Le pedi que me los describiera. Uno de ellos era un hombre delgado y de ojos oscuros con cejas muy pobladas, mientras que el otro siempre sonreia y ceceaba al hablar. Ninguno de los dos era extranjero; mi joven amigo estaba seguro de eso.

Cogi un pedazo de papel y escribi estas palabras en aleman, como si formaran parte de una carta:

…Piedra Negra. Scudder lo habia descubierto, pero no podia hacer nada hasta quince dias despues. Dudo que yo pueda lograr algo, especialmente ahora que Karolides no esta seguro de sus planes. Pero si el senor T. lo ordena, hare todo lo que…

Lo hice muy bien, de modo que pareciese una pagina suelta de una carta particular.

– Lleve esto abajo y diga que lo ha encontrado en mi habitacion, y pidales que me lo devuelvan si me alcanzan.

Tres minutos despues oi que el coche se ponia en marcha, y escudrinando por detras de la cortina vislumbre a las dos figuras. Uno era delgado, el otro era elegante; esto fue todo lo que pude distinguir.

El posadero aparecio dando muestras de una gran excitacion.

– El papel les ha despabilado -dijo alegremente-. El moreno se ha puesto tan blanco como un muerto y ha empezado a maldecir, y el gordo ha silbado y ha torcido el gesto. Han pagado las bebidas con medio soberano y ni siquiera han esperado que les diera el cambio.

– Ahora le dire lo que quiero que haga -declare-. Monte en su ciclomotor y vaya a hablar con el jefe de policia de Newton Stewart. Describa a los dos hombres, y diga que le han parecido sospechosos de estar relacionados con el asesinato de Londres. Puede inventarse alguna razon. Esos dos volveran, no tema. No esta noche, pues me seguiran cincuenta kilometros por la carretera, pero estaran aqui manana por la manana. Diga a la policia que se presente lo antes posible a primera hora.

Se marcho como un nino obediente, mientras yo seguia estudiando las notas de Scudder. Cuando regreso cenamos juntos, y no tuve mas remedio que dejarme interrogar. Le explique toda clase de cosa«sobre cacerias de leones y la guerra de Matabele, sin dejar de pensar en lo insipido que habia sido todo eso en comparacion con el asunto que ahora me traia entre manos. Cuando se fue a la cama, me quede levantado y termine con la agenda de Scudder. Estuve sentado en una silla hasta el amanecer, fumando, pues no podia dormir.

Hacia las ocho de la manana presencie la llegada de dos agentes y un sargento. Metieron el coche en el garaje segun las instrucciones del posadero, y entraron en la casa. Veinte minutos despues, por la ventana de mi habitacion, vi que un segundo coche se acercaba por la altiplanicie desde la direccion opuesta. No llego hasta la posada, sino que se detuvo a doscientos metros bajo el amparo de un bosquecillo. Observe que sus ocupantes le daban cuidadosamente la vuelta antes de dejarlo. Uno o dos minutos despues oi sus pasos sobre la gravilla de debajo de la ventana.

Mi plan era quedarme escondido en mi habitacion y ver que ocurria. Tenia la impresion de que, si podia reunir a la policia y a mis otros perseguidores mas temibles, sucederia algo ventajoso para mi. Pero ahora se me ocurrio una idea mejor. Garabatee una nota de agradecimiento al posadero, abri la ventana y me deje caer sobre un matorral de grosellas silvestres. Salte el muro de piedra sin ser observado, me arrastre a lo largo de otro y alcance la carretera por el otro lado del bosquecillo.

Alli estaba el coche, hermoso y flamante bajo el sol matinal, pero con el polvo que hablaba de un largo viaje. Lo puse en marcha, salte al asiento del conductor y sali lentamente a la altiplanicie.

La carretera descendia casi en seguida, de modo que perdi la posada de vista, pero el viento parecio traerme el sonido de voces airadas.

4. La aventura del candidato radical

Pueden imaginarme conduciendo aquel coche de cuarenta caballos a toda velocidad por las accidentadas carreteras de los paramos en aquella esplendida manana de mayo; primero lance una ojeada hacia atras por encima del hombro, y mire ansiosamente la proxima curva; despues conduje con los ojos entrecerrados, aunque lo bastante despierto para mantenerme en la carretera. Estaba pensando desesperadamente en lo que la agenda de Scudder me habia revelado.

El hombrecillo me habia contado un monton de mentiras. Todas esas historias sobre los Balcanes, los anarquistas judios y la conferencia del Ministerio de Asuntos Exteriores eran disparates, igual que lo referente a Karolides. Sin embargo, no del todo, como veran. Yo me habia arriesgado mucho por creer en su historia, y habia sido enganado; ahora su agenda me explicaba un cuento diferente, y en vez de reaccionar con desconfianza lo creia del principio al fin.

Ni yo mismo se por que. Parecia desesperadamente cierto, y el primer cuento, si ustedes me comprenden, tambien habia sido cierto en su espiritu.

El dia quince de junio seria un dia muy importante, tanto que no culpaba a Scudder por mantenerme fuera del juego y querer llevarlo a cabo el solo. Esta, sin ninguna duda, habia sido su intencion. Me explico algo que parecia bastante importante, pero la realidad lo era tantisimo que el, el hombre que la habia descubierto, la queria toda para si. Yo no le culpaba. Al fin y al cabo, lo unico que habia codiciado eran riesgos.

La historia completa se hallaba en las notas; con lagunas, naturalmente, que el habria llenado de memoria. Tambien nombraba a sus superiores, y utilizaba el extrano truco de darles un valor numerico. Los cuatro nombres que habia escrito eran de autoridades, y habia un nombre, Ducrosne, que tenia un cinco sobre un posible cinco; y otro tipo Ammersfoort, que tenia un tres. Los puntos clave de la historia era lo unico que habia en la agenda; esto, y una frase incomprensible que aparecia media docena de veces entre parentesis. «Treinta y nueve escalones», era la frase, y la ultima vez decia: «Treinta y nueve escalones, los conte; marea alta 10.17 p.m.» Esto no me dijo nada.

Lo primero que descubri fue que no se trataba de impedir una guerra. Esta llegaria, tan puntualmente como Navidad; Scudder decia que habia sido planeada en febrero de 1912. Karolides seria la ocasion. Realmente vendria a Inglaterra el catorce de junio, dos semanas y cuatro dias despues de aquella manana de mayo. Por las notas de Scudder deduje que nada en el mundo podria impedirlo. Sus declaraciones sobre los guardias epirotas que despellejarian a su propia abuela eran falsas.

Lo segundo fue que esta guerra constituiria una enorme sorpresa para Gran Bretana. La muerte de Karolides enemistaria a los paises de los Balcanes, y entonces Viena contribuiria con un ultimatum. A Rusia no le gustaria, y habria palabras fuertes. Pero Berlin jugaria el papel de pacificador y calmaria los animos, hasta que subitamente encontraria un motivo para un enfrentamiento, lo recogeria y, al cabo de cinco horas, se lanzaria sobre nosotros. Esta era la idea, y debo reconocer que no estaba mal. Palabras melosas y apaciguadoras; y despues una punalada por la espalda. Mientras hablabamos de la buena voluntad y las buenas intenciones de Alemania, nuestras costas serian minadas, y los submarinos estarian esperando a los buques de guerra.

Pero todo esto dependia de un tercer hecho, que se produciria el quince de junio. Jamas lo habria comprendido si en cierta ocasion no hubiera conocido casualmente a un oficial del Estado Mayor frances que regresaba del Africa occidental y me explico muchas cosas. Una de ellas fue que, a pesar de todas las tonterias dichas en el Parlamento, existia una alianza entre Francia y Gran Bretana, y que los dos Estados Mayores se reunian de vez en cuando y hacian planes para una accion conjunta en caso de guerra. Pues bien, en junio vendria un gran personaje de Paris y recibiria nada menos que un informe sobre la Fuerzas Armadas britanicas. Al menos deduje que era algo asi; de cualquier modo,, se trataba de algo muy importante.

Pero el dia quince de junio habria otras personas en Londres, personas cuya identidad yo solo podia sospechar. Scudder se contentaba con llamarlas colectivamente la «Piedra Negra». No representaban a nuestros aliados, sino a nuestros mortales enemigos y la informacion destinada a Francia iria a parar a sus bolsillos. Y se utilizaria, no lo olviden, una o dos semanas despues, con grandes canones y veloces torpedos, imprevisiblemente, en la oscuridad de una noche veraniega.

Esta era la historia que yo habia descifrado en la habitacion trasera de una posada campestre, junto a un huerto de coles. Esta era la historia que bullia en mi cerebro mientras viajaba en el gran automovil de un valle a otro.

Mi primer impulso fue escribir una carta al primer ministro, pero una pequena reflexion me convencio de que

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