Tomo asiento pesadamente y suspiro. Me miro taladrandome y volvio a suspirar. Yo permanecia aun impresionada por su pinta imponente y por la energia que desprendia su presencia.

– Petra. ?Puedo llamarla Petra? Marina siempre nos habla de usted. La quiere mucho, dice que es usted la mejor policia de la ciudad.

– No creo que conozca a muchos mas. Dudo de que figure algun policia en la nomina de amigos de su madre.

Solto una carcajada seca y corta.

– Si, policias y monjas no tenemos buen cartel en el mundo burgues. Carecemos de lo que ahora llaman glamour. ?Usted fuma, inspectora?

– No compulsivamente, puedo esperar a salir.

– Bien, con lo que le queda por ver en esta casa no creo que se escandalice porque fume yo. Pase quince anos en Miami fundando una comunidad, todas las monjas eran cubanas, por supuesto. De modo que regrese de alli con dos defectos: no soporto el frio y fumo, ?que le vamos a hacer! Suelo retenerme en publico, pero estoy tan alterada con lo de hoy…

Abrio un cajon y me ofrecio un cigarrillo del paquete que extrajo. Lo tome. No queria forzar las cosas, pensaba dejarla hablar. Exhalamos al unisono la primera bocanada. Ella la solto como una verdadera chimenea industrial.

– ?Es usted vasca, madre?

– Pamplonica.

– Buena tierra.

– Al final, una monja no tiene tierra, ni familia, ni siquiera nombre, ya ve que nos lo cambian. Es mas duro de lo que parece. Pero compensa, ?y sabe por que compensa?

– ?Por la fe?

– Completamente cierto. Por la fe y por la paz. En el interior de los conventos hay paz, inspectora. No le digo que no haya trabajo, y papeleos, y lucha por la subsistencia; pero estamos preservadas de los vientos que soplan fuera. Me entiende, ?verdad?

– La entiendo muy bien.

– Por eso la he llamado a usted. Ha ocurrido una cosa terrible, algo que nos podria arrojar a los leones, perturbar nuestra vida y nuestro estatus. De modo que resulta imprescindible la discrecion, discrecion absoluta.

– ?De que me habla?

– Prefiero que lo vea, luego le cuento.

Aplastamos nuestras colillas contra un cenicero de cristal basto y nos levantamos. Fui tras ella, acompasando mis pasos a su marcha casi atletica. En aquellos momentos habia renunciado a cualquier deduccion, estaba en blanco, pero el corazon me palpitaba con la violencia que antecede a los infartos, tanta era la expectacion que todo aquello me habia creado. La superiora paro de repente ante una puerta de doble hoja, de madera noble, mas historiada que el resto de las que habiamos sobrepasado. Echo mano al bolsillo de su habito y empezo a buscar energicamente.

– ?Estas dichosas llaves!

Crei que iba a maldecir, pero encontro la llave que estaba buscando. Era grande, antigua, de hierro forjado. Con ella abrio la puerta y entramos. Encendio las luces, que iluminaron tenuemente una pequena capilla gotica, bellisima en su simplicidad.

– Venga por aqui.

El caminar vigoroso de la monja se volvio mas mesurado mientras nos encaminabamos a la parte posterior del altar. Alli, la madre Guillermina se paro en seco y me senalo un bulto informe que habia en el suelo. No conseguia distinguir nada con claridad, la mire inquisitivamente.

– Acerquese usted, yo ya lo he visto demasiado.

Di varios pasos en la penumbra y al fin pude apreciar con claridad de que se trataba. Era un hombre caido boca abajo. Me acerque aun mas. Sin lugar a dudas estaba muerto, a su alrededor se extendia un charco de sangre negra que parecia haber manado de una herida o golpe que tenia en el occipital. Fui incapaz de seguir observando detalle alguno; el asombro se anteponia a cualquier rasgo profesional. Llegue hasta donde estaba la superiora y la increpe de modo bastante absurdo:

– ?Usted sabe lo que hay ahi? ?Ese hombre esta muerto!

– ?Por que cree que la he llamado? ?Por supuesto que esta muerto, alguien lo ha asesinado!

– ?Desde cuando lo sabe?

– Lo encontro al alba la hermana que hace la limpieza.

– Pero ?sabe cuantas horas han pasado desde esta manana?

– ?Claro que lo se, puedo contarlas igual que usted!

Las dos estabamos furibundas, casi chillando. Me pase la mano por la cara como si fuera a despertarme de un mal sueno, aquello no podia ser verdad.

– ?Sabe que debia haber llamado a la policia inmediatamente, sabe que…

Me interrumpi, exasperada, y saque mi telefono movil.

– ?Que esta haciendo? -inquirio la monja de muy mal talante-. Si hemos tardado tanto en llamar y si al final he decidido llamarla a usted es porque buscabamos ante todo la discrecion. No podemos echar las campanas al vuelo tratandose de un tema del convento.

– ?Que sugiere, que lo enterremos en la cripta y borremos las huellas?

– ?No diga tonterias ni se insolente conmigo. Este es mi convento y aqui mando yo! ?Tiene alguna idea de quien es ese hombre? ?Es el hermano Cristobal del Espiritu Santo, monje del monasterio de Poblet! ?Quiere organizar un escandalo que implique a dos ordenes religiosas a la vez?

Aprete los dientes, la mire con furia y masculle:

– Usted puede ser la priora de este convento y de diecisiete mas y ese hombre el papa de Roma cortado en trocitos; me da igual; estamos en un pais donde hay una ley y nadie esta al margen de ella.

Note como se sulfuraba a mas no poder, como tomaba resuello para soltarme la proxima andanada, pero antes de que articulara una palabra la ataje:

– Madre Guillermina, si me impide durante un segundo mas ejercer mis funciones de policia o retrasa de algun modo la investigacion que necesariamente se va a producir, le aseguro que me la llevare detenida por obstruccion a la justicia.

Se callo, aunque siguio lanzandome una mirada de perro dominante, que yo sostuve. Luego bajo los ojos y gruno:

– Haga lo que tenga que hacer, pero le ruego que sea discreta.

No queriendo enardecerme en la victoria, marque el numero de Garzon mientras le susurraba:

– No se preocupe, lo sere.

El subinspector debia estar en una fiesta, porque su voz tenia como telon de fondo una increible animacion.

– ?Hola, Petra! No puedo creer que me llame, tenemos la tarde libre, ?recuerda?

– Se trata de un asunto grave, subinspector. Quiero que organice todo el operativo para el levantamiento de un cadaver. Envielos al convento de las corazonianas que se encuentra junto a la plaza Sant Just i Pastor. Y venga usted tambien, a toda prisa.

– ?Ja! Cada vez aprecio mas su sentido del humor. Asi que me espera en el convento como si usted fuera el Tenorio y yo dona Ines, ?eh?

Me separe un poco de la religiosa y baje la voz.

– Subinspector Garzon, deje la copa que tiene en la mano y tomese un cafe. Le quiero aqui inmediatamente, ?entendido?

– Pero… ?es el cumpleanos de mi mujer!

– Inmediatamente.

Colgue. Observe en la siempre expresiva mirada de la madre Guillermina cierto fulgor admirativo. A los autoritarios suele gustarles encontrarse a alguien que esta cortado por su mismo patron. Me puse frente a ella:

– Y ahora, mientras llegan mis companeros, los sanitarios y el juez, empiece a contarme que ha pasado.

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