la soledad, y la tremula noche la sobrecogia con su misterioso efluvio sin que la paz nocturna acallara los latidos de su corazon. Aquel paisaje suyo tan querido se le escapaba, dejandola sola y como desasida. Sentia entonces deseos de llorar y su alma fuerte se negaba ese consuelo, tildandose de tonta, pero sin poder evitar que sus ojos se velaran inconscientemente.

Mas tarde, en el lecho, se durmio agitada y su sueno volvio a ser, como en las ultimas noches, un entrecortado sonar inconcebible. Al amanecer creyo escuchar ruidos desacostumbrados. Se desperto de pronto, alerta y vigilante. En efecto, los perros estaban ladrando con furia. Oyo a su padre en la habitacion contigua arrastrando sus botas y el seco martillar de un arma cargada en la obscuridad. Por su parte vistiose apresuradamente y encendio una vela, cuya llama amarillenta oscilo temblorosa.

– ?Que pasa? -pregunto a Lunder, que salia ya a la galeria.

– No se, hija, pero alguien anda por aqui cerca. Los perros estan alarmados. No salgas… voy a ver…

Blanca cargo tambien su carabina y a pesar de la recomendacion de su padre, se asomo a la galeria. Frida, que solo era cobarde ante el viento, se levantaba en ese instante. Juntas fueron siguiendo con la mirada a Lunder, que se alejaba de la casa, el arma pronta a disparar.

Mas lejos, alguien que avanzaba acosado por los perros, vacilo y cayo al suelo endurecido por la helada.

CAPITULO III

1

Durante largo tiempo Llanlil no dio senales de vida, pero aunque el fuerte golpe recibido hubiera terminado con otro individuo menos robusto su natural resistencia lo salvo. Antes que el frio paralizara por completo la circulacion de su sangre comenzo a moverse. El mismo frio fue su aliado deteniendo la inicial hemorragia y refrescando su cabeza abrasada de fiebre.

Cuando recupero su total lucidez, bramo de impotente coraje. Quiso levantarse y el lacerante dolor de la pierna aprisionada lo volvio por entero a la realidad de su lamentable situacion. Los dientes de la trampa, apenas detenidos por la bota de cuero, trituraban el hueso a la altura del tobillo. Llanlil tomo entonces un punado de nieve y se froto con ella la herida de la frente y con un supremo esfuerzo de sus castigados brazos, se arqueo sobre la trampa separandola lo suficiente para permitirle retirar el pie. La extrema debilidad lo abatio de nuevo y casi desvanecido se recosto en un arbol proximo. Los perros vinieron con cortos ladridos a correr en torno de el.

El mediodia, filtrando rayos de sol entre las nubes, metalizaba las centelleantes agujas verdes de las araucarias y derretia la nieve formando breves surcos cenagosos entre los troncos…

Echo a andar en busca de su refugio. La pierna herida lo atormentaba obligandolo a cojear. Marchaba tambaleante como un ebrio, pero sin detenerse, impulsado por el deseo de llegar para cerciorarse de su completa y presentida derrota. Ya no se quejaba siquiera. El mudo estoicismo de su gente le sellaba los labios a las inutiles lamentaciones, pero un odio sordo, amargo como hierbas venenosas le quemaba en el cerebro. El ruin asalto lo sumia de nuevo en la mayor miseria, lejos de su gente dispersada por el espiritu de una conquista indiferente a todo sentimiento ajeno a sus intereses, abandonado en aquel intrincado laberinto de montanas, desfiladeros, valles y pantanos; con el terrible invierno cada vez mas cercano e inclemente. Y luego aquella afrenta que lo enloquecia; traicionero y cobarde ataque a el que nada queria de los demas, salvo su libertad montaraz, con solo el cielo por testigo de su total entrega a la naturaleza indomenada.

Al llegar al toldo sus presentimientos se confirmaron. Se habian llevado las pieles, el recado y el caballo; todo lo que tenia algun valor se lo habian arrebatado. Volvio la vista en torno y contemplo obstinadamente las huellas de pasos que se alejaban de nuevo hacia el este. Luego se arrastro al interior del toldo y se curo la herida de la pierna, que para el no era mas peligrosa que el zarpazo desgarrante del puma embravecido. No sentia el dolor fisico, pero en su corazon ardia como un vasto incendio la opresora pasion de la venganza. Obscurecia.

2

Con las primeras luces del nuevo dia Llanlil, acompanado de los fieles perros, busco el rastro dejado por sus atacantes. Llevaba unicamente un cuchillo, las bolas de piedra forradas en cuero atadas a la cintura y las provisiones que no impedian sus movimientos. Dejo el toldo arrollado y oculto en una gruta rocosa al igual que las trampas, y se marcho siguiendo las huellas que se internaban en los cerros a la izquierda del Senguerr, apartandose ostensiblemente de este para evitar los terrenos bajos e intransitables. El aire frio y seco incitaba a andar sin fatigarse pero pronto sintio Llanlil el leve dolor de su pierna aumentar paulatinamente con intensas punzadas que se extendian hasta el muslo. A pesar de la baja temperatura, gotas de sudor corrian por su frente y sus largos y sueltos cabellos humedecianse de raiz. El cansancio y la fiebre lo entorpecian, pero continuo avanzando sin detenerse un momento. El sol brillo despues en un cielo sin nubes y ya estaba alto cuando Llanlil llego al pie de un abrupto cerro negro cuya ladera, casi vertical, no dejaba entrever ningun sendero practicable. Las huellas habian desaparecido totalmente, aun para un habil seguidor como el indio.

Aquel paraje carecia de vegetacion. Los- bosques habian quedado atras y solo algunos arbustos retorcidos y raquiticos crecian entre las rocas. Las vegas de pastos finos y el terreno suave se habian transformado en un extenso pedregal, producido por los ciclopeos desprendimientos de la montana. Llanlil se asento entonces sobre una gran piedra y observo fijamente la escarpada ladera, calculando con detenido examen el camino que iba a seguir. Si sus conjeturas resultaban ciertas esperaba recuperar sobre sus asaltantes la ventaja que le llevaban, pues estos por fuerza debian bordear el cerro para continuar con el caballo y los fardos y Llanlil estaba seguro de que no los abandonarian voluntariamente.

Echo un vistazo a la pierna lastimada que con el descanso se habia entumecido, y poseido de una ciega determinacion se levanto nuevamente. El dolor le arranco un gemido. ?Aquel dolor era como un lanzazo cortandole los nervios! Pero era tambien la llama que alimentaba su odio y su venganza. Solo se calmaria con la roja sangre de sus enemigos brotando de sus cuerpos miserables abandonados en las mesetas, hasta que sus huesos, despojados de la carne, dejaran pasar el viento con un continuado bramido. Lleno de amargos pensamientos y visiones de venganza, Llanlil no sentia el hambre ni la sed y comenzo la peligrosa ascension cuantio el sol estaba sobre su cabeza. Subia como habia marchado antes, sin detenerse una vez siquiera, ciego al peligro e indiferente a la distancia y al cansancio. Las piedras desprendidas rodaban hasta el fondo de la cuchilla con sordo ruido. El viento a medida que ascendia era mas violento. Sus dedos endurecidos de aferrarse a las rocas de filosas aristas se helaban, y las matas con sus duras espinas desgarraban el cuero de su chaqueta y herian sus brazos. Tenia los codos destrozados de apoyarse para elevar el cuerpo y la pierna le pesaba como si llevase una piedra atada a ella. De improviso se hallo ante la garganta abierta en la montana. La estrecha fisura estaba envuelta en una tenue penumbra. Se dejo caer pesadamente, casi sin aliento, al lado de sus perros que jadeaban con la lengua colgando de las fauces espumajeantes. Cuando se repuso vio a sus pies el canadon incendiado por el sol del mediodia; mas alla diviso otros cerros, con sus alternados montes de nires y lengas entre cuyos troncos la nieve se disolvia al calor del sol. Las laderas de algunos cerros laterales, cubiertas de arbustos, se erizaban como lomos de saurios colosales.

Llanlil estaba exhausto. Intensos calambres le recorrian la pierna y le obligaban a permanecer tendido en el suelo de piedra. Con sus ojos velados por el cansancio miraba fijamente los costados de la fisura del cerro, cuyas paredes se elevaban perpendicularmente, mostrando en lo alto un retazo de cielo. Detras el pasaje se prolongaba estrecho y sombrio, salvo espaciadas anfractuosidades que formaban pequenas cavernas impenetrables a la luz. Al fin se incorporo recorriendo con la vista el camino que tenia delante. Con esfuerzo adelanto unos pasos alejandose del borde del cerro y procuro con el ejercicio calentar los miembros entorpecidos. El enorme tajo de la roca presentaba un suelo irregular obstaculizado por piedras de distintos tamanos, sobre las cuales debia saltar Llanlil en su penosa marcha. Anduvo asi un par de horas hasta que la garganta comenzo a ensancharse

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