Un choque terrible sacudio el camion. Las lonas crujieron, abombandose hacia el interior. Fui proyectado sobre Vandal, recibiendo a mi vez sobre las costillas los 85 kilos de Miguel. La tabla inferior vacilo, y por un momento crei que nuestro refugio iba a volcar. La ametralladora se habia callado y la electricidad apagado. Miguel, penosamente, se levanto y encendio una pila portatil.
—?Martina! — grito.
— Estoy aqui. Esto ha terminado, venid. La puerta trasera esta bloqueada.
El cadaver del animal yacia contra el camion. Habia recibido veintiun disparos de la ametralladora, cinco de ellos explosivos, y debio morir en pleno salto. La cabeza destrozada ofrecia un aspecto horrible, con brechas de treinta centimetros.
—?Que ha ocurrido? Tu has sido la unica que lo has visto.
— Muy sencillo. Cuando tu entraste el ultimo, el animal se habia detenido. Le dispare copiosamente. Entonces salto. Me encontre abajo de la escalerilla. Volvi a trepar y le vi, muerto, contra el camion.
Vzlik se arrastro hasta la puerta.
— Vzlik — dijo—. Despues fingio que disparaba un arco y mostro dos dedos.
—?Que? ?Pretende haber muerto a dos de estos animales con sus flechas?
— No es del todo imposible, especialmente si las flechas han sido alinadas con un veneno lo bastante fuerte — replico Breffort.
—?Pero si no emplean veneno! Por suerte, claro, pues si no Vandal quiza no estaria aqui.
— Puede ser que unicamente envenenen las flechas de caza. Existen tribus en la Tierra que consideran desleal el empleo de veneno para la guerra.
— Y bien — dijo Beltaire con un pie sobre el monstruo derribado—, me parece que si hay muchos como este por «Cobalt City» tendremos algunas molestias. Aqui quisiera ver a nuestros cazadores de tigres. ?Que saltos y que vitalidad! Esto sin mencionar los dientes y las garras — continuo, examinando las patas.
— No deben brillar precisamente por su inteligencia — dijo Vandal—. Me pregunto como puede caber un cerebro en este craneo deprimido.
— Tu lo decias hace un momento — susurre a Martina—: una tierra virgen, con sus atractivos… y sus riesgos. A proposito, tengo que felicitarte por tu punteria con la ametralladora.
— Traslada el cumplido a Miguel, que fue quien me hizo practicar so pretexto de que siempre es util, aunque no sea mas que para educar los nervios.
— Nunca pude imaginar que tuvieras que utilizarlo en estas circunstancias — dijo sonriendo.
V — EL REGRESO
Al dia siguiente por la manana, despues de una corta y tranquila noche roja, decidimos atravesar el rio. Construimos una gran balsa, lo que nos llevo seis dias enteros, durante los cuales vimos numerosos animales, pero ninguna fiera. Probamos por primera vez la carne teluriana. Un pequeno animal, una especie de miniatura de los «elefantes» de la primera noche, nos suministro el asado. Comimos muy poco, y con aprension, por si la carne fuera toxica o simplemente inasimilable para nosotros. Su gusto nos recordo el de la ternera, quizas algo dura. Vzlik, ya casi restablecido, comio con glotoneria. No hubo trastornos digestivos y hasta el regreso a la zona de las hidras variamos un poco nuestra minuta, siempre en pequenas cantidades. En cambio, no nos atrevimos a probar los frutos de los arboles que derribamos para la fabricacion de la balsa, y con los que el Sswis se deleitaba. Su vocabulario comenzaba a permitirle expresar ideas simples.
La travesia tuvo efecto sin dificultad. Recuperamos las cuerdas y los clavos que habiamos empleado en la balsa, y despues descendimos durante dos dias a lo largo del rio, el cual tan pronto se agrandaba formando estancamientos casi lacustres, como corria por entre las colinas. Observe que permanecia siempre manso y profundo. Sus orillas hormigueaban de vida. Divisamos bandas sucesivas de «elefantes», de Goliats aislados o por parejas, y de otras numerosas formas gigantes o minusculas. Por dos veces vimos de lejos a los «Tigrosauros». Este nombre sacado por Beltaire para la fiera que nos habia atacado fue adoptado a pesar de las protestas de Vandal, quien, muy atinadamente, hizo observar que no tenia nada del tigre ni del saurio. Pero, como observo Miguel, lo esencial era entenderse, y en el fondo poco importaba que el nombre vulgar del animal fuera el de Tigrosauro, Leviatan o Tartempion…
Las aguas albergaban multiples formas acuaticas, de las cuales ninguna se acerco lo bastante a la orilla para que pudieramos verla con claridad. Cuando se aproximaba la noche del segundo dia, llovio. Rodabamos por la llanura, con hileras de arboles a lo largo de los rios y riachuelos. La temperatura, que durante el mediodia se acercaba a los 35° a la sombra, refrescaba por la noche descendiendo a 10 grados.
Al alba del tercer dia, despues de una noche agitada por causa de los rugidos de los Goliats, divisamos una columna de humo, lejos al Sur, al otro lado del Dordona. ?Campamento Sswis o fuego entre la maleza? El terreno volviose accidentado, unas colinas bajas nos obligaban a dar rodeos. Cuando hubimos rebasado la ultima de ellas, el aire se penetro de un perfume acre y violento, como el del Atlantico.
— El mar esta proximo — dijo Beltaire.
Pronto lo senalo de lo alto de la torre. Instantes despues todos lo vimos, verde y agitado. El viento soplaba del Oeste, y las olas desencadenaban crestas de espuma. La costa era rocosa, pero algunos kilometros al Sur, el Dordona terminaba en un estuario arenoso.
Nos detuvimos en una playa de guijarros, a pocos metros de las olas. Vandal salto a tierra y comenzo a explorar este paraiso de los biologos que es una costa marina. En los aguazales una fauna inedita, algunas formas que parecian cercanas a las terrestres, otras totalmente distintas. Descubrimos algunas conchas vacias, que parecian enormes pectens, o, como deciamos en la Tierra, conchas de Santiago. Algunas median mas de tres, metros. Otras, mucho mas pequenas, estaban aun pegadas a las rocas. Miguel, con dificultad, arranco una y la llevo a Vandal. El animal se manifesto mas proximo de los branquiopodos terrestres que de los moluscos lamelibranquios. Lejos, en el mar, aparecio un dorso negro entre dos olas, despues se zambullo.
— Tengo ganas de banarme — dijo Martina.
— No — decidi—. Quien sabe que monstruos habitan estas orillas. Es demasiado atrevido.
Mientras tanto, detras de un promontorio, Schoeffer descubrio una gran balsa de mas de cien pies de largo y unos seis de profundidad. Un agua transparente descubria un fondo de cantos rodados. Alli vivian unicamente algunas pequenas algas y conchas. Disfrutamos como ninos. Mientras Vandal montaba la guardia con la ametralladora, yo organice una carrera. Miguel, nadador incomparable, gano comodamente, seguido por Martina, Schoeffer y Breffort. Yo fui el penultimo, ganando a Beltaire por una cabeza escasa. Descubri, despues, un pedrusco esferico de unos cinco kilos, con lo cual me desquite con facilidad en el lanzamiento del peso.
Vzlik nos habia observado. Se lanzo, a su vez, al agua. Apenas utilizaba sus miembros, nadando por ondulaciones de su cuerpo totalmente extendido. En mi opinion, podia dar diez buenos metros de ventaja a Miguel en la travesia del estanque. Releve a Vandal, quien partio inmediatamente para hacer una amplia provision de formas animales y vegetales. Despues continuamos nuestra ruta hacia el Norte. Seguimos la costa a unos cien metros al interior. El terreno ofrecia bastantes dificultades. Una serie de viejos anticlinales erosionados terminaban en punta de lanza en el mar. Tres horas y media despues de nuestra partida, volvimos a encontrar las marismas y las hidras. Eran obscuras, de pequeno tamano, no sobrepasando los cincuenta centimetros. No nos atacaron. Continuamos la marisma por el Este. Al declinar el dia, alcanzamos el final, y torcimos de nuevo hacia el Oeste. La costa era, ahora, arenosa y baja. Contrariamente a nuestra costumbre, rodamos a la luz de las lunas sobre un terreno ideal a cincuenta por hora. Poco antes del alba roja, la costa tornose caotica de nuevo, y otra vez tuvimos que adentrarnos hacia el interior. Fue asi como descubrimos el lago. Lo abordamos por la orilla baja en el Sudoeste. Por el Este, estaba a cubierto de una cadena de colinas. Una abundante vegetacion lo envolvia en un circulo sombrio. Por su superficie, bajo la luz lunar, corrian pequenas olas fosforescentes. El espectaculo era suave y apacible, casi irreal. Temiendo que no albergara las hidras entre sus aguas — no supimos hasta mas tarde que estos animales necesitan para su desarrollo de las charcas pantanosas—, no nos acercamos. Durante cerca de un kilometro nos deslizamos sobre un desierto.
Cedi la guardia a Miguel, y me fui a dormir. Estaba fatigado, y me figure que no habia reposado mas que unos segundos. No obstante, cuando abri los ojos, el alba azul penetraba por la ventana.
Miguel estaba inclinado sobre mi, con un dedo apoyado en los labios. Desperto a su hermana sin hacer el