y enrojecidos por el cansancio. Sus pies chocaban cada vez mas contra los raigones haciendolo caer; se levantaba tambaleante bajo los efectos de la singular borrachera para volver a caer unos metros mas lejos, siempre emitiendo un sordo y entrecortado grunido, prolongado en un breve grito de animal herido escapando a la jauria. De golpe su garganta tanto tiempo cerrada a las voces humanas dejo oir espantosos gritos que resbalaban sobre el arido suelo de la pampa sin ecos. El aire seco propago los horribles aullidos que escapaban del pecho largamente oprimido. El leal perro que todavia seguia pegado a sus talones se detuvo de pronto, erizando los pelos del lomo como defendiendose de un incierto peligro, mientras su amo se alejaba gritando.

Llevaria una interminable hora de correr sin rumbo, cuando al descender a una pequeno canadon se desplomo de bruces al borde de un menuco de aguas trasparentes, sobre el que se agitaba suavemente el pasto tierno. Algunos teros chillaron asustados y pesadas avutardas remontaron el vuelo alejandose lentamente. Habia comenzado a soplar el viento del oeste… Sin embargo Llanlil estaba cubierto de un sudor febril, mientras bebia con avidez en las tranquilas aguas ligeramente saladas.

A partir de entonces, perdida la conciencia del rumbo, olvidado del fin que lo impulsaba, el indio siguio andando como un automata. Un indefinible instinto lo mantenia conservando una direccion paralela al rio, y despues de marchar todo el dia, increiblemente impasible a la fatiga, el anochecer lo sorprendio en el paso que, siguiendo la curva del rio hacia el sur y buscando su confluencia con el Mayo, lo acercaba al campo de los Lunder. Habia cruzado la meseta del Alto Senguerr y los brazos menores del rio, cubriendo leguas y leguas, infatigable y espantoso en su determinacion. Hambriento y tembloroso, siguio andando todavia cuando ya las estrellas cubrian de nuevo el firmamento densamente azul, y como en suenos se hallo en el ancho valle que encerraba al Senguerr, viendo delante la patente claridad que difundia la luna, la casa de Lunder. Alli le faltaron las fuerzas y con un grito ronco se desplomo como un fardo. Su ultimo llamado atrajo a los perros de la casa silenciosa, que se conmovia instantes despues ante el extrano suceso.

CAPITULO IV

1

– Mama… ?Vamos a ver a ese pobre indio? -pregunto Blanca dirigiendose a Frida, concentrada en la preparacion de postres y rosquillas en el horno de la gran cocina a lena. Ella levanto la cabeza, mostrando la cara rosada, y frotandose las manos enharinadas en el amplio delantal, contesto:

– Ya estas buscando la oportunidad de escaparte… ?Por que no me ayudas un poco? Ademas esta helando todavia…

– ?Oh mama! Haz que te ayude Maria… ?pero dejame ir! ?Los hombres nunca saben que hacer en estos casos!…

– Y tu tampoco. ?Pero vete! De cualquier manera te iras lo mismo sin mi permiso -la regano Frida. Su hija no espero mas y dandole un beso de pasada, salio ligera de la cocina.

– ?Y no te olvides de ponerte los mitones! -alcanzo todavia a decirle su madre, mientras ella corria ya a su habitacion.

De alli paso directamente a la galeria rumbo al galpon, en una de cuyas esquinas habian improvisado una piecita con tabiques de cueros estirados sobre vigas de madera. En su interior, acostado en un lecho de circunstancias, pero como hacia tiempo no disfrutaba, yacia Llanlil.

Al entrar Blanca al galpon encontro a su padre que mateaba cerca del fuego. Lo saludo carinosamente.

– Buenos dias, papa; ?como se encuentra el forastero? ?Es increible que haya andado en tales condiciones, descalzo y herido!…

– ?Oh! Esa gente es capaz de todo y el que tenemos aqui es un ejemplar de gran fisico… a pesar de que esta bastante aporreado… -concluyo Lunder significativamente.

– Piensas que lo han golpeado, ?no es cierto? -inquirio Blanca, apoyando una mano sobre el brazo de su padre.

– M'hija, el porrazo de la frente es sin error un culatazo brutal… ?Lo que no me explico es la herida en la pierna! ?Te fijaste cuando lo trajimos y le lavamos el golpe, que parecia como si le hubieran clavado dientes en el hueso?… No acierto a comprender como…

– Anoche tambien yo pense en eso y ahora me pregunto: ?no es la marca que dejarian los dientes de una trampa para zorros?… -dijo Blanca aguardando el efecto de sus palabras.

– ?Pero claro que si! Hija mia, a veces pienso que eres mas diestra que yo en cosas del campo… Sin embargo quedan muchos puntos obscuros todavia. ?No andaran Bernabe y el polaco metidos en esta? -expreso Lunder pensativo.

– Padre… ?recuerdas los fardos y el caballo que traian de tiro? -pregunto Blanca, siguiendo el hilo de un pensamiento revelador. En las ultimas cuarenta y ocho horas estaban ocurriendo cosas aparentemente inconexas, pero que ella relacionaba instintivamente. En aquellos parajes era dificil concebir sucesos tan excepcionales sin reunirlos en un solo motivo. Tambien a Lunder le rondaba la misma idea, pues sin demostrar sorpresa por la pregunta de su hija, le contesto:

– Los vi unicamente de lejos, pero juraria que el caballo, el recado y hasta la forma de atar los fardos eran indios. ?Quieres que te diga que ha sucedido?… A este pobre diablo lo atacaron ellos, vaya a saber donde, y lo dejaron por muerto. ?Ni se imaginan que lo tienen tan cerca!

– ?Y que piensas hacer, papa? -quiso saber Blanca levantando el cuero que oficiaba de entrada al cuarto del enfermo.

Llanlil dormia pesadamente un sueno profundo. Las penurias de la empecinada travesia se marcaban en su rostro desencajado, que parecia estar cubierto de un velo de dolor, tal como si en el sueno rememorara las peripecias sufridas… las huellas del viento cortandole la cara, la sed y el frio agrietando la carne de los labios…

El ancho pecho levantaba las colchas siguiendo el ritmo de su agitada respiracion. Por momentos le recorria todo el cuerpo un tremendo y espantoso temblor y sus manos crispadas se aferraban a los costados del lecho, intentando, en su brumosa pesadilla, esquivar un golpe imaginario. En esas circunstancias gemia dolorosamente. Su figura noble y abatida, tronchada como un altivo tronco montanes, rodando y rodando hacia el obscuro abismo, quebrandose en cada arista granitica, desgajado, roto y mutilandose en la caida como un guerrero atropellado por la caballada salvaje, entre alaridos espantosos, causaba pavor y compasion, mezclado a un indefinido sentimiento de admiracion. A nadie en aquella casa se le escapaba la fortaleza que era necesario poseer para vencer la soledad y el frio de las mesetas, asi; casi semidesnudo, sin provisiones ni medios para obtener alimentos.

Blanca examinaba curiosa y complacida la ruda fisonomia del indio. Sus ojos claros y vivaces, fijos en los cerrados del enfermo, parecian querer adivinar el secreto que encerraban. Lentamente se volvio hacia su padre murmurando:

– Debieramos dejar a alguien cerca para que lo cuide… tiene aspecto de haber sufrido mucho ?no te parece?

– Asi es. Bueno, ?vamonos! Hay que trabajar, amiguita…

Salieron. Lunder se apoyaba maquinalmente en el hombro juvenil de Blanca y su energica presencia hacia resaltar la hermosura de aquella rara flor de las pampas.

– ? Juan!… -llamo Lunder. El capataz, que se acercaba a los corrales, se volvio al oirlo.

– Si, patron, diga no mas -asintio, con el sereno continente que no perdia jamas. Un poco como ausente, escuchando voces que el solo entendia, orgulloso de su soledad como de una coraza invisible. El viento que empezaba a levantarse le volcaba el sombrero, obligandolo a erguir la cabeza con rapidos gestos. Lunder le indico, senalando al galpon.

– Mande a Roque que se quede cerca de ese hombre y me avise cuando vuelva en si… y que tenga a mano algo fuerte cuando ocurra.

– Asi lo hare -asistio el capataz y se fue. Lunder pregunto entonces a Blanca.

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