– Supongo que Adolfo y Manuela comeran con nosotros.

Penso que siempre estaban en compania de alguien. Cuando sus hijos se hicieron mayores, Victoria tuvo la impresion de que ella y Ramon podian volver a llevar una vida propia, renovar su intimidad como una pareja joven que se escapa al cine o improvisa cenas divertidas. Pero no fue asi. Una vez habia leido en un libro de psicologia: «No se deben idealizar las situaciones», y aplicaba continuamente esa formula. Para cuando los chicos fueron mayores, ellos ya tenian cuarenta anos y estaban metidos en el mundo laboral, en el mundo social, en el mundo que otros habian creado para ellos y en el que habian permanecido sin dudar. Llego a olvidarse de aquella segunda oportunidad rejuvenecedora. En cada vida hay varias posibilidades de eleccion y ella habia ejercitado las suyas. Despues, todo viene rodado, todo se encamina por las mismas inercias que desplazan hacia adelante a todo el mundo. No podia quejarse de lo conseguido: tenian dinero, hijos sin conflictos, trabajo y armonia, mucha armonia. Aquellos anhelos de renovacion eran propios de chicas inconsistentes o, mucho peor, de mujeres maduras acomodadas e insatisfechas. Detestaba a las personas insatisfechas, siempre amargando a los demas con sus frustraciones, incapaces de valorar lo que les habia sido concedido, lo que ellas mismas habian obtenido con su esfuerzo. Victoria era poco tolerante consigo misma, solia reprenderse con dureza, pero a proposito de su actuacion con aquel hombre, no encontraba nada por lo que censurarse. Era incapaz de pensar, solo se daba cuenta de que cuando lo veia el corazon le galopaba en el pecho, y no estaba dispuesta a renunciar por nada a esa sensacion inofensiva.

Iban a las ruinas de Montalban en un microbus fletado para la ocasion. Alegres damas casadas acudiendo a un picnic de caracter cultural. De sus bocas salia un aliento calido con aroma a cafe de buena calidad. Era demasiado temprano para charlar, casi de madrugada. Dejaron atras la ciudad y se empinaron montana arriba por una carretera angosta. Se veian las casitas miserables extendiendose por todas partes, los patios traseros arracimados, separados por tapias semiderruidas e irregulares. La altura desde donde contemplaban el panorama permitia atisbar su interior: tinajas enormes, algun cerdo, gallinas… En uno de ellos Paula avisto a una vieja banandose desnuda, una imagen fugaz, porque circulaban a bastante velocidad. Enjuta, se encontraba dentro de un barreno de zinc, arrodillada. Solo la vio de espaldas, una larga coleta de pelo cano colgandole hasta la cintura. Supo que, por mucho tiempo que viviera, nunca olvidaria esa imagen, pero no supo explicarse por que. Aquel pais debia de estar haciendola enloquecer un poco. Obsesiones y traumas que creia enterrados reverdecian como si estuvieran plantados en surcos. Ella no seria nunca una mujer vieja metida en un barreno, pero seria una mujer vieja. Las mujeres viejas siempre le habian producido horror: oquedades hediondas y pequenas manias mecanicas, como rebuscar algo indeterminado en el bolso lleno de cachivaches dispares. Intento concentrarse en la magnificencia del paisaje, demasiado enorme para abarcarlo. Estaba convencida de que las personas solo podian disfrutar de naturalezas parecidas a las que descubrieron en la infancia, alli donde habian nacido, o crecido. Por eso no conseguia apreciar aquella tierra: los grandes valles, las montanas, los llanos… tan excesivos. Por un momento deseo encontrar lugares abiertos a la medida de sus ojos: huertos roturados, vinedos encaramados en lomas, naranjos. Su cuerpo se veia desplazado hacia un lado cuando el conductor tomaba las curvas, cada vez a mayor velocidad. Susy traqueteaba a su lado, el cuello tronchado, la cabeza vencida. Hubiera sido absurdo morir en aquellas circunstancias, turismo. Hubiera sido absurda cualquier muerte en aquel pais, su propia estancia alli lo era. ?Por que habia ido, por que se habia brindado a viajar con Santiago?, ?queria prolongar la agonia de su matrimonio?, ?queria tener la ocasion de poder martirizarlo un poco mas? Ya ni siquiera eso hacia. No habia expectativas de futuro. Llevaba quince anos junto a el. Ninguna esperanza se fraguaba en aquel viaje. Mexico no seria un parentesis, ni un final. Sin embargo, le resultaba extranamente gratificante estar alli en calidad de esposa. Cumplir los deberes de una esposa era facil, un papel codificado desde hacia siglos. Todo consistia en seguirlo alli donde fuera, en tener las aspirinas a punto por si le dolia la cabeza. Ahora formaba parte de un colectivo de esposas que le demostraban con su ejemplo que el matrimonio era sin duda algo bueno. Imposibilitada para representarse el futuro junto a Santiago, tampoco era capaz de representarselo sola. Aquel rebano variopinto de esposas le comunicaba cierta paz, como si algo en su vida tuviera sentido. Si el rebano se despenaba por un acantilado, ella se despenaria tambien, pero si llegaba hasta el cercado donde el propio Dios apacienta sus ovejas, entonces ella estaria entre las elegidas y recibiria los exquisitos cuidados divinos, aquellos reservados a los lirios del campo y a las ovejas perdidas y halladas, a salvo de los cerros abruptos. Mientras las damas se encaminaban hacia el redil, sus maridos hacian progresar en el campo una obra de ingenieria, una obra corporea, un monumento al progreso y la utilidad. Los hombres tienen sus ventajas, son quienes dominan el espacio llenandolo de volumenes reales.

La cabeza de Susy cayo sobre su hombro a causa de un violento vaiven. Se desperto solo un poco para pedir excusas y murmurar en ingles algo malhumorado dirigido al chofer. Paula la miro de reojo. No existia la menor elegancia en su manera de entregarse al sueno. Sintio sin motivo una profunda animadversion hacia ella. Era demasiado joven, le quedaban muchas cosas por vivir, y eso ya la convertia de por si en un ser estupido. La vida futura se reduciria para ella a un pequeno jardin donde se entretendria con pasatiempos amorosos y familiares. Como ella misma, como todos, Susy cometeria errores sobre errores hasta que llegara a una edad en la que ya no seria posible enmendarlos. Se durmio tambien, de mal humor.

Cuando abrio los ojos, el verdor esplendoroso de las tierras altas la dejo impresionada. Habian llegado a Montalban. El yacimiento arqueologico ocupaba la cima llana y extensa de un elevadisimo pico. Estaban rodeados de montanas, verdes y misteriosas, como sacadas de una leyenda. Era un paisaje estremecedor. Las esposas, aun sentadas en el microbus, empezaron a emitir grititos e interjecciones, exclamaciones de sorpresa al descubrir el lugar. Manuela, un poco despeinada tras el viaje, tomo las riendas de la expedicion. Empezo a desfilar por el pasillo como si padeciera de claustrofobia y no pudiera permanecer ni un segundo mas encerrada alli. Salto a tierra cloqueando de felicidad:

– ?Fijaos, que maravilla, es increible!

Se comportaba como una profesora intentando transmitir al alumnado su entusiasmo por la sabiduria. Las otras esposas se movian despacio, entorpecidas por el sopor del trayecto. Se trataba de un sitio solitario, extrano, que emanaba una sensacion de magica inseguridad. Solo tras haber salido del autobus, Paula se dio cuenta de que un guia habia venido con ellas. Estaba sentado en primera fila, tras el conductor, y llevaba una placa en la que se leia «Guia turistico» prendida en la solapa de la cazadora. Era un mexicano de treinta y tantos, lleno del atractivo desvergonzado de los machos locales. El bigote le caia con desprecio sobre la boca. Se tapaba la cabeza con un Stetson que le daba el aire ridiculo de un cowboy recocido por el sol. Alli estaba con las piernas abiertas, inmovil, esperando que ellas salieran del vehiculo, monjas de un convento histericamente felices de verse libres. A medida que cada una de las mujeres pasaba a su lado para descender, se permitia observarlas concienzudamente, aunque solo siguiendolas con los ojos, sin volver la cabeza. Una activa indiferencia le tenia de insulto la mirada. Ella penso que sin duda las veia como gallinas de un corral, ninas talluditas de una ceremonia tan absurda como una puesta de largo, ridiculas extranjeras a quienes hay que entretener con piedras antiguas. Paula deseo poder comprar a aquel hombre y follarselo alli mismo, convertirlo en un prostituto, en la estructura externa de un simple pene. Le hubiera gustado ponerle la polla tiesa y luego azuzar a un perro bravo para que se la sajara de un mordisco. Pasar despues el pingajo sanguinolento de una dama a otra hubiera sido divertido, como el juego de una merienda campestre.

Cuando todas estuvieron desperdigadas por el llano se fijaron al fin en los restos arqueologicos. Fortificaciones y templos muy danados por los siglos y la intemperie, tumulos amarillentos sobre la hierba. El conductor loco saco su panza inmensa del autobus y la hizo saltar y balancearse mientras desentumecia las piernas de fauno. Solo entonces el guia abandono su asiento y se encasqueto unas gafas de sol muy oscuras que le ocultaban los ojos. Se movia como un chulo perdonavidas, caminando con las manos metidas en los bolsillos traseros del pantalon. Oyo su voz caliente de acento arrastrado y sensual:

– Senoras, por fin hemos llegado a las ruinas de Montalban, un magnifico asentamiento azteca que ahora mismo les mostrare. ?Agrupense, por favor!

Actuaba como si, en vez de a una docena de mujeres, se dirigiera a una masa de turistas discolos. Tenia las piernas ligeramente arqueadas, quiza montaba a caballo. Los brazos, morenos y fuertes; los dientes, blanquisimos. Susy habia sacado de una bolsa su camara de fotos y triscaba entre construcciones funerarias. Lapidas aqui y alla, cabezas de dios azteca, guerreros, serpientes, muchas serpientes gigantescas, demoniacas.

– Cuando estos salvajes estaban tallando semejantes pedruscos, en Europa ya teniamos el gotico -oyo decir en voz baja a una de las esposas.

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