quedo liado con una de las cuerdas del tenderete del espectaculo, mientras que Wallander se golpeo la cabeza contra la parte trasera de una caravana. El hombre de detras del mostrador disparo hacia Wallander. El tiro apenas se oyo, amortiguado por el ruido que salia de una tienda donde unos «jinetes de la muerte» daban vueltas en sus motos rugientes. La bala entro en la caravana, solo a unos centimetros de la cabeza de Wallander, el cual vio al instante que Martinson tenia una pistola en la mano. El estaba desarmado, pero Martinson si llevaba su arma reglamentaria.

Martinson disparo. Kurt Wallander vio que Lucia se encogia y se llevaba una mano al hombro. El arma se le escapo de la mano y cayo fuera del mostrador. Soltando un rugido, Martinson se libro de las cuerdas de la tienda y se echo por encima del mostrador, directamente sobre el hombre herido. El mostrador se derrumbo y Martinson cayo entre un sinfin de chaquetas de cuero. Mientras tanto, Wallander corrio hasta hacerse con el arma que estaba en el barro. Al mismo tiempo vio que el Calvo huia y desaparecia entre la muchedumbre. Nadie parecia haberse dado cuenta del intercambio de disparos. Los vendedores de los puestos contiguos vieron asombrados a Martinson hacer su violento salto de tigre.

– ?Sigue al otro! -grito Martinson desde la pila de chaquetas-. Yo me encargo de este.

Kurt Wallander corria pistola en mano. En alguna parte entre la muchedumbre se encontraba el Calvo. Personas asustadas se echaban a un lado al verlo correr freneticamente, con la cara llena de barro y la pistola levantada. Pensaba que el Calvo se le habia escapado, cuando de repente le vio otra vez, huyendo salvajemente sin consideracion entre los visitantes de la feria. A una mujer anciana que se encontraba a su paso le propino un golpe tan fuerte que la hizo tambalearse sobre un puesto de venta de pasteles tipicos del sur. Kurt Wallander tropezo con el lio, volco un puesto de caramelos y siguio corriendo tras el.

De pronto el hombre habia desaparecido.

«Cono», penso Kurt Wallander. «Cono.»

Luego lo descubrio de nuevo. Iba corriendo hacia el final de la zona de la feria, camino de las grandes dunas de la playa. Kurt Wallander corria detras. Un par de guardias de seguridad iban corriendo hacia el, pero saltaron a un lado al verlo levantar el arma y gritar que se apartasen. Uno de los guardias cayo dentro de una tienda donde se servia cerveza, mientras que el otro tumbo un puesto de venta de candeleros artesanales.

Kurt Wallander corria. El corazon le latia como un piston dentro del pecho.

De repente el hombre desaparecio tras el empinado precipicio. Kurt Wallander estaba a unos treinta metros. Al llegar a la cima, tropezo y cayo ladera abajo. Perdio el arma que llevaba en la mano. Por un momento dudo si parar y buscar el arma. Luego vio al Calvo avanzar por la playa y empezo a correr tras el.

La persecucion acabo cuando a ninguno de los dos le quedaban fuerzas. El Calvo se apoyaba contra un barco de remos pintado con brea negra, que estaba boca abajo en la playa. Kurt Wallander estaba a unos diez metros de distancia, le faltaba tanto el aire que creia que se iba a caer. Entonces vio que el Calvo sacaba un cuchillo y se le acercaba.

«Con ese cuchillo le corto la nariz a Johannes Lovgren», penso. «Con ese cuchillo le obligo a decir donde habia escondido el dinero.»

Miro a su alrededor, buscando algo que le sirviera para defenderse. Lo unico que habia era un remo roto.

El Calvo ataco con el cuchillo. Kurt Wallander lo paro con el pesado remo.

Cuando el hombre volvio a atacar, le golpeo. El remo le dio en la clavicula. Kurt Wallander oyo que se quebraba. El hombre tropezo, Kurt Wallander dejo caer el remo y le golpeo con el puno derecho en la barbilla. Sintio el dolor en los nudillos.

Pero el hombre se derrumbo.

Kurt Wallander se cayo en la arena mojada.

Poco despues llego Martinson corriendo.

La lluvia habia empezado a caer copiosamente.

– Los tenemos -dijo Martinson.

– Si -dijo Kurt Wallander-. Parece que si.

Bajo hasta la orilla y se lavo la cara. A lo lejos veia un carguero que iba hacia el sur.

Penso que le alegraba poder dar una buena noticia a Rydberg, en medio de su desdicha.

Dos dias mas tarde, el hombre llamado Andreas Haas confeso que ellos dos eran los autores de los homicidios. Confeso, pero echo toda la culpa al otro hombre. Cuando confrontaron a Lothar Kraftzcyk con la confesion, tambien se dio por vencido. Pero culpo de la violencia a Andreas Haas. Todo habia sucedido tal y como Kurt Wallander habia imaginado. Los dos hombres acudieron a varias sucursales bancarias para cambiar dinero e intentar elegir un cliente que sacase una gran suma. Siguieron al deshollinador Lundin cuando llevo a Johannes Lovgren a casa. Lo persiguieron a lo largo del camino del pantano, y dos noches mas tarde volvieron en el coche del campo de refugiados.

– Le he estado dando vueltas a una cosa -reconocio Kurt Wallander, que llevaba el interrogatorio de Lothar Kraftzcyk-. ?Por que le disteis heno al caballo?

El hombre lo miro con asombro.

– El dinero estaba escondido en el heno -dijo-. A lo mejor le echamos heno al caballo mientras buscabamos la cartera.

Kurt Wallander asintio con la cabeza. Asi de facil era la solucion al enigma del heno del caballo.

– Otra cosa mas -anadio Kurt Wallander-. ?El nudo corredizo?

No obtuvo respuesta. Ninguno de los dos hombres admitio haber sido quien cometiese aquella violencia tan absurda. Volvio a preguntar, pero no le contestaron nunca.

La policia checa, sin embargo, pudo informar de que tanto Haas como Kraftzcyk habian sido condenados por crimenes violentos en su pais de origen.

Habian alquilado una casita casi en ruinas a las afueras de Hoor despues de dejar el campo de refugiados. Las chaquetas de cuero procedian de un robo a un mayorista de articulos de cuero de Tranas.

La vista del auto de detencion acabo en un par de minutos.

A nadie le cabia la menor duda de que las pruebas serian suficientes para atribuirles el crimen, aunque los dos hombres seguian echandose la culpa el uno al otro.

Kurt Wallander estuvo en la sala del juzgado observando a los dos hombres que durante tanto tiempo habia perseguido. Recordo aquella madrugada de enero, cuando acababa de entrar en la casa de Lenarp. Aunque el doble asesinato ya estaba resuelto y los criminales tendrian su castigo, sentia malestar. ?Por que habian puesto una cuerda alrededor del cuello de Maria Lovgren? ?Por que tanta violencia gratuita? Se estremecio. No tenia respuesta. Y eso le inquietaba.

Avanzada la tarde del 4 de agosto, Kurt Wallander tomo una botella de whisky y se fue a casa de Rydberg. Al dia siguiente, Anette Brolin lo acompanaria a visitar a su padre.

Kurt Wallander pensaba en la pregunta que le habia hecho.

Si se podria imaginar separarse por el.

Naturalmente, habia dicho que no.

Pero el sabia que la pregunta no la habia molestado. Mientras conducia hacia la casa de Rydberg, escuchaba a Maria Callas en su radiocasete. Tendria libre la semana siguiente en compensacion por tantas horas extras. Iria a Lund a visitar a Herman Mboya, que habia vuelto de Kenia. El resto del tiempo lo dedicaria a pintar su piso.

Tal vez tambien se daria el gusto de comprar un nuevo equipo de musica.

Aparco el coche delante de la casa de Rydberg.

Una luna amarilla se asomaba por encima de su cabeza. Notaba que se acercaba el otono.

Rydberg estaba sentado en la penumbra del balcon, como de costumbre.

Kurt Wallander lleno dos copas con whisky.

– ?Recuerdas cuando nos preocupabamos tanto por lo que habia susurrado Maria Lovgren? -pregunto Rydberg-. ?Que teniamos que buscar a unos extranjeros? Y cuando aparecio Erik Magnuson en escena, era el asesino mas deseado. Pero no era el. Ahora hemos atrapado a unos extranjeros de todos modos. Y entre tanto un pobre somali murio en vano.

– Tu lo supiste todo el tiempo -dijo Kurt Wallander-. ?No es asi? ?Estuviste siempre seguro de que eran extranjeros?

– Saberlo, no lo sabia -replico Rydberg-. Pero si que lo pensaba.

Lentamente hablaron de la investigacion, como si ya fuese un recuerdo lejano.

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