toda la vida.

Patrik se dio cuenta de pronto de que no habia oido la respuesta de Erica y le pidio que la repitiera.

– Pues eso, te decia que he estado hablando con Christian esta manana.

– ?Que tal esta?

– Parecia que estaba bien, un poco afectado aun. Pero… -Guardo silencio y se mordio el labio.

– Pero ?que? Yo creia que habia bebido un poco de mas y que estaba nervioso, simplemente.

– Bueno… esa no es toda la verdad. -Con sumo cuidado, Erica saco una bolsa de plastico y se la entrego a Patrik-. La tarjeta venia con las flores que le mandaron ayer. Y la carta es una de las seis que ha recibido este ultimo ano y medio.

Patrik miro largamente a su mujer y empezo a abrir la bolsa.

– Creo que es mejor que intentes leerlas sin sacarlas de ahi. Christian y yo ya las hemos tocado. No creo que hagan falta mas huellas.

Patrik volvio a lanzarle otra mirada de reprobacion, pero siguio su consejo y leyo el texto de la tarjeta y la carta a traves del plastico.

– ?A ti que te parece? -Erica se sento mas cerca del borde de la silla, que estuvo a punto de volcar, obligandola a repartir bien el peso de nuevo.

– Bueno, suena como una amenaza, aunque no sea muy directa.

– Si, asi lo veo yo. Y, desde luego, asi es como lo ve Christian, aunque intente quitarle hierro al asunto. Si hasta se niega a ensenarle las cartas a la Policia.

– O sea, que esta… -Patrik sostenia la bolsa delante de Erica.

– Vaya, parece que me la lleve sin querer. Que torpeza la mia. -Ladeo la cabeza e intento parecer adorable, pero su marido no se dejo convencer tan facilmente.

– Vamos, que se la has robado a Christian, ?no?

– Robar, lo que se dice robar… La tome prestada por un tiempo.

– ?Y que quieres que haga con este material… prestado? -pregunto Patrik, aun sabiendo cual era la respuesta.

– Pues es obvio que alguien esta amenazando a Christian. Y que el tiene miedo. Hoy tambien me he dado cuenta. El se lo toma de lo mas en serio. No me explico por que no quiere contarselo a la Policia, pero ?quiza tu podrias indagar discretamente si hay algo de utilidad en la carta y en la tarjeta? -le dijo con voz suplicante. Patrik ya sabia que iba a capitular. Cuando Erica se ponia asi, se volvia intratable, lo sabia por experiencia duramente adquirida.

– Vale, vale -dijo levantando las manos en son de paz-. Me rindo. Ya vere si podemos encontrar algo. Pero que sepas que no encabeza la lista de prioridades.

Erica sonrio.

– Gracias, carino.

– Anda, vete a casa a descansar un rato -respondio Patrik, que no pudo evitar inclinarse y darle un beso.

Cuando Erica se hubo marchado, empezo a dar vueltas distraido a aquella bolsa llena de amenazas. Tenia el cerebro lento y como embotado, pero algo empezaba a moverse, pese a todo. Christian y Magnus eran amigos. ?Podria…? Desecho la idea enseguida, pero se le imponia una y otra vez y miro la foto que tenia enfrente clavada en la pared. ?Existiria alguna conexion?

Bertil Mellberg paseaba empujando el carrito. Leo iba sentado como siempre, feliz y contento y, de vez en cuando, le sonreia mostrandole dos dientecillos en la mandibula inferior. Habia dejado a Ernst en la comisaria, pero cuando lo llevaba consigo, el animal solia caminar tranquilo junto al carrito y vigilar que nadie amenazase a quien se habia convertido en el centro de su mundo. Y, desde luego, en el centro del mundo de Mellberg.

El jamas sospecho que pudieran abrigarse tales sentimientos por una persona. Leo conquisto su corazon nada mas nacer; Mellberg fue el primero que lo cogio en brazos en la sala de partos. Bueno, la abuela de Leo no se quedaba atras, pero el primero de la lista de las personas mas importantes de su vida era aquel pilluelo.

Muy a su pesar, Mellberg se encamino de nuevo hacia la comisaria. En realidad, Paula iba a encargarse de Leo durante el almuerzo, mientras Johanna, su pareja, hacia unos recados. Sin embargo, Paula tuvo que acudir a la casa de una mujer cuyo anterior marido estaba resuelto a matarla a palos, de modo que Mellberg se apresuro a ofrecerse como voluntario para darle un paseo al pequeno. Y ahora lo disgustaba la idea de llevarlo de vuelta. Mellberg le tenia una envidia recalcitrante a Paula, que pronto se tomaria la baja maternal. A el no le importaria lo mas minimo pasar mas tiempo con Leo. Por cierto, tal vez fuese una buena idea, como buen jefe y guia, quiza debiera ofrecer a sus subordinados la oportunidad de evolucionar sin su vigilancia. Ademas, Leo necesitaba desde el principio un modelo masculino fuerte. Con dos madres y sin padre a la vista, Paula y Johanna deberian pensar en el bien del pequeno y procurar que tuviese la oportunidad de aprender de un hombre hecho y derecho, de un hombre de ley. Por ejemplo, de alguien como el.

Mellberg empujo la pesada puerta de la comisaria con la cadera y tiro del carrito. A Annika se le ilumino la cara al verlos, Mellberg estaba henchido de orgullo.

– Vaya, hemos estado fuera dando un buen paseo, ?no? -dijo Annika levantandose para ayudar a Mellberg con el carrito.

– Si, las chicas necesitaban que les echara una mano -contesto Mellberg mientras le quitaba al pequeno las diversas capas de ropa. Annika lo observaba divertida. La era de los milagros aun no habia pasado a la historia.

– Ven aqui, campeon, vamos a ver si encontramos a mama -dijo Mellberg con voz infantil y cogiendo en brazos al pequeno.

– Paula no ha vuelto todavia -advirtio Annika antes de sentarse de nuevo en su puesto.

– Vaya, que pena, pues entonces tendras que pasar un rato mas con el vejestorio de tu abuelo -senalo Mellberg satisfecho, dirigiendose a la cocina con Leo en brazos. Fue idea de las chicas cuando Mellberg se mudo a casa de Rita, ya hacia un par de meses: lo llamarian el abuelo Bertil. A partir de aquel momento, el aprovechaba toda ocasion para utilizar el titulo, habituarse a el y alegrarse de llevarlo. El abuelo Bertil.

Era el cumpleanos de Ludvig, y Cia se esforzaba por fingir que se trataba de un cumpleanos mas. Trece anos. Todo ese tiempo habia transcurrido desde el dia en que lo tuvo y se reia en el hospital ante el parecido casi ridiculo entre padre e hijo. Un parecido que no habia disminuido con los anos, sino todo lo contrario. Y que ahora, con lo deprimida que se encontraba, hacia que le resultara casi imposible mirar a Ludvig a la cara. La combinacion de aquellos ojos castanos salpicados de verde y el cabello rubio que, ya a principios de verano, se aclaraba tanto que casi se veia blanco. Ludvig tenia tambien la constitucion fisica de su padre, los mismos movimientos que Magnus. Alto, desgarbado y con unos brazos que le recordaban a los de su padre cuando la abrazaba. Si hasta tenian las mismas manos…

Con pulso vacilante, Cia intento escribir el nombre de Ludvig en la tarta Princesa. Otro punto que tenian en comun: Magnus era capaz de engullir una tarta Princesa el solito y, por injusto que pudiera parecer, sin que se le notase en la barriga. Ella, en cambio, solo tenia que mirar un bollo de canela para engordar medio kilo. En cualquier caso, ahora estaba tan delgada como siempre sono. Desde que Magnus desaparecio, habia perdido varios kilos sin querer. Cada bocado le crecia en la boca. Y el nudo en el estomago, desde que se despertaba hasta que se acostaba y caia en un sueno inquieto, parecia admitir solo porciones pequenisimas de alimento. Aun asi, apenas se miraba al espejo. ?Que importaba, si Magnus no estaba alli?

A veces deseaba que hubiese muerto delante de ella. De un ataque al corazon o atropellado por un coche. Cualquier cosa, con tal de saber y poder ocuparse de los detalles practicos del entierro, el testamento y todo lo que habia que atender cuando alguien moria. Entonces quiza el dolor habria empezado torturando y ardiendo para luego palidecer, dejando tan solo un sentimiento de anoranza mezclada con recuerdos preciosos.

Ahora, en cambio, no tenia nada. Todo era como un inmenso espacio vacio. Magnus habia desaparecido y no habia nada con lo que mitigar el dolor y ningun modo de seguir adelante. Ni siquiera era capaz de trabajar e ignoraba cuanto tiempo seguiria de baja.

Miro la tarta. El glaseado era un desastre. Resultaba imposible leer nada en los pegotes irregulares que cubrian el mazapan, y fue como si aquello le absorbiera los ultimos restos de energia. Apoyo la espalda en la puerta del frigorifico y comprendio que el llanto surgia de dentro, de todas partes, que queria salir.

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