, con los ojos brillantes, y cito un verso sobre «lo inesperado de las aventuras».

– Yo mismo puedo contarle una -exclame-, y dentro de un mes podra escribir una novela sobre ella.

Sentado en el puente en aquel suave crepusculo de mayo, le explique una hermosa historia. Era cierta en lo esencial, aunque altere los detalles secundarios. Le dije que era un magnate minero de Kimberley, que habia tenido muchos problemas con la compra ilicita de diamantes y habia descubierto a una banda. Me habian perseguido a traves del oceano, habian asesinado a mi mejor amigo y ahora estaban sobre mi pista.

Aderece el relato con toda clase de pormenores. Le narre mi huida por el Kalahari hasta el Africa alemana, los dias secos y calurosos, las noches maravillosamente oscuras. Le describi un atentado contra mi vida durante el viaje a casa, y le hice una narracion verdaderamente espantosa del crimen de Portland Place.

– ?No buscaba aventuras? -pregunte-. Pues bien, ya ha encontrado una. Los demonios andan detras de mi, y la policia anda tras ellos. Es una carrera que estoy empenado en ganar.

– ?Santo Dios! -murmuro, inspirando profundamente-. Es como una novela de Conan Doyle.

– Usted me cree -dije con muestras de agradecimiento.

– Claro que si -repuso, alargando la mano-. Creo todo lo que sale de lo corriente. Solo desconfio de lo normal.

Era muy joven, justamente lo que me convenia.

– Me parece que por el momento he logrado despistarles, pero tengo que esconderme un par de dias. ?Puede ayudarme?

Me agarro por un codo con vehemencia y me condujo hacia la casa.

– Aqui estara seguro. Yo me ocupare de que nadie chismorree. Y usted me contara todas sus aventuras, ?verdad?

Al entrar en el porche de la posada oi el lejano rugido de un motor. Recortado sobre el horizonte estaba mi amigo el avion.

Me dio una habitacion en la parte trasera de la casa, con una hermosa vista sobre la altiplanicie, y puso a mi disposicion su propio estudio, que estaba repleto de ediciones baratas de sus autores favoritos. No vi a la abuela, de modo que supuse que guardaba cama. Una anciana llamada Margit me llevaba las comidas, y el posadero rondaba a mi alrededor a todas horas. Yo queria tener tiempo para mi, asi que me invente un trabajo para el. Tenia un ciclomotor, y a la manana siguiente le envie a buscar el periodico, que solia llegar con el correo a ultima hora de la tarde. Le dije que abriera bien los ojos y tomara nota de cualquier persona extrana que viera, poniendo especial atencion en los coches y aviones. Despues me dedique a estudiar la agenda de Scudder.

Volvio a mediodia con el Scotsman. No habia nada en el, excepto nuevas declaraciones de Paddock y el lechero, y la confirmacion de que el asesino habia huido hacia el norte. Pero habia un largo articulo, publicado por The Times, sobre Karolides y la situacion en los Balcanes, aunque no se mencionaba ninguna visita a Inglaterra. Me libre del posadero durante el resto de la tarde, pues estaba muy ansioso por descifrar la clave.

Como he dicho, se trataba de una clave numerica, y gracias a un complicado sistema de experimentos habia descubierto cuales eran los numeros nulos y los puntos. El obstaculo lo constituia la palabra clave, y cuando pense en los millones de palabras que Scudder podia haber utilizado se me cayo el alma a los pies. Pero hacia las tres tuve una subita inspiracion.

El nombre de Julia Czechenyi me vino a la memoria. Scudder habia dicho que era la clave del asunto, y se me ocurrio utilizarlo para descifrar la clave.

Dio resultado. Las cinco letras de «Julia» me dieron la posicion de las vocales. La A era la J, la decima letra del alfabeto, y estaba representada por X en la clave. La E era la U, o sea XXII, y asi sucesivamente. «Czechenyi» me dio los numeros de las consonantes principales. Garabatee este esquema en un trozo de papel y me dispuse a leer las paginas de Scudder.

Al cabo de media hora estaba leyendo con la cara livida y los dedos tamborileando encima de la mesa.

Mire por la ventana y vi un gran automovil de turismo que se dirigia hacia la posada. Se detuvo frente a la puerta, y oi el ruido de unas personas que se apeaban. Parecian ser dos hombres, vestidos con sendos impermeables y gorras de tweed.

Diez minutos despues, el posadero se introdujo en el cuarto con los ojos brillantes de excitacion.

– Abajo hay dos tipos que le estan buscando -susurro-. Estan en el comedor, tomando un whisky con soda. Me han preguntado por usted y han dicho que esperaban encontrarle aqui. ?Ah! y le han descrito muy bien, de las botas a la camisa. Les he dicho que estuvo aqui anoche y que se ha ido esta manana en un ciclomotor, y uno de ellos ha maldecido como un carretero.

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