– Esos meses de lectura no han sido inutiles. El desenlace de esa transformacion, de esa reeducacion balzaquiana, resonaba ya inconscientemente en la frase de Luo, pero no nos puso en guardia. ?Nos adormecia, acaso, la autosuficiencia? ?Sobreestimabamos las virtudes del amor? ?O, sencillamente, no habiamos captado lo esencial de las novelas que le habiamos leido?

Cierta manana de febrero, la vispera de la enloquecida noche del auto de fe, Luo y yo, cada cual con un bufalo, labrabamos un campo de maiz recien convertido en arrozal. Hacia las diez, los gritos de los aldeanos interrumpieron nuestros trabajos y nos devolvieron a nuestra casa sobre pilotes, donde nos aguardaba el viejo sastre.

Su aparicion, sin la maquina de coser, nos parecio ya de mal aguero, pero cuando estuvimos frente a el, su rostro, fruncido y surcado por nuevas arrugas, sus pomulos, que se habian vuelto salientes y duros, y sus enmaranados cabellos nos dieron miedo.

– Mi hija se ha marchado esta manana, al amanecer -nos dijo.

– ?Se ha marchado? -le pregunto Luo-. No comprendo.

– Tampoco yo, pero eso es lo que ha hecho.

A su entender, su hija habia obtenido en secreto del comite director de la comuna todos los papeles y certificados necesarios para emprender un largo viaje. Solo la vispera le habia anunciado su intencion de cambiar de vida, para ir a probar suerte en una gran ciudad.

– Le pregunte si vosotros dos estabais al corriente -prosiguio-. Me dijo que no y que os escribiria en cuanto se hubiera instalado en alguna parte.

– Tendria que haber impedido que se marchara -dijo Luo con voz debil, apenas audible.

Estaba hundido.

– No habia nada que hacer -le respondio el anciano, agotado-. Le dije, incluso, que si se marchaba no queria que volviera a poner aqui los pies.

Luo se lanzo entonces a una carrera desenfrenada, desesperada, por los senderos escarpados para atrapar a la Sastrecilla. Al principio, lo segui de cerca tomando un atajo por los roquedales. La escena recordaba uno de mis suenos en el que la Sastrecilla caia en el precipicio que flanqueaba el paso peligroso. Corriamos ambos, Luo y yo, por un abismo en el que no habia ya sendero alguno; nos deslizabamos a lo largo de las paredes rocosas sin preocupamos, ni por un momento, de que pudieramos hacernos pedazos. Durante unos instantes, no supe ya si corria en mi antiguo sueno o en la realidad, o si corria mientras sonaba. Las rocas tenian, casi todas, el mismo color gris oscuro y estaban cubiertas de musgo humedo y resbaladizo.

Poco a poco, Luo se distancio. A fuerza de correr, de caracolear entre las rocas, de dar brincos de piedra en piedra, el final de mi antiguo sueno me vino a la memoria con detalles precisos.

Los funestos gritos de un invisible cuervo de pico rojo, girando por los aires, resonaban en mi cabeza; tenia la sensacion de que, en cualquier momento, ibamos a encontrar el cuerpo de la Sastrecilla yaciendo al pie de una roca, con la cabeza doblada sobre el vientre y dos grandes fisuras, exangues, abriendose hasta su hermosa frente, tan bien dibujada. El movimiento de mis pasos me turbaba la cabeza. No sabia ya que motivacion me mantenia en aquella peligrosa carrera. ?Mi amistad por Luo? ?Mi amor por su novia? ?O era solo un espectador que no queria perderse el desenlace de una historia? No comprendia por que, pero el recuerdo de este antiguo sueno me obsesiono a lo largo de todo el camino. Uno de mis zapatos se rompio.

Cuando despues de tres o cuatro horas de carrera, de galope, de trote, de pasos, de resbalones, de caidas e, incluso, de revolcones, vi aparecer la silueta de la Sastrecilla, sentada en una piedra que dominaba unas tumbas en forma de monticulos, me alivio la sensacion de ver exorcizado el espectro de mi vieja pesadilla.

Reduje el paso y cai al suelo, en el borde del sendero, agotado, con el vientre vacio y rugiente y la cabeza dandome vueltas.

El paisaje me era familiar. Alli, pocos meses antes, habia conocido a la madre del Cuatrojos.

Afortunadamente, me dije, la Sastrecilla habia hecho un alto alli. Tal vez habia querido, de paso, despedirse de sus antepasados maternos. A Dios gracias, aquello ponia, por fin, termino a nuestra carrera antes de que mi corazon estallara o me volviera loco.

Me hallaba a unos diez metros por encima de la Sastrecilla, y la posicion me permitio contemplar, desde lo alto, la escena del reencuentro, que comenzo cuando ella volvio la cabeza hacia Luo, que se aproximaba. Exactamente como yo, el cayo al suelo sin fuerzas.

No podia creer lo que estaba viendo: la imagen se congelo. La muchacha con chaqueta de hombre, cabellos cortos y calzado blanco, sentada en la roca, permanecio inmovil mientras el muchacho, tendido en el suelo, contemplaba las nubes sobre su cabeza. Yo no tenia la impresion de que estuvieran hablando. Al menos, no oia nada. Me hubiera gustado asistir a una escena violenta, con gritos, acusaciones, explicaciones, llantos, insultos; pero nada. El silencio. Sin el humo del cigarrillo que salia de la boca de Luo, hubiera podido creerse que se habian transformado en estatuas de piedra..

Aunque, en semejantes circunstancias, el furor y el silencio sean, a fin de cuentas, lo mismo, y sea dificil comparar dos estilos de acusacion cuyo impacto es distinto, tal vez Luo se equivocara de estrategia o se resignase demasiado pronto a la impotencia de las palabras.

Bajo una arista rocosa que sobresalia, encendi una hoguera con ramas y hojas secas. Saque unas patatas dulces de la pequena bolsa que habia llevado conmigo, y las meti en las cenizas.

Secretamente, por primera vez, me enfade con la Sastrecilla. Aunque limitandome a mi papel de espectador, me sentia tan traicionado como Luo, no ya por su partida, sino por el hecho de que me habia ignorado, como si toda la complicidad que habiamos mantenido durante su aborto se hubiera esfumado de su memoria y, para ella, yo solo hubiera sido, y solo seguiria siendo, un amigo de su amigo.

Con el extremo de una rama, pinche una patata dulce del monton humeante, la palmee, sople y la limpie de tierra y cenizas. De pronto, desde abajo, me llego por fin un rumor de frases pronunciadas por las bocas de las dos estatuas. Hablaban en voz muy baja, pero airada. Escuche vagamente el nombre de Balzac y me pregunte que tenia el que ver con esta historia.

Precisamente cuando me alegraba de la interrupcion del silencio, la imagen fija comenzo a moverse: Luo se levanto y ella bajo de un brinco de su roca. Pero en vez de arrojarse en brazos de su desesperado amante, cogio su hatillo y partio, con paso decidido.

– Espera -grite blandiendo la patata dulce-. ?Ven a comer una patata! Las he preparado para ti.

Mi primer grito la hizo correr por el sendero, el segundo la propulso mas lejos aun, y el tercero la transformo en un pajaro que emprendio el vuelo sin concederse ni un instante de reposo. Se hizo cada vez mas pequena y desaparecio.

Luo se reunio conmigo junto al fuego. Se sento, palido, sin un lamento ni una protesta. Fue unas horas antes del auto de fe.

– Se ha marchado -le dije.

– Quiere ir a una gran ciudad -me dijo-. Me ha hablado de Balzac.

– ?Y que?

– Me ha dicho que Balzac le habia hecho comprender algo: la belleza de una mujer es un tesoro que no tiene precio.

Dai Sijie

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