no fuera una reminiscencia de su lejano y nunca olvidado pueblo flamenco. En su juventud fue una bella y robusta muchacha, y los anos no fueron capaces de quitarle la frescura inmaculada de su alba piel. Ahora, a pesar de los muchos sinsabores de una existencia andariega tras el hombre sobre el cual giraba su vida, permanecia aferrada a sus invariables costumbres. Hogarena donde se encontrara, sabia crear el ambiente propicio y amable de la casa. En los dominios de la cocina no admitia rival en el arte de aderezar los viejos manjares tradicionales.

Tenia esa galanura espontanea de las gentes sencillas y en su vida intima una adoracion sin limites hacia Guillermo Lunder, a quien no solo entrego la virginal inocencia de su puro cuerpo, sino todos sus pensamientos. Su espiritu no concebia otro amor que el de su marido y su hogar, ni otra tierra mejor que la de su cuna y despues de veinte anos en la Patagonia, vivia en la pasiva insensibilidad de los resignados, anorando intimamente el terruno. Esta pasion por sus lares en una mujer tan ajena a las pasiones, ensombrecia muchas horas de su vida, sin contar que su parcialidad la tornaba indiferente o despectiva a muchas bellezas de la tierra que habitaban, y que, de simples aldeanos, los convirtiera, con trabajo y esfuerzo indudable, en hacendados si no opulentos al menos acomodados por cierto… ?Encrucijadas del alma! Pero donde su espiritu se alzaba hasta el resentimiento y la maxima violencia era contra los embates constantes del viento del verano y del otono. Entonces perdia la medida de si misma y el sufrimiento deformaba totalmente su caracter.

– ? Maldito… maldito viento! -apostrofaba, tapandose los oidos para ahuyentar, vanamente, el silbido aterrador. Y cuando sus nervios, por lo general tan equilibrados, no resistian mas la tension lacerante, se encerraba en su pieza y, echada en el lecho, se cubria la cabeza para rendirse en un largo, incontenible y patetico llanto. La melancolia la dominaba entonces a pesar de sus tentativas para combatirla. Frida temia al viento casi tanto como a la perspectiva de terminar su vida en aquellas pampas salvajes, lejos de la vieja casa paterna y de que sus huesos no llegaran jamas a reposar en el cementerio de su pueblo. Aquella obscura premonicion se cumplio, y Frida Lunder nunca mas admiro el amanecer en las colinas de su aldea natal florecidas de tulipanes.

Al penetrar Lunder y su hija en la habitacion, Frida se quejaba, las manos oprimiendo la cabeza cuyos cabellos rubios brillantes comenzaban a encanecer.

– ?Que tienes, mujer? -pregunto Lunder yendo hacia el lecho-. Frida, respirando entrecortadamente, con la cara oculta entre las ropas no contesto.

– ?Me diras o no que te pasa! -estallo el marido-. Mira, mejor dejanos un momento -indico a su hija.

– ?Papa, se bueno con ella! -suplico Blanca casi asustada.

– No temas; ya conoces a tu madre.

– Pero es que el viento le hace tanto dano a los nervios.

– Bueno, ya tuvo tiempo de acostumbrarse, En fin… Blanca salio cerrando con cuidado. El viento rasgaba el valle con su bramido largo de toro herido. De las gargantas de las rocas del oeste venia su lamento arrollador y constante, como si una enloquecida tropilla batiese sus cascos en el aire… jadeos, resoplidos, relinchos del viento salvaje… Aplastada por las mil voces tronadoras, la pobre mujer, desplomada en el lecho, se estremecia.

– Escucha, mujer, lo que te asusta es solo viento, ?me escuchas? Un poco de viento que ya pasa… Eso es todo…

– ?Todo? ?Aun puedes decir eso!… No puedo mas… ?No puedo mas! De la manana a la noche no escucho otra cosa que el viento… lo siento dentro de mi, me traspasa y asi para siempre… ?siempre! -Frida mezclaba a las palabras contenidos sollozos. Lunder, que conocia y soportaba aquellos solitos arrebatos con mal disimulada impaciencia, exclamo:

– ?Y que quieres que haga? El viento solamente a ti te mortifica… es una obsesion… Levantate y veras que no muerde. El viento es un buen amigo con quien quiere serlo suyo. ?Escucha!… ya se calma…

– Tu y tu pampa… ?Es que nunca podre salir de este infierno? Me enfermo y muero cada dia oyendolo. Llevo veinte anos soportandolo y sufriendo, pero no importa; hay que seguir en este desierto, porque suenas todavia en tu tierra prometida.

– No es una promesa, Frida, y tu lo sabes. ?Que teniamos antes? ?Nada! Unicamente temor y esperanzas. Aqui encontramos esta enorme libertad; no pide mas que trabajo y un poco de paciencia.

Frida se habia levantado a inedias en su lecho. Trastornada y febril, sus ojos parecian querer atravesar las paredes, siguiendo a los fantasmas con, que el viento la envolvia. Los cabellos rubios que comenzaban a platearse le caian sobre la cara. Un halito cruel afeaba su rostro; la histeria hacia estragos en aquellas facciones de ordinario tan agradables… Insistia en su obscuro rencor.

– Ya no puedo tener paciencia. ?Quiero tener un verdadero hogar! Una casa libre del miedo ?entiendes? Te he seguido a todas partes con la esperanza de que al fin buscarias algo distinto…

– ?Vuelves a lo mismo! -estallo Lunder a su vez-.

No saldre de aqui por un capricho. No lo oyes, acaso… es viento… ni se vuela el techo ni mata a nadie, ?pero sigues temblando! Lo has tomado como un pretexto para zarandearnos a cada rato con tus quejas. Mejor harias en levantar tu animo, alejar esos fantasticos temores y poner todo tu entusiasmo en ayudarme. ?No ves como Blanca es feliz aqui? ?Por que no tratas de serlo tu tambien?

– Yo desconozco a mi hija… -murmuro Frida con voz extrana-. Todo se da vuelta en esta tierra horrible… a veces creo que estoy enloqueciendome… ?Voy a terminar acaso como ese viejo loco de los pastizales? ?Quiero irme de aqui, Guillermo! -Frida se encogia al hablar, como si el viento la golpease sobre la carne, a despecho de las solidas paredes de su casa.

Pero el viento se calmaba poco a poco. Como ocurre al atardecer, perdia su fuerza y se tendia sobre el valle y las mesetas atenuado, casi suave, en contraste con su furia anterior. Junto con esa paz otra nueva nacia en el alma de Frida Lunder; retornaba en ella la razon y se aquietaba sensiblemente. Se paso las manos sobre el rostro y dijo mirando angustiada a su marido:

– Creeme, Wilhem, no puedo soportarlo… ?el viento!… Me arrebato a mi hijo, ?a nuestro hijo! ?Como quieres que me resigne, que lo sienta venir sin enloquecerme?

Lunder no supo que responder; recordaba ciertamente el tragico fin del pequeno Guillermo. Buscaba entonces un lugar apropiado para poblar, pues la presencia de los galeses en Rawson y Trelew, resultaban para el, fugitivo de los britanicos, especialmente deprimente. Fue asi bajando por la costa hacia el sur y, en las cercanias de cabo Raso, un terrible ventarron arrastro una tarde a su hijo, momentaneamente descuidado. La muerte se cerro para el en el fondo de un desfiladero. La perdida del hijo trastorno a la joven esposa, y solo la venida de Blanca, ocurrida al ano siguiente en el cabo Raso, definitivamente elegido por ellos, logro muy lentamente equilibrar el espiritu de la madre, pero sin que su odio hacia el viento disminuyese nunca.

Los minutos pasaron, mientras el viento, tambien fatigado de su incesante fluir, se calmaba, semejando su paulatino sosiego el detenerse jadeante de una gran bestia hastiada de galopar las mesetas.

Alguien lo llamo desde afuera. Frida, agotada y liberada al mismo tiempo de su oprimente malestar, se adormecia con los labios fuertemente apretados.

4

Afuera hallo al capataz esperandolo. El hombre, a pesar de su aire impasible, parecia inquieto o intrigado, Lunder se llevo el indice a los labios indicandole silencio y lo acompano a la galeria exterior.

– ?Sucede algo? -pregunto.

– Llegaron los hombres que mando don Mateo… recien no mas, senor -informo este.

– Pudo atenderlos usted mismo -rezongo Lunder malhumorado.

– Es que… -empezo a decir el capataz y se detuvo indeciso.

– Vamos, hombre, desembuche ?caramba! -le urgio su patron comenzando a impacientarse.

– ?Que le pasa?

– Bueno vea, patron, esos hombres vinieron como huyendo… -se largo Juan.

– Sera el viento a lo mejor…

El capataz contesto entonces, como picado por el tono zumbon…

– A no ser que al caballo indio y a los fardos que traen tambien los empuje el viento…

– ?Caballos y fardos, decis?… -Lunder era ahora todo oidos.

– Si, pues, como lo oye -respondio Juan-. Usted sabe que Antonio se volvio con los caballos desde los cerros.

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