Aquel tenue resplandor ocultaba, en realidad, una energia mucho mayor. Muchisimo mayor. El hilo era una especie de grieta en el espacio, una irregularidad geometrica en la que se concentraba tanta masa como en una gigantesca montana. Si Mikhon Tiq podia levantar la vara era porque esa grieta estaba rodeada por un cilindro forjado de un material que no cumplia las leyes de este mundo, un elemento que, de haberlo soltado en el aire, en lugar de caer al suelo se habria elevado hacia las alturas huyendo de la masa de la tierra.

Tanto el hilo de luz como el cilindro de materia antinatural estaban rodeados por una delicada filigrana de hilos y pequenos relieves interiores, tan minusculos que ni siquiera los sentidos acrecentados del Kalagorinor podian discernir sus detalles. Y dentro de esa filigrana se escondia algo mas.

Almas. Eran vidas humanas, absorbidas por el poder de la vara. Diminutas luces orbitando alrededor del hilo central. Mikhon Tiq comprendio por que los cadaveres tendidos en el suelo parecian momias. La lanza de Prentadurt habia absorbido su esencia, los habia drenado de aquello que los convertia en personas, algo mas vital que la misma sangre.

Pero alli dentro habia muchisimas mas almas que cadaveres dentro de la empalizada, miles de veces mas. ?Cuantas vidas habria arrebatado aquel objeto diabolico?

– Xulon -dijo Mikhon Tiq, y la materia transmutable del exterior se convirtio de nuevo en madera.

Aquella vara era una maravilla creada por una magia o una ciencia ya perdidas. En su interior albergaba grandes poderes en liza, fuerzas primordiales que se contraponian y anulaban. Pero Mikhon Tiq sospechaba que el equilibrio era inestable y que, si manejaba el fragmento de lanza sin precaucion, podia sembrar la destruccion a su alrededor y aniquilarse a si mismo.

Decidio abandonar aquel lugar y buscar de nuevo a Derguin. Absorto en el objeto que llevaba en la mano, casi se tropezo con una mascara de madera. Bajo la mirada y la observo unos segundos. Era triangular, casi tan grande como un escudo. Tenia tres rubies encastrados, grandes como huevos de codorniz. Nada que pudiera interesar a un Kalagorinor, asi que Mikhon Tiq la aparto con la puntera.

De haberla recogido del suelo, Mikhon Tiq tal vez habria salvado a Narak. O tal vez no, porque, como rezaba un antiguo proverbio Rition: Lo que esta por pasar tiene mucha fuerza.

TIENDA DE BINARG-ULISHA-RHAIMIL

Pese a que apenas unas semanas antes habian estado a punto de declararse la guerra -solo la lejania fisica habia impedido que entraran en combate-, los Invictos de la Horda Roja y las Atagairas comprendieron que el destino los habia convertido en aliados forzosos y, sin necesidad de intercambiar heraldos ni juramentos, alcanzaron el acuerdo tacito de no agredirse ni mantener conflictos hasta que llegara el momento de administrar la victoria.

Aun faltaban algunas horas para el amanecer cuando las Teburashi evacuaron a la reina del campo de batalla. La tienda de Ulisha era tan grande que las Atagairas pudieron alojar a Tanaquil en una de sus dependencias. El azar o el capricho de Kartine quisieron que ambos, el general supremo del Martal y la soberana de Atagaira, agonizaran al mismo tiempo a unos metros de distancia, separados tan solo por compartimentos de tela y biombos de madera y papel de seda.

Tanaquil se empeno en recibir a Derguin antes de morir. Mientras la reina y el Zemalnit hablaban, Ziyam se mantuvo alejada, descansando en un sitial de cedro con incrustaciones de marfil. Agradecia sentarse, porque la pierna derecha, que habia quedado atrapada bajo el peso de su yegua, le dolia horrores. La tenia amoratada, casi negra, pero la medica la tranquilizo. Cualquier golpe en la piel albina de una Atagaira producia unos negrales que en personas de tez mas oscura habrian hecho pensar en gangrena.

Derguin y su madre hablaban casi en susurros, demasiado bajo para que Ziyam captara sus palabras. El Zemalnit se habia despojado de su armadura. Llevaba la almilla verde tan empapada que se le pegaba al cuerpo como una segunda piel, marcando sus musculos y tambien sus costillas. «?Por que estas tan delgado, si he visto que comes como un lobo?», le habia preguntado Ziyam en su alcoba de Acruria, mientras le recorria la linea de los abdominales con la una. «Es Zemal. Su fuego me consume», le contesto el. Entonces, la princesa no supo si hablaba en serio o en broma. Ahora sospechaba que habia sido sincero.

Aparte del sudor, no se apreciaba en Derguin ninguna otra senal de que hubiera combatido durante horas: ni una herida, ni un moraton, ni siquiera una escoriacion de la armadura. Con ese aspecto, podria venir de una sesion de entrenamiento y no de una batalla. Como un dios, penso Ziyam con esa amarga mezcla de admiracion y rencor que le despertaba el joven Rition.

Mirame, Zemalnit. Mirame, te estoy mirando, repitio mentalmente la princesa, entrecerrando los parpados, como si a traves de ellos quisiera enviar las ondas de un hechizo.

Por fin, Derguin debio notar aquellos ojos azules clavados en la nuca, porque volvio la cabeza un segundo. Ziyam le sonrio con suficiencia, tratando de transmitirle en un gesto toda la satisfaccion de la victoria. Al final he conseguido ser reina. Pero, para su propia desazon, noto como las pulsaciones se le aceleraban y la boca del estomago se le encogia. Era una sensacion desconocida para ella: tener algo al alcance de la mano, tan cerca, y no poder cogerlo.

Derguin aparto la mirada y siguio hablando con la reina. Ziyam respiro hondo. En dos o tres dias como mucho, tendria que volver a Atagaira con el ejercito y quiza nunca volveria a ver al Zemalnit. Aquel pensamiento le resultaba insoportable.

Maldita estupida, se recrimino. Derguin solo era un hombre, un ser inferior, un pene dotado de dos piernas que lo transportaban de un lado a otro.

Nunca, se repitio. Nunca volveras a verlo. Olvidalo…

?Nunca? Tal vez no… Ziyam tenia todavia una ultima carta, un dado cargado con plomo. Con ciento cincuenta kilos de plomo, de hecho. Pensando en ello, se permitio una sonrisa.

– Pronto seras reina, mi senora -le susurro al oido Tyanna, una de sus partidarias en la corte. Sin duda habia malinterpretado su gesto.

Por fin, Derguin se fue de la tienda. Tanaquil estaba empeorando con rapidez y ningun varon debia ver morir a la reina. Pero antes de salir, el Zemalnit se volvio y echo una ultima mirada atras.

Directamente a Ziyam.

?El tambien siente algo por mi! No puede evitarlo, siente algo por mi. La princesa noto como se le subia la sangre al rostro, pero poseia el suficiente dominio sobre si misma como para controlar incluso aquel rubor.

La nueva jefa de las Teburashi, Antea, se acerco a Ziyam y le dijo:

– La reina quiere hablar contigo.

– Sus deseos son ordenes para mi -contesto Ziyam a la jefa de la guardia, sin apenas reprimir el sarcasmo.

Si la piel de las Atagairas es blanca, la de Tanaquil ahora parecia de marmol, de un marmol que hubiera perdido todo su lustre. Sus ojos de acero empezaban a empanarse como los de un pez que llevara demasiado tiempo en la cesta de la pescaderia.

– Tengo que pedirte perdon, hija mia -dijo la reina, con voz entrecortada. El aliento le olia a sangre y a muerte, y Ziyam tuvo que hacer un esfuerzo para no apartarse de ella.

– ?Pedirme perdon, madre? ?Por que?

?Por haberme marcado como si fuera una vaca? ?Por haber arruinado mi rostro? ?Que tonteria!

– Fui demasiado blanda e indulgente contigo. Tenias dos hermanas mayores. Nunca pense que te tocaria sobrellevar la pesada carga de reinar.

?Blanda? ?Indulgente? Habia que tener mucha desfachatez para pensar eso. Pero Ziyam se mordio la lengua y se limito a responder:

– Intentare ser digna de ti y de mis hermanas, madre.

Tanaquil le agarro la mano y tiro de ella para acercarla mas.

– Debes madurar, Ziyam.

– Si, madre.

– Ser reina no consiste en satisfacer todos tus caprichos ni en ver cumplida siempre tu voluntad. No consiste en recompensar a quienes te adulen y castigar a quienes te critiquen.

– Que poco me conoces si piensas que…

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