Ferrais para salvar la vida de dos inocentes: Celina y su marido, Zaccaria.

—Pero… los dos estaban en la capilla.

—Porque yo habia dado mi palabra y me hicieron el favor de creer en ella. Tu eres sacerdote, Marco, puedo contartelo todo. Debo contartelo todo.

Unas frases bastaron para reproducir la pesadilla vivida por Aldo y los suyos a la vuelta de este de Austria. El sacerdote lo escucho sin interrumpirlo pero con una indignacion manifiesta, una indignacion que iba en aumento:

—?Por que nadie me dijo nada? ?Por que me dejasteis celebrar un matrimonio en esas condiciones?

—Es evidente: si te hubieramos informado, habrias sido capaz de negarte a…

—?Por supuesto que me habria negado!

—Y habrias estado en peligro. No ignoras bajo que regimen vivimos. Permaneciendo en la ignorancia, no te exponias a nada.

Gherardi no contesto. Resultaba muy dificil refutar los argumentos de Aldo. Aquel ano, 1924, que asistia a la renovacion del Parlamento, Italia estaba sufriendo una autentica oleada de terrorismo. La victoria de los fascistas era aplastante y, para consolidarla aun mas, Mussolini acababa de anexionarse Fiume con ayuda de un poeta, el gran D'Annunzio, que por ese servicio prestado a la patria recibio del rey el titulo de principe de Nevoso. Pero el dia anterior a la anexion el diputado socialista Matteoti habia sido asesinado. Venecia sentia todas esas cosas como ofensas, y en el fondo Gherardi no estaba sorprendido de escuchar el relato del drama vivido en el palacio Morosini.

La gondola de los leones alados proseguia su apacible camino por el Gran Canal. Aldo dejo que el silencio la envolviera un momento antes de preguntar:

—Y bien, ?que decides? ?Puedo contar con tu ayuda?

El sacerdote se estremecio como si lo hubiera despertado.

—Naturalmente que puedes contar con ella. Tienes que escribir una carta oficial presentando tu solicitud y las razones que la apoyan. Yo la trasladare a su eminencia el patriarca, pero no te oculto que la clausula del matrimonio vi coactus me preocupa un poco. Uno de los testigos de tu mujer era Fabiani, el jefe de los Camisas Negras, y como esa gente se encuentra en la base del chantaje del que fuiste victima, no les va a gustar este tipo de publicidad.

—?Publicidad, publicidad! No voy a pregonar esta historia a los cuatro vientos…

—No, pero en el tribunal de la Rota el abogado del caso hara preguntas, y algunas seran comprometidas. Los testigos tendran que declarar, y el miedo hace que a veces se obtengan curiosos resultados. Tal vez seria preferible basarse en la no consumacion, aunque eso tambien presenta algunos inconvenientes. ?Tu mujer llego virgen al matrimonio?

—Sabes muy bien que era viuda.

—Su esposo anterior era mucho mayor, segun creo, asi que eso no significa nada.

—Tambien ha tenido amantes —dijo Morosini.

—Entonces, mas vale que te hagas un cuadro realista de lo que quiza te espera: en ese caso, la no consumacion puede significar que…, que el marido es impotente.

El «?Ah, no!» de protesta de Aldo fue tan energico que la gondola se balanceo. Marco Gherardi se echo a reir.

—Me imaginaba que esa palabra te impresionaria. Pero no deberias preocuparte, pues la mitad de Venecia (?o son tres cuartos?) podria declarar que eso es falso.

—?Tampoco soy Casanova! Mira, lo unico que quiero es recuperar mi libertad…, quiza para fundar una verdadera familia. Asi que habla de este asunto con el patriarca, cuentale lo que quieras, pero arreglatelas para que acabe por ganar.

—?Sabes que esto puede alargarse mucho?

—Tengo prisa, pero una prisa razonable.

—Bien. Estudiare el asunto con nuestro jurista y su eminencia. Intentaremos encontrarte el mejor abogado eclesiastico y te ayudare a redactar la peticion al Santo Oficio… Ah, ya he llegado. Gracias por traerme.

—?Quieres que te espere?

—No. Es posible que la visita se alargue. Que Dios te acompane, Aldo.

Al tiempo que desembarcaba, el sacerdote trazo sobre su amigo una pequena senal de la cruz.

Unos dias mas tarde, Morosini recibia un modelo de carta que le parecio absolutamente conforme a lo que el deseaba expresar. Se apresuro, pues, a copiarla con cuidado, antes de enviarla de acuerdo con las formas exigidas por el protocolo a su eminencia el cardenal La Fontaine —natural de Viterbo pese a su apellido tan maravillosamente frances—, que entonces ocupaba el trono patriarcal de Venecia. Al dia siguiente, envio a Zaccaria a decirle a Anielka que se reuniera con el antes de cenar en la biblioteca. Le parecia mas elegante avisarla de lo que estaba haciendo que pillar a la joven desprevenida. Ella debia buscarse tambien un abogado, y ademas, Aldo albergaba la debil esperanza de conseguir una especie de consenso mutuo para afrontar ese desagradable episodio.

El vestido de noche que llevaba la joven/de crespon negro con algunas lentejuelas del mismo color, apenas atenuaba el ostensible luto. De todas formas, penso Morosini, poco caritativo, ella sabia bien que el funebre color, en contraste con el rubio resplandeciente de sus cabellos, le sentaba de maravilla.

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