paulatinamente y las cavernas se hicieron mas profundas. El indio proseguia incansable en busca de la cima del cerro, pues la senda iba siempre en ascension. Una liebre, huyendo asustada de los perros, le indico las proximidades de la planicie superior y poco despues la claridad del dia resplandecio distante apenas un centenar de metros. Cuando ya daba por terminado el arido trayecto, un nuevo peligro lo inmovilizo en desatentada pausa, olvidando toda prudencia… Desde la boca de una obscura cueva, un enorme puma hembra lo enfrentaba, grunendo y aranando las piedras con sus garras.

La fiera parecia defender la entrada de la cueva como si alli estuviesen sus cachorros. No mostraba intenciones de atacar pero tampoco de irse y Llanlil permanecio paralizado, mientras los perros gemian presos del mas espantoso terror. Cuando se hubo recuperado de la sorpresa, el indio se movio cautelosamente en lo mas ancho del sendero con la intencion de utilizar las bolas arrojadizas, unica arma posible en aquel lugar. En su mano derecha quedaron balanceandose las mortiferas choiqueras pendientes de los tientos de cuero, en tanto que la fiera bufaba con mas rabia que ferocidad, pues el puma austral es solo temible cuando esta herido o defiende a los cachorros.

El hombre y la fiera se estudiaron tratando de adivinar el inminente ataque, y Llanlil con secos silbidos trato de incitar a los perros a abalanzarse. Uno, mas decidido, lo acoso ladrando, pero apenas se acerco, la fiera lo arrojo aullando de dolor, contra la pared del desfiladero, con la cabeza abierta de un tremendo zarpazo. En el mismo instante, ligero como el rayo, Llanlil blandio con maestria la choiquera que, silbando, surco el corto espacio. El impacto dio en la cabeza del puma, entre las orejas, retumbando el golpe sordamente. Tan exacto fue que el animal quedo inerte, si no muerto al menos aturdido por completo. Llanlil no esperaba otra cosa y con un salto se lanzo buscando la salida. Al final de la corta carrera vio la desigual plataforma del cerro en toda su amplitud… Hacia donde se girase la cabeza se divisaba una desnuda y arida sinfonia de rocas grises de innumerables tamanos formando extranas figuras de pesadilla, por entre las cuales el viento pasaba en fuga salvaje, produciendo roncas voces en algo semejantes a las profundas notas de un organo colosal, tocado por dedos de titanes. Plataformas tales fueron inexpugnables baluartes en poder de los tehuelches a los que solo tras largos anos de lucha derroto el araucano en hecatombes de sangre y de coraje.

Por entre aquellos roquedales siguio luego el indio, orillando obscuros despenaderos, que suponian la existencia de ranuras con salida a la ladera oeste. Un poco mas lejos una laguna minuscula, cuya ubicacion resultaba incomprensible en tales alturas, ofrecia un espejo limpido y helado. Llanlil que en todo momento se movia con el pensamiento puesto en sus perseguidos, no pudo entonces resistir los dictados del hambre y la sed y bebio avidamente del agua clara, arranco unas matas raquiticas que aranaban las piedras y aso un trozo de guanaco que traia en su alforja de cuero. El perro sobreviviente aprovecho la tregua y los restos del misero asado hasta el ultimo despojo.

Pero el descanso fue tan breve como la comida y pronto siguieron la marcha bajando y subiendo la cadena montanosa. Tarde ya, con el sol perdiendose entre celajes de nubes, alcanzo Llanlil la pendiente opuesta, desde la que dominaba un extenso panorama. Busco desde el alto mirador hacia el este, siguiendo con atencion las margenes del Senguerr, que se retorcia a la derecha de los cerros, y en la extensa meseta, casi en la linea del horizonte, hallo lo que buscaba: tres diminutas figuras que se perdian ya en la lejania. ?Habia retomado la pista! Sus atacantes, los odiados blancos, seguian siempre la orilla izquierda del Senguerr, aunque tomando los puntos altos y manteniendo siempre un rumbo invariable. Entonces Llanlil, seguro de que una vez alcanzada la meseta, jamas perderia el rastro, solo penso en ganar aquella antes de que lo sorprendiera la noche. Su obstinada voluntad e infalible instinto de cazador no le iban a fallar ahora.

La cumbre en que se encontraba descendia gradualmente escalonandose en sucesivas gradas de variadas alturas, que se redondeaban cada vez mas, hasta extenderse en una ultima planicie de pasto ralo, sobre el que sobresalian, como garras de ahogado en un mallin, algunos raquiticos calafates o aplastados algarrobillos, quebrando la monotonia del paraje. En la rapida bajada lo sorprendio la noche y apenas si tuvo tiempo de buscar un refugio al abrigo del viento, que a partir de alli era cortante y sumamente frio.

La helada nocturna, el hambre escasamente saciada en toda su marcha, unida al lacerante dolor de la pierna herida, mantuvieron a Llanlil en un insomnio febril y alucinado. Fuera de su refugio el aire seco y helado era un terso cristal sobre el que brillaban las esplendorosas estrellas, tremulas como cirios agitados por la brisa angelica del cielo sin manchas. Pero el indio, ajeno a los misterios de la noche, solo sentia el infierno del frio y el punzante dolor, y su mente solo abrigaba un pensamiento solitario, fijo como un clavo ardiente… ?Alcanzarlos!… No se habia detenido a medir ni los medios ni la oportunidad que aprovecharia para cobrarse la deuda sangrienta que reclamaba; no lo sabia, pero todo su ser se tendia con empecinada obstinacion hacia los que se alejaban. Su cuerpo se iria destrozando lentamente en su desatinada carrera sin que en un solo instante olvidara su fin. Despues se tenderia cara al cielo inmenso, encomendando su espiritu a los dioses antiguos que en las inaccesibles montanas aguardaban a los valientes de su raza, hasta que su cuerpo fuese pasto de los buitres voraces de las mesetas.

Tan insoportables le parecieron las horas en aquella cueva horriblemente fria, que ante el temor de ser sorprendido por el sueno y quedar helado sin remision, prefirio afrontar la noche a cielo abierto, marchando entretanto hacia su meta. El camino lo eligio Llanlil al azar, procurando unicamente mantenerse cerca del Senguerr, cuyo curso adivinaba en el lejano susurro del agua corriendo aprisionada entre las paredes rocosas. El tenue murmullo, propagado tan lejos por la ausencia de viento y la limpia atmosfera, servia al indio de segura referencia respecto de la marcha que llevaba.

Ya no tenia mas cerros por delante y aunque el terreno era llano solo en perspectiva, los estrechos canadones que lo cruzaban como grandes zanjas no importaban obstaculos para su paso. No podia sin embargo evitar tropezar con la lena de piedra, curiosos tumulos vegetales verde obscuro que se alternan en las mesetas patagonicas proporcionando un eficaz combustible, cuyo nombre les viene de su caracteristica conformacion compacta y dura, semejante a piedras aplanadas. Asi, cayendo a veces de bruces, parte por la fatiga, parte por los tropiezos, Llanlil vio nacer por el este el resplandor de un nuevo dia que, afortunadamente, prometia ser despejado y sin amagos de nevazon, aunque la misma serenidad de la noche transcurrida se debiera a la gran helada caida originando un frio intenso que le penetraba hasta los huesos con punzadas dolorosas, apenas atenuadas por el rigor de su eterno caminar, que paso a paso lo llevaba hacia su destino. Al salir el sol habia ya cubierto no menos de cuatro leguas sobre la dura planicie, dejando bastante lejos los cerros que, desvanecidos por las sombras y la niebla del amanecerle desdibujaban a su espalda.

A la luz del dia que resbalaba por la helada planicie, diviso un extenso paraje, desierto y arido. A la derecha, encajonado en las paredes del valle que le servian de cauce, el rio distante dejaba oir su alegre cancion de aguas cristalinas. Aunque el indio desde su posicion no alcanzaba a verlo, el sonido le certifico el buen camino seguido hasta alli.

El amanecer era lento como una caricia contenida. Una nube solitaria en el este se ilumino primero de un rojo sangre aureolando sus imprecisos perfiles con rayos de fuego; despues el gris de la nube se bano de un morado flamante, para tornarse luego desvaido violeta con indecisas tonalidades plateadas, hasta que finalmente al incidir los rayos del astro directamente sobre ella, la extensa nube fuese diluyendo gradualmente, como un blanco vellon desmenuzado por invisibles dedos, hasta quedar el horizonte despejado por completo y mostrando, hasta donde alcanzaba la vista, la misma planicie abandonada. El desierto se abria como un abanico frente a Llanlil, con su lapida de cielo azul uniendose en el horizonte reverberante y enganoso. Como vigias petrificados, rocas solitarias de formas fantasticas ofrecian sus perfiles de piedra a la mordedura incansable del viento.

Cuando la fatiga se hizo insoportable, obligandolo a detenerse a cada instante, busco el infortunado Llanlil una depresion del terreno y echandose detras de unos ralos calafates, que se agrupaban como defendiendose mutuamente del viento, se quedo tendido, respirando con hipos de fiebre y de dolor. Se estuvo asi mucho tiempo, debatiendose en oleadas de inconsciencia que lo arrojaban en sombrios abismos, apretando en sus punos cerrados las pequenas piedras que tenia a su alrededor. Obscuros telones desfilaban ante sus ojos que se rendian involuntariamente al cansancio y al sueno postergado. Movio la cabeza creyendo oir un confuso tropel de cascos golpeando sordamente la dura tierra. ?Guanacos!… Pero la quimerica manada se alejo y el rumor se fue apagando poco a poco… Habia comenzado a desvariar. De pronto se dio cuenta de su estado y adivinando su segura perdicion si se quedaba alli, tendido y helandose, se levanto con subita determinacion y echo de nuevo a andar. Anduvo y anduvo como un ebrio hasta que los largos dias de silencio, primero en la grata soledad del bosque, despues abstraido en el rencoroso mutismo de la persecucion, empujaron su cerebro a la locura.

Poseido de una obsesion alucinante inicio bajo el cielo diafano un lento trote que prontamente se convirtio en desesperada carrera. Entreveia apenas que su camino incierto, sombras o relampagos hiriendo sus ojos dilatados

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