llenaba de clientes todas las noches como si fuera el Moulin Rouge. A menudo, Dario se habia preguntado de donde salian todos aquellos hombres que aparecian alli como setas en la humedad. Campesinos solitarios, pequenos grupos de trabajadores de los pueblos cercanos…

El interior no era mucho mas sugerente desde el punto de vista decorativo. Pintado tambien de rojo, consistia en una pista algo mugrienta rodeada de vetustas mesas y bancos corridos.

En una esquina, la exigua orquesta, vestida de blanco con lamparones, tocaba con discutible afinacion. Cuando se iban a descansar, el ambiente quedaba inundado de musica enlatada. La barra estaba atendida por hermosas chicas, y se servian las bebidas habituales: tequila, pulque, mezcal y grandes jarras de cerveza. La comida presentaba poca variacion de platos: frijoles, mole, carne de cerdo en salsa y arroz. Dada la vulgaridad de todos los componentes, podia decirse que el atractivo principal lo constituian las chicas. Habia muchas. Dario tenia la impresion fantasiosa de que se contaban por cientos: Lupes, Agatas, Rositas, Estrellitas y Dolores. Todas de cabello moreno, de piel morena, de ojos negros y risuenos. Todas con blusas llamativas, collares vistosos, faldas vaporosas, pendientes colgantes y algunas con flores en el pelo. Reunidas en aquel lugar, formaban el batallon que un hombre, cualquier hombre, hubiera sonado con encontrarse al llegar a Mexico. Pero no eran la unica razon por la que los varones solian encontrarse a gusto en El Cielito. En realidad, el conjunto de todos aquellos elementos tan sencillos: la musica, la compania, las bebidas e incluso la madera basta pero calida de las mesas le daba a aquel local un encanto innegable. Por eso estaba siempre lleno. A Dario se le antojaba que todos los clientes venian huyendo de otras mujeres; en su caso, de un monton de esposas ajenas.

Se sento, acodado en la barra, y pidio la primera cerveza.

Victoria jugaba al tenis con Manuela todos los martes. Era un partido igualado, a pesar de la diferencia de edad. Aun con sesenta anos, Manuela se mantenia fuerte, con las piernas musculosas y la muneca flexible. Aquella manana gano con cierta rotundidad. Mientras se duchaban, le comunico sus dudas a la derrotada:

– Creo que te he ganado con demasiada facilidad. Me ha parecido que no estabas prestando mucha atencion al partido.

Hablaba alto, para hacerse entender por encima del ruido del agua. Victoria no se sentia con fuerzas para contestar con el mismo volumen. Solto una audible carcajada falsa para poner punto final a una posible conversacion de compartimento a compartimento. Tenia la esperanza de que fuera suficiente para zanjar el tema, pero en cuanto estuvieron fuera de los cubiculos, secandose, Manuela reincidio en sus recriminaciones:

– Sabes que no soy de las que se toman el juego como algo sagrado, pero si que me gusta que mi contrincante eche su carne en el asador, y tu has echado muy poca hoy. Estabas distraida. ?Te pasa algo?

– Nada. Debe de ser solo un mal dia.

– ?Y si justamente hoy hubieras tenido que jugar la importante final de un campeonato?

– A ver… dejame pensar… supongo que hubiera intentado doparme.

Manuela rio brevemente, se quedo desnuda y empezo a tararear algo entre dientes. Victoria observo la ropa interior que saco de su bolsa de deporte. Bragas y sujetadores a juego, con florecitas y encajes, muy sexy. ?Donde una mujer de una talla cincuenta conseguia aquellas prendas tan sugerentes?; pero, sobre todo, ?como reunia el suficiente buen humor y optimismo que revelaba el hecho de usarlas? ?De que manera se llega a ser completamente feliz?, se pregunto. Manuela parecia serlo. No cuestionaba el llamado orden natural de las cosas. Se sentia privilegiada por tener un marido, unos hijos, una desahogada posicion social. Probablemente llevaba razon. Para ser feliz, todo lo demas, sin ser negado, debia permanecer en penumbra: el envejecimiento, la seguridad de la muerte, las sucesivas perdidas a las que la vida te va sometiendo.

– Te perdonare por esta vez, pero la proxima a ver si procuras darle a la pelota con mas entusiasmo.

– ?Es el colmo! Nunca he visto a nadie que te derrote y a quien, encima, haya que pedirle disculpas.

Emitio un gritito lleno de alegria y deslizo la blusa de seda ligera por encima del generoso busto.

– ?Que te parecio el numerito de Paula el otro dia?

Victoria fingio no recordar.

– ?El numerito?

– ?Victoria, lo preguntas como si aqui todo el mundo montara numeritos diariamente! ?No te acuerdas?, en la fiesta del consul.

– ?Ah, bueno, no fue nada! Estuvo divertida.

– ?Divertida? Habia bebido demasiado. No es malo que la gente se achispe un poco y diga algunas tonterias, pero no creo que sea conveniente pegarle a la bebida de esa manera para luego ir hablando por los codos con todo el mundo. Ademas, era imposible entender la serie de cosas sin sentido que iba soltando.

– A mi no me molesto. Tenia gracia.

– ?De verdad lo crees? A la mayor parte de los invitados les choco. Fue un modo de dejar a su marido en mal lugar.

– Me dio la impresion de que su marido estaba muy tranquilo.

– Supongo que solo en apariencia. Segun Adolfo, es un hombre bastante impasible ante todo.

– En cualquier caso, lo que ella haga o deje de hacer…

– ?Vamos, Victoria, no seas ingenua! Aunque cada una de nosotras tenga una vida personal y profesional, aqui estamos en funcion de nuestros maridos. ?No iras a negarlo!

La inquietaba el cariz que estaba tomando la conversacion. Podia jugar al tenis con Manuela, charlar con ella de temas triviales, pero no se identificaba con las ideas de aquella ama de casa conforme y feliz. Claro que eso Manuela no tenia medio de saberlo. Procuraba no entrar nunca en honduras de pensamiento con ella y a sus ojos debia pasar por ser tambien una esposa feliz. ?Que era sino eso, una esposa que sigue a su marido hasta su lugar de trabajo, con dos hijos jovenes en Espana, una profesora en excedencia? Era como las demas a los ojos de todos. Si existian diferencias que la hacian distinta de los patrones habituales, solo su mente accedia a ellas. Nunca se habia destacado por ser especial en nada. Era muy discreta, no tenia tendencia a los excesos. No hablaba demasiado, ni frecuentaba a demasiada gente, ni se vestia de modo extravagante. No era demasiado rebelde, ni demasiado sumisa tampoco. La vida le habia regalado un camino sin muchos altibajos. Su infancia fue normal, conto con unos padres afectuosos, curso unos estudios con brillantez moderada, se relaciono con amigos de su misma formacion y clase social. Se habia casado con Ramon a los veintiun anos, satisfecha y enamorada. Poco despues nacieron sus hijos: un nino y una nina. Ninguna dificultad se habia presentado en la educacion de los chicos ni en su desarrollo posterior. Ambos estaban acabando sus estudios universitarios y pronto se independizarian. Aquella prolongada estancia solos en Espana contribuiria definitivamente a ello. Entonces, ?por que se sentia diferente?, y ?en que consistia aquella diferencia? Probablemente en nada, penso, no se trataba mas que del espacio privado que el ego de cada persona forma en torno a ella, y que siempre parece unico y excepcional a quien lo vive. Era sana, mentalmente equilibrada, profesionalmente capaz, bien integrada en la sociedad. No tenia miedo a envejecer, ni a la muerte, ni a la soledad. Unicamente en los dos ultimos anos habia empezado a echar en falta las situaciones amorosas. No se trataba de desamor ni de falta de sexo, sino de algo mucho mas inmaduro y adolescente. Si se encontraba en una estacion de tren o en un aeropuerto y veia a una pareja que se besaba con pasion como despedida o reencuentro, le entraban ganas de llorar. Le hubiera gustado ser ella la viajera que partia o que llegaba y verse en los brazos de un hombre que la abrazara asi. No habia luchado contra ese tipo de fantasias, pero regodearse en ellas le parecia ridiculo. Con casi cuarenta anos no debia haber lugar para nostalgias adolescentes. Ramon era un marido amable, comprensivo y leal. Su vida de esposa podia calificarse como plena y tranquila. Miro con verguenza como Manuela seguia vistiendose y canturreando. Con seguridad, ella no echaria de menos absurdas situaciones idealizadas. Un minimo sentido de la justicia le hacia ver que no tenia derecho a desear nada mas de lo que ya tenia. ?Por que no estaba entonces tan completamente feliz como Manuela parecia estarlo? Y, sobre todo, ?por que desde el paseo matinal con Santiago se descubria a si misma pensando en aquel hombre tan a menudo? Se sonrojo, porque era la primera vez que reconocia eso frente a si misma, pero tambien porque Manuela la miraba, esperando respuesta para una pregunta que ni siquiera habia oido.

– ?Pero, Victoria!, ?no me escuchas?

– ?Por supuesto que te escucho!

– ?Nadie lo diria! Te preguntaba si vendras.

– ?Si ire?

– ?A las ruinas de Montalban!

– Si, claro, claro que ire.

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