pueblo de la provincia de Buenos Aires no existian o no eran tan visibles. Parecia siempre contento y todos los que hablaban con el o se lo cruzaban por la calle se sentian importantes por el modo que tenia de escucharlos y de darles la razon. Asi que a la semana de estar en el pueblo ya habia establecido una corriente de calidez y simpatia y llego a ser popular y conocido aun entre los hombres que nunca lo habian visto. [3]

Porque se dedico a convencer a los hombres, las mujeres siempre estuvieron de su lado y hablaban de el en los banos de damas de la confiteria y en los salones del Club Social y en las interminables conversaciones telefonicas en los atardeceres de verano, y ellas fueron, desde luego, las que empezaron a decir que en realidad habia venido por las hermanas Belladona.

Hasta que al fin, una tarde, lo vieron entrar, divertido y charlando, con una de las dos hermanas, con Ada, dicen, en el bar del Plaza. Se sentaron a una mesa en un rincon alejado y se pasaron la tarde hablando y riendo en voz baja. Fue una explosion, un alarde de alegria y de malicia. Esa noche mismo empezaron los comentarios en voz baja y las versiones subidas de tono.

Dijeron tambien que los habian visto entrar al fin de la noche en la posada de la ruta que iba a Rauch e incluso que lo recibian en una casita que las chicas tenian lejos del pueblo, en las inmediaciones de la fabrica cerrada que se alzaba como un monumento abandonado a unos diez kilometros del pueblo.

Pero fueron habladurias, decires provincianos, versiones que solo lograron hacer crecer su prestigio (y tambien el de las chicas).

Desde luego, como siempre, las hermanas Belladona habian sido las adelantadas, las precursoras de todo lo interesante que pasaba en el pueblo: habian sido las primeras en usar minifaldas, las primeras en no ponerse soutien, las primeras en fumar marihuana y tomar pildoras anticonceptivas. Como si las hermanas hubieran pensado que Duran era el hombre indicado para completar su educacion. Una historia de iniciacion, entonces, como en las novelas donde jovenes arribistas conquistan a las duquesas frigidas. Ellas no eran frigidas ni eran duquesas pero el si era un joven arribista, un Julien Sorel del Caribe, como dijo, erudito, Nelson Bravo, el redactor de Sociales del diario local.

Lo cierto es que fue en esa epoca cuando los hombres pasaron de observarlo con simpatia distante a tratarlo con ciega admiracion y envidia bien intencionada.

– Venia con una de las hermanas muy tranquilo a tomarse una copita aqui porque al principio no lo dejaron (dicen) entrar en el Club Social. Los copetudos son de lo peor, quieren todo a escondidas. La gente sencilla, en cambio, es mas liberal -dijo Madariaga, usando la palabra en su viejo sentido-. Si hacen algo, lo hacen a la luz del dia. ?O no convivio don Cosme con su hermana Margarita mas de un ano? ?O no vivieron los dos hermanos Jauregui con una mujer que habian sacado de un prostibulo de Lobos? ?O el viejo Andrade no se enredo con una criatura de quince anos que estaba pupila en un convento de las monjas carmelitas?

– Seguro -dijo un paisano.

– Claro que si Duran hubiera sido un yanqui rubio, todo habria sido distinto -dijo Madariaga.

– Seguro -dijo el paisano.

– A Seguro lo llevaron preso -dijo Bravo, sentado al fondo, cerca de la ventana, mientras disolvia una cucharada de bicarbonato en un vaso de soda porque sufria acidez y estaba siempre amargado.

A Duran le gustaba la vida de hotel y se acostumbro a vivir de noche. Se paseaba por los pasillos vacios mientras todos dormian; a veces conversaba con el conserje del turno de noche, que andaba a toda hora tanteando puertas y dormitaba en los sillones de cuero de la sala grande. Conversar es un decir, porque el conserje era un japones que sonreia y decia que si a todo, como si no entendiera el idioma. Era chiquito y palido, engominado, vestido de traje y pajarita, muy servicial. Venia del campo, donde sus parientes tenian un vivero, y se llamaba Yoshio Dazai, [4] pero todos en el hotel le decian el Japo. Parece que Yoshio fue para Duran la fuente principal de informacion. Fue el quien le conto la historia del pueblo y la verdadera historia de la fabrica abandonada de los Belladona. Muchos se preguntaban como habia terminado el japones viviendo de noche como un gato, alumbrando el tablero de las llaves con una linternita, mientras la familia cultivaba flores en una quinta de las afueras. Era amable y delicado, muy formal y muy amanerado. Silencioso, de mansos ojos rasgados, todos pensaban que el japones se empolvaba el cutis y que tenia la debilidad de ponerse un poco de colorete, apenas un velo, en las mejillas, y que se sentia muy orgulloso de su pelo renegrido y lacio, que el mismo llamaba Ala de cuervo. Yoshio se aficiono o quedo tan deslumbrado por Duran que lo seguia a todos lados y parecia su mucamo personal.

A veces a la madrugada los dos bajaban a la calle, cruzaban entre los arboles y atravesaban el pueblo caminando por el medio de la calle hasta la estacion; se sentaban en un banco, en el anden desierto, y miraban pasar el rapido de la madrugada. El tren no paraba nunca, pasaba como una luz por el pueblo y seguia para el sur hacia la Patagonia. Yoshio y Duran veian la cara de los pasajeros, recostados contra el vidrio iluminado de las ventanillas, como muertos en el cristal de la morgue.

Y fue Yoshio quien, un mediodia de principios de febrero, le entrego el sobre de las hermanas Belladona con la invitacion a visitar la casa familiar. Le habian dibujado un plano en una hoja de cuaderno y con un circulo rojo le marcaron la ubicacion de la mansion en la loma. Parece que lo invitaban a conocer al padre.

La casona de la familia estaba sobre la barranca, en la parte vieja del pueblo, en lo alto de las lomas desde las que se ven los montes, la laguna y la llanura gris e interminable. Duran se vistio con un traje blanco de lino y zapatos combinados, y a media tarde cruzo el pueblo y subio por el camino del alto hacia la casa.

Y lo hicieron entrar por la puerta de servicio.

Fue un error de la mucama, lo vio mulato y penso que era un peon disfrazado…

Paso por la cocina y luego de cruzar el cuarto de planchar y las piezas de los sirvientes llego al salon que daba al parque donde lo esperaba el viejo Belladona, flaco y oscuro como un mono embalsamado, las piernas chuecas, los ojos achinados. Muy bien educado, Duran hizo las inclinaciones de rigor y se acerco a saludar al Viejo, con las formas de respeto que se usan habitualmente en el Caribe espanol. Pero eso no funciona en la provincia de Buenos Aires, porque aqui son los sirvientes quienes tratan de ese modo a los senores, ellos (decia Croce) son los unicos que mantienen las maneras aristocraticas de la colonia espanola que ya se han perdido en todos lados. Y eran los senores quienes le ensenaban a los criados los modales que ellos habian abandonado, como si hubieran depositado en esos hombres oscuros las maneras que ya no necesitaban.

Asi que Duran actuo, sin darse cuenta, como un capataz de estancia, como un arrendatario o un puestero que se acerca, solemne y lento, a saludar al patron.

Tony no entendia las relaciones y las jerarquias del pueblo. No entendia que habia zonas -los senderos embaldosados en medio de la plaza, la vereda de la sombra en el bulevar, los bancos de adelante en la iglesia- a las que solo iban los miembros de las viejas familias, que habia lugares -el Club Social, los palcos del teatro, el restaurante del Jockey Club- a los que no se podia acceder aunque se tuviera plata.

?Pero no tenia razon de desconfiar el viejo Belladona?, se preguntaban todos retoricamente. De desconfiar y de hacerle ver de entrada a ese forastero arrogante cuales eran las reglas de su clase y de su casa. Seguramente el Viejo se habia preguntado -y todos se hacian esa pregunta- como era posible que un mulato que decia venir de Nueva York apareciera en un lugar donde los ultimos negros habian desaparecido cincuenta anos antes o se habian disuelto hasta borrarse y formar parte del paisaje, y no explicara nunca claramente para que habia venido e insinuara que venia a cumplir una suerte de mision secreta. Algo se dijeron esa tarde, el Viejo y Tony, se supo despues; parece que venia con un mensaje o un encargo, pero todo bajo cuerda.

El Viejo vivia en un amplio salon que parecia una cancha de paleta. Habian volteado las paredes para hacerle lugar, asi que el Ingeniero podia moverse de un lado a otro, entre sus mesas y sus escritorios, hablando solo y espiando por la ventana el movimiento muerto de la calle del otro lado del parque.

– Lo van a llamar el Zambo a usted por aqui -le dijo el Viejo, y sonrio caustico-. Habia muchos negros en el Rio de la Plata en la epoca de la colonia, formaron un batallon de pardos y morenos, muy decididos, pero los mataron a todos en las guerras de la independencia. Hubo incluso algunos gauchos negros, sirviendo en la frontera, pero al final todos se fueron a vivir con los indios. Hace unos anos quedaban todavia negros en los montes, pero se fueron muriendo y ya no hay mas. Me han dicho que hay muchos modos de diferenciar el color de la piel en el Caribe, pero aqui a los mulatos los llamamos zambos. [5] Me entiende, joven.

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