en su expresion que daba miedo. Y el otro era joven, moreno, tambien de ojos claros, con los pomulos marcados y los labios gruesos. Un dia dona Barbara cogio ese retrato, me lo enseno y me dijo: «Este es Maximo, tu padre». «?Donde esta?», me arriesgue a preguntar. Y ella tan solo contesto: «Volvera. Yo se que volvera».

Y desde entonces tuve la absoluta seguridad de que mi padre vendria, antes o despues, para buscarme.

La mayoria de las veces Chico era invisible. Quiero decir que, aunque estuviera ante ti, no le veias. Poseia una rara habilidad para permanecer quieto y callado, como oculto o diluido en los pliegues del aire. Se encogia sobre si mismo y disminuia de tamano; y asi se pasaba las horas, hecho un ovillo, sentado en el peldano del portal. No tenia amigos y casi nunca jugaba. Simplemente se sentaba en su escalon, esperando que alguien llegara y le encargara algo. Porque Chico hacia recados. Cazaba moscas para la tortuga de Mariano el del bar. Subia los cafes del desayuno, a media tarde, a las mujeres que trabajaban de noche. Daba mensajes. Llevaba paquetitos. En ese voy y vengo se pasaba los dias. No ibamos al colegio, ni el ni yo.

Con sus trabajillos, Chico se sacaba unas cuantas monedas; y cuando reunia un punado se las gastaba en cochecitos de metal y en golosinas. Solia ir a comprar a la tienda de Rita, que tenia un neon en la pared, en la parte de detras del mostrador, de modo que Rita siempre estaba a contraluz pero ella te veia claramente. Era una mujer de mediana edad, grande y con mucho pecho; los brazos le salian a ambos lados del torax, enormes y despegados, como las pinzas de un cangrejo. Decian en el Barrio que un dia de invierno Rita habia matado a un hombre que intentaba atracarla. El tipo le puso la punta de la navaja entre los senos, y entonces ella agarro un martillo y le revento de un golpe la cabeza, como quien abre una sandia madura. Aunque algunos sostenian que el muerto no era un ladron, sino un antiguo amigo; y que no iba a robarle, sino que ya le habia quitado, tiempo atras, algo que no era material y era valioso. Pero todo esto lo decian con mucho tiento y entre susurros, porque Rita estaba casada con Juan El Cabezota, que era un hombre muy bruto. Las palabras podian ser muy peligrosas en el Barrio; y mas de uno, por hablar demasiado, habia aparecido muerto y con la boca cosida con un alambre entre los desmontes de las Casas Chicas.

Chico venia de la tienda de Rita una tarde que le vi llegar cargado de bolsas de papel. Era un nino que sabia ser generoso en la abundancia y enseguida me tendio, magnanimo, un paquete de mentas. Nos sentamos los dos en el peldano del portal a masticar caramelos.

– Rita dice que hay un tipo en el Barrio que esta preguntando por nosotros.

– ?Por nosotros? ?Por ti y por mi? ?Alguien del Barrio? -me asuste.

– Por todos nosotros. Un tio de fuera. Rita no lo conoce.

Y de pronto pense: puede ser mi padre.

– Pero, ?pregunto por mi? ?Por mi en concreto?

– Pues si -se sorprendio Chico-. Que raro, ?no? Pregunto por la abuela Barbara. Y por Segundo. Y por ti. A Rita no le gusto.

Tenia que ser el. Quien mas se interesaria por mi. Tenia que serlo.

– Y era moreno, con los ojos claros y los labios gruesos… -aventure, expectante.

– No lo se. A Rita no le gusto. Rita me dijo: «Chico, dile a tu gente que os andan buscando».

– Espera, no se lo cuentes a nadie todavia. Yo avisare manana a dona Barbara -dije, no se por que: quiza porque presentia, aun sin conocerla, la relacion de Segundo con mi padre.

– Bueno -asintio rapidamente Chico.

No creo que le apeteciera mucho tener que hablar con Segundo. Siempre se referia a su padre asi, con el nombre de Segundo, o simplemente decia «el». Nunca decia «mi padre». El nino partio meticulosamente un cordon de regaliz y me dio la mitad. Lo masticamos durante un buen rato en tranquilo silencio hasta que, de pronto, note que Chico se quedaba extranamente quieto y que empezaba a adquirir el color de la piedra del portal.

– ?Que pasa?

Me volvi y les vi bajar hacia nosotros por la calle: tres chicos como de catorce o quince anos. Fijandome mas, adverti que uno era el Buga. Me levante y simule estar sacando algo del destripado y ronoso cajetin de correos. Nunca habia tenido un encontronazo con el Buga, pero todo el mundo sabia que era un chulo.

– Eh, troncos, mirad quien esta ahi: el mocoso orejudo -dijo el Buga con buen humor.

Y se acerco hacia Chico, sonriente. No me cupo duda de que venian buscandolo, porque para entonces el nino ya tenia el mismo color que la pared y era perfectamente invisible a menos que de verdad quisieras encontrarlo.

– A ver, mocoso piojoso y orejudo: ?que tenemos hoy?

Chico, tembloroso, le tendio los dulces que le quedaban. El Buga los inspecciono abriendo los papeles.

_ ?Y esto es todo? Pues vaya una mierda… -dijo animadamente, metiendose un punado de bolas de menta en la boca-. Hoy te lo has papeado todo, eh, cabroncete…

– No… no he comprado mucho, no… no tenia dinero -tartamudeo el nino.

– ?Ah, no? Vamos a verlo -dijo el Buga. Agarro a Chico y en un santiamen le puso boca abajo, colgando de los tobillos; le sacudio asi unas cuantas veces, el nino chillando y los dos amigos partidos de risa. Yo no lo pude evitar y di un paso hacia ellos. _Dejale ya -dije muy bajito. Y enseguida me arrepenti de haber hablado.

Pero para mi desgracia me habian oido. -?Que? ?Que dice la piojosa esa? -le pregunto el Buga a uno de sus amigos, como si no pudiera rebajarse a hablar conmigo.

– Que le dejes ya, dice -repitio el otro.

El Buga solto a Chico, que cayo de cabeza contra el suelo. El golpe retumbo y debio de doler, pero el nino se quedo quieto en el suelo, tal como habia caido, sin llorar ni moverse, intentando adquirir la textura y la coloracion de las baldosas.

– Pues dejado esta. Ya esta. Dejado.

Se vino hacia mi y yo note la presion del muro del portal a mis espaldas. El Buga era bajito y fuerte, con la cara carnosa y los parpados espesos y achinados, casi sin pestanas. El aliento le olia a menta, y los pies, embutidos en unas sucias botas deportivas, a sudor. Me apreto contra la pared y empezo a mascullar irritadamente:

– Y tu de donde sales, y a ti quien te ha dicho que puedes hablar, puta piojosa, y por que gritas…

Yo no estaba gritando. A decir verdad creo que no estaba ni respirando. Baba, que no me haga dano.

– Te vas a enterar… Entonces me levanto las faldas y metio su mano debajo de la braga. Senti sus dedos durante unos instantes, asperos y calientes, rebuscando por ahi. Un pellizco. Chille. El Buga saco la mano.

– Es una mocosa: no tiene ni pelos -dijo con voz cargada de desprecio-. Larguemonos de aqui.

Y se marcharon, no sin antes lanzarle una patada de refilon a Chico, que seguia en el suelo: un puntapie flojo y sin sana, un mero recordatorio de quienes eran. Me acerque a Chico y le ayude a levantarse; le sangraba la nariz y tenia un golpe en la mejilla. Le acaricie la cabeza, satisfecha de haber intervenido.

– Pobrecito, como lo siento. Menos mal que yo estaba contigo.

El nino me miro cejijunto y sombrio, mientras se restanaba la nariz con el pico del jersey.

– ?Menos mal? Fue todo por tu culpa… -gruno. -?Ah, si? -me irrite-. Pues descuida, que no te volvere a ayudar nunca mas.

– ?No me has ayudado! ?No quiero que me ayudes! ?Tu no sabes nada! Eres una chica.

Me quede sin palabras. -Las cosas son asi, ?es que no lo entiendes? -siguio Chico-. Ellos vienen y se burlan un poco; pero si yo les obedezco, no hacen dano.

– ?Ah, no? Mirate la cara.

– ?Porque tu te equivocaste, todo es culpa tuya, no conoces el Barrio!

– Pero, entonces, ?a ti te da lo mismo que te pongan de cabeza y que te insulten?

Chico se encogio de hombros. -Cuando vienen les dejo que se coman los caramelos y que me empujen. A estos y a otros. A los que son mas fuertes. Las cosas son asi. Y esta bien, no me importa. Tampoco me gustaria ser como ellos, ?sabes? Ellos, los fuertes, se tienen que estar pegando todo el rato los unos con los otros. Pegando de verdad, con navajas y eso. Pero yo solo tengo que aguantar algun empujoncito. No esta mal. Es tranquilo.

Se aparto el jersey de la nariz: ya no sangraba. -Y los insultos no me importan, y ya se que mis orejas son feisimas… -titubeo Chico, y la cara se le ensombrecio un instante, y casi parecio que iba a hacer un puchero. Pero

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