– No. Ya te he contado que huyo antes de que yo pudiese pronunciar una palabra mas, tan confuso me encontraba… Pero, aunque carezco de tu poder para leer el rostro de los hombres, he visto demasiadas veces el miedo y creo que se reconocerlo. El de Tramaco era el horror mas espantoso que he contemplado jamas. Toda su mirada estaba llena de eso. Al descubrirlo, no supe reaccionar. Fue como… como si sus ojos me hubieran petrificado con su propio espanto. Cuando mire a mi alrededor, ya se habia marchado. No volvi a verle. Al dia siguiente, uno de sus amigos me dijo que se habia ido a cazar. Me extrano un poco, ya que el estado de animo en que yo lo habia encontrado la vispera no me parecia el mas indicado para disfrutar de aquel ejercicio, pero…

– ?Quien te dijo que se habia ido a cazar? -lo interrumpio Heracles atrapando la cabeza de otro higo de entre los multiples que asomaban por el borde de la fuente.

– Eunio, uno de sus mejores amigos. El otro era Antiso, el hijo de Praxinoe…

– ?Tambien alumnos de la Academia?

– Si.

– Bien. Prosigue, por favor.

Diagoras se paso una mano por la cabeza (en la sombra de la pared, un animal reptante deslizose por la untuosa superficie de la esfera) y dijo:

– Precisamente aquel dia quise hablar con Antiso y Eunio. Los encontre en el gimnasio…

Manos que se alzan, culebreantes, jugando con la lluvia de diminutas escamas; brazos esbeltos, humedos; la risa multiple, los comentarios jocosos fragmentados por el ruido del agua, los parpados apretados, las cabezas alzadas; un empujon, y nuevo eco de carcajadas derramandose. La vision, desde arriba, podria evocar una flor formada por cuerpos de adolescentes, o un solo cuerpo con varias cabezas; brazos como petalos ondulantes; el vapor acariciando la desnudez untuosa y multiple; una humeda lengua de agua deslizandose por la boca de una gargola; movimientos… gestos sinuosos de la flor de carne… De repente, el vapor, con su denso aliento, nubla nuestra vision [9].

Las neblinas se despejan otra vez: distinguimos una pequena habitacion -un vestuario, a juzgar por la coleccion de tunicas y mantos colgados de las paredes enjalbegadas- y varios cuerpos adolescentes en diversos grados de desnudez, uno de ellos tendido bocabajo sobre un divan, sin vestigios de ropa, recorrido por la avidez de unas manos morenas que, deslizandose, proporcionan un lento masaje a sus musculos. Se escuchan risas: los adolescentes bromean despues de la ducha. El siseo del vapor de las marmitas con agua hirviendo decrece hasta desaparecer. La cortina de la entrada se aparta, y las multiples risas cesan. Un hombre alto y enjuto, de lustrosa calva y barba bien recortada, saluda a los adolescentes, que se apresuran a responderle. El hombre habla; los adolescentes permanecen atentos a sus palabras aunque intentan no interrumpir sus actividades: continuan vistiendose o desvistiendose, frotando con largos panos sus bien formados cuerpos o untando con aceitosos unguentos los ondulados musculos.

El hombre se dirige sobre todo a dos de los jovenes: uno de espeso pelo negro y mejillas con perenne rubor que, inclinado hacia el suelo, se ata las sandalias; y el otro, el efebo desnudo que recibe el masaje y cuyo rostro -ahora lo vemos- es hermosisimo.

La habitacion exuda calor, como los cuerpos. Entonces un remolino de niebla serpentea ante nuestros ojos, y la vision desaparece.

– Les pregunte sobre Tramaco -explico Diagoras-. Al principio no comprendian muy bien lo que queria de ellos, pero ambos admitieron que su amigo habia cambiado, aunque no se explicaban la causa. Entonces Lisilo, otro alumno que por casualidad se hallaba alli, me hizo una increible revelacion: que Tramaco frecuentaba, en secreto, desde hacia unos meses, a una hetaira del Pireo llamada Yasintra. «Quizas ella sea quien le ha hecho cambiar, maestro», anadio socarronamente. Antiso y Eunio, muy timidos, confirmaron la existencia de aquella relacion. Quede asombrado, y en cierto modo dolido, pero al mismo tiempo experimente un considerable alivio: que mi pupilo me ocultara sus infamantes visitas a una prostituta del puerto era preocupante, desde luego, teniendo en cuenta la noble educacion que habia recibido, pero si el problema se reducia a eso pense que no habia nada que temer. Me propuse abordarle de nuevo, en ocasion mas propicia, y discutir con el razonablemente aquella desviacion de su espiritu…

Diagoras hizo una pausa. Heracles Pontor habia encendido otra lampara adosada a la pared, y las sombras de las cabezas se multiplicaron: troncos de cono de Heracles que se movian, gemelos, en el muro de adobe, y esferas de Diagoras, pensativas, quietas, perturbadas por la asimetria del pelo blanco derramado sobre su nuca y la bien recortada barba. Cuando reanudo su narracion, la voz de Diagoras parecia afectada por una repentina afonia:

– Pero entonces… aquella misma noche, de madrugada, los soldados de frontera llamaron a mi puerta… Un cabrero habia hallado su cuerpo en el bosque, cerca del Licabeto, y habia avisado a la guardia… Cuando lo identificaron, sabiendo que en su casa no habia hombres para recibir la noticia y que su tio Daminos no se hallaba en la Ciudad, me llamaron a mi…

Hizo otra pausa. Se escucho la tormenta lejana y la suave decapitacion de un nuevo higo. El semblante de Diagoras se hallaba contraido, como si cada palabra le costara ahora un gran esfuerzo. Dijo:

– Por extrano que pueda parecerte, me senti culpable… Si me hubiese ganado su confianza aquella tarde, si hubiera logrado que me dijese lo que le ocurria… quiza no se habria marchado a cazar… y aun estaria vivo -elevo los ojos hacia su obeso interlocutor, que lo escuchaba retrepado en la silla con pacifico semblante, como si estuviera a punto de dormirse-. Puedo confesarte que he pasado dos dias espantosos pensando que Tramaco improviso su fatidica jornada de caza para huir de mi y de mi torpeza… Asi que tome una decision esta tarde: quiero saber lo que le ocurria, que le aterrorizaba tanto y hasta que punto mi intervencion hubiera podido ayudarle… Por eso acudo a ti. En Atenas se dice que para conocer el futuro es necesario el oraculo de Delfos, pero para saber el pasado basta con contratar al Descifrador de Enigmas…

– ?Eso es absurdo! -exclamo Heracles de repente.

Su imprevista reaccion casi asusto a Diagoras: se incorporo con rapidez, arrastrando consigo todas las sombras de su cabeza, y empezo a dar breves paseos por la humeda y fria habitacion mientras sus gruesos dedos acariciaban uno de los untuosos higos que acababa de coger. Prosiguio, en el mismo tono exaltado:

– ?Yo no descifro el pasado si no puedo verlo: un texto, un objeto o un rostro son cosas que puedo ver, pero tu me hablas de recuerdos, de impresiones, de… opiniones! ?Como dejarme guiar por ellas?… Dices que, desde hace un mes, tu discipulo parecia «preocupado», pero ?que significa «preocupado»?… -alzo el brazo con brusquedad-. ?Un momento antes de que entraras en esta habitacion, hubieras podido decir que yo tambien estaba «preocupado» contemplando la grieta!… Despues afirmas que viste el terror en sus ojos… ?El terror!… Te pregunto: ?acaso el terror estaba escrito en su pupila en caracteres jonicos? ?El miedo es una palabra grabada en las lineas de nuestra frente? ?O es un dibujo, como esa grieta en la pared? ?Mil emociones distintas podrian producir la misma mirada que tu atribuiste solo al terror!…

Diagoras replico, un poco incomodo:

– Yo se lo que vi. Tramaco estaba aterrorizado.

– Sabes lo que creiste ver -puntualizo Heracles-. Saber la verdad equivale a saber cuanta verdad podemos saber.

– Socrates, el maestro de Platon, opinaba algo parecido -admitio Diagoras-. Decia que solo sabia que no sabia nada, y, de hecho, todos estamos de acuerdo con este punto de vista. Pero nuestro pensamiento tambien tiene ojos, y con el podemos ver cosas que nuestros ojos carnales no ven…

– ?Ah, si? -Heracles se detuvo bruscamente-. Pues bien: dime que ves aqui.

Alzo la mano con rapidez, acercandola al rostro de Diagoras: de sus gruesos dedos sobresalia una especie de cabeza verde y untuosa.

– Un higo -dijo Diagoras tras un instante de sorpresa.

– ?Un higo como los demas?

– Si. Parece intacto. Tiene buen color. Es un higo normal y corriente.

– ?Ah, esta es la diferencia entre tu y yo! -exclamo Heracles, triunfal-. Yo observo el mismo higo y opino que parece un higo normal y corriente. Puedo, incluso, llegar a opinar que es muy probable que se trate de un higo normal y corriente, pero ahi me detengo. Si quiero saber mas, debo abrirlo… como ya habia hecho con este mientras tu hablabas…

Separo con suavidad las dos mitades del higo que mantenia unidas: con un unico movimiento sinuoso,

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