Manhattan, Duran entro de animador en el Pelusa Dancing, un cafe danzante de la calle 122 East a mediados de los anos sesenta, cuando recien habia cumplido los veinte anos. Ascendio rapido porque era rapido, porque era divertido, porque estaba siempre dispuesto y era leal. Al poco tiempo empezo a trabajar en los casinos de Long Island y de Atlantic City.

Todos en el pueblo recordaban el asombro que les provocaban las historias que contaba de su vida en el bar del Hotel Plaza, tomando gin-tonic y comiendo manies, en voz baja, como si fuera una confidencia privada. Nadie estaba seguro de que esas historias fueran verdaderas, pero a nadie le importaba ese detalle y lo escuchaban agradecidos de que se sincerara con los provincianos que vivian en el mismo lugar donde habian nacido y donde habian nacido sus padres y sus abuelos y solo conocian el modo de vida de tipos como Duran por lo que veian en la serie policial de Telly Savalas que pasaban los sabados a la noche en la television. El no entendia por que querian escuchar la historia de su vida, que era igual a la historia de la vida de cualquiera, habia dicho. «No son tantas las diferencias, hablando en plata -decia Duran-, lo unico que cambia son los enemigos.»

Despues de un tiempo en el casino, Duran amplio su horizonte conquistando mujeres. Habia desarrollado un sexto sentido para adivinar la riqueza de las damas y diferenciarlas de las aventureras que estaban ahi para cazar algun pajarito con plata. Pequenos detalles atraian su atencion, cierta cautela al apostar, la mirada deliberadamente distraida, cierto descuido en el modo de vestir y un uso del lenguaje que asociaba de inmediato con la abundancia. Cuanto mas dinero, mas laconicas, era su conclusion. Tenia clase y habilidad para seducirlas. Siempre las contradecia y las toreaba, pero a la vez las trataba con una caballerosidad colonial que habia aprendido de sus abuelos de Espana. Hasta que una noche de principios de diciembre de 1971 en Atlantic City conocio a las mellizas argentinas.

Las hermanas Belladona eran hijas y nietas de los fundadores del pueblo, inmigrantes que habian hecho su fortuna cuando termino la guerra contra el indio y tenian campos por la zona de Carhue. Su abuelo, el coronel Bruno Belladona, habia llegado con el ferrocarril y habia comprado tierras que ahora administraba una firma norteamericana, y su padre, el ingeniero Cayetano Belladona, vivia retirado en la casona de la familia, aquejado de una extrana enfermedad que le impedia salir pero no controlar la politica del pueblo y del partido. Era un hombre desdichado que solo sentia devocion por sus dos hijas mujeres (Ada y Sofia) y que habia tenido un conflicto grave con sus dos hijos varones (Lucio y Luca), a los que habia borrado de su vida como si nunca hubieran existido. La diferencia de los sexos era la clave de todas las tragedias, pensaba el viejo Belladona cuando estaba borracho. Las mujeres y los hombres son especies distintas, como los gatos y los caranchos, ?a quien se le ocurre hacerlos convivir? Los varones quieren matarte y matarse entre ellos y las mujeres quieren meterse en tu cama o, en su defecto, meterse juntas en cualquier catre a la hora de la siesta, deliraba un poco el viejo Belladona.

Se habia casado dos veces y habia tenido a las mellizas con su segunda mujer, Matilde Ibarguren, una pituca de Venado Tuerto mas loca que una campana, y a los varones con una irlandesa de pelo colorado y ojos verdes que no soporto la vida en el campo y se escapo primero a Rosario y despues a Dublin. Lo raro es que los varones habian heredado el caracter desquiciado de su madrastra mientras que las chicas eran iguales a la irlandesa, pelirrojas y alegres que iluminaban el aire en cuanto aparecian. Destinos cruzados, lo llamaba Croce, los hijos heredan las tragedias cruzadas de sus padres. Y el escribiente Saldias anotaba con cuidado las observaciones del comisario, tratando de aprender los usos y costumbres de su nuevo destino. Recien trasladado al pueblo por pedido de la fiscalia, que buscaba controlar al comisario demasiado rebelde, Saldias admiraba a Croce como si fuera el mayor pesquisa [2] de la historia argentina y recibia con seriedad todo lo que le decia el comisario, que a veces, en broma, lo llamaba directamente Watson.

De todos modos, las historias de Ada y Sofia por un lado y de Lucio y Luca por el otro se mantuvieron alejadas durante anos, como si formaran parte de tribus distintas, y solo se unieron cuando aparecio muerto Tony Duran. Habia habido una transa de dinero y parece que el viejo Belladona tuvo algo que ver con un traslado de fondos. El viejo iba una vez por mes a Quequen a vigilar los embarques de granos que exportaba y por los que recibia una compensacion en dolares que el Estado le pagaba con el pretexto de mantener estables los precios internos. A sus hijas les enseno su propio codigo moral y las dejo que hicieran lo que quisieran y las crio como si ellas fueran sus unicos hijos varones.

Desde chicas las hermanas Belladona fueron rebeldes, fueron audaces, competian todo el tiempo una contra la otra, con obstinacion y alegria, no para diferenciarse, sino para agudizar la simetria y saber hasta donde realmente eran iguales. Salian a caballo a vizcachear de noche, en invierno, en el campo escarchado; se metian en los cangrejales de la barranca; se banaban desnudas en la laguna brava que le daba nombre al pueblo y cazaban patos con la escopeta de dos canos que su padre les habia comprado cuando cumplieron trece anos. Estaban, como se dice, muy desarrolladas para su edad, asi que nadie se asombro cuando -casi de un dia para el otro- dejaron de cazar y de andar a caballo y de jugar al futbol con los peones y se volvieron dos senoritas de sociedad que se mandaban a hacer la ropa identica en una tienda inglesa de la Capital. Al tiempo se fueron a estudiar Agronomia a La Plata, por voluntad del padre, que queria verlas pronto a cargo de los campos. Se decia que estaban siempre juntas, que aprobaban con facilidad los examenes porque conocian el campo mejor que sus maestros, que se intercambiaban los novios y que le escribian cartas a su madre para recomendarle libros y pedirle plata.

En ese entonces el padre sufrio el accidente que lo dejo medio paralitico y ellas abandonaron los estudios y volvieron a vivir al pueblo. Las versiones de lo que le habia pasado al viejo eran variadas: que lo habia volteado el caballo cuando lo sorprendio una manga de langostas que venia del norte y estuvo toda la noche tirado en medio del campo, con las patas tipo serrucho de los bichos en la cara y en las manos; que le habia dado un ataque cuando estaba echandose un polvo con una paraguaya en el prostibulo de la Bizca y que la chica le salvo la vida porque, casi sin darse cuenta, le siguio haciendo respiracion boca a boca; o tambien -segun decian- porque una tarde descubrio que alguien muy cercano -no quiso pensar que fuera uno de sus hijos varones- lo estaba envenenando con pequenas dosis de un liquido para matar garrapatas mezclado en el whisky que tomaban al caer la tarde en la galeria florecida de la casa. Parece que cuando se dieron cuenta el veneno ya habia hecho parte del trabajo y al poco tiempo ya no pudo caminar. Lo cierto es que pronto se los dejo de ver por el pueblo (a las hermanas y al padre). A el porque se metio en la casa y casi no salia, y a ellas porque, luego de cuidarlo un par de meses, se aburrieron de estar encerradas y decidieron irse de viaje al extranjero.

A diferencia de todas sus amigas, no se fueron a Europa sino a Norteamerica. Estuvieron un tiempo en California y luego cruzaron en tren el continente en un viaje de varias semanas con paradas largas en ciudades intermedias, hasta que al principio del invierno del Norte llegaron al Este. En el viaje se dedicaron sobre todo a jugar en los casinos de los grandes hoteles y a darse la gran vida, haciendo el numerito de las herederas sudamericanas en busca de aventuras en la tierra de los advenedizos y los nuevos ricos del mundo.

Esas eran las noticias de las hermanas Belladona que llegaban al pueblo. Las novedades venian con el tren correo de la noche que dejaba la correspondencia en grandes bolsas de lona tiradas en el anden de la estacion -y era Sosa, el encargado de la estafeta, quien reconstruia el itinerario de las muchachas segun el matasellos que venia en los sobres dirigidos a su padre- y se completaban con el relato detallado de los viajantes y comisionistas que se acercaban a las tertulias del bar del hotel a contar lo que se rumoreaba sobre las mellizas entre sus condiscipulas de La Plata, frente a las que -segun parece- ellas alardeaban -desde la lejania, por telefono- sobre sus conquistas y sus hallazgos norteamericanos.

Hasta que a fines de 1971 las hermanas llegaron a la zona de Nueva York y poco despues en un casino de Atlantic City conocieron al agradable joven cetrino de origen incierto que hablaba un espanol que parecia salido del doblaje de una serie de television. Al principio, Tony Duran frecuento a las dos pensando que eran una sola. Ese era un sistema de diversion que las hermanas practicaban desde siempre. Era como tener un doble que hiciera las tareas desagradables (y las agradables) y asi se turnaron en todas las cosas de la vida, y de hecho -se decia en el pueblo- hicieron la mitad de la escuela, la mitad del catecismo y hasta la mitad de la iniciacion sexual. Siempre estaban sorteando quien de las dos iba a hacer lo que tenian que hacer. ?Sos vos o tu hermana? era la pregunta mas repetida en el pueblo cada vez que aparecia una de ellas en un baile o en el comedor del Club Social. Muchas veces su madre, dona Matilde, tenia que atestiguar que una de ellas era Sofia y la otra Ada. O al reves. Porque su madre era la unica capaz de identificarlas. Por el modo de respirar, decia.

La pasion de las mellizas por el juego fue lo primero que atrajo a Duran. Las hermanas estaban acostumbradas a apostar una contra la otra y el formo parte de esa partida. A partir de ahi se dedico a seducirlas

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