repente, se desencadeno la tempestad. El viento alcanzo el camion, desviandolo. Pablo solto una exclamacion, a la vez que con un golpe de volante nos restablecia en nuestra direccion. La lluvia arrecio, las flechas liquidas eran barridas por el viento, y el acantilado aparecia mas lejano o proximo segun la direccion del viento que separaba o precipitaba el telon de la lluvia. Retumbo un trueno con un ruido ensordecedor. La oscuridad era casi total, iluminada de vez en cuando por brillantes relampagos de un violeta deslumbrante. Tuve que llevar la ametralladora al interior y cerrar el portillo. Muy pronto hubo que hacerse comprender a gritos, por causa del continuo fragor.
El camion avanzaba con dificultad. El suelo, viscoso, no ofrecia resistencia a los neumaticos, que resbalaban. El viento no era continuo, pero soplaba por rafagas bruscas, dificultando la conduccion. No podiamos sobrepasar sin peligro los diez kilometros por hora. Los relampagos parecian palpitar durante largos minutos; despues aquello se convirtio en un espectaculo fantasmal de luz y tinieblas, de donde emergia y desaparecia a mi lado el rostro palido y un poco asustado de Martina.
Cuando me agachaba, veia bajo mis pies el interior del camion. Sobre la mesa, Breffort escribia el diario de a bordo, y Vandal ponia en limpio sus anotaciones. No pude descubrir a Beltaire. Vi, al fin, una pierna colgar de la litera. Cuando alzaba la cabeza, el universo, por contraste con la calma del exterior, parecia aun mas desencadenado. El viento y la lluvia arreciaban. Los relampagos mostraban la capota y el techo chorreando, como si salieran del mar. La antena vibraba, tirante, con peligro de quebrarse. En el intervalo que dejaban los truenos percibi un agudo canto.
— Y bien — grite—, es una senora tempestad.
— Es magnifico — respondio Martina.
Era realmente un espectaculo magnifico, aunque pavoroso. Con anterioridad, en la Tierra, habia sido sorprendido por tempestades en la montana, pero jamas habia visto nada que pudiera compararse a esto en violencia y belleza. Cayo un rayo, a 200 metros escasos, y yo grite a Miguel:
—?Que hace el barometro?
—?Todavia baja!
—?Estamos llegando! Veo varios refugios. ?Encended los faros.
El acantilado estaba muy cerca. Estuvimos rondando durante dos o tres minutos antes de encontrar una abertura capaz de albergar el camion, y de facil acceso. Temiendo un nuevo encuentro con los Sswis — o con un Goliat—, dispuse la ametralladora en bateria, y un soplo de aire frio y humedo penetro con el rumor de la lluvia. La cueva estaba vacia, y muy pronto el camion estuvo en terreno seco, protegido por mas de treinta metros de roca. Lo situamos de cara al exterior y descendimos. Beltaire, a quien le tocaba por turno, permanecio en la ametralladora. La cueva media unos cincuenta metros de largo por veinte de alto y veinticinco de profundidad. El agua resbalaba por la boveda formando goteras. No obstante el suelo estaba seco, gracias a los salientes de la roca, que hacian las veces de cornisas. En un rincon, cenizas, utiles de obsidiana y residuos de hueso, testimoniaban la reciente presencia de los Sswis. Por tanto, era menester vigilar. Encontramos tambien, cuidadosamente guardados en una anfractuosidad, bloques de obsidiana y reservas de madera seca. Quiza fuera una imprudencia, pero encendimos fuego detras del camion. Tomamos cerca de el nuestra comida del mediodia, y las latas vacias de conserva aumentaron el monton de basura dejado por los Sswis.
— Me pregunto que cara pondran nuestros amigos los «centauros» cuando encuentren estos curiosos recipientes — dije.
— Especialmente si observan las ilustraciones — anadio Miguel.
Un bote de salchicha llevaba una efigie policromada de la «Tia Irma», representacion de una opulenta cocinera.
— Van a llevarse una pobre impresion de nuestro arte — intervino Martina.
Nos hablabamos a gritos, para dominar el ruido tempestuoso de las aguas.
Con Beltaire, relevado por Miguel, y Breffort, abrimos una pequena zanja para escrutar el suelo de la cabana. Queria saber si habia sido habitado en otras epocas. Nuestro trabajo se vio recompensado por el descubrimiento, en la tierra arenosa, de dos capas de cenizas y residuos, cada una de ellas de un espesor de veinte centimetros. Las dos nos mostraron labores identicas; distintas por lo que pudimos apreciar de las que realizaban los Sswis actuales. Eran mas primarias; talladas solamente por una sola cara, y no en forma de hojas de laurel. Encontramos tambien el esqueleto de un Sswis bien conservado, pero no pudimos comprobar si habia sido voluntariamente amortajado. Descubrimos igualmente una buena cantidad de variados esqueletos, algunos de los cuales podian haber pertenecido a los Goliats.
Tres de estos animales, de una envergadura relativamente pequena — no pasaban de unos diez metros de largo— vinieron a hacernos una visita al atardecer. Con muy poca amabilidad nos negamos a recibirles, mandandoles de nuevo bajo la lluvia. Insistieron, disparamos derribando a uno, y los demas huyeron.
La lluvia, con ciertas intermitencias, duro seis dias. No pudiendo hacer nada mas, los dedicamos a nuestras busquedas. Ahonde en mi zanja. En vez de la arena de las capas superiores, me encontre con lechos de escombros calcareos formados en un clima distinto, bastante mas frio. Telus debio haber conocido, como la Tierra, periodos de glaciar, y me propuse buscar en las montanas antiguas pellizas protectoras. Subimos al camion con una buena cantidad de huesos y piedras talladas, germen de un futuro museo.
Al tercer dia, por la manana, el sol se levanto en un cielo despejado. Sin embargo, era menester aguardar. La tierra baja estaba encharcada, y la lluvia la habia convertido en un barrizal. Afortunadamente se levanto un fuerte viento, que acelero la evaporacion. Aprovechamos este forzado reposo para ponernos en comunicacion, por radio, con el Consejo. Establecimos contacto. Fue mi tio quien respondio. Le comunique el descubrimiento de la existencia de los Sswis, y los indicios de petroleo. Por su parte me dijo que desde hacia unos dias las hidras volaban con frecuencia sobre el territorio, sin atacar. Las granadas habian abatido a mas de cincuenta. Adverti rapidamente al Consejo que ibamos a marchar aun un poco mas hacia el Sudoeste, para regresar despues. El camion estaba en buen estado, nos quedaba mas de la mitad del carburante y las municiones y los viveres eran aun abundantes. Habiamos recorrido 1.070 kilometros.
Cuando el suelo fue lo bastante seco, partimos. Poco despues encontramos otro rio, que yo llame «Vecera». Menos importante que el Dordona, se encogia, a trechos, hasta unos cincuenta metros. El problema de atravesarlo era dificil, pues sus aguas, agitadas por el reciente temporal, corrian rapidas y profundas. No obstante debiamos franquearlo, pero en unas condiciones que producian escalofrios.
Siguiendo su curso nos encontramos con una catarata. El Vecera se precipitaba desde mas de treinta metros de alto. El examen de los alrededores me hizo pensar en una falla del terreno, que se traducia en la topografia, ademas del salto de agua, por un acantilado. Tuvimos la suerte de encontrar a unos kilometros una pendiente practicable para nuestro vehiculo, y volvimos perpendicularmente al rio, justamente encima de la catarata. Nos preguntabamos que hacer para franquearla. Entonces, una idea,» audaz y horripilante, germino en el cerebro de Miguel. Indicandome una amplia roca plana que emergia, a diez metros de la orilla, y otras mas que llegaban hasta el otro borde, espaciadas de cinco a seis metros, me dijo:
— Aqui tienes los sillares del puente. No falta mas que colocar la pasarela.
Le mire, aturdido.
—?Con que?
— Por aqui hay arboles de diez a veinte metros de alto. Tenemos hachas, clavos y cuerdas. Algunos arbustos son bastante flexibles para servir de lianas.
—?No crees que es un poco arriesgado?
—?Y nuestra expedicion, no lo es?
— Bien, consultemos a los demas.
Breffort opino que la cosa era factible.
—?Hace falta valor, ciertamente, pero cosas peores hemos hecho!
Con la proteccion del camion, con Vandal en la ametralladora y Martina al volante, nos convertimos en lenadores. Los troncos abatidos, limpios y groseramente igualados, fueron arrastrados por el camion a unos cincuenta metros mas alla del salto.
Se trataba de alcanzar con los extremos la primera roca. Estaba buscando la manera, cuando vi a Miguel desnudarse.
—?No pensaras ir a nado?
— Si. Atadme con una cuerda. Voy a lanzarme aqui y dejarme derivar hasta la roca.
—?Estas loco! ?Vas a ahogarte!