Ricardo Piglia

Blanco Nocturno

© Ricardo Piglia, 2010

A Beba Eguia

La experiencia es una lampara tenue que solo ilumina a quien la sostiene.

LOUIS-FERDINAND CELINE

Primera parte

1

Tony Duran era un aventurero y un jugador profesional y vio la oportunidad de ganar la apuesta maxima cuando tropezo con las hermanas Belladona. Fue un menage a trois que escandalizo al pueblo y ocupo la atencion general durante meses. Siempre aparecia con una de ellas en el restaurante del Hotel Plaza pero nadie podia saber cual era la que estaba con el porque las gemelas eran tan iguales que tenian identica hasta la letra. Tony casi nunca se hacia ver con las dos al mismo tiempo, eso lo reservaba para la intimidad, y lo que mas impresionaba a todo el mundo era pensar que las mellizas dormian juntas. No tanto que compartieran al hombre sino que se compartieran a si mismas.

Pronto las murmuraciones se transformaron en versiones y en conjeturas y ya nadie hablo de otra cosa; en las casas o en el Club Social o en el almacen de los hermanos Madariaga se hacia circular la informacion a toda hora como si fueran los datos del tiempo.

En ese pueblo, como en todos los pueblos de la provincia de Buenos Aires, habia mas novedades en un dia que en cualquier gran ciudad en una semana y la diferencia entre las noticias de la region y las informaciones nacionales era tan abismal que los habitantes podian tener la ilusion de vivir una vida interesante. Duran habia venido a enriquecer esa mitologia y su figura alcanzo una altura legendaria mucho antes del momento de su muerte.

Se podria hacer un diagrama con las idas y venidas de Tony por el pueblo, su deambular somnoliento por las veredas altas, sus caminatas hasta las cercanias de la fabrica abandonada y los campos desiertos. Pronto tuvo una percepcion del orden y las jerarquias del lugar. Las viviendas y las casas se alzan claramente divididas en capas sociales, el territorio parece ordenado por un cartografo esnob. Los pobladores principales viven en lo alto de las lomas; despues, en una franja de unas ocho cuadras esta el llamado centro historico [1] con la plaza, la municipalidad, la iglesia, y tambien la calle principal con los negocios y las casas de dos pisos; por fin, al otro lado de las vias del ferrocarril, estan los barrios bajos donde muere y vive la mitad mas oscura de la poblacion.

La popularidad de Tony y la envidia que suscito entre los hombres podria haberlo llevado a cualquier lado, pero lo perdio el azar, que fue lo que en verdad lo trajo aqui. Era extraordinario ver a un mulato tan elegante en ese pueblo de vascos y de gauchos piamonteses, un hombre que hablaba con acento del Caribe pero parecia correntino o paraguayo, un forastero misterioso perdido en un lugar perdido de la pampa.

– Siempre estaba contento -dijo Madariaga, y miro por el espejo a un hombre que se paseaba nervioso, con un rebenque en la mano, por el despacho de bebidas del almacen-. Y usted, comisario, ?se toma una ginebrita?

– Una grapa, en todo caso, pero no tomo cuando estoy de servicio -contesto el comisario Croce.

Alto, de edad indefinida y cara colorada, de bigote gris y pelo gris, Croce masticaba pensativo un cigarro Avanti mientras caminaba de un lado al otro, pegando con el rebenque contra la patas de las sillas, como si estuviera espantando sus propios pensamientos, que gateaban por el piso.

– Como puede ser que nadie lo haya visto a Duran ese dia -dijo, y los que estaban ahi lo miraron callados y culpables.

Despues dijo que el sabia que todos sabian pero nadie hablaba y que andaban pensando macanas por el gusto de buscarle cinco patas al gato.

– De donde habra salido ese dicho -dijo, y se detuvo intrigado a pensar y se extravio en el zigzag de sus ideas, que se prendian y se apagaban como bichos de luz en la noche. Sonrio y empezo a pasearse de nuevo por el salon-. Igual que Tony -dijo, y recordo una vez mas su historia-. Un yanqui que no parecia yanqui pero era un yanqui.

Tony Duran habia nacido en San Juan de Puerto Rico y sus padres se fueron a vivir a Trenton cuando el tenia cinco anos, de modo que se habia criado como un norteamericano de Nueva Jersey. De la isla solo recordaba que su abuelo era un gallero y que lo llevaba a las rinas los domingos y tambien se acordaba de los hombres que se cubrian los pantalones con hojas de periodico para evitar que la sangre que chorreaba de los gallos les manchara la ropa.

Cuando vino aqui y conocio un picadero clandestino en Pila y vio a los peones en alpargatas y a los gallitos pigmeos haciendo pinta en la arena, empezo a reirse y a decir que no era asi como se hacia en su pais. Pero al final se entusiasmo con la bravura suicida de un bataraz que usaba los espolones como un boxeador zurdo de peso liviano usa sus manos para salir pegando del cuerpo a cuerpo, veloz, mortifero, despiadado, buscando solo la muerte del rival, su destruccion, su fin, y al verlo Duran empezo a apostar y a entusiasmarse con la rina, como si ya fuera uno de los nuestros (one of us, para decirlo como lo hubiera dicho el mismo Tony).

– Pero no era uno de los nuestros, era distinto, aunque no fue por eso que lo mataron, sino porque se parecia a lo que nosotros imaginabamos que tenia que ser -dijo, enigmatico como siempre y como siempre un poco volado, el comisario-. Era simpatico -agrego, y miro el campo-. Yo lo queria -dijo el comisario, y se quedo clavado en el suelo, cerca de la ventana, la espalda apoyada contra la reja, hundido en sus pensamientos.

A la tarde, en el bar del Hotel Plaza, Duran solia contar fragmentos de su infancia en Trenton, la gasolinera de su familia al costado de Route One, su padre que tenia que levantarse a la madrugada a despachar nafta porque un coche que se habia desviado de la ruta tocaba la bocina y se oian risas y musica de jazz en la radio y Tony se asomaba medio dormido a la ventana y veia los veloces autos carisimos, con las rubias alegres en el asiento de atras, cubiertas con sus tapados de armino, una aparicion luminosa en medio de la noche que se confundia -en la memoria- con fragmentos de un film en blanco y negro. Las imagenes eran secretas y personales y no pertenecian a nadie. Ni siquiera recordaba si esos recuerdos eran suyos, y a Croce a veces le pasaba lo mismo con su vida.

– Soy de aqui -dijo de pronto el comisario como si hubiera despertado- y conozco bien el pelaje de los gatos y no he visto nunca uno que tuviera cinco patas, pero me puedo imaginar perfectamente la vida de este muchacho. Parecia venir de otro lado -dijo sosegado Croce-, pero no hay otro lado. -Miro a su ayudante, el joven inspector Saldias, que lo seguia a todos lados y aprobaba sus conclusiones-. No hay otro lado, todos estamos en la misma bolsa.

Como era elegante y ambicioso y bailaba muy bien la plena en los salones dominicanos del Harlem hispano de

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