25 DE ANFIUNDANIL (DOS SEMANAS ANTES)

EL MAULAR, REGION DE MALABASHI

Derguin oteaba el panorama desde una elevacion que, segun le habian explicado las guerreras Atagairas, era conocida como el Maular. Alli, a media ladera, habian plantado el puesto de observacion. El sol bajaba hacia el horizonte mientras frente a ellos, en la llanura que se extendia entre el Maular y el colosal monolito conocido como la Roca de Sangre, ya habia empezado la batalla.

Un combate mas que desigual. Los diez mil Invictos de la Horda Roja contra los cien mil guerreros fanaticos del Martal. Los ruidos de la lucha llegaban como una mezcla de rugiente marea estrellandose contra las rocas y batintin de martillos y yunques en una herreria.

Derguin se volvio. Tras el formaban ocho mil Atagairas. Seis mil de ellas venian montadas a caballo. Las otras dos mil, la fuerza de reserva, cabalgaban urimelos, una especie de cruce entre camello, cabra y caballo, una bestia lanuda capaz de trepar y brincar por pendientes inverosimiles.

– ?Por que no atacamos ya? -pregunto Derguin.

– No seas impaciente -le contesto la reina Tanaquil-. Debemos esperar a que se ponga el sol.

Todas las Atagairas, salvo la morena Baoyim, cubrian sus cuerpos albinos con mantos y capuchas a la espera de que el sol se ocultara.

Tanaquil le paso a Derguin el catalejo.

– Tu tienes ojos mas jovenes. Dime que ves.

Derguin, que aun no se habia puesto el casco, se llevo el catalejo al ojo derecho.

– Las tropas de la Horda han salido ya de la carcava. ?Estan locos! Entre esas paredes de roca podrian haber resistido, pero ahora los van a rodear.

»Veo a sus falanges. Avanzan hacia las tiendas de los Aifolu, pero aun tienen muchos enemigos en medio. Tambien hay choque de tropas de caballeria, pero no distingo bien a unos de otros. Hay demasiado polvo.

– ?Y que tenemos aqui abajo?

Derguin apunto el catalejo mas cerca, a unos mil quinientos metros de donde se encontraban.

– El centro del campamento. Hay una gran tienda amarilla y una empalizada. Dentro de esta se levantan tres tiendas negras. -Parecen el ojo de las tres pupilas, penso, y se estremecio al recordar que bajo la armadura llevaba escondido el ojo rojo que le habia arrebatado al Rey Gris-. Luego veo tropas de infanteria, jinetes desmontados…

– ?Que hacen los Glabros? -pregunto la reina.

Se habia sabido que aquellos salvajes de craneos afeitados eran los responsables del ultraje sufrido por una compania de doscientas Atagairas. Los Glabros las habian atado al suelo, las habian violado una y otra vez y luego habian dejado que murieran abrasadas bajo el descarnado sol de la meseta.

Entre esas mujeres se hallaba Tildara, primogenita de la reina. Ya habia perdido dos anos antes a otra de sus hijas, Tylse, en el certamen por la Espada de Fuego. Tan solo le quedaba la menor, la bella e intrigante Ziyam. Y no se trataba precisamente de su favorita.

– ?Que hacen, tah Derguin? -se impaciento Tanaquil.

Practicamente al pie de la ladera del Maular, los Glabros estaban ensillando a sus monturas, unas aves carniceras de tres metros de altura, patas musculosas, alas atrofiadas y grandes picos de color naranja aguzados como sables.

– ?Estan montando en sus pajaros del terror! Deben haberlos llamado a la batalla.

– Mejor -respondio la reina-. No quiero sorprenderlos desmontados. Mi intencion es aplastarlos junto con esas bestias repugnantes que montan.

Derguin devolvio el catalejo a la reina. Habia oido una pequena algarabia detras y volvio la mirada para comprobar que pasaba. Entre la primera fila de guerreras montadas se habia colado una pequena figura que corria hacia el. Era Ariel.

Ya me ha vuelto a desobedecer, penso Derguin. Volvio grupas a Riamar para encontrarse con la nina antes de que se acercara demasiado a la reina.

– ?Mi senor! ?Te he traido esto!

Ariel le entrego un bulto de tela negra. Derguin lo desenrollo. Era un estandarte. En el centro, cosidas con hilos rojos, ardian unas llamas que rodeaban una espada negra con la punta hacia abajo. En la interpretacion de Ariel, el fuego era tan intenso que hasta devoraba la empunadura.

– He pensado que no podias ir a la batalla sin un estandarte, senor -dijo

Ariel.

Derguin desmonto de Riamar y, con cuidado de no acercarse demasiado a la nina para no clavarle los pinchos y crestas de la armadura, la beso en la frente.

– Muchas gracias, Ariel. Es verdad que el Zemalnit no debe cabalgar sin su propia bandera.

– Ya se que Zemal no tiene esas llamas tan grandes, pero no sabia muy bien como bordarla -dijo Ariel.

– Me encanta tu sorpresa. Ahora, volveras a la retaguardia y te quedaras alli, ?verdad? Esta no es la tierra de los inhumanos. ?Me prometes que no te moveras?

– Te lo prometo, senor.

Mientras Ariel se alejaba corriendo hacia las alturas del Maular, donde estaban plantadas las tiendas de campana, Derguin volvio con Tanaquil y le pregunto:

– ?Crees que alguna de tus guerreras querria ser mi portaestandarte?

Baoyim se adelanto y se inclino ante la reina.

– Majestad, con tu venia, seria un honor para mi llevar el estandarte del Zemalnit.

Tanaquil inclino la cabeza con un gesto magnanimo.

– Por lo que veo, tah Derguin, inspiras una gran fidelidad entre mis subditas. Es algo que ningun varon ha conseguido en toda la historia de Atagaira.

– Y que me honra, majestad.

Esa zorra de piel renegrida, penso la princesa Ziyam al ver a Baoyim, y se toco la mejilla izquierda. Aunque los bordes de la cicatriz seguian doliendole como mil demonios, los recorrio como si quisiera memorizar su diseno en las yemas de los dedos.

Derguin y, sobre todo, Baoyim habian frustrado su intento de derrocar y asesinar a la reina. Una vez desbaratados sus planes, su madre la habria ejecutado sin pestanear. Pero Tildara habia muerto pocos dias antes, y Tanaquil no tenia mas herederas. Asi se lo habia explicado ella misma, antes de aplicarle el hierro candente con su propia mano.

– No quiero que mi linaje se extinga. Solo eso te salva.

Ziyam siempre habia estado muy pagada de su belleza, que destacaba incluso en una raza de mujeres tan saludables y bien proporcionadas como las Atagairas. De hecho, a sus espaldas la llamaban Nenufar. [1]

La nina que aun habitaba en su interior habia estado a punto de llorar: «?Mama, no me quemes la cara, por favor!». Pero la mujer en que se habia convertido sabia que, una vez que su madre tomaba una decision, nada podia disuadirla. De modo que rechino los dientes y se obligo a si misma a no cerrar los ojos para no perder de vista el fulgor rojo de la cruz de hierro que se acercaba a su mejilla.

– Es mas un castigo para mi que para ti, hija. Salta a la vista que no te he sabido educar.

Ahora, en la ladera del Maular, Ziyam volvio a apretar los dientes para no gritar, pues incluso el recuerdo de la quemadura le dolia. Aparto los dedos de la herida, los metio bajo el yelmo y se toco las puntas de la cabellera, asperas como un cepillo. Su madre le habia cortado el pelo como si esquilara a un urimelo. Pero, al menos, su melena de cobre volveria a crecer.

Cuando sea reina, ya encontrare un modo de borrar esta cicatriz, se consolo la princesa.

Tras entregarle el estandarte a aquella furcia de Baoyim, Derguin volvio a montar en su magnifica bestia, aquel caballo blanco que se habia revelado como un unicornio gracias a que el Zemalnit le habia pintado el cuerno invisible con pan de oro. Pese al odio que sentia por el joven Rition, Ziyam penso que jinete y corcel componian

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