– En el hospital -respondio Bea-. Ha resbalado y ha tenido una mala caida al correr hacia la carretera para detener algun coche. Al parecer se ha roto un brazo.

– ?Lo has interrogado?

– Si, vive en Luthagen y corre por aqui cada manana.

– ?Que hacia en la nieve?

– Llega corriendo por el carril bici hasta aqui y luego regresa a casa. Pero antes de volver hace algunos ejercicios para los que prefiere alejarse un poco de la carretera. Asi lo ha explicado.

– ?Ha visto algo especial?

– No, nada.

– Seguro que lleva aqui desde anoche -intervino el de la cientifica.

– ?Huellas de ruedas?

– Cantidad -dijo Beatrice.

– Es un vertedero de nieve -anadio Fredriksson.

– Comprendo -asintio Haver.

*****

Inspecciono a Johny mas detenidamente. Alguien lo habia molido a golpes con gran determinacion o en un ataque de furia. Las marcas de quemaduras, seguramente de cigarrillo, eran profundas. Haver se agacho y estudio las munecas de Johny. Unas marcas de color rojo oscuro evidenciaban que se las habian atado fuertemente con una cuerda.

Los munones de sus dedos cortados estaban negros. Los cortes eran limpios, quiza realizados con un cuchillo muy afilado o con unas tijeras, quiza con tenazas.

Ottosson llego trotando. Haver fue a su encuentro.

– Johny -dijo simplemente, y el jefe de la brigada asintio.

Le sorprendio su buen aspecto. Quiza fuera que el aire fresco le rejuvenecia.

– He oido que lo han mutilado.

– ?Que podia saber Johny que fuera tan importante?

– ?Que quieres decir?

– Creo que lo han torturado -dijo Haver, y los peces de acuario del asesinado le vinieron a la cabeza. «Piranas.» Mientras lo pensaba sintio un escalofrio.

Ottosson se sorbio los mocos. Una subita rafaga de viento les obligo a protegerse. La preocupacion matutina de Haver no habia desaparecido. Se sentia desanimado y poco profesional.

– Un ajuste de cuentas -dijo.

Ottosson saco un panuelo a cuadros y se sono con fuerza.

– Maldito viento -refunfuno-. ?Han encontrado algo?

– De momento, no. Lo mas probable es que lo hayan traido hasta aqui en coche.

– Esta abierta -constato Ottosson, y senalo con la cabeza hacia la barrera que colgaba a tres cuartos-. Suelo pasar en coche por aqui con frecuencia y no veo entrar a nadie, a no ser durante el invierno, cuando el ayuntamiento vierte aqui la nieve.

Haver sabia que Ottosson tenia una casa de campo a unos veinte kilometros de la ciudad y creyo recordar que se encontraba cerca de la carretera de Gysingevagen.

De pronto, Ottosson se dio la vuelta y se fijo en Fredriksson y el policia de la cientifica, que charlaban junto al cadaver. Bea los habia abandonado y deambulaba por el lugar.

– ?Por que has venido? -le grito Haver al comisario.

Ottosson nunca solia presentarse asi de repente en el lugar del crimen. Este se dio la vuelta.

– Arreste a Johny cuando tenia quince anos. Fue su primer contacto con nosotros.

– ?Cuantos anos tiene ahora?

– Habia cumplido cuarenta y dos -dijo Ottosson, y se encamino al coche.

4

No estaba preparada. Miro hacia atras. Parecia que alguien hubiera chillado en el aparcamiento y Ann Lindell se dio la vuelta. Un grito de mujer.

Cuando volvio la vista al frente se encontro con un Papa Noel, de barba exagerada y una mascara macabra.

– ?Dios mio, que susto!

– Feliz Navidad -dijo el Papa Noel intentando imitar a un personaje de Walt Disney.

«Vete al infierno», penso, pero aun asi sonrio.

– No, gracias -repuso cuando el Papa Noel intento endosarle algo. Con toda seguridad esa habia sido su intencion, pues rapidamente perdio interes en ella y se lanzo sobre una pareja con tres ninos.

Entro en el supermercado. «Seria mejor que quitaran la nieve para poder entrar», penso. Se sacudio los pies en el suelo para quitarse la nieve y saco la lista de la compra. Era larga y ya se sentia agotada.

El primer cartel indicaba iluminacion, despues seguia un revoltijo de productos de alimentacion y otras cosas. No queria hacerlo, pero se sentia obligada. Era la primera vez que sus padres celebraban la Navidad en Uppsala. La lista de la compra era enorme a pesar de que su madre le habia prometido traer mucha comida navidena.

Ya sudaba en la seccion de fruteria.

– ?Tienen berza? -aprovecho para preguntarle a un empleado que paso apresurado a su lado y que, como respuesta, senalo hacia una direccion indeterminada.

– Gracias -respondio Lindell con sarcasmo-. Gracias por la detallada informacion.

Una mano se poso en su brazo. Al darse la vuelta se topo con Asta Lundin.

– Ann, cuanto tiempo -dijo.

La mano siguio posada sobre su brazo y Ann Lindell sintio la presion en el. El pasado corria a su encuentro. Asta era la viuda de Tomate Anton, un viejo amigo sindicalista de Edvard Risberg. Ann y Edvard se la habian encontrado un par de veces. Habian tomado cafe en su casa, y mas tarde Edvard la ayudo al mudarse a la ciudad.

– Asta -dijo simplemente, incapaz de reaccionar.

– Vaya, tienes un nino -observo la mujer, y senalo con la cabeza la mochila de bebe que Ann llevaba a la espalda.

– Se llama Erik -respondio Ann.

– ?Como estas?

Deseaba llorar. El cabello gris de Asta se alzaba como una nube sobre su rostro delgado. Recordo las palabras de Edvard acerca de que Tomate Anton y Asta eran unas de las mejores personas que habia conocido.

– Bien -respondio, pero la expresion de su rostro la contradijo.

– Hay que llenar el carrito -dijo Asta-. Vaya trajin.

Ann deseaba preguntar por Edvard, No habia hablado con el desde hacia casi ano y medio, desde aquella noche en el centro de atencion primaria de Osthammar, en la que le conto descarnadamente que el hijo que esperaba era de otro hombre. Tampoco habia tenido noticias de los demas. Fue como si el la hubiera borrado del mapa. ?Vivia aun en Graso, realquilado en el piso encima del de Viola? ?En que trabajaba? ?Mantenia contacto con sus hijos adolescentes? El siguiente interrogante la turbo. ?Habia encontrado a otra mujer?

– Que guapa estas -dijo Asta-, tan fresca y elegante.

– Gracias, ?y tu que tal estas?

– Mi hermana viene a pasar las navidades.

– Que bien. Mis padres tambien vendran. Sienten curiosidad por ver como crece Erik. ?Has…? -comenzo Ann, pero no se sintio capaz de continuar.

– Comprendo, nuestro querido Edvard -siguio Asta, y volvio a posar su mano en el brazo de Ann.

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