una estampa digna de ser esculpida incluso en los acantilados de Acruria.

?^ quien pretendes enganar?, se dijo. Bien sabia la princesa que no era odio lo que albergaba su corazon, o al menos no era todo lo que albergaba. Por eso mismo, y porque estaba acostumbrada a que las demas mujeres se enamoraran de ella y habia aprendido a detectar los sintomas de la pasion con la frialdad de una medico, Ziyam era perfectamente consciente de como miraban otras mujeres a Derguin.

Ariel, por ejemplo. Mientras le entregaba a su senor el estandarte, la cria lo miraba con un brillo humedo en los ojos y le hablaba con un tenue vibrato en la voz que traicionaba su adoracion por el.

Baoyim tambien sentia algo por Derguin. Una pasion mas animal, seguramente. Desde donde estaba, Ziyam casi podia olfatear en su sudor el deseo, por no hablar de la forma en que la capitana se tocaba la melena negra cada vez que se dirigia al Zemalnit.

A Ziyam lo de la nina le parecia simplemente patetico: una sierva enamorada de su senor. Con el tiempo, cuando le crecieran las tetas, lo mas que conseguiria de el seria un par de revolcones y un hijo bastardo. Pero lo de Baoyim la indignaba.

Era evidente que Derguin, demasiado joven y distraido con otras cosas, no se daba cuenta de hasta que punto resultaba atractivo para las hembras. O tal vez Ziyam, obsesionada con el, pensaba que todas las mujeres lo veian igual que ella.

No era por su fisico, o al menos no era solo por su fisico. En el haren de Acruria se encontraban especimenes mas espectaculares por su estatura, por sus musculos o por otros atributos. Entre ellos el propio Mazo, aquel gigante barbudo que habia llegado a Atagaira con Derguin y al que Ziyam habia clavado dos dardos en la espalda. El Mazo era casi el doble de grande que Derguin, y en cuanto a otros atributos… Ciertamente, en Atagaira no se habian visto demasiados machos como aquel gigante. En ese sentido, su arma era bastante superior a la del Zemalnit.

En realidad, Ziyam, la princesa Nenufar, vivia demasiado absorta en si misma como para haber aprendido a percibir y expresar los dones de otras personas, y por eso no alcanzaba a comprender por que la atraia Derguin. No muchos dias despues, otra mujer que compartia su aficion por el Zemalnit le diria de el: «Es por sus ojos. Son profundos y nobles, y tan jovenes como el mundo antiguo. En ellos hay tormenta y calma, y un extrano destino que ni yo misma alcanzo a leer».

Una explicacion que no era completa. Porque a esa mujer que pronto conoceria Ziyam le ocurria lo mismo que a la princesa: ambas se habian encaprichado de Derguin porque no lo poseian, porque el Zemalnit se resistia a ser suyo.

Visunam, la jefa de la guardia personal de la reina, levanto el estandarte. Las Atagairas se pusieron en marcha, y el cadencioso paso de miles de cascos de caballos resono en aquel suelo seco y rojizo como ladrillo.

Bajaron por un declive pronunciado, hasta llegar a una ladera mas suave y ancha donde hicieron otro alto. Abajo, a poco mas de mil metros, se hallaban los odiados Glabros. Sus centinelas habian advertido la llegada de las Atagairas, y sus trompas de alarma resonaron roncas como cuervos sobre el estrepito de la batalla.

La reina se dirigio a Derguin. Ziyam se encontraba lo bastante cerca como para oir sus palabras.

– Este es un buen lugar para iniciar la carga. Quiero que te guardes esto ahora, Zemalnit -dijo, tendiendole un papel doblado.

– ?Que es?

– Mi epitafio. Ya te hable de el. Pero no debes leerlo hasta que llegue el momento.

Mi epitafio, se repitio Ziyam. Varias guardias Teburashi, mas fieles a la princesa que a la reina, habian insinuado que en plena batalla una lanza amiga mal arrojada podia acabar en la espalda equivocada. Ziyam habia prohibido cualquier maniobra de ese tipo. Su madre la tenia demasiado vigilada.

Mas, al parecer, la misma Tanaquil presentia que su final estaba cercano.

Si asi ha de ser, madre, no sere yo quien llore tu muerte.

La pendiente, sin ser tan pronunciada como para que los caballos corrieran peligro de despearse, ofrecia un buen impulso para la carga. La jefa de la marca de Faretra se acerco a la reina acompanada por su portaestandarte.

– Te pido que me concedas el honor de abrir la carga, Majestad.

Tanaquil asintio. Era una formalidad: la tactica ya se habia decidido antes. Baoyim se volvio hacia el Zemalnit y le dijo:

– Vas a contemplar algo que no olvidaras facilmente, tah Derguin.

Ziyam creyo ver lascivia en la sonrisa de la Atagaira morena, y la sangre se le subio al rostro. Ya querrias que las tetas que viera Derguin fueran las tuyas y no las de las Faretrias, penso.

Estas celosa. Respiro hondo. Era ella, Ziyam, quien siempre desataba en los demas el monstruo ingobernable de los celos, no quien lo sufria. Y no era momento de dejar que aquel velo rojo nublase su vista justo antes de la batalla.

El sol ya se hundia en el horizonte. A un gesto de Tanaquil, la abanderada hizo ondear el estandarte en alto, y entre las filas de las Atagairas cientos de trompetas respondieron a su senal.

La batalla iba a empezar. Curiosamente, las pulsaciones de Ziyam, que se habian acelerado al ver como Baoyim sonreia a Derguin, se calmaron. Ahora entraban en los dominios de Taniar, la diosa de la guerra, tan caoticos y resbaladizos como los de Pothine, senora del amor; pero se trataba de un terreno que cualquier Atagaira preferia.

Las mujeres de Faretra arrancaron en un suave trote que aceleraron poco a poco al bajar por el declive. Formaban cuatro escuadrones de cien, que se fueron abriendo al llegar a la parte baja del Maular. Desde la llanura, los pajaros del terror ya cargaban contra ellas, y se oian sus estridentes graznidos.

– ?Ahora nosotras! -exclamo la reina, y anadio-: ?Hoy las Atagairas nos cobraremos todas nuestras deudas!

Quiza yo me cobre alguna de las mias, madre, penso Ziyam, y aferro con fuerza la lanza y el asa del escudo. Su peso y el tintineo metalico de las piezas de la armadura rozando y entrechocando en cada bote la hacian sentirse mas segura, casi invulnerable.

El paso de los caballos se convirtio en trote, y el tamborear de los cascos compitio con el voznar de los pajaros del terror. Las Faretrias ya habian llegado al final de la ladera y tras ellas, divididas por escuadrones, cabalgaban las demas Atagairas.

– ?Ahora, Riamar! -exclamo Derguin. En lugar de sofocar la voz del Zemalnit, el casco parecia amplificarla.

Ziyam sintio el deseo casi pueril de combatir cerca de el para impresionarlo, y taloneo a su montura para no quedar rezagada.

Fue entonces cuando, incluso a traves de la capa y la armadura, percibio ese momento inconfundible para cualquier Atagaira: el sol se estaba poniendo. Como llevaba haciendo desde que aprendio a hablar, Ziyam canto su despedida y su homenaje al astro cegador, y para su sorpresa escucho la grave voz del Zemalnit entonando el himno a coro con las demas Atagairas.

UUOOOMMMMOOMMOOOOMMM…

A sus espaldas resono la poderosa llamada de la gran Bukala, la trompa que utilizaban las Atagairas para enviar senales de valle en valle y de montana en montana. Era el momento. Ziyam se solto el broche de cobre y la capa parda resbalo sobre sus hombros y la grupa de su yegua Cellisca. Miles de capas mas cayeron al suelo. Ya las recogerian, si es que vencian en la batalla. Si no, quedarian alli como testigos mudos de su final o se convertirian en botin del enemigo.

De pronto, aquella marea de color terroso se habia convertido en un rio de metal que bajaba por la ladera. Miles de amazonas Atagairas, el mayor ejercito que salia de las montanas desde hacia siglos. Deberia haberlo mandado yo, penso Ziyam. Mas a su pesar, participar en aquella carga hizo que se le erizase la piel perfectamente depilada de sus niveos antebrazos.

A duras penas, la princesa habia llegado a la altura de Derguin, que cabalgaba a su izquierda. Ataviado con aquella extrana armadura entre negra y obsidiana, cubierta de crestas, pinchos y signos geometricos, y tocado con el casco coronado de espinas, el Zemalnit casi parecia un inhumano. La princesa giro el cuello hacia el. Mirame, le ordeno mentalmente.

Derguin capto su pensamiento, o bien su mirada, porque se volvio hacia ella. Tras el visor de cristal -?De

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