De alli los otros siguieron a pie y ahora tienen un caballo cargado de fardos, que seguro son pieles de zorro; alcance a verlos de lejos… y…

– ?Donde estan? -interrumpio Lunder. -El polaco se quedo a orillas del rio, cuidando el caballo. Bernabe esta en el galpon, con don Ruda; parecen muy cansados y sin embargo apurados por irse…

– ?Vamos alla!… -ordeno don Guillermo y el capataz lo siguio sin mas comentarios.

Blanca volvio al lado de la madre, vigilando el agitado duermevela de la enferma. A ratos tomaba sus manos heladas y las acariciaba con ternura entre sus dedos agiles y fuertes. Sus manos, al contrario de las de Frida, eran calidas, con finas venillas insinuadas bajo la epidermis. Los cabellos rubios como los de su madre, tenian reflejos dorados y, cruzados sobre su cabeza en dos largas y opulentas trenzas, semejaban un esplendoroso casco de guerrera antigua. La frente combada y tersa, la nariz palpitante de vida y juventud y los bellos ojos verdeazules como las aguas de los lagos, sombreados por largas pestanas, bajo el arco perfecto de las cejas. Los labios rojos con algo de altivo y travieso al mismo tiempo y orejas pequenas en las que brillaban como sangre los aretes diminutos. Extrana y magnifica nina en quien la mujer empezaba a reinar con soberanos atributos. La agreste naturaleza no la rozaba con su salvaje fuerza; ella misma era un poco la hija de las praderas; y los agiles huemules y el viento retador, sus companeros.

Blanca, nacida en el Chubut, conocio desde nina los azares de una vida andariega y audaz. Podia decirse de ella que hasta su nombre constituia un simbolo. Al nacer, viendola tan blanca bajo la luz de una primitiva lampara, que escasamente alumbraba el lecho rustico como todo el rancho pampeano, mientras afuera la tierra era un solo manto nevado, su padre la llamo asi, temblandole los labios en una rara manifestacion de ternura. Y asi fue bautizada cuando por primera vez el padre Bernardo llego hasta su hogar en gira misionera. Blanca crecio como un pino joven, agil, derecha y fuerte, rubia la cabellera y blanca la piel. Walkiria austral, ligera como el viento, cimbreante y alegre. El viejo araucano, maestro y baqueano en los frecuentes viajes en busca de pastos para las invernadas, la apodo Quila, igual al bambu cordillerano, aguantador de tempestades. Y ella, digna de aquellos hombres audaces, vio en el verano embravecerse los rios montaneses, rugir el viento silbador en las mesetas inhospitalarias, cubrirse de nieve los canadones. Admiro los inmensos bosques, sin que la dura existencia diaria restase una sola de sus gracias. Comparable a las leyendas de las virgenes araucanas, era la gracia triunfando sobre la fiereza del medio. Tal vez disparo una carabina antes de saber las primeras letras, pero a los dieciocho anos resultaba imprescindible ayudando a su madre, y la mas excelente camarada de su padre, a quien admiraba como a un rey de las pampas. Competia con el en destreza, ya se tratase de armas o caballos. Jinete como un hombre capaz de guanaquear sin descanso al par del mas aguantador. Crecio libre como un pajaro hasta los quince anos y entonces sus padres, temerosos ante las codiciosas miradas de algunos peones y viajeros ocasionales, que se turbaban o enardecian ante aquella virgen atrevida y sonriente, decidieron enviarla a la tierra de sus padres. Sin embargo Blanca no paso de Buenos Aires y alli, irreductible, declaro sus intenciones de volverse. Ni ruegos ni amenazas torcieron su decision y regreso despues de un ano a su casa. Mas hermosa y femenina, gracias al contacto con la civilizacion, pero tambien mas enamorada de su tierra, de sus valles sin fin, de sus verdeantes praderas.

Ahora, ensimismada en imprecisos y fugitivos pensamientos, no advirtio la entrada en la habitacion de Maria, que era en la casa, mas que una sirvienta, amiga y custodia de Blanca. Al verla, esta le pregunto:

– Dime, ?quien ha llegado? Hace rato que oigo idas y venidas por la galeria…

– Han vuelto los hombres que mando don Mateo a la cordillera ?y sabe una cosa, nina? -contesto y pregunto al mismo tiempo la mestiza con aire misterioso.

– ?Que, Maria?… Si no me lo dices…

– Pues parece que su papa esta muy enojado con Bernabe y el polaco, ese del nombre tan dificil… -Maria daba largas a su explicacion con esa intuitiva picardia criolla que juega con los interrogantes, pero Blanca, asida por obscuros presentimientos, nacidos de las insinuaciones de Sandoval y la repentina indisposicion de su madre, no aceptaba misterios y apartaba de si las maranas inutiles que ensombrecian su alma, como nubes de tormenta en un cielo ominoso. Con energia ordeno a la mujer:

– ?Dejate de rodeos y dime ya que ha ocurrido!

Maria miro a Blanca con extraneza y todavia comento burlonamente.

– Ya veo… cada vez que anda por aqui don Sandoval usted se pone nerviosa…

– Maria, ?cuando tendras formalidad? Si no me cuentas lo que tenias que decirme, tanto vale que te vayas ahora mismo.

– ?Esta bien! -concluyo la muchacha sin abandonar su sonrisa burlona. -Pero conste que si el administrador la pone nerviosa, a mi me enfurece con sus moditos…

– Bueno, basta ya de tonterias y habla de una vez.

– Ya que quiere saberlo, ?ahi va!… Esos dos que llegaron hace un rato, vienen con un aire tan cansado, como si hubieran corrido huyendo de alguien. Ademas traen con ellos un caballo cargado de fardos y no quieren decirle a don Guillermo donde lo consiguieron… dicen que eso es cosa suya. Su tata discutio con Bernabe y despues de darles comida los despacho al Paso… Le oi decir a su papa que no quiere complicaciones con ellos…

– ?Complicaciones? ?Que clase de complicaciones? -pregunto Blanca intrigada. Maria alzo los hombros.

– ?Que se yo! Pero donde andan esos desalmados nada bueno puede pasar. ?Parece mentira que un hombre como don Mateo se rodee de gente como esa! -concluyo Maria con tono despectivo.

– Sus razones tendra -dijo Blanca evasivamente-. ?Se habran ido? -agrego con interes.

– Creo que si -respondio la muchacha y siguio charlando en voz baja.

Blanca escuchaba interesada los detalles que Maria desgranaba como un rosario, siempre en tono bajo, para no molestar a la senora que ahora descansaba blandamente, superada la crisis de sus nervios sobreexcitados. La pieza era invadida por la penumbra del rapido atardecer. El viento se apaciguaba a la par que nacia la noche y su bramido se acallaba perdiendose en los canadones para morir en el filo de las cuchillas cercanas.

Blanca se aseguro que su madre dormia y paso a su cuarto; alli se puso botas, se echo sobre los hombros una casaca liviana forrada en piel de corderito y gorro de lana, y salio al cielo abierto. La inmensa noche patagonica venia ondulando las montanas, suavizando sus asperos contornos. El aire seco recogia los vagos sonidos llevandolos lejos. Del galpon salia la roja claridad de un farol colgado en la gruesa viga central. Un paisano cachaciento acomodaba su montura. En la insinuada penumbra, por los corralones, se escuchaba nitido el vozarron de Lunder arreando animales y dando algunas ordenes a los peones. Una oveja balaba cerca del rio llamando a la cria extraviada. Los alamos aliviados del agobiante asedio del viento, enderezaban sus copas, con la regocijante alegria de abatir las ligaduras que los arrastraban hacia la tierra. Un poco mas y las estrellas comenzaron a titilar en el cielo limpido y la luna recorto la silueta de un cerro lejano. En un brazo del rio las avutardas dejaban oir sus desagradables graznidos. La casa, contra el fondo de las montanas distantes, que agrandaban las sombras, parecia empequenecerse gradualmente.

La hija de Lunder se encamino a los cuadros de triple hilera de alamos que circuian la huerta, detras de la casa. Aquellas se extendian como altas y vivientes vallas verdes guardando los esfuerzos del hombre y sus frutos arrancados al viento y la nieve. Alli estaban resumidos los dias y anos de lucha de Lunder para extraer de la tierra indocil su encerrada fertilidad. Dentro de los grandes cuadros arbolados y en las calles que formaban, el aspecto era semejante al campo mejor ubicado. El viento no penetraba en ellos y las hojas muertas alfombraban los senderos, desapareciendo las piedras y la aridez del suelo bajo el manto vegetal. Pequenos canales cercaban las areas cultivadas, corriendo las aguas trasparentes mediante un nivelado sistema de represas. A pesar de lo avanzado del otono, algunos cuadros producian aun legumbres y otros mostraban huellas de recientes cosechas. Los frutales empezaban a despoblarse de hojas, preparandose para el largo invierno. La tierra, trabajada tesoneramente durante el verano, recibia las primeras nieves, guardando el calor generoso y recondito que germinaria la semilla venidera. Otros cuadros de alamos cercaban los corrales para los caballos, que Lunder cuidaba con la esperanza de adaptar un tipo a la zona, creando una cruza superior, resistente a los frios intensos y las fatigas de las mesetas.

Hacia alli se dirigio Blanca iluminada por la claridad lechosa de la luna. Su alma grande y solitaria se extasiaba ante la fuerza salvaje y sin embargo entranablemente noble que adivinaban en los potros nerviosos y expectantes, que erguian sus cuellos rematados con largas crines, dilatando los ollares ante la presencia amiga, pero igualmente recibida con recelo.

Ella no tenia el animo libre de costumbre esa noche. Una vaga inquietud la distraia del habitual espectaculo. En los ultimos tiempos la noche traia hasta su espiritu una sensacion desconocida, dulce y dolorosa al mismo tiempo, que no terminaba de definirse pero que la cercaba en un circulo impreciso. Buscaba entonces consejo en

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