– Lo siento… -balbuci. En mi aturullamiento solo veia ante mi un lienzo de piel deteriorada, una gruesa piel granulada y petrea. La piel se estiro y aparecio una linea de dientes amarillos; y mas arriba descubri dos ojos fijos y redondos, como los de los tiburones.

– Lo siento -repeti; y di un tiron con los hombros, intentando escaparme. Pero me tenia bien sujeta.

– Que casualidad. Que casualidad -dijo el tipo ensenando amenazadoramente los dientes. Aunque a lo mejor era su manera de reirse-. A ti te estaba buscando.

– No soy yo. No soy yo -conteste enseguida, retorciendome entre sus manos. No era posible que ese tipo tan horrible fuera el enviado de mi padre.

– Tu eres la hija del Tigre. -No soy yo, no soy yo -repeti mas segura, aliviada de comprobar que, en efecto, yo no conocia de nada a ese tal Tigre.

– Claro que eres tu: la nina de Maximo. ?Pero es que no te ha hablado nadie de tu padre?

Di un tiron y me libre de sus manazas. Sali corriendo calle abajo y le oi reirse a mis espaldas:

– Por mucho que corras, yo te estare esperando. Llegue a casa sin aliento, justo a tiempo de ver como un gran taxi se llevaba a la abuela hacia- un destino ignorado y remoto. Dona Barbara se habia cambiado sus ropas estupendas por un traje sastre gris oscuro. Cada cinco o seis semanas se ponia ese traje triste y aburrido, agarraba un gran bolso de cuero y desaparecia durante un par de dias; y cuando regresaba venia enferma. Se metia en la cama y ordenaba cerrar las persianas, como si durmiera; y todos caminabamos por la casa de puntillas. Todos menos Segundo, que en esas ocasiones daba patadas a los muebles y pegaba portazos y parecia estar mas exasperado que nunca.

Aquel dia que choque contra el hombre era la primera vez que la abuela se marchaba; y me asusto que dona Barbara se ausentase justo cuando nos rondaba una amenaza. Porque el tipo aquel nos queria mal, de eso estaba segura. Se lo conte todo a Airelai despues de que la abuela se hubiera ido: las palabras del hombre, la dureza de sus manos y de sus ojos.

– Tenia que suceder -murmuro la enana; y se le encapoto su carita menuda.

No dijo nada mas y la tarde se fue sin que ocurriera nada memorable, aunque quiza con mas silencios, tal vez con mas tristeza. Pero por la noche, cuando Chico y yo ya estabamos dormidos, Airelai entro en nuestro cuarto y nos desperto:

– Eh, pequenas marmotas, abrid esos ojos y levantaos… Vamos a explorar el mundo un poco…

Detras estaba Amanda, vestida tan solo con una camiseta larga, las flacas piernas al aire y los pies descalzos, como si la enana tambien la hubiera levantado a ella de la cama. Amanda asomaba por encima de los hombros de Airelai, con el pelo alborotado y sofocada por un ataque de risitas nerviosas; parecia una nina y no una madre, la madre de Chico como era, y eso resultaba turbador y me irritaba. Pero Chico extendio enseguida los brazos hacia ella, sonriente y adormilado, y Amanda le cogio en volandas, y le apreto contra su pecho, y bailoteo con el entre grandes carcajadas por todo el cuarto. Y yo no tenia ningun cuello tibio y perfumado al que agarrarme. Baba.

– ?Venga, venga! Segundo ha salido y como dona Barbara no esta… ?estamos solos! -urgia risuena la enana.

No habian encendido ninguna luz, ahora me daba cuenta. La casa estaba a oscuras y en silencio; y por la ventana abierta de par en par entraba el resplandor de la luna llena. El mundo parecia otro envuelto en ese aire de plata tan limpio y tan ligero. El lavabo de la esquina, el armario, la puerta, incluso nuestras manos y el brillo de nuestros dientes al reir: todo se veia mas bonito y mas nitido. Dulce y sin peso, como la sustancia de los buenos suenos. Y en verdad parecia que seguiamos en la cama y que todo lo que haciamos no era sino sonar.

Por eso no nos entretuvimos en ponernos la ropa y, como Amanda, seguimos a la enana descalzos y en camisa; porque esa manera de vestirse, o de no vestirse, era sin duda la mas adecuada para una noche de nata como aquella, una noche distinta que parecia que jamas iba a ser vencida por el sol, la noche eterna. Y asi, bailamos y saltamos en fila detras de Airelai de habitacion en habitacion, e ibamos abriendo todas las ventanas por las que pasabamos. Entraba la luna a borbotones, silenciosa y liquida, dibujando grandes rectangulos de luz sobre el suelo y lamiendonos los pies desnudos con su lengua fria.

– Que bonita es la noche -decia Airelai-. Noches de casas oscuras y cocinas vacias, de balcones abiertos y olor a geranio recien regado… La noche es de las mujeres. Y tambien de los ninos, hasta que se hacen hombres y olvidan quienes son.

Y abria la puerta del cuarto de los gatos y permitia que los animales nos siguieran por toda la casa y se afilaran las unas en el sofa de Segundo.

Estabamos en junio y ya empezaba a hacer calor; por las ventanas entraba el olor de las madrugadas en verano, que es un aroma seco y tibio, como a sabanas planchadas o a barro recien cocido. Fuimos a la habitacion de Amanda, y luego al cuarto de la enana a rebuscar entre sus tesoros, y despues corrimos o quiza volamos hasta la cocina, en donde devoramos una miel que, a la luz de la luna, era brillante y negra como azabache derretido.

– Es que, por las noches, las cosas estan llenas de sus propias sombras, y por eso son distintas a como son durante el dia; porque de dia las cosas se desdoblan y la sombra sale de ellas y todo pierde un poco de sustancia -explicaba Airelai-. Pero, claro, como vosotros os pasais las noches durmiendo como lirones, pues no os habiais dado cuenta.

Y debia de tener razon la enana, porque esa miel espesa y negra era la mas rica que jamas habia comido; y porque todo era semejante al mundo habitual pero todo era distinto: los colores transparentes, los muebles flotando sin peso en la penumbra, las frescas baldosas acariciando nuestros pies, la casa que parecia respirar en torno nuestro como un animal amable y carinoso, y ese aire ligero y espumoso, como si lo hubieran batido hasta hacerle cuajar la nata de la luz de la luna.

Y entramos en la habitacion de dona Barbara. Con sigilo, tropezando los unos con los otros, abriendo mucho los ojos para enterarnos de todos los detalles. El sillon era un guardian furioso sumergido en las sombras; cuando la enana descorrio las cortinas, a la luz de la luna se convirtio en un trono. Y en la cama parecia reposar la sombra de dona Barbara. Nos callamos todos; la gata Manuela Fornos Sariz, que habia entrado con nosotros, agacho la cabeza y se fue de puntillas. Moviendose con la seguridad de quien conoce los lugares, la enana abrio el cajon inferior de la comoda y saco la caja cuadrada de las pastas de pifiones. Todos cogimos una y, sentandonos en semicirculo en el suelo, la comimos a la vez y a mordisquitos, como si fuera un rito. Debajo de nosotros daba vueltas el mundo.

Aun sin estar la abuela olia a la abuela; a incienso y a linimento. Mire la foto de mi padre: su rostro destacaba en la penumbra, fuerte e intenso.

– Es Maximo, si -musito la enana, que me estaba observando-. Yo me encontraba alli cuando se hizo esa foto.

Intente disimular porque no queria que supieran que esperaba el inminente regreso de mi padre.

– ?Y el otro retrato? -Es del marido de dona Barbara. Vuestro abuelo. Era un mago muy bueno. Aprendi mucho con el -contesto Airelai.

– Me da miedo -dijo Chico. -Es que esta muerto. ?Entendeis lo que os digo? Cuando le hicieron la foto ya estaba muerto. Nunca consintio en fotografiarse mientras vivia. Decia que los retratos le roban a uno el alma.

Esos ojos azules tan terribles, esa cara de musculos exangues. Chico se abrazo a su madre.

– Me da miedo -repitio. Y se ovillo en el regazo de Amanda.

Retorcido como estaba, la ligera camiseta se le habia subido hasta media espalda. Vi la carne blanca y suave del nino, los picudos huesines de la columna vertebral; y esas extranas marcas oscuras y redondas. Me incline y mire mas de cerca: eran unos pequenos circulos de piel arrugada y mas oscura. Habia dos o tres, quiza por delante hubiera mas. Podrian ser quemaduras. Cicatrices.

– ?Que tienes aqui? -dije. Chico dio un respingo y se tapo la espalda de un tiron. Y entonces, por ese gesto suyo, comprendi. Comprendi por que era tan cuidadoso al desnudarse, con lo que yo crei que eran pudores de varon. Comprendi el pavor que le tenia a Segundo.

Nos quedamos en silencio durante un rato largo, mientras la noche seguia crepitando de luz alrededor. Amanda acunaba a Chico entre sus brazos y bisbiseaba una cancion de cuna solo para el. Ahora ya no parecia una nina, sino mucho mas vieja de lo que en realidad era. Airelai se levanto con un suspiro y se acerco a la ventana abierta. La segui. Alli abajo, junto a la farola de la esquina, apoyado en el muro, estaba el hombre contra el que yo habia tropezado esa manana; fumaba un cigarrillo y parecia esperar algo o a alguien con una paciencia inagotable.

– Tenia que suceder -repitio la enana. Un avion rompio el cielo sobre nuestras cabezas: era como el ruido del

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