todos para no haber despertado con estos gritos! Cuando me estaba preguntando si no era menester tocar la campana de combate, la forma se desplego y salio de detras de los arboles. Con tan poca luz, solo entrevi un dorso dentado, unas patas gordas y gruesas, una cabeza cornuda, chata, muy larga. En su marcha una cosa curiosa me llamo la atencion: ?El animal tenia seis patas! Debia medir 25 o 30 metros de largo y 5 o 6 metros de alto. Con el dedo tanteaba el seguro comprobando que mi arma estuviera dispuesta para el tiro, pero no me atrevi a colocar el indice en el gatillo, temiendo lanzar una rafaga con el nerviosismo.

— Atencion. Dispuesto, pero no dispares — dije. — ?Pero que es esta porqueria? — ?No lo se! ?Atencion!

El monstruo se movia. Estaba avanzando hacia nosotros. Su cabeza llevaba unos cuernos enramar dos como los de un ciervo, y relucian bajo la luna. A poca velocidad, medio deslizandose, medio trepando, se fue hacia la sombra de la barrera de arboles y le perdi de vista. Fueron unos minutos terribles. Cuando reaparecio, estaba mas lejos y se fundio gradualmente en la noche. Un ?Uf! me llego por el telefono. Yo conteste de la misma manera.

— Echa un vistazo — dije.

Por el chirrido de los pedales, comprendi que Miguel obedecia. De repente, escuche un ?ah! apagado.

—?Ven aca!

Subi por la escalera hasta cerca de Miguel, al otro lado de la ametralladora.

— Enfrente tuyo, lejos.

Al atardecer habiamos visto, en aquella direccion, un acantilado. Ahora parpadeaban unos puntos luminosos, que a veces ante algun obstaculo desaparecian.

—?Fuego en las grutas! ?Es alli donde viven los talladores de la obsidiana!

Permanecieron alli hipnotizados, observando de vez en cuando. Cuando, algunas horas mas tarde, se levanto el sol rojo, estabamos alli todavia.

—?Por que no nos habeis despertado? — se lamento Vandal—. ?Pensar que no he visto a este animal!

— No es muy amable de vuestra parte — anadio Martina.

— Pense en ello — dije—. Pero mientras el animal estuvo alli no quise producir la confusion de un despertar sobresaltado, y luego, pues se marcho. Ahora Miguel y yo varaos a dormir un poco. Vandal y Breffort, encargaros de la guardia. Es innecesario recomendaros que esteis alerta. No dispareis mas que en el caso de absoluta necesidad. Tu, Carlos — dije a Breffort—, toma el otro fusil ametrallador y sube a la torre. No uses la ametralladora mas que como ultimo recurso. Las municiones son relativamente escasas. Pero, si es necesario, no te detengas. Prohibicion absoluta de salir Despertadme cuando salga Helios.

?No dormimos mas que una hora! Unos disparos y la brusca partida del camion me despertaron. En un abrir y cerrar de ojos estuve fuera de la cama, recibiendo a Miguel aun medio desnudo, encima de mi cabeza. A traves de la puerta de comunicacion vi a Pablo al volante y la espalda de Vandal inclinada sobre un fusil ametrallador. Detras, Beltaire, con el otro fusil ametrallador, observaba, la vista pegada en el disparadero. La torre giraba en todas direcciones y la ametralladora pesada disparaba a rafagas de cuatro o cinco balas.

—?Miguel, aprovisiona la ametralladora!

Pase a la parte delantera.

—?Que ocurre! ?Por que estamos en ruta?

—?Han prendido fuego en la hierba!

—?Sobre quien disparais?

— Sobre los que lo han encendido. ?Mira, estan alli!

A traves de unas hierbas altas entrevi una silueta vagamente humana que corria a toda marcha.

—?Montados a caballo?

—?No! ?Centauros!

Como para confirmar la expresion que habia usado Vandal, una de aquellas criaturas aparecio a unos cien metros, sobre un cerro despoblado. A primera vista, evocaba claramente la leyenda: media aproximadamente dos metros de alto, un cuerpo cuadrupedo, con unas finas y largas piernas. Perpendicular a este cuerpo, crecia un torso casi humano, con dos largos brazos. La cabeza era calva. Un tegumento moreno relucia como una castana de indias recien escabuchada. Aquel ser tenia en una mano un manojo de bastones. Cogio uno con su mano derecha, corrio hacia nosotros, y lo lanzo.

— Una azagaya — dije sorprendido.

El arma se clavo en el suelo, a unos metros, desapareciendo bajo las ruedas. Una exclamacion de angustia llego del fondo del camion:

—?Mas rapido, mas rapido! ?El fuego nos alcanza!

— Rodamos al maximo, 55 por hora — dije—. ?Esta lejos el fuego?

— A 300 metros solamente. ?El viento lo empuja hacia nosotros!

Seguimos recto. Los «centauros» habian desaparecido.

—?Que ha ocurrido? — pregunte a Martina.

— Estabamos hablando del animal que habiais visto esta noche, cuando Breffort indico a Vandal que habian aparecido unos cuerpos detras nuestro. Apenas habia dicho esto, cuando han aparecido un centenar de estos seres, que comenzaron a lanzarnos azagayas. Yo creo que algunos de ellos tienen incluso arcos. Respondimos al ataque y nos pusimos en marcha. Esto es todo.

— El fuego progresa — grito Beltaire—. ?Esta a cien metros!

La humareda obscurecia, a nuestra derecha, el paisaje. Algunas chispas superaban al camion, encendiendo fuegos secundarios, que habia que evitar. — Intenta forzar un poco, Pablo. — ?Vamos a todo gas! Sesenta por hora. Y si un neumatico revienta…

— Pues nos asaremos. ?Pero aguantaran!

— A la izquierda, Pablo, a la izquierda — grito Breffort ?tierra seca!

Schoeffer viro, e instantes despues rodabamos a traves de una vasta y desnuda extension de arcilla rojiza. Las montanas estaban cerca y Helios se levantaba. Consulte mi reloj; desde el momento en que me habia acostado hasta aquel instante habia pasado una hora y media.

Nuestra posicion en aquel momento era buena. Nos encontrabamos sobre una superficie desolada, de varios kilometros de circunferencia probablemente. Con nuestro armamento intacto eramos temibles. Desde nuestro camion no peligrabamos, exceptuados los neumaticos, ni por flechas ni azagayas. Poco a poco el fuego rodeo nuestro islote de salvacion y nos sobrepaso por la izquierda. Delante corrian toda una serie de bestias curiosas. Vandal descendio a tierra y capturo a unas cuantas. Muy variadas en formas y tallas — desde la de una musarana a la de un perro grande—, presentaban todas ellas un caracter comun, la presencia de seis patas. El numero de ojos oscilaba entre tres y seis.

A nuestra derecha, el fuego, encontrando quiza una vegetacion mas humeda, se detuvo. A la izquierda nos habia desbordado ligeramente. Alcanzo un racimo de arboles, que crepitaron y se inflamaron con violencia, como si estuvieran impregnados de bencina. Se oyo un rugido terrorifico. Una forma enorme salio de entre los arboles abrasados y cargo derecho hacia nosotros a gran velocidad. Se trataba del animal de la noche, o de un hermano de raza, que debia tener su escondrijo en aquel bosquecillo. A unos 500 metros de nosotros, en tierra limpia, se detuvo. Con los prismaticos pude examinarle con detalle. Su forma general — exceptuadas las seis patas— era la de un dinosauro. El dorso dentado se prolongaba a traves de una larga cola erizada. Su tegumento verde brillante era calloso. La cabeza, de unos tres o cuatro metros, estaba dotada de numerosos cuernos, dos de ellos ramificados; poseia tres ojos, dos laterales y uno frontal. Se volvio para restregarse una herida. Y pude ver unos dientes enormes, agudos, y una larga lengua rojiza en una enorme fauce violacea.

Despues aparecieron diez «centauros» armados con arcos. Comenzaron a acribillar al monstruo con sus flechas. El animal se lanzo sobre ellos. Con una maravillosa presteza, lo sortearon; sus movimientos eran vivos y precisos y su velocidad sobrepasaba la de un caballo al galope, lo cual les era absolutamente necesario, por cuanto el monstruo desplegaba una agil actividad, muy notable con relacion a su peso. Todos nosotros observabamos aquella apasionante caza epica, dudando en intervenir. Hubiera resultado dificil disparar sin alcanzar a los propios cazadores, danzando en torno a su presa. Iba a ordenar ponernos en camino, cuando el drama se presento. Uno de los «centauros» resbalo. La enorme mandibula lo agarro, triturandole.

—?Adelante! ?Dispuestos para hacer fuego!

Avanzamos, a velocidad moderada, para poder maniobrar mejor. Por extrano que pueda parecer, no creo que los «centauros» hubieran notado nuestra presencia hasta que estuvimos a cien metros de ellos. Entonces nos

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