Ninguno dijo nada en mucho rato. Finalmente, Paola pregunto:

– ?Que quieres que haga?

– No creo que puedas hacer algo. -Senalo la carta con un ademan-. Por lo menos, a la vista de lo que dice ahi.

– Supongo que no -convino ella. Levanto el sobre-. ?Y aparte de esto?

– No lo se. -Y, suavizando el tono-: Supongo que no se te puede pedir que recuperes los ideales de tu juventud.

– ?Querrias tu que los recuperara? -Y agrego a renglon seguido-. Eso es imposible, y tu debes saberlo. La pregunta es puramente retorica: ?Querrias que los recuperara?

Pero, al ponerse en pie, el comprendio que recuperar los ideales de su juventud no garantizaria recuperar la paz de espiritu.

Brunetti entro en la casa y minutos despues salio con dos copas de chardonnay. Permanecieron una media hora sentados en la terraza, casi sin hablar, hasta que Paola miro el reloj, se levanto y dijo que se iba a preparar la cena. Al recoger la copa de el, se inclino y le dio un beso en la oreja derecha, despues de que los labios le resbalaran por la mejilla.

Despues de cenar, Brunetti se echo en el sofa, diciendose que, de algun modo, encontraria el medio de proteger la paz de su hogar y de impedir que los horribles hechos con los que tenia que tratar a diario, llegaran a afectar a su familia. Trato de volver a Jenofonte, pero aunque los griegos supervivientes ya estaban cerca de su patria y de la salvacion, le era dificil concentrarse en sus peripecias e imposible preocuparse por vicisitudes de hacia dos mil anos. Chiara, que entro a eso de las diez a darle el beso de buenas noches, no le hablo del barco, sin imaginar que, en aquel momento, Brunetti hubiera accedido a comprarle hasta el Queen Elizabeth II.

Como era de esperar, cuando, a la manana siguiente, Brunetti compro el diario camino del trabajo, en la primera plana de la segunda seccion de Il Gazzettino, vio el titular redactado por el. Ya en su despacho, se sento a su mesa a leer la supuesta noticia. El texto era mas dramatico y alarmista de lo que el habia previsto y, al igual que tantas de las peregrinas fantasias que aparecian en aquel rotativo, resultaba plenamente convincente. Aunque el articulo indicaba claramente que el tratamiento solo podia ser efectivo en casos de transmision del virus por mordedura -?cuanta tonteria podia llegar a creerse la gente?-, temio que el hospital fuera inundado por una marea de drogadictos y seropositivos, en busca del magico tratamiento de que disponian los medicos del Ospedale Civile y que se administraba en su Pronto Soccorso a todo el que lo solicitara. Por el camino, Brunetti habia hecho algo insolito en el: comprar La Nuova, confiando en que ningun conocido lo viera con ese periodico en la mano.

Estaba en la pagina 37: tres columnas y hasta una foto de Zecchino, probablemente, extraida de alguna escena de grupo. El peligro de la mordedura parecia aqui infinitamente mas grave y la esperanza de curacion que brindaba el Pronto Soccorso, mucho mayor.

Brunetti no llevaba ni diez minutos en su despacho cuando se abrio la puerta violentamente. Sobresaltado, levanto la cabeza y quedo estupefacto al ver al vicequestore Giuseppe Patta en el umbral. Pero el recien llegado no estuvo alli mucho rato sino que, en pocos segundos, se planto delante de la mesa de Brunetti. Este inicio el movimiento de levantarse, pero Patta alzo una mano como si quisiera volver a sentarlo de un empujon y dio un fuerte punetazo en la mesa.

– ?Como se ha atrevido? -grito-. ?Por que? ?Que tiene contra mi? Ahora lo mataran, y usted lo sabe. Lo ha hecho con toda la intencion.

Durante un momento, Brunetti temio que su superior hubiera perdido el juicio, que la tension del trabajo, o quiza las preocupaciones de su vida privada, hubieran minado su poder de autodominio provocando una erupcion de furor. Brunetti apoyo la palma de las manos en la mesa, tratando de moverse lo menos posible sin insinuar siquiera la intencion de levantarse.

– ?Que tiene que decir? ?Que? -le grito Patta, apoyando a su vez las palmas en la mesa e inclinandose hasta que su cara estuvo muy cerca de la de Brunetti-. Quiero saber por que lo ha hecho. Si algo le ocurre a Roberto, lo hundo. -Patta se irguio y Brunetti vio que apretaba los punos, con los brazos colgando. El vicequestore trago saliva y dijo ahora con voz suave, pero impregnada de amenaza-: Le he hecho una pregunta, Brunetti.

Este echo el cuerpo hacia atras y asio los brazos del sillon.

– Creo que seria mejor que se sentara, vicequestore, y me explicara lo que ocurre.

Si algo se habia sosegado la actitud de Patta, ahora volvio a encresparse:

– No disimule conmigo, Brunetti -grito-. Quiero saber por que lo ha hecho.

– No se de que me esta hablando -dijo Brunetti, dejando que su voz reflejara algo de la colera que sentia.

Del bolsillo de la americana, Patta saco el diario de la vispera y lo puso en la mesa de Brunetti con un golpe seco.

– Le estoy hablando de esto -dijo clavando el indice en el papel-: Esa noticia que dice que Roberto va a ser arrestado y que sin duda declarara contra las personas que controlan el trafico de drogas en el Veneto. -Sin darle tiempo a responder, Patta agrego-: Se muy bien como trabajan ustedes, los del norte, son como un club secreto. No tiene mas que llamar a alguno de sus amigos del periodico y el publicara toda la mierda que usted le eche.

Con repentino cansancio, Patta se dejo caer en una silla frente a la mesa. Su cara, todavia roja, estaba cubierta de sudor, y cuando trato de enjugarselo Brunetti vio que le temblaba la mano.

– Lo mataran -dijo.

Una subita revelacion disipo la confusion y la indignacion de Brunetti ante el comportamiento de Patta. Espero unos momentos, hasta que la respiracion de Patta se calmo un poco y dijo:

– Esa noticia no se refiere a Roberto. -Procuraba que su voz sonara normal-. Se trata de ese muchacho que murio por sobredosis la semana pasada. Su novia vino a verme y me dijo que sabia quien le habia vendido la droga, pero tenia miedo de decirmelo. Yo pense que eso lo animaria a venir a hablar con nosotros.

Vio que Patta escuchaba, si le creia o no era otra cuestion. O, en el caso de que le creyera, si ello suponia diferencia alguna.

– Eso no tiene absolutamente nada que ver con Roberto -dijo Brunetti con voz llana y lo mas tranquila posible, resistiendo la tentacion de decir que, ya que Patta habia negado categoricamente que Roberto tuviera algo que ver con la venta de droga, mal podia suponer para el peligro alguno aquel articulo. Pero ni siquiera a costa de Patta deseaba un triunfo tan facil. Callo, esperando la respuesta de Patta.

Al fin el vicequestore dijo:

– No me importa a quien se refiera. -Lo que indicaba que creia lo que habia dicho Brunetti y fijo en el una mirada directa y franca-. Anoche lo llamaron. Al telefonino.

– ?Que dijeron? -pregunto Brunetti, consciente de que Patta acababa de confesar que su hijo, el hijo del vicequestore de Venecia, vendia droga.

– Que mas valdria que no volvieran a oir hablar de eso, que no se enterasen de que habia hablado con alguien ni ido a la questura. -Patta callo y cerro los ojos, resistiendose a continuar.

– ?O si no…? -pregunto Brunetti con voz neutra.

La respuesta tardo en llegar.

– No lo dijeron. Ni era necesario.

Brunetti estaba plenamente de acuerdo. De pronto, lo acometio un violento deseo de hallarse en cualquier sitio menos alli. Era preferible estar en la buhardilla con Zecchino y la muchacha muerta, porque lo que habia sentido alli era una compasion profunda y limpia; no esa insidiosa sensacion de triunfo al ver reducido a aquello al hombre por el que tantas veces habia sentido desprecio. El no queria sentir satisfaccion al ver el miedo y la irritacion de Patta, pero no conseguia reprimirla del todo.

– ?Solo vende o tambien toma? -pregunto.

– No lo se -suspiro Patta. No tengo ni idea. -Brunetti le dio tiempo para que dejara de mentir y, al cabo de un momento, Patta dijo-: Si. Cocaina, creo.

Anos atras, con menos experiencia en el arte de interrogar, Brunetti hubiera pedido la confirmacion de que el

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