Amsterdam

Al viejo le gustaban las rosas. Le gustaba el olor de los petalos, que a menudo estrujaba entre los dedos. Frios y fragantes… y no como los insipidos tulipanes que plantaba su jardinero cerca del estanque de los peces. Los tulipanes eran todo color y poca personalidad. Pero las rosas persistian incluso en el invierno, desnudas y con espinas, como viejas rabiosas acurrucadas contra el frio.

Se detuvo entre los rosales y respiro hondo, disfrutando el aroma a tierra mojada. En una semana mas, habria flores. ?Como le habria gustado aquel jardin a su esposa!

– Hace frio -dijo una voz en holandes.

El viejo miro al hombre joven de pelo claro que avanzaba hacia el entre los arbustos.

– Kronen. Al fin llegas.

– Lo siento. No he podido venir antes -Kronen se quito las gafas y miro al cielo. Como de costumbre, evitaba mirar directamente el rostro del viejo. Desde el accidente, todo el mundo evitaba mirarlo, lo cual lo irritaba. Hacia cinco anos que nadie lo miraba de frente a los ojos. Hasta Kronen, al que habia llegado a considerar como un hijo, se esforzaba por mirar a otro lado. Pero por otra parte, los jovenes de la generacion de Kronen siempre daban demasiada importancia al aspecto fisico.

– Supongo que todo ha ido bien en Basra -dijo el viejo.

– Si. Un retraso menor, nada mas. Ha habido problemas con el ultimo cargamento… los chips informaticos en el mecanismo de apuntar. Uno de los misiles no funciono.

– Embarazoso.

– Si. Ya he hablado con el fabricante.

Siguieron un sendero de rosas hasta el estanque de los patos. El viejo se apreto la bufanda alrededor de la garganta para protegerse del aire frio.

– Tengo un encargo para ti -dijo-. Una mujer.

Kronen se detuvo con un asomo de interes en la mirada. Su pelo parecia casi blando bajo los rayos del sol.

– ?Quien es?

– Se llama Sarah Fontaine. La esposa de Geoffrey Fontaine. Quiero que veas adonde te lleva.

Kronen fruncio el ceno.

– No comprendo, senor. Me han dicho que Fontaine ha muerto.

– Siguela de todos modos. Mi fuente americana me dice que tiene un apartamento modesto en Georgetown. Es microbiologa, treinta y dos anos. Aparte de su matrimonio, no parece tener relaciones de espionaje, pero nunca puedes estar seguro.

– ?Puedo contactar a esa fuente?

– No. Su posicion es muy… delicada.

Kronen asintio. Siguieron andando por las orillas del estanque. El viejo saco un trozo de pan del bolsillo, echo un punado de migas al agua y observo acercarse a los patos. Cuando su esposa Nienke vivia, se acercaba todas las mananas al parque a dar de comer a los patos. Le preocupaba que los mas debiles no comieran bastante.

Y ahora el daba comida a patos que no le importaba nada, solo porque le habrian gustado a ella. Termino de echar el pan en el agua y se sacudio las manos.

El estanque habia adquirido un tono gris. ?Donde se habia metido el sol?

– Quiero saber mas sobre esa mujer -dijo sin mirar a Kronen-. Sal pronto.

– Por supuesto.

– Ten cuidado en Washington. Tengo entendido que hay mucho crimen alli.

Kronen solto una carcajada.

– Tot ziens, meneer.

El viejo asintio.

– Hasta entonces.

El laboratorio en el que trabajaba Sarah estaba inmaculado. Los microscopios estaban limpios, las encimeras y fregaderos se desinfectaban a menudo, las camaras de incubacion se limpiaban dos veces al dia. Su trabajo requeria una gran higiene; pero ese dia, al sentarse en su banco, tuvo la impresion de que su vida estaba tan esterilizada como todo aquello.

Se quito las gafas y parpadeo con cansancio. Habia acero inoxidable por todas partes. Las luces eran duras y fluorescentes. Ni ventanas ni rayos de sol. Fuera podia ser de dia o de noche, ella no notaria la diferencia. Aparte del zumbido del frigorifico, el laboratorio estaba en silencio.

Volvio a ponerse las gafas y se inclino hacia el microscopio. Del pasillo llego ruido de tacones. Se abrio la puerta.

– ?Sarah? ?Que haces aqui?

La joven miro a su amiga Abby Hicks, quien, con su bata de la talla cuarenta y cuatro, ocupaba casi todo el umbral.

– Solo quiero ponerme al dia con algunas cosas -contesto-. Se ha acumulado tanto el trabajo desde que no estoy…

– Oh, por lo que mas quieras. El laboratorio puede arreglarse sin ti unas semanas. Ya son las ocho. Yo revisare los cultivos. Vete a casa.

– No se si quiero -murmuro Sarah-. ?Esta tan silenciosa! Casi prefiero estar aqui.

– Pues esto es tan animado como una tumba… -Abby se mordio el labio y se sonrojo. A pesar de sus cincuenta y cinco anos, podia ruborizase como una colegiala-. Lo siento.

Sarah sonrio.

– No pasa nada.

Las dos guardaron silencio un momento. Sarah se levanto y abrio el incubador para guardar la bandeja de muestras en las que habia estado trabajando.

– ?Como estas? -pregunto Abby con gentileza.

Sarah se volvio hacia su amiga.

– Tirando, supongo.

– Todos te echamos de menos. Hasta el viejo Grubb dice que esto no es lo mismo sin ti y tu botella de desinfectante. Creo que todos tienen miedo de llamarte. Supongo que no saben como tratar el dolor. Pero nos importa, Sarah.

La joven asintio con la cabeza, agradecida.

– Oh, lo se. Y te agradezco los asados, y las tarjetas y flores. Ahora tengo que volver a la normalidad -miro a su alrededor con tristeza-. Pense que necesitaba volver a trabajar.

– Alguna gente necesita la vieja rutina. Otros tienen que alejarse una temporada.

– Quiza deberia hacer eso. Salir de Washington una temporada. Alejarme de los lugares que me lo recuerdan -trago saliva e intento sonreir-. Mi hermana me ha pedido que vaya a verla a Oregon. Hace anos que no veo a mis sobrinos. Ya deben de ser muy grandes.

– Pues vete. ?Aun no han pasado dos semanas! Tienes que darte tiempo. Vete con tu hermana. Llora un poco mas.

– Llevo muchos dias llorando. Todavia no puedo soportar ver su ropa colgada en el armario -movio la cabeza-. No es solo perderlo lo que me duele. Es tambien lo demas.

– La parte de Berlin.

– Si. No quiero pensar demasiado, por eso he venido aqui esta noche -miro a su alrededor-. Pero es raro. Antes adoraba este sitio. Ahora me pregunto como he podido aguantarlo seis anos. Todos esos armarios frios y fregaderos de acero inoxidable. Siento que no puedo respirar.

– Pero siempre te ha gustado este trabajo. Debe ser otra cosa.

– No puedo imaginarme trabajando aqui toda mi vida. ?Geoffrey y yo pasamos tan poco tiempo juntos! Tres dias de luna de miel y nada mas. Luego, tuve que volver corriendo para terminar aquel maldito proyecto. Siempre estabamos ocupadisimos, sin tiempo para vacaciones. Ahora no tendremos otra oportunidad -se acerco a su

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