— ?Por Dios, que severa eres, mama! ?No debe pasar el amor por delante de todas las consideraciones politicas?

— ?No cuando se es rey de Francia! Por otra parte, prometo que te escribire a menudo…

— ?Todos los dias?

— Hare lo que pueda…

— Gracias, eres un angel. Y a proposito, ?cuando piensas sacarme de aqui? ?Tengo catorce anos, y mi madrina era doncella de honor a los doce! Y ademas…

— Y ademas tienes prisa porque te vean en sitios distintos de un locutorio… ?La vanidad es un pecado!

— No soy vanidosa… y tampoco hipocrita. ?Y se muy bien que no soy fea!

Sylvie dejo escapar un suspiro. ?Fea? Su pequena Marie era sencillamente encantadora, con sus grandes ojos azules y su magnifico cabello rubio del color del lino. Habia encontrado la manera de parecerse a la vez a su padre y su madre, y el resultado era a un tiempo intrigante y delicioso. Lo que no dejaba de inquietar a Sylvie, convencida de que su hija atraeria a muchos codiciosos desde el momento en que la presentara en la corte. Por eso habia fijado a los quince anos el debut mundano de Marie. De todas maneras, con su caracter impetuoso y a menudo imprevisible, seria imposible tenerla escondida mucho mas tiempo.

Su segunda visita fue al hotel de Vendome. Sentia por la duquesa y por Elisabeth de Nemours, su hija, un profundo carino; de modo que, una vez vencida por fin la Fronda, no habia dejado de frecuentar con total tranquilidad de espiritu la gran mansion del faubourg Saint-Honore. Y eso por la mejor de las razones: estaba segura de no encontrar nunca alli a Francois.

Despues de las locuras de una guerra civil de la que era en parte responsable, el que habia sido llamado Rey de Les Halles fue enviado al exilio en los castillos familiares de Anet o de Chenonceau. Un exilio bastante agradable, que vivio a menudo en compania de Monsieur -Gaston d'Orleans, el peligroso hermano del difunto rey Luis XIII- y sobre todo de su hija, la impetuosa Mademoiselle, que en el ultimo combate de la Fronda habia ordenado con tanta audacia disparar los canones de la Bastilla contra las tropas reales. Los dos se entendian de maravilla. Por otra parte, las excelentes relaciones existentes desde siempre entre Beaufort y su padre, el duque Cesar de Vendome, y su hermano Louis de Mercoeur, se habian roto el dia de 1651 en que Louis, con la bendicion de su padre, se habia casado con Laura Mancini, la mayor de las sobrinas de Mazarino. El hecho de que fuera un matrimonio por amor no impedia que el rebelde lo considerara una traicion y una mesalliance (un casamiento con una persona de linaje inferior).

Mas tarde, un drama mas oscuro le aparto un poco mas de su familia: el 30 de julio de 1652, Beaufort mato en duelo al marido de Elisabeth, Charles-Amedee de Saboya, duque de Nemours. El motivo habia sido insignificante y la culpa habia recaido enteramente en Nemours, que no habia podido soportar que su cunado fuera nombrado gobernador de Paris durante los ultimos estertores de la Fronda. El joven provoco de todas las maneras posibles a Beaufort, llego a tratarle de bastardo y cobarde y a exigir que el duelo fuera a muerte y a pistola, mucho mas peligrosa que la espada, porque una reciente herida en la mano le dificultaba el manejo del acero. El encuentro tuvo lugar a las siete de la tarde, en el mercado de caballos situado detras de los jardines, y ocho testigos se alinearon al lado de los dos adversarios. [2] La bala de Nemours unicamente rozo a Beaufort, que en lugar de disparar suplico a su «hermano» dejar asi las cosas; pero este, loco de rabia, exigio que el duelo continuara a espada. Unos instantes mas tarde caia con el pecho atravesado por la misma temible estocada que habia matado ya a Jean de Fontsomme.

La desesperacion de Elisabeth fue inmensa: adoraba a aquel hombre, a pesar de que la habia enganado de manera constante. Casi tan desolado como ella, Francois se encerro por algun tiempo con los cartujos; pero por la herida de Nemours se escapo una parte del amor que durante tanto tiempo habia unido a hermano y hermana. Y el hotel de Vendome, en el que se refugio Elisabeth con sus hijas, permanecio cerrado a cal y canto para el involuntario homicida, a pesar del dolor de Francoise de Vendome -madre de Elisabeth, Francois y Louis-, que esperaba que el tiempo acabaria por arreglar las cosas.

Pero las cosas no se arreglaron. Francoise se mantuvo voluntariamente apartado, a pesar de la desgracia que afligio a su hermano mayor. En 1657, la encantadora Laura, que habia sido el primer motivo de disputa en el seno de la familia, murio en pocos dias, dejando dos hijos a un esposo desesperado que se encerro en los Capuchinos con la intencion de tomar el habito. Si Beaufort se sintio compadecido de su hermano en aquellas circunstancias, no lo manifesto. Algun tiempo despues, Mercoeur se convirtio en gobernador de Provenza, y alli defendio con energia los intereses del rey al reprimir con energia una revuelta en Marsella.

La familia recuperaba su brillo, debido en buena parte al casamiento con la sobrina de Mazarino que tanto habia molestado a Francois. Asi, el duque Cesar habia sido promovido al cargo de almirante que tanto deseaba su hijo menor, y si desde entonces apenas se le veia en Paris, ya no era como en otro tiempo debido al exilio, sino a que estaba en el mar, realizando un excelente trabajo. Ciertamente debia a Beaufort el haber sobrevivido, pero para este aquello era un magro consuelo.

La duquesa Francoise, siempre fiel a ella misma, velaba de lejos por el, como por todo su pequeno mundo. Junto a ella, en su ternura y en su profunda fe religiosa, habia encontrado la serenidad la pobre Elisabeth. Las dos dedicaban gran parte de su tiempo a la caridad, si bien Madame de Nemours no tenia bastante animo para acompanar a su madre a los lugares de perdicion en los que esta continuaba, a pesar de su edad, esforzandose en socorrer a las mujeres de mala vida.

Cuando Sylvie llego al hotel de Vendome, la duquesa no estaba. En esta ocasion no se encontraba en un burdel ni en un tugurio. Por una Elisabeth visiblemente muy afligida, la visitante supo que la duquesa habia ido a Saint-Lazare a ver a Monsieur Vincent, cuya salud era motivo de graves inquietudes. Medio paralitico, el apostol de todas las miserias se acercaba a su fin, sin perder por ello la alegre serenidad que le acompanaba en todas las circunstancias.

Las palabras desoladas de Madame de Nemours contrastaban con el estrepito que reinaba en la casa, por la que parecia correr un tropel de gatos enfurecidos.

— No os preocupeis -explico Elisabeth con una sonrisa de excusa-. Son mis hijas… Desde hace ocho dias no paran de pelearse.

Y como Sylvie, sin atreverse a preguntar, no pudo impedir levantar una ceja interrogadora, anadio:

— Las dos se han enamoriscado del sobrino del mariscal de Gramont, el joven Antoine Nompar de Caumont, [3] y confieso que no lo entiendo, porque es bajito y feo, por mas que hay que reconocerle una gran inteligencia y un ingenio agudo.

Sylvie penso que el mal gusto familiar podia ser hereditario, porque la propia Elisabeth habia mostrado una acusada inclinacion por el abate de Gondi en la epoca en que todavia no era cardenal de Retz; pero se contento con observar:

— Sobre gustos no hay nada escrito. En particular en el amor, pero ?por que pelearse? ?Es que ese joven hace de arbitro de los combates?

— Esta a cien leguas de sospechar nada, pero esas senoritas han decidido que sera de la una o de la otra. Se lo juegan a los dados, y la perdedora tendra que retirarse a un convento. Pero como la suerte es variable, acaban siempre por pelearse. Resulta fastidioso, sobre todo porque a la mayor, Marie-Jeanne-Baptiste, se le ha presentado un pretendiente…

— ?Ya?

— Tiene dieciseis anos, y el novio no es de desdenar, porque se trata de nuestro joven primo Charles- Leopold, el heredero de la Lorena.

— ?Que opina vuestra madre?

— Ya la conoceis. Dice que hay que dejarlas tirarse del mono tanto como les apetezca, dado que con ello no se desfiguran y que no habra problema hasta que el joven Caumont no se presente a pedir la mano de una de las dos, lo que no ocurrira nunca. Pero a pesar de todo, este asunto me atormenta, y me siento envejecer dia a dia…

Lo peor es que, en efecto, envejecia. A los cuarenta y seis anos, la pobre mujer parecia tener quince mas y apenas quedaba recuerdo de la bella muchacha rubia, tan jovial, con tanta alegria de vivir, que habia sido para Sylvie una companera de infancia llena de afecto. Es cierto que desde su boda con Nemours habia sufrido mucho, primero debido a la indiferencia casi total de un esposo al que amaba, despues por la muerte de sus tres hijos varones, y finalmente por la de su esposo a manos del hermano al que adoraba. Le quedaban aquellas dos hijas, y parecian darse todas las molestias del mundo para aumentar sus penas.

— Tranquilizaos, amiga mia, y pensad un poco en vos misma. Pienso, igual que Madame de Vendome, que

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