que nos marchemos a casa. Estoy exhausta, o borracha. Buenas noches.

Los jardines de la colonia se veian mas hermosos de noche que de dia. En la semioscuridad se percibia con claridad que aquel lugar acotado, plantado, domesticado, formaba sin embargo parte de una naturaleza potente. No toda la belleza de aquella tierra habia zozobrado bajo la inanidad del cesped ingles; algunas malas hierbas, indomitas, emergian entre los parterres. Aspiro el aire seco, casi frio. Deseaba dejarse llevar por la brisa nocturna para unirse al magma de la vida, que en aquel momento estaba formado por voces, musica lejana y ladridos de perros. Algun dia, penso, seria capaz de olvidarse de su individualidad, de su propio nombre, de renunciar a todo.

Santiago cerro la puerta tras ella. La siguio hasta el dormitorio. Empezaron a desnudarse en silencio. Lucia una lampara muy tenue en la mesilla de noche. Vio el perfil del sexo de su marido, recogido y en calma mientras se ponia el pantalon del pijama. ?Por que no le decia ni una palabra? Ella no pensaba discutir, simplemente podian charlar sobre cosas intrascendentes sucedidas en la fiesta, como cualquier matrimonio hubiera hecho. Pero aspirar a eso parecia ya ridiculo. Se habian querido y se habian reido despues de hacer el amor con un deseo superior al que puedan sentir las fieras, un deseo morbosamente denso. Ahora necesitaban darse la espalda en la cama para conciliar el sueno de modo placentero.

– Has bebido una barbaridad -dijo el por fin.

– Si, ya lo se; pero no te he hecho quedar mal, no te preocupes. Creo que he estado bastante simpatica.

– Eso no es lo que me importa. Habias dicho que cuando estuvieramos en Mexico…

– Me acuerdo de lo que habia dicho, pero dejalo ya, por favor.

En aquel instante Paula hubiera querido con todas sus fuerzas que estallara una buena bronca de conyuges repletos de alcohol, una escena hollywoodiense, un altercado de Hemingway y la generacion perdida todos juntos y ebrios, con ataques violentos y punetazos asestados en ambos sentidos… Pero no fue asi, se hizo un silencio total y por la ventana entro una rafaga fresca que invitaba a dormir.

Se habia fijado en el la noche anterior, con detenimiento, con curiosidad. ?Como reacciona un hombre cuya esposa organiza semejante vendaval? Paula, verborreica, divertida, brillante pero con dos visibles copas de mas, se habia prodigado en parlamentos cercanos a los de Groucho Marx, pasando con celeridad de un interlocutor a otro. Habia bailado una extrana polka con el consul, incluso brindado con los camareros. Lo inquietante era que, mezcladas en el mare-magnum de sus palabras, algunas frases denotaban obsesiones, fantasmas, tenian la dura piel de la desesperacion. Se habia fijado en Santiago con discrecion, pero con deseos autenticos de observar su comportamiento, y en ningun momento parecio alterado. Lo maximo que le vio hacer fue huir de los circulos en los que su esposa reinaba momentaneamente con sus alocadas disquisiciones. E incluso esto lo hacia con suavidad, no se alejaba con violencia o visible determinacion, sino que se desplazaba suavemente, como si fuera un visitante del Speakers' Corner y ya hubiera escuchado suficiente a un orador, y se decantara por ir a mirar que era lo que otro ofrecia. Tenia las sienes plateadas, la nariz recta, gafas sin montura y era alto. «Una reaccion perfecta - penso Victoria-. No interfiere en los actos de su mujer, ni la incomoda con llamadas a la precaucion social.» Pero habia algo triste en el, en el fondo de los ojos, en la parte trasera de su expresion. Procuro dejar de mirarlo, podia darse cuenta y considerarla como una maldita cotilla. Hizo bien, porque ahora estaban juntos a la entrada de la colonia, frente a frente, y hubiera sido muy embarazoso. Bueno, pues alli se encontraron. Ella siempre procuraba mirar desde lejos que nadie estuviera a punto de salir a pasear al mismo tiempo que ella lo hacia. Resultaba violento marcharse sola, y cargar con alguien durante todo el paseo nunca le apetecia. Charlar estando atenta a un interlocutor arruinaba todo el placer del paseo. Pero aquella manana ni lo habia pensado siquiera; era muy temprano y la noche anterior todo el mundo habia trasnochado en la fiesta, imagino que la colonia estaria desierta. Pero no fue asi, se encontro con Santiago en la verja de entrada.

Ninguno de los dos podia negar que se disponia a dar una vuelta matutina por San Miguel, ?que demonios hacian si no alli a aquellas horas? Iba a resultar una situacion incomoda, una fatalidad. Quiza si ambos hubieran llevado mucho tiempo ya viviendo en la colonia, podrian haber enarbolado la bandera de la mutua confianza y echar cada uno por su lado, pero Santiago acababa de llegar, desconocia pues las costumbres, y ella debia ser amable con un recien llegado. Mientras llevaba a cabo estas complejas meditaciones de urgencia, Santiago se limito a sonreirle, y adecuo su paso al de ella con la mayor naturalidad.

Transitaron despacio por la carretera que llevaba hasta San Miguel, disfrutando del aire fresco, de la luz clara. Iban en silencio, como si lo hubieran acordado previamente. Victoria, que tanto se habia inquietado pensando en la posible conversacion forzada, con silencios violentos y comentarios absurdos, se sereno por completo. Estaban en calma sin hablar. Su companero de paseo olia bien, a hombre recien afeitado, a colonia suave. Emanaba de el cierta serenidad, quiza indiferencia. Llegaron al pueblo, pasaron por delante de un hotel. Todos los hoteles de la zona estaban situados en antiguas misiones espanolas. Les llego el sonido de la musica desde el interior, guitarras. En Mexico sobraban los mariachis, permanecian desde la manana a la noche en algun rincon de los hoteles, tocando. Rasgueaban con suavidad para dotar a los conversadores de un fondo agradable, uno solo los escuchaba si le apetecia. Victoria se sintio bien en contacto con tantas cosas placenteras: la musica, el frescor de la manana, el olor de aquel hombre, sus propios pasos ligeros, que la impulsaban hacia adelante sin prisa pero sin titubeos. A veces lo miraba de reojo: la nariz recta, el pelo grueso y abundante. Pero no queria permitirse a si misma la mas minima curiosidad sobre el; no limitarse a permanecer en el instante en que estaba, sin ver mas alla, hubiera estropeado la percepcion tan fuerte de su presencia.

A medida que iban acercandose al centro se cruzaban con mas gente en las calles; todos mexicanos, casi ningun extranjero en aquella epoca del ano. Camionetas con la trasera descapotada transportaban braceros al campo. Se sentaban uno junto a otro como reses, serios y callados. Santiago dijo por fin:

– Adolfo dijo ayer que el peligro de secuestros ha disminuido. Sin embargo, si el riesgo de revueltas entre los campesinos persiste tendremos que tomar precauciones incomodas.

– ?En la obra o en la colonia?

– En los dos sitios, supongo, aunque ya te lo habra contado tu marido.

– No hablamos demasiado. Sobre cosas de trabajo, me refiero.

Se arrepintio inmediatamente de haber dicho una cosa asi. «No hablamos demasiado», ?era eso algo propio de ser pronunciado en presencia de un hombre que acababa de conocer? ?Debia de estar volviendose estupida, o loca!

– Ya veremos… De momento son todo especulaciones.

– ?Tu crees que sucedera? ?Habra mas revueltas?

– No creo. Nunca pasa nada demasiado grave.

Esa era justamente la impresion que Santiago le causaba: «Nunca pasa nada demasiado grave», y sin embargo, parecia vivir junto a un precipicio amenazante. Su esposa era como un volcan a punto de erupcionar, picante como una especia, ubicua, desordenada en las ideas, provocadora.

Continuaron caminando sin hablar hasta que llegaron a la plaza central de San Miguel. Los grandes arboles y las terracitas de los bares, feas y agradables, el ayuntamiento siempre cerrado, sin signos de vida interior.

– ?Tomamos un cafe? -propuso el.

Estaban cara a cara, no el uno junto al otro de perfil como habian estado durante el paseo. Era la primera vez que se miraban directamente desde que habian salido de la colonia. Victoria se pregunto si el la veia realmente o si su mirada la atravesaba y se perdia en otra parte, en sus pensamientos. Lo miro directamente a los ojos. Si, la veia. Se sonrieron. La tomo ligeramente de un brazo y la impulso hacia la mesa de un bar. Victoria comprendio que habian compartido el silencio y que el era consciente de que eso habia sucedido. Se sentaron. Ahora el silencio era distinto, turbador, denso, insostenible. Era el momento de la eleccion: o hablaba de cosas neutras, sin importancia, o le preguntaba exactamente lo que queria saber.

– ?Eres como aparentas ser?

La eleccion estaba hecha, y la flecha de Diana cazadora, lanzada. Se asusto ante su propio atrevimiento, pero aguanto el golpe. Santiago la miro, esta vez claramente consciente de que era ella, y no la esposa de un colega, que estaba alli a su lado por algo mas que por pura casualidad.

– ?Avejentado y cubierto de cicatrices?

– No, indiferente y seguro de ti mismo.

Nunca se le hubiera ocurrido que seria capaz de decir algo asi, pero estaba sucediendo, ella lo estaba haciendo suceder.

– No soy indiferente, no. Seguro de mi mismo… no lo se.

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