– ?Escuchame! -Tanaquil tosio, y unas gotas de sangre mancharon la mejilla de Ziyam. Esta intento reprimirse, pero no pudo evitarlo y se limpio con el dorso de la mano. Su madre prosiguio-: Debes ser grande. Hoy hemos triunfado en una gloriosa batalla, y por toda Tramorea se cantaran romances celebrando nuestra carga temeraria contra esos monstruos del infierno. Pero el corazon me dice que vendran tiempos mas duros y pruebas mas arduas.

– Las afrontare, madre.

– ?Se grande!

– Si, madre, ya me lo has dicho.

– ?Debes conseguir que no hablen de ti como Ziyam, hija de Tanaquil, sino que me recuerden a mi como Tanaquil, la madre de Ziyam!

El esfuerzo de aquella breve perorata parecio consumir del todo a la reina, que cerro los ojos durante unos segundos. ?Ya esta?, se pregunto Ziyam. Pero Tanaquil volvio a abrirlos y la miro. Estaba llorando. Ziyam nunca la habia visto llorar, ni cuando le anunciaron que Tylse habia muerto en las lejanas tierras del oeste ni cuando supo que los Glabros habian violado y matado a Tildara.

– Las Atagairas te necesitaran. El futuro es mas oscuro que los…

Todavia dijo algo mas, pero con voz tan debil que Ziyam no entendio sus palabras. La mirada de la reina empezo a quedarse fija, y su hija comprendio que la muerte ya agitaba sus alas negras sobre su pecho. Un segundo antes de que los dedos de Tanaquil perdieran sus ultimas fuerzas, Ziyam los solto. Fue una minuscula revancha, un segundo de venganza. La reina de Atagaira expiro buscando en vano los dedos de su hija para un ultimo apreton.

Durante un largo rato nadie hablo alrededor del lecho. Despues, la medica acerco un espejito a la boca de Tanaquil y comprobo que no se empanaba. Se volvio hacia Antea y asintio.

La jefa de las Teburashi tomo la mano izquierda de la reina. En ella, y no en la derecha, de modo que no la estorbara para empunar la lanza ni la espada, llevaba el sello real: un anillo de oro que representaba a un dragon terrestre, de cuerpo de serpiente y cabeza barbada.

La misma senal que la gran Iluanka habia tatuado en el cuerpo de Ariel, la mocosa de Derguin, penso Ziyam con rencor. Su propia marca era una cabeza de aguila a media espalda. Una marca regia, sin duda. Pero habria preferido una dragona, el emblema de la gran Iluanka, que moraba bajo tierra, enemiga de los dioses del cielo.

Pues, aunque las Atagairas rendian culto a los Yugaroi por no malquistarse con ellos, no les tenian demasiado carino, y menos a los varones. Sabian que, desde las alturas del Bardaliut, acechaban y aguardaban el momento de volver a apoderarse de Tramorea y esclavizar a los humanos.

Que lo hicieran, si asi era su voluntad. Las Atagairas, protegidas por la gran Iluanka, sabrian defenderse de ellos.

– Mi senora…

Ziyam se habia abismado tanto en sus pensamientos que llevaba un rato sin ver ni escuchar. Antea volvio a carraspear y le tendio el sello que habia pertenecido a su madre y a su abuela, y antes que ellas a un larguisimo linaje de mujeres.

Ziyam extendio la mano izquierda. Antea le tomo la punta de los dedos. La princesa percibio en ella un leve temblor. Habian sido amantes. Tan solo una vez. Antea habia querido repetir la experiencia, pero Ziyam se nego: solia racionar sus encantos y sus favores para crear vinculos que mas bien eran grilletes de acero.

La jefa de las Teburashi le puso el sello en el dedo corazon. Tenia un tacto frio, casi como hielo, y Ziyam comprendio que en realidad no era de oro, sino de algun metal creado con mezcla de orfebreria y magia. Los dedos de la princesa eran muy finos, mientras que los de su madre eran bastos y espatulados. Pero el anillo parecio fluir como si se fundiera de nuevo en el crisol, se abrazo al dedo de Ziyam y se ajusto a el.

– La reina Tanaquil ha muerto -declaro Antea, cerrando los parpados de Tanaquil. Despues desenvaino la espada, casi seis palmos de hoja, y la levanto sobre su cabeza-. ?Larga vida a la reina Ziyam!

Sono un prolongado chirrido cuando decenas de espadas salieron de sus fundas. Muchas estaban melladas tras la batalla y algunas seguian manchadas de sangre.

– ?Larga vida a la reina Ziyam! -aclamaron las demas mujeres que atestaban la tienda.

Ziyam levanto las manos y las saludo a todas, girando sobre sus talones. Luego se miro el anillo y recorrio el delicado relieve con los dedos. Ahora era reina y muchas cosas antes vedadas quedaban al alcance de su mano. El poder que ansiaba era suyo.

Pero, mientras acariciaba el grabado de Iluanka, no le pidio a la dragona acrecentar su reino, vencer a los varones extranjeros en mil batallas o engendrar Atagairas que heredaran su gloria. Para su propia sorpresa, musito:

– Haz que el Zemalnit sea mio.

27 DE ANFIUNDANIL RUINAS DE NIDRA

Mientras mandaba la Horda, el duque Forcas mantuvo la costumbre de enviar cayanes a Migranz. De este modo mantenia comunicacion con el general Grondo, que se habia quedado en la fortaleza con poco mas de mil hombres.

Kratos habia decidido conservar esa practica. Tras matar a Ihbias y convertirse en jefe de los Invictos, habia mandado un mensaje a Migranz para contarselo a Grondo. Despues, cuando se vieron asediados en el Kimalidu por los Aifolu, despacho un segundo cayan para pedir a sus hermanos Invictos que hicieran sacrificios y rogaran por su salvacion.

Ahora entrego al cayanero una nota para que la atara a la pata del ave. Se la habia dictado a Ahri, que escribia con una letra mucho mas menuda y apretada que el. En el mensaje le hablaba de la gloriosa victoria conseguida contra el Martal,

«… el ejercito de fanaticos que habia sembrado el terror y la destruccion por media Tramorea y que amenazaba con destruir la otra media. Contra fuerzas diez veces superiores en numero -y no es exageracion retorica, como suele suceder en las cronicas-, los Invictos han conseguido la mas hermosa y rutilante de las victorias».

Lo de «rutilante» era sugerencia de Ahri, muy dado a salpimentar sus escritos con palabras exoticas y rimbombantes.

«Es un honor para mi, como general en jefe de la Horda Roja, comunicarte esta buena nueva, Grondo. Te ruego que proclames la noticia en la plaza de armas de Migranz y que hagas sacrificios en honor de Anfiun y Taniar, que nos han otorgado esta gran victoria.»

Una vez enrollado el mensaje en la pata, el cayanero susurro algo junto al oido del ave, que gorjeo y emprendio el vuelo. Apenas habian pasado unos segundos, el cayan parecio esfumarse en el aire. Sus plumas habian adoptado el color azul del cielo.

Durante un par de minutos, Kratos, Ahri y el cayanero siguieron inmoviles sobre el adarve de la muralla de Nidra. Cuando iban a marcharse, oyeron un aleteo, y el ave regreso aparentemente de la nada y se poso en el antebrazo extendido de su adiestrador. Poco a poco, sus plumas adquirieron el matiz terroso de los alrededores.

– ?Que ha ocurrido? -pregunto Kratos-. ?Se ha desorientado?

– Eso es imposible, tah Kratos -respondio el cayanero, examinando el pico y las patas del ave-. Este no es el mismo pajaro.

– Si tu lo dices… Ah, espera.

Aunque para un profano era tarea peliaguda distinguir entre dos cayanes, Kratos se percato de que aquella ave no llevaba un solo mensaje, sino dos, uno atado a cada pata. ?Que tendria que contarle Grondo que precisaba tanto espacio?

El cayanero desenrollo las cartas y se las tendio. La letra era tan pequena que a Kratos le resultaba ilegible.

– Maldita edad -gruno, acercandose el papel hasta que le dolio la cabeza-

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