Calle. Thurber sonrio imperceptiblemente.

— ?Sabes en que consistio nuestra mala suerte, Bregg? En que tuvimos exito y ahora estamos aqui. El hombre vuelve siempre con las manos vacias…

Enmudecio. Su sonrisa se convirtio en una mueca, casi ausente. Durante un rato su respiracion fue ruidosa, mientras seguia apretando con los punos el borde de la mesa. Le mire como si le viera por primera vez, y entonces pense: «Ya es viejo.» Este descubrimiento fue un golpe para mi. Nunca habia pensado nada semejante respecto a el, le habia considerado siempre sin edad…, — Thurber — dije en voz baja —, escucha…, todo esto es un responso. Sobre la tumba de esos…, esos insaciables. Ya no existen, ni volveran a existir. Asi que, a pesar de todo, Starck tiene razon…

Enseno las puntas de sus dientes planos y amarillentos, pero no fue una sonrisa.

— Bregg, dame tu palabra de honor de que no repetiras a nadie lo que ahora voy a decirte.

Titubee.

— A nadie — repitio con enfasis.

— Esta bien.

Se levanto, fue al rincon, cogio un rollo de papel y volvio a la mesa.

El papel crujio en sus manos mientras lo desenrollaba. Vi un pez rojo cortado en secciones, como dibujado con sangre.

— ? Thurber!

— Si — dijo tranquilamente, enrollando de nuevo el papel con ambas manos.

— ?Una nueva expedicion?

— Si — repitio. Fue al rincon, dejo el rollo en su sitio, y lo apoyo contra la pared como un arma.

— ?Cuando? ?Adonde?

— No muy pronto. Al centro.

— Nube de Sagitario… — murmure.

— Si. Los preparativos duraran algun tiempo. Pero gracias a la anabiosis…

Continuo hablando, pero a mi solo me llegaron palabras aisladas. «Vuelo de lazo», «aceleracion sin gravedad»… y la excitacion que me domino cuando vi la forma del gran cohete, dibujada por los constructores, se convirtio en una inesperada lasitud, de cuyo fondo, como a traves de las tinieblas, contemple mis manos, colocadas sobre las rodillas. Thurber dejo de hablar, me miro de reojo, rodeo la mesa y empezo a amontonar sus carpetas, como si quisiera darme tiempo para digerir esta noticia tan extraordinaria. Yo tendria que haberle ametrallado a preguntas: quien de nosotros, los antiguos, tomaria parte, cuantos anos duraria la expedicion, cuales eran sus objetivos. Pero no formule ninguna pregunta. Como todo ello se consideraba un secreto, no queria saber nada.

Mire sus manos grandes y arrugadas en las que su edad avanzada se advertia con mas claridad que en el rostro, y mi aturdimiento se mezclo con una especie de satisfaccion, tan inesperada como malevola: que seguramente el no podria volar con los demas. «Tampoco yo presenciare su regreso, ni siquiera aunque alcance la edad de Matusalen», pense. Bueno, era igual. Nada de esto tenia ya la menor importancia. Me levante.

Thurber hizo crujir sus papeles. — Bregg — dijo sin levantar la vista —, aun tengo algo que hacer aqui, pero si quieres, podemos cenar juntos. Y puedes pernoctar en la residencia, que ahora esta completamente vacia.

Musite «Esta bien» y me dirigi a la puerta. Ya habia empezado a trabajar, como si yo no existiera. Permaneci un momento en el umbral y sali. Durante unos segundos no supe donde estaba, hasta que oi un golpeteo claro y ritmico: el eco de mis propios pasos. Me detuve.

Estaba en el centro de un largo pasillo, entre una doble hilera de puertas iguales. Aun se oia el eco de los pasos. ?Una ilusion? ?Acaso habia alguien caminando detras de mi? Me volvi y distingui una alta silueta que desaparecio por una puerta muy lejana. Fue tan breve que no vi a la persona, sino solo el movimiento, una parte de su espalda y la puerta que se cerraba.

No tenia nada que hacer alli. Continuar no tenia sentido, ya que el pasillo terminaba al fondo. Di media vuelta y pase junto a una ventana muy alta. Sobre la mancha negra del parque flotaba el resplandor plateado de la ciudad. De nuevo me pare ante la puerta que ostentaba el letrero: «Aqui, Bregg», tras la cual trabajaba Thurber. No queria verle mas. No tenia nada que decirle, y el a mi, tampoco. ?Por que habia venido? De pronto, asombrado, lo recorde: debia entrar y preguntar por Olaf.

Pero no ahora. No en este momento. Fui hacia la escalera. Frente a ella se encontraba la ultima puerta de la hilera, precisamente aquella por la que acababa de desaparecer la silueta desconocida. Recorde que al principio, al entrar en el edificio, buscando a Thurber, habia mirado hacia el interior de esta habitacion; reconoci los aranazos del barniz. En esta habitacion no habia nada; ?que buscaba en ella el hombre que acababa de entrar?

Estaba seguro de que solo habia entrado para esconderse de mi. Permaneci largo tiempo indeciso frente a la escalera vacia, alumbrada por una luz blanca e inmovil. Lentamente, me volvi, centimetro a centimetro. Me dominaba una inquietud singular, que no era realmente inquietud; me sentia como si acabaran de inyectarme un tranquilizante: tenso, pero templado, di dos pasos, entorne los ojos, y entonces me parecio oir respirar a. alguien al otro lado de la puerta. No era posible.

«Voy a marcharme», me propuse, pero tambien esto era imposible: habia dedicado demasiada atencion a esta puerta para marcharme asi como asi. La abri y mire hacia dentro.

Bajo la pequena lampara del techo, en el centro de la habitacion vacia, estaba Olaf.

Llevaba su viejo traje con las mangas arremangadas, como si acabara de dejar las herramientas de trabajo.

Nos miramos. Cuando comprendio que yo no tenia intencion de iniciar el dialogo, hablo primero:

— ?Como te va, Hal…?

Su voz no sonaba del todo segura. Yo no queria fingir nada; sencillamente, las circunstancias de este encuentro inesperado me habian dejado sin palabras. Tal vez influia algo el efecto de las palabras de Thurber. En cualquier caso, no le conteste. Fui hacia la ventana, desde la que se veia la misma perspectiva del parque oscuro y el resplandor de la ciudad, y entonces me volvi y me recoste en el alfeizar.

Olaf no se movio. Seguia en el centro de la habitacion; del libro que tenia en la mano sobresalia un trozo de papel que resbalo hasta el suelo. Los dos nos inclinamos al mismo tiempo para recogerlo, y pude distinguir el boceto del mismo proyectil que Thurber acababa de ensenarme. Debajo habia anotaciones en la letra de Olaf. «Es probable que se tratara de esto — pense —. No me habia hablado porque el queria volar y prefirio ahorrarme esta noticia.

Tenia que decirle que se equivocaba, que a mi no me importa nada esta expedicion. Ya me he cansado de las estrellas, y ademas, ya estoy enterado de todo por Thurber, asi que puede hablar conmigo con la conciencia tranquila.» Con el dibujo en la mano, observe sus lineas con atencion, como si quisiera reconocer la velocidad del cohete, pero no dije ni una palabra y le devolvi el papel, que el tomo con cierta vacilacion, lo doblo y metio de nuevo en el libro. Todo esto ocurrio en silencio. Estoy seguro de que no fue premeditada, pero esta escena — quiza precisamente porque se desarrollo en silencio — adquirio un significado simbolico. Yo debia tomar sin entusiasmo su presunta participacion en la expedicion, pero tambien aceptarla sin envidia.

Cuando busque su mirada, la desvio, para mirarme de reojo casi inmediatamente. ?Era inseguridad o confusion? ?Incluso ahora, que yo lo sabia todo? El silencio en la pequena habitacion se hizo insoportable. Oi su respiracion algo acelerada. Tenia el rostro cansado y en sus ojos no habia la animacion que se veia en ellos en nuestro ultimo encuentro. Como si hubiera trabajado mucho y dormido poco; pero habia ademas otra expresion que yo no conocia.

— Estoy bien — dije —, ?y tu?

En cuanto pronuncie estas palabras me di cuenta de que ya no eran oportunas; habrian sonado bien en el momento de mi entrada, pero ahora parecian un reproche o incluso una ironia.

— ?Has visto a Thurber?

— Si.

— Los estudiantes se han marchado…, ya no queda nadie, nos han dado todo el edificio… — empezo a hablar, como a la fuerza.

— ?Para que podais elaborar el plan de la expedicion? — interrogue, a lo que me respondio pronta- mente:

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