Susy la miro con curiosidad y una sonrisa franca le salio de dentro sin forzarse. Se sintio un poco orgullosa, era casi un honor que Paula hubiera ido a buscarla para charlar. Para ella, Paula habia empezado a ser lo mas original que andaba por la colonia, lo mas subversivo e interesante, a millas de distancia del convencionalismo general.

– Me han propuesto que pronuncie una conferencia sobre Tolstoi para las damas de esta congregacion. ?Que te parece, eh?

Susy no sabia que responder. Ya sabia que Paula no se tomaba en serio ni siquiera sus propias cosas, pero aun asi dudaba. ?Aquella mujer rebelde y atractiva era de verdad capaz de destruir todo lo que llegaba a sus manos, incluso su actividad profesional? Si era asi, eso la haria sentirse muy insegura en su compania, ?como abordarla, que decir?

– Bueno, eso esta bien, ?no?

– ?Te parece que esta bien?

– Tolstoi es un gran escritor y tu sabes mucho sobre el.

– Si, pero lo que yo me pregunto es si tiene algun sentido organizar que un grupo de senoras venga a escucharme. ?En que me convierte eso, en una especie de bicho raro que exhibe sus conocimientos ante la comunidad? ?Para que individualizarse tanto?, ?acaso las otras mujeres de la colonia van a dar tambien conferencias sobre los temas que dominen?

– ?Quien te lo propuso?

– La mujer del gran jefe, naturalmente.

– Deberias haberle preguntado todo eso a ella.

– Me dio pereza.

– ?Vas a decir que no?

– No se, tengo que pensarlo. La vida de Tolstoi ofrece algunas posibilidades estimulantes. Por ejemplo, ?sabias que Tolstoi se masturbaba como un mono?

– ?No!

– Si, se masturbaba todo el tiempo, el muy cabron. Paseaba por los jardines de su finca de Yasnaia Poliana acompanado de su perro fiel y silencioso, y de vez en cuando paraba junto a un arbol y se metia la mano en el pantalon.

Susy la escuchaba fascinada, con mezcla de sorpresa e incredulidad. ?Le estaba tomando el pelo o hablaba en serio?

?Que mas daba!, solto una carcajada que resono en las paredes de la sala vacia.

– No te rias, es un hecho historico; el mismo lo cuenta en su diario. Despues de haber caido en la tentacion onanista, siempre se siente como una bestia insensible y pecadora.

– ?Y eso es lo que piensas contar en tu conferencia?

– Si, buena idea, eso es exactamente lo que voy a hacer, dejare que Manuela convoque el acto con toda solemnidad y despues empezare a contarles a las damas como el conde se la cascaba hasta hacerse sangre. La cosa dara pie para introducir jugosas imagenes poeticas: la sangre del inmortal cayendo sobre la blanca nieve del duro invierno, su valiosa semilla desperdiciada en la vasta llanura de la gran Rusia… creo que puede ser una conferencia memorable, despues de todo.

Susy reia y reia y se olvidaba de que estaba sudando, vestida de deporte, con los pelos alborotados, y tambien se olvidaba de que, solo un momento antes, habia estado preocupada pensando como seria adecuado reaccionar ante la imprevisible Paula. ?Por fin un poco de diversion en aquel solitario lugar! Ni siquiera sus alborotadores companeros de su tiempo en la facultad le habian dicho cosas tan desmitificadoras y desgarradamente ironicas. Reia sin parar.

Paula comprendio en aquel momento que habia encontrado a la pequena complice que necesitaba, una complice no tan comoda como el perro de Tolstoi, pero que, en contrapartida, sabia reir.

Dario intento de nuevo escribirle a su novia, pero por tercera vez rompio la carta que acababa de empezar. No se le ocurria nada que decir. Componer una carta solo utilizando frases amorosas era absurdo y, encima, expresar los sentimientos en el papel se le daba bastante mal. Hubiera querido adivinar lo que Yolanda esperaba, lo que estaba ansiosa por leer; pero a aquellas alturas, tras un ano de separacion, habia perdido la pista sobre lo que ella pudiera desear. Tampoco lo aclaraba en sus cartas, donde se limitaba a contarle las cosas que hacia en una cadena de enumeraciones anecdoticas que cada vez le interesaban menos, a medida que el tiempo iba transcurriendo: que salia con sus amigas, que habia tenido una bronca con su madre, que trabajaba mucho, que se habia comprado unos zapatos nuevos. Los sabados se llamaban por telefono, pero el resultado no era mucho mejor: prisas para decir algo sustancial, contar atropelladamente cuatro sucedidos, te quiero mucho, me acuerdo de ti… de ningun modo podia traslucirse el estado de animo real. Hubiera sido preferible que, cuando el marcho a Mexico, hubieran suscrito un pacto de no comunicacion. Estar tres anos separados sin llamarse ni escribirse, y despues un reencuentro en toda regla, sin mas. Entonces si podrian haberse dicho cosas importantes, y relatarse todos los episodios que habian vivido por separado. ?Hubieran tenido para un mes! Arrugo el ultimo papel y lo lanzo a un rincon de la mesa. Hoy no era posible. Para decir tonterias, mejor no escribir.

Habia acabado todo el trabajo de oficina, la intendencia de la colonia estaba perfectamente organizada, las cuentas, al dia. Si a alguna de aquellas locas no se le ocurria aparecer por su despacho pidiendo una cosa extrana, podia largarse ya. Iria a El Cielito a tomar una copa. Dos horas de conduccion en coche no eran disuasorias para el, y con su tiempo libre hacia lo que queria. El Cielito estaba a medio camino entre la presa en construccion y la colonia, por lo que cuando se encontraba alli con los tecnicos e ingenieros, ellos tambien habian soportado dos horas de coche para estar en aquel lugar. No podian criticarlo. Se sentia con los mismos derechos que el resto de los varones. Suponia que todos eran conscientes de que no iban a dejarlo rodeado todo el dia de mujeres y esperar que se quedara alli quieto como una momia mientras sus colegas electricistas y mecanicos, gente de su nivel profesional, vivian felices en la obra y salian a divertirse algunas noches. Naturalmente existia entre todos los empleados de la empresa un fuerte orden jerarquico que hacia que los trabajadores nunca se sentaran con los ingenieros cuando iban a El Cielito. Lo cual era estupendo, porque eso les permitia a todos moverse con libertad. Las costumbres estaban bien estipuladas despues del tiempo que llevaban alli. Los ingenieros nunca subian a las habitaciones con las chicas, tampoco bailaban con ellas en el salon, a no ser que estuvieran borrachos o con ganas de juerga. Se limitaban a sentarse juntos a una mesa, beber cerveza y charlar, mirar a las chicas, reirse. Nadie juzgaba la conducta de nadie. Si un dia alguien andaba pasado de copas, nunca oiria una recriminacion. Y, por supuesto, existia un pacto tacito: los casados no hablaban a sus esposas sobre aquel local. Aquel local no existia para la gente de la colonia. Otro pacto, esta vez explicito, regulaba que nadie hablara del trabajo entre aquellas paredes. En ningun caso. Ni siquiera el director de la obra podia acercarse a el y preguntarle si habia preparado las nominas del mes. Quiza le pareciera complicado a un extrano, pero lo cierto era que todas aquellas condiciones de discrecion se cumplian con la mayor naturalidad. Penso en lo facil que resultaba vivir entre hombres. Solo con que nadie se saltara el orden de mando, las cosas siempre funcionaban bien. Era mucho mas sencillo que estar entre todas aquellas mujeres que lo desconcertaban con sus actitudes, que se preocupaban por cosas absurdas y con las que uno no podia estar completamente seguro de por donde iban a salir.

Cerro su despacho con llave y, sin mirar en ninguna direccion concreta -no mirar era la mejor manera de no ser visto-, se dirigio hacia su todoterreno y lo puso en marcha.

En cuanto traspaso las verjas de la colonia se sintio aligerado y tuvo la sensacion de que el aire que entraba por la ventanilla era mas respirable. Le fastidiaba tener que largarse de su propia casa como un profugo, pero no podia quedarse tranquilo hasta que no habia salido del lugar. Incluso cuando ya estaba subido en su coche y rodaba por los jardines de la colonia, siempre temia oir una voz femenina pronunciando su nombre: «?Dario, un momento, por favor!» Vivir alli era como hacerlo con veinte madres a la vez, y todas dispuestas a recordarle en cualquier momento sus obligaciones o encargarle pequenos recados.

Puso musica a toda potencia y dejo que su cuerpo fuera masajeado por los baches que encontraba a lo largo del camino. Se trataba de un viaje bastante incomodo, pero a el le parecia una via dorada hacia la libertad.

Avisto El Cielito en la amplia llanura polvorienta, solo rodeado de varios arboles cansados. Observado desde lejos, era un enorme almacen de dos pisos construido en madera y pintado de rojo. En ningun otro pais debia de existir un local como aquel, destartalado, en medio de ninguna parte, con aspecto de cuadra para caballos. Pero el propietario habia demostrado ser mas listo que el hambre, porque aquel corral dejado de la mano de Dios se

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