— No te asustes. He sido campeon universitario de los 100 metros en 58» 4. Rapido, antes de que me Vea mi hermana. Estoy seguro de mi mismo, pero no es necesario proporcionarle emociones inutiles.
Ya en el agua, nado vigorosamente, hacia el centro, hacia unos diez metros de la orilla. Despues, se dejo llevar. Breffort y yo sosteniamos el extremo de la cuerda que le ataba por la cintura. A pocos metros de la roca, lucho energicamente con la corriente, que le aspiraba hacia la sima. Sin embargo, y sin gran esfuerzo, logro agarrarse. Se izo con una sacudida.
—?Brrr! Esta fria — vocifero, a causa del estrepito del agua—. ?Ligad el tronco por un extremo de mi cuerda, y el otro con una cuerda que aguantareis vosotros! ?Esto es! ?Ahora, lanzadlo al agua! ?Sostenedlo, no lo dejeis escapar!
El enorme tablon se estrello en punta contra la roca. El otro extremo, que nosotros agarrabamos, roia el ribazo. Lo levantamos con dificultad. Despues Pablo, Breffort y yo atravesamos; Pablo y yo a caballo del madero y las piernas en el agua; Breffort de pie, a cinco metros de la catarata. Tenia, nos dijo, horror de mojarse los pies. Fijamos un extremo del arbol sobre la roca, con ganchos de acero. Habiamos puesto la primera viga de nuestro puente.
Recomenzamos la maniobra para la segunda. Al atardecer habiamos colocado tres. El crepusculo interrumpio nuestros esfuerzos. Yo estaba fatigado, Miguel y Pablo deshechos; en cambio, Breffort se encontraba relativamente fresco. Tome la primera guardia con el hasta medianoche. La segunda Vandal y Beltaire, y la tercera Martina sola, despues del alba. Por la manana volvimos al trabajo. Al fin, todas las vigas fueron colocadas en su lugar, y pudimos pisar el suelo de la otra orilla. Precisamos de cuatro dias para situar la pasarela. Era sumamente pintoresca. Hacia un tiempo excelente, fresco. La luz era joven y viva, incluso en el crepusculo. Estabamos alegres. El ultimo dia, durante la comida, destape dos o tres viejas botellas, lo cual extremo el optimismo. Estabamos en los postres, comiendo sobre la hierba gris, lejos del camion, cuando nos cayo encima una bandada de flechas. Afortunadamente, nadie resulto herido, pero en cambio fue alcanzado un neumatico. Yo tenia un fusil ametrallador a mi lado y me eche al suelo. Lance un fuego de infierno en la direccion de las flechas: una hilera de arboles a unos cuarenta metros. Tuve la satisfaccion de ver como un buen numero de Sswis, que salieron de alli, estaban heridos. El ataque acabo en seguida. No tan alegres — pues hubieramos podido perecer todos— terminamos rapidamente la pasarela, y el camion, pilotado prudentemente por Pablo, se puso sobre el puente. No hubo jamas ingeniero, despues de haber construido el mayor viaducto del mundo, que estuviera tan orgulloso de si mismo como nosotros al desembarcar en la otra orilla… ?Ni tan aliviado!
Llego la noche sin mas incidencias. Antes de ponerse el sol, escogi la ruta del dia siguiente. Marchariamos de lleno al Sur, hacia una montana que, aunque de mucha menor altura que el Monte Tenebroso, alcanzaba los 3.000 metros. A medianoche, mientras montaba la guardia, divise un punto luminoso cerca de la cumbre. ?Era un volcan? La luz se apago. Al encenderse de nuevo, algo mas baja, comprendi su significado. ?Era una senal de fuego! Me volvi. Detras del Vecera, en las colinas, brillaba otro fuego. Inquieto, comunique mis observaciones a Miguel, que me reemplazo.
— Es realmente molesto. Si los Sswis hacen una movilizacion general nos encontraremos en una mala situacion, a pesar de nuestro superior armamento. ?Has observado que no temen a las armas de fuego? Y nuestras municiones no son inagotables.
— Sin embargo, insisto en que hay que llegar hasta este «Monte-senal». Solamente en la montana, o cerca de ella, encontraremos mineral. Haremos un «raid» rapido.
Por la manana, antes de ponernos en marcha, tuvimos que cambiar el neumatico, atravesado la vispera por una flecha, y cuya hendidura aumentaba. Una vez ya en ruta — el sol subia insensiblemente— el terreno se ondulo, cortado por pequenos arroyos, que franqueamos penosamente. En una pequena hondonada adverti en un roquizal algunos filones verduscos. Se trataba de la garnierita, un buen mineral de niquel. El valle se revelo de una prodigiosa riqueza minera, y, por la noche, tenia muestras de niquel, cromo, cobalto, manganeso y hierro, al igual que, cosa inestimable, excelente hulla que afloraba en espesas vetas.
— Es aqui que estableceremos nuestro centro metalurgico — dije.
— Hay los Sswis — objeto Pablo.
— Haremos como los americanos en los tiempos heroicos. El suelo parece fertil. Si es preciso combatiremos, mientras cultivamos la tierra y explotamos las minas. De todas maneras, desde el segundo dia de nuestro viaje no hemos visto mas hidras. Esto compensa lo otro.
— De acuerdo — dijo Miguel—. ?Hurra por «Cobalt City»! La dificultad radicara en transportar todo nuestro material aqui.
— Todo llegara. Primero, sera menester explotar el petroleo, y esto no sera facil.
Viramos al Norte, y despues al Oeste. A 60 kilometros de alli descubri un yacimiento de bauxita. — Decididamente esta region es el paraiso de los buscadores — dijo Martina.
— Tenemos suerte. Esperemos que dure — respondi, pensando en otra cosa.
Toda la manana me estaba preguntando si no seria posible concertar una alianza con los Sswis, o al menos con algunos de ellos. Era probable que si existian varias tribus, se hicieran la guerra. Podriamos aprovechar estas rivalidades. Era cuestion de entrar en contacto de otra forma que no fuera a escopetazos.
— Si tenemos que combatir a los Sswis — dije en voz alta—, necesitariamos al menos un prisionero.
—?Por que? —pregunto Pablo.
— Para aprender su lengua o ensenarle la nuestra. Esto podria servirnos.
—?Creeis que vale la pena arriesgar nuestras vidas? — pregunto Vandal, que evidentemente no deseaba otra cosa.
Expuse mi plan. El azar sirvio a mis designios. Al dia siguiente tuvimos que detenernos a causa de una averia, poco despues de nuestra partida. Mientras Pablo la estaba reparando, asistimos a una escaramuza entre tres Sswis rojos y morenos, de la especie que ya conociamos y otros diez mas pequenos, de una epidermis negra y reluciente. A pesar de una defensa heroica que costo la vida a cinco de los atacantes, los rojos sucumbieron bajo el numero. Los vencedores se dispusieron, ignorando nuestra presencia, a despedazarlos. Con una batida del fusil ametrallador les puse en fuga, dejando tres muertos. Atravese la vegetacion que disimulaba nuestra presencia. Uno de los Sswis rojos, que vivia aun, intento huir. Cayo de nuevo: tenia cinco flechas clavadas en los miembros.
—?Intente salvarlo, Vandal!
— Hare todo lo posible. Pero mi conocimiento de su anatomia es muy rudimentario. Sin embargo — continuo despues de un examen—, las heridas me parecen leves.
El Sswis estaba inmovil, con los tres ojos cerrados. Unicamente la dilatacion ritmica de su pecho nos indicaba que vivia. Vandal se dispuso a extraer las flechas con la ayuda de Breffort, quien antes do especializarse en antropologia habia sido estudiante de Medicina.
— No me atrevo a anestesiarlo. No se si lo resistiria.
Durante la operacion el Sswis no se movio. Solamente de vez en cuando se estremecia. Breffort limpio las heridas que se tineron de amarillo. Lo transportamos al camion. No pesaba mucho — quiza unos 70 kilos, comento Miguel—. Le preparamos una especie de divan, con hierbas y mantas. Mientras lo transportamos permanecio con los ojos cerrados. Reparada la averia, partimos de nuevo. Al roncar el motor, el Sswis se agito horrorizado y hablo por primera vez. Eran unas silabas sonoras, ricas en consonantes y labiodentales curiosamente ritmicas. Quiso incorporarse y tuvimos que aguantarle tres a la vez, tanta era su fuerza. Su carne daba la impresion de dureza y flexibilidad. Poco a poco se calmo. Le soltamos, y yo, sentandome cerca de la puerta, tome algunas notas para mi diario personal. Tuve sed y me servi un vaso de agua. Me volvi, al oir una apagada exclamacion de Vandal; semiincorporado, el Sswis me tendio una mano.
— Quiere beber — dijo Vandal.
Le tendi el vaso. Lo observo un instante con desconfianza. Intente un experimento. Verti un poco mas y dije:
— Agua.
Con una agilidad de espiritu sorprendente, me comprendio en seguida, y repitio:
— Agua.
Le mostre un vaso vacio.
— Vaso.
— Vaso — repitio.
Bebi un sorbo y dije: