vieron, y abandonaron inmediatamente el ataque del monstruo, reagrupandose de tres en tres. A medida que avanzabamos, ellos retrocedian, dejandonos frente a frente con el animal. Habia que evitar a toda costa un choque con el, que nos hubiera aplastado.

—?Fuego! — grite.

El monstruo cargaba sobre nosotros. Aunque acribillado por las balas y por los obuses perforantes, no se detuvo. Schoeffer, con un violento golpe de volante, ladeo a la izquierda. Me parecio que el animal resbalaba hacia la derecha, cuando con un golpe de cola magullo el blindaje. Volviendose inmediatamente, la ametralladora continuo disparando. La bestia quiso regresar hacia, nosotros, tropezo y se detuvo inmovil, muerta. A distancia los «centauros» observaban.

El monstruo ya no rebullia. Con la metralleta al puno, baje del camion con Miguel y Vandal. Martina quiso venir, pero yo se lo prohibi. Con razon. Apenas pusimos pie a tierra, que ya los «centauros» cargaban sobre nosotros, acompanandose de gritos sibilantes: «?SSwis! ?SSwis!» Un fusil ametrallador crepito, callandose en seguida, atascado quiza. La ametralladora disparo por dos veces. Ya los asaltantes estaban sobre nosotros. Nuestras rafagas fueron mas eficaces. Tres «centauros», muertos, rodaron por tierra; dos mas, heridos, huyeron. Una lluvia de flechas cayo a nuestro alrededor, fallando. Despues aquello fue el cuerpo a cuerpo. Con nuestras ametralladoras descargadas, empunamos las pistolas. Apenas tenia yo la mia en la mano, cuando me senti apresado y arrastrado por la espalda. Habia sido agarrado por unos brazos poderosos contra un torso oleoso, del que se desprendia un acre olor de grasa rancia. Yo tenia los brazos aplastados contra el cuerpo y mi pistola en la mano izquierda. Pude oir unos disparos, sin que pudiera revolverme. La tierra seca resonaba bajo los pies de mi atacante.

Me di cuenta de que si no me desprendia rapidamente estaba perdido. Una treintena de «centauros» acudian a la ayuda. Con un violento esfuerzo pude debilitar el abrazo de mi enemigo, volverme y soltar mi brazo derecho. Hice pasar mi pistola a la mano derecha y dispare cinco balas en la cabeza del ser que me estaba arrastrando. Rode por tierra, maltrecho, casi desvanecido. Cuando me levante, los demas no estaban mas alla de trescientos metros, y el camion llegaba a toda velocidad, con las armas calladas. Me puse a correr hacia el sin grandes esperanzas de escapar. Estaba anegado de un liquido anaranjado y viscoso, la sangre del «centauro». Oia cada vez mas cercano el galope de mis perseguidores. Mi respiracion se entrecorto. Me dolia el costado. Por la abertura de la torre vi a Miguel hacerme signos con el brazo.

— Demasiado tarde — pense—. ?Por que no disparan? — De repente lo comprendi: no podian tirar, sin riesgo de alcanzarme. Brutalmente, me lance al suelo, volviendome en la direccion del enemigo. Tenia todavia tres balas en mi arma. Apenas estuve en tierra cuando los primeros obuses silbaron sobre mi cabeza, alcanzando a una docena de enemigos. Se asustaron, deteniendose. No obstante, dos de ellos continuaron hacia mi; yo les derribe a unos cien metros. Con un chirrido de los frenos, el camion se detuvo muy cerca, con la puerta abierta. Salte al interior. Un bandazo de flechas tecleo contra la puerta, rayando el plexiglas de la ventanilla. Uno de los proyectiles paso a traves de un disparadero, clavandose, vibratil, en un respaldo. Nuestro fuego contesto y los sobrevivientes huyeron. Eramos duenos del campo de batalla. Miguel descendio de la torre.

—?Bien, muchacho, de buena has escapado! ?Por que diablos no te has agachado antes?

—?Si crees que estuve pensando! ?No hubo desperfectos?

— Vandal ha recibido una flecha en el brazo, en mitad del alboroto. No sera nada…, si no esta envenenada. Breffort ha examinado la punta. Y asegura que no.

—?Vaya seres infernales!

—?Adonde vamos ahora?

— Volvamos a ver al Goliat que hemos abatido.

Miguel, Vandal y yo descendimos por segunda vez para examinar al monstruo, asi como los cadaveres de los «centauros» que habian quedado en el primer campo de batalla. Segun Vandal, la coraza del Goliat, como llamabamos al monstruo, era de una materia semejante a la quitina de los insectos terrestres, aunque distinta. En todo caso, era muy dura, y antes de conseguir arrancar uno de los cuernos ramificados, que Vandal queria llevarse, mellamos una sierra para metales. Fotografiamos al animal y a los «centauros» muertos. Teniamos todavia algunos carretes de mi «Leica», que usabamos con parsimonia.

Son realmente unos seres extranos estos «centauros», o como los llamamos con motivo de su grito — y todavia les denominamos hoy— «Sswis». Un cuerpo casi cilindrico, cuatro patas finas, con unas pezunas duras y pequenas, y una cola callosa y corta. En la parte anterior, este cuerpo se acaba bruscamente, ofreciendo un torso casi humano, con dos largos brazos que terminan en unas manos de seis dedos opuestos e iguales por pares. La cabeza esferica, calva, desprovista de aparato auditivo externo — que es substituido por una membrana colocada en una concavidad—, posee tres ojos de un gris palido, el mayor de los cuales esta situado en la frente. Una boca amplia con unos dientes agudos, de reptil. La nariz larga, muelle, bailando como una trompa, cae sobre la boca. Vandal diseco sumariamente a uno de ellos. El cerebro es complicado y voluminoso, protegido por una capsula quitinoide. El armazon oseo esta mineralizado, pero es flexible. Aunque distintos, son mucho mas proximos a nosotros que las hidras. Algunos cadaveres estaban mas calientes. El torso no encerraba mas que dos vastos pulmones, analogos a los nuestros, aunque mas simples; el corazon con cuatro cavidades y el estomago. Las demas visceras se albergan en la parte horizontal del cuerpo. La sangre, espesa, era de un color naranja.

— Son unos seres que estamos forzados a llamar humanos — dijo al fin Vandal—. Conocen el fuego, tallan la piedra, fabrican arcos. Son inteligentes en definitiva. ?Que lastima haber entrado en relacion con ellos de esta forma!

Nos marchamos, no sin antes haber observado que ademas de sus armas — un arco o jabalinas con puntas de obsidiana finamente talladas— los Sswis llevaban alrededor de la parte vertical del cuerpo, una especie de cinturon de fibras vegetales artisticamente trenzadas, que sostenia unas pequenas bolsas de la misma naturaleza, llenos de objetos de obsidiana, que recordaban notablemente los utiles de nuestro Paleolitico Superior humano.

Escogimos, para pasar la noche, una extension de terreno completamente desprovisto de vegetacion. Estos curiosos espacios desnudos eran bastante frecuentes, y me convenci de que eran debidos a la naturaleza del suelo, una especie de laterita completamente esteril. Sea cual fuera la causa, servia a nuestros designios. Detuvimos el camion en lo alto de una elevada pendiente, como precaucion a una posible falla en la puesta en marcha del motor. Todas las precauciones fueron inutiles. La noche transcurrio sin alarma alguna, turbada apenas por el grito lejano de un Goliat. No obstante, por la manana, Miguel me desperto con una cara preocupada.

— Mira — me dijo, ensenandome el barometro.

Este marcaba exactamente 76 centimetros de mercurio, en lugar de los 91 que nos son habituales.

— Tengo la impresion de que vamos a disfrutar, dentro de poco, de un tiempo divertido.

—?Estas seguro de que no es debido a la altura?

— Ayer noche senalaba 90.

Me llevo hasta el cristal de la izquierda.

— Mira las montanas.

Los «Montes desconocidos» desaparecian en la bruma. Al oeste, el cielo se cubria de unas nubes grises.

— No podemos permanecer aqui —decidi.

Adelante. Es necesario encontrar un refugio natural.

Pablo tomo el volante. Al instalarse, observo el horizonte y dejo escapar un silbido significativo.

—?Contra! ?No he visto nada igual despues de aquel fregado en el Atlantico Sur!

El sector oeste aparecia de un gris plumbeo, siniestro. Producia un contraste sorprendente, el sol naciente brillando con todo su esplendor y este tinte espantoso que ascendia con rapidez por el cielo.

— A la izquierda — dije—. A mayor elevacion de las tierras, menos habremos de temer una inundacion.

Marchamos hacia el Sudoeste, a traves de la llanura desierta. Las nubes casi habian alcanzado el cenit. De subito, cayeron las primeras gotas de lluvia, grandes y sonoras. El viento, que en lo alto arrastraba las nubes, era nulo a ras de suelo. Hacia un calor agobiante. Dejando a Miguel al lado del conductor, subi seguido de Martina a la torre, desde donde esperaba divisar un refugio. Con el objeto de acercarnos mas aprisa a las montanas, derivamos de lleno hacia el Sur y luego al Sudeste. El sol ascendia lentamente. La lluvia, poco nutrida, persistia. La tempestad se desencadenaba al Oeste, con un rumor opaco. Estabamos llegando a un acantilado, que bajo aquella luz, cada vez mas livida, me parecia cuajado de cuevas. Aun nos faltaban dos buenos kilometros. De

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