– ?Y cuando le gustaria recibir el regalo, signorina?

– Para evitar las prisas de la Navidad, comisario, podria enviarmelo la semana proxima.

– No faltaba mas. Considerelo hecho.

– Muy amable, signore -dijo ella con una cortes inclinacion de cabeza.

– Sera un placer -respondio el. Conto hasta seis y pregunto:

– ?Y bien?

– He preguntado en la libreria del campo, la duena me ha dicho donde vivian y he ido a hablar con ellos.

– ?Y? -insto el.

– Puede que sean las personas mas odiosas que he visto en mi vida -dijo ella en un tono de fria indiferencia-. A pesar de que hace mas de cuatro anos que trabajo aqui y he visto a unos cuantos criminales, y de que la gente del banco en el que estaba antes quiza fueran peores. Pero esos dos merecen punto y aparte -termino diciendo con lo que parecia un escalofrio de repulsion.

– ?Por que?

– Porque en ellos se combinan la codicia y la santurroneria.

– ?De que manera?

– Cuando les dije que necesitaba dinero para pagar las deudas de juego de mi hermano, me preguntaron que podia ofrecer en garantia y entonces mencione el apartamento. Yo procuraba aparentar nerviosismo, como usted me dijo. El hombre me pregunto la direccion, yo se la di, entonces se fue a la otra habitacion y oi que hablaba con alguien.

Aqui se interrumpio y agrego:

– Debia de tener un telefonino, porque no vi cajas de conexion de telefono en ninguna de las dos habitaciones en las que estuve.

– ?Que paso entonces? -pregunto Brunetti.

Ella alzo la barbilla y contemplo la parte alta del armadio que estaba en el otro extremo del despacho.

– Cuando el volvio, sonrio a su mujer, y entonces empezaron a hablar de la posibilidad de ayudarme. Me preguntaron cuanto necesitaba y les dije que cincuenta millones.

Era la cantidad que habian convenido: ni muy grande ni muy pequena, la suma que un jugador podia arriesgar en una noche de audacia y la suma que creeria poder recuperar con facilidad, si encontraba a alguien que pagara la deuda y podia volver a la mesa.

Ella miro a Brunetti.

– ?Usted los conoce?

– No. Lo unico que se de ellos es lo que me conto una amiga.

– Son horribles -dijo ella en voz baja.

– ?Que mas?

Ella se encogio de hombros.

– Imagino que hicieron lo que acostumbran. Me dijeron que necesitaban ver los papeles de la casa, aunque estoy segura de que el llamo a alguien para asegurarse de que el apartamento es mio y esta registrado a mi nombre.

– ?Quien puede ser ese alguien? -pregunto el.

Ella miro el reloj antes de contestar.

– No es probable que a esas horas hubiera alguien en el Ufficio Catasto, de modo que debe de ser alguien que tiene acceso directo a sus registros.

– Usted lo tiene, ?no?

– No; a mi me lleva tiempo colarme… acceder al sistema. Quienquiera que pueda darle esa informacion inmediatamente ha de tener acceso directo a los archivos.

– ?Como han quedado?

– Hemos quedado en que manana volvere con los papeles. Ellos tendran alli a un notario a las cinco. -Lo miro sonriendo-. Imagine: puedes morirte antes de que un medico se digne venir a visitarte a tu casa, y ellos tienen a su disposicion a un notario de un dia para otro. -Arqueo las cejas ante la idea-. Asi que manana a las cinco voy, firmamos y me dan el dinero.

Antes ya de que ella acabara de decirlo, Brunetti habia levantado el indice y lo movia de derecha a izquierda en muda senal de negacion. No estaba dispuesto a permitir que la signorina Elettra volviera a acercarse a aquellas personas. Ella sonrio acatando la orden con alivio, segun le parecio a el.

– ?Y el interes? ?Le han dicho el tipo?

– Han dicho que de eso hablariamos manana, que estaria en los documentos. -Cruzo las piernas y junto las manos en el regazo-. Por lo tanto, imagino que no llegaremos a hablar del tema -concluyo.

Brunetti espero un momento y pregunto:

– ?Y la santurroneria?

Ella busco en el bolsillo de la chaqueta y saco un estrecho rectangulo de papel, un poco mas pequeno que un naipe y lo dio a Brunetti, que lo contemplo. El papel era rigido, una especie de pergamino de imitacion con la imagen de una mujer vestida de monja que tenia los dedos entrelazados y los ojos mirando al cielo, en actitud piadosa. Brunetti leyo las primeras lineas impresas al pie, una oracion con la inicial, una «O» iluminada.

– Santa Rita -dijo ella, cuando el hubo contemplado la estampa un rato-. La patrona de los Imposibles, al parecer, otra abogada de las causas perdidas. La signora Volpato se siente muy identificada con la santa porque esta convencida de que tambien ella ayuda a las personas cuando se les han cerrado todas las puertas. Esa es la razon de su especial devocion por santa Rita. -La signorina Elettra se paro un momento a reflexionar sobre esa curiosa particularidad y considero oportuno agregar-: Que me dijo que es mas fuerte que la que siente por la Madonna.

– Pues puede considerarse afortunada la Madonna -dijo Brunetti devolviendo la estampa a la signorina Elettra.

– Ah, quedesela, comisario -dijo ella agitando la mano en senal de rechazo.

– ?No le han preguntado por que no acudia a un banco, si es duena de una casa?

– Si, y les he dicho que la casa me la habia regalado mi padre y que no queria arriesgarme a que el se enterase. Si acudia al banco, donde conocen a toda la familia, el descubriria lo que ha hecho mi hermano. Procure llorar un poquito al decirlo. -La signorina Elettra esbozo una pequena sonrisa y prosiguio-: La signora Volpato ha dicho que sentia mucho lo de mi hermano, que el juego es un vicio terrible.

– ?Y la usura no? -pregunto Brunetti, pero en realidad no era una pregunta.

– Por lo visto, no. Me ha preguntado cuantos anos tenia el.

– ?Y usted que le ha dicho? -pregunto Brunetti, sabiendo que ella no tenia hermanos.

– Treinta y siete y que hacia anos que jugaba. -Callo, penso en los sucesos de la tarde y dijo-: La signora Volpato ha sido muy amable.

– ?En serio? ?Que ha hecho?

– Me ha dado otra estampa de santa Rita y me ha dicho que rogaria por mi hermano.

23

Lo unico que Brunetti hizo aquella tarde antes de irse a su casa fue firmar los papeles para autorizar el envio del cadaver de Marco Landi a sus padres. Despues llamo a la oficina de los agentes y pregunto a Vianello si estaria dispuesto a acompanar el cuerpo al Trentino. Vianello accedio inmediatamente y solo pregunto si podria ir de uniforme, ya que al dia siguiente no estaria de servicio.

Brunetti, sin saber si se excedia en sus atribuciones, dijo:

– Cambiare los turnos. -Abrio un cajon y se puso a buscar la lista de turnos, sepultada bajo el monton de papeles que cada semana llegaban a su mesa y que el acumulaba y reexpedia sin leer-. Considerese de servicio y vaya de uniforme.

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