mi a quien secuestro!

– ?Usted tambien me secuestro a mi, estamos empatados!

Lauren lo fusilo con la mirada y se dirigio hacia la puerta. Antes de abandonar la habitacion, se dio la vuelta y le dijo con voz resuelta: – ?Usted me gusta, imbecil!

Dio un portazo y Arthur oyo como se alejaban sus pasos.

El telefono sono.

– Y ahora, ?te molesto? -indago la voz de Paul.

– ?Tenias algo que decirme?

– Te vas a reir, pero creo que he metido la pata.

– Quitale «Te vas a reir»: ella acaba de irse.

Arthur podia oir la respiracion de Paul, que estaba buscando las palabras adecuadas.

– ?Me odias?

– ?Te ha llamado Onega? -pregunto Arthur por toda respuesta.

– Ceno con ella esta noche -murmuro Paul timidamente.

– Entonces, te dejo para que te prepares y tu me dejas reflexionar.

– Quedamos asi.

Y los dos amigos colgaron el telefono.

– ?Ha ido todo bien? -le pregunto a Lauren el conductor del taxi.

– Todavia no lo se.

– Durante su ausencia, he llamado a mi mujer y le he advertido que llegaria tarde, estoy a su entera disposicion. Asi que, ?adonde vamos ahora?

Lauren le pregunto si podia prestarle el telefono. Encantado, el chofer le entrego el aparato y Lauren marco el numero de un apartamento situado no muy lejos de Marina.

La senora Kline descolgo tras el primer timbre.

– ?Tienes partida de bridge esta noche? -quiso saber Lauren.

– Si -contesto la senora Kline.

– Pues anulala y ponte guapa, te llevo a cenar al restaurante, te pasare a buscar dentro de una hora.

El chofer dejo a Lauren debajo de su casa y la espero mientras se cambiaba.

Lauren atraveso el salon al tiempo que se iba desnudando y dejaba caer la ropa en el parque. Su vecino habia reparado la fuga. En la ducha, procuro mantener el pie derecho fuera del agua. Unos instantes mas tarde volvio a salir, se enrollo una toalla alrededor de la cintura y otra en el pelo; abrio la puerta del armario del cuarto de bano y se puso a tararear su cancion favorita, Fever, de Peggy Lee. Dudo entre unos vaqueros y un vestido ligero y, para complacer a su invitada de aquella noche, se puso el vestido.

Ya vestida y apenas maquillada, se asomo por la ventana del salon; el taxi seguia en la calle. Entonces se instalo en el sofa, pensativa, y disfruto por primera vez de la magnifica puesta de sol que entraba por la pequena ventana de la esquina.

Eran las siete cuando el taxi hizo sonar la bocina delante de la casa de la senora Kline. La madre de Lauren entro en el vehiculo y miro a su hija. Hacia anos que no la veia vestida asi.

– ?Puedo hacerte una pregunta? – le murmuro al oido-. ?Como es posible que el contador marque ochenta dolares?

– Ya te lo explicare cenando. Te dejo que pagues la carrera, nunca llevo efectivo. Pero la cena corre de mi cuenta.

– ?Espero que no vayamos a un fast food?

– Al Cliff House -le dijo Lauren al chofer.

Paul subio de cuatro en cuatro los peldanos de la escalera que conducia a su apartamento. Onega estaba encima de una alfombra, llorando a lagrima viva.

– ?Que te pasa? -pregunto el, arrodillandose a su lado.

– Es Tolstoi -dijo, cerrando el libro-. ?Nunca conseguire terminar Ana Karenina!

Paul la estrecho entre sus brazos y lanzo la obra al otro extremo de la habitacion.

– ?Levantate, tenemos algo que celebrar!

– ?Que? -dijo ella, enjugandose los ojos.

Paul fue a la cocina y volvio con dos vasos y una botella de vodka en la mano.

– Por Ana Karenina -dijo, brindando.

Onega vacio el vaso y esbozo el gesto de lanzarlo por encima del hombro.

– ?Temes por tu moqueta?

– ?Es una alfombra persa de 1910! ?Te llevo a cenar?

– Si quieres, ya se donde quiero ir.

Y Onega se llevo a Paul y la botella de vodka al dormitorio. Cerro la puerta con la punta del pie.

El profesor Fernstein dejo la maleta de Norma en la espectacular habitacion del Wine Country Inn. Hacia meses que se habian prometido esta escapada al valle de Nappa.

Despues de almorzar en Sonoma, habian puesto rumbo a Calistoga y esa noche dormirian en Santa Helena. La decision merecia ser celebrada. La vispera, Fernstein habia redactado una nota para el consejo del Memorial Hospital, anunciandole su voluntad de anticipar su jubilacion unos meses. En otra carta dirigida a la direccion general del servicio de Urgencias, habia recomendado que la doctora Lauren Kline obtuviera su titulacion lo antes posible, pues seria lamentable que otro hospital disfrutara de las cualidades de su mejor alumna.

El lunes proximo, Norma y el cogerian el avion para Nueva York. Pero antes de reencontrarse con la ciudad que lo habia visto nacer, estaba decidido a aprovechar sus ultimos dias en California.

A las nueve en punto, George Pilguez dejo a Nathalia delante de la puerta de la comisaria del distrito septimo.

– Te he preparado galletitas, te las he metido en el bolso.

Ella le dio un beso en los labios y salio del vehiculo. Pilguez bajo la ventanilla y la llamo mientras subia la escalinata de la comisaria.

– Si alguno de mis antiguos colegas quiere saber quien ha hecho estas maravillosas galletas, aguanta: esta guardia solo dura cuarenta y ocho horas…

Nathalia insinuo un pequeno gesto con la mano y desaparecio en el interior del edificio; Pilguez permanecio unos instantes en el aparcamiento, preguntandose si seria la edad o bien la jubilacion lo que hacia de la soledad algo cada vez menos soportable. «Quiza una mezcla de ambas cosas», se dijo, arrancando otra vez.

Era una noche estrellada. Lauren y la senora Kline estaban paseando a Kali por Marina.

– La cena estaba deliciosa. Hacia mucho tiempo que no disfrutaba tanto. Gracias.

– Queria invitarte yo, ?por que no me has dejado?

– Porque tu sueldo no te lo permite, y porque todavia soy tu madre.

En el pequeno puerto deportivo, los obenques de los veleros chirriaban al ritmo de la brisa ligera. El aire era agradable. La senora Kline tiro a lo lejos el palo que tenia en la mano y Kali corrio en su persecucion.

– ?Querias celebrar una buena noticia?

– No especialmente -contesto Lauren.

– Entonces, ?a que viene esta cena?

Lauren se detuvo para mirar a su madre de frente y le cogio las manos entre las suyas.

– ?Tienes frio?

– No especialmente -contesto la senora Kline.

– Yo habria tomado la misma decision en tu lugar; de haber podido, yo misma te lo habria pedido.

– ?Que me habrias pedido?

– ?Que desconectaras las maquinas!

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