por una circunstancia tan favorable.
Tras degustar un primer
—?Sabe por casualidad donde se encuentra Simon…, quiero decir el baron Palmer?
—Iba a hacerle la misma pregunta. No solo no tengo noticias de el, sino que la ultima carta que envie no ha sido transmitida.
—?Adonde la dirigio?… Antes de que me conteste, debe saber que estoy al corriente de la historia del pectoral y de su valerosa busqueda. Simon sabe lo importante que es para mi el regreso de nuestro pueblo a la madre patria.
—Estoy convencido, y me parece que colabora economicamente en esta busqueda.
—Yo y algunos mas, la mayoria pertenecientes a nuestra vasta familia. Pero volvamos a mi pregunta: ?a donde envia el correo?
—A un banco de Zurich, pero mi socio en este asunto, el arqueologo frances Adalbert Vidal-Pellicorne, acaba de escribirme esta carta. Hay que interrumpir la correspondencia.
—Comprendo —dijo Rothschild despues de leerla—. Es muy preocupante. Estoy… casi seguro de que se encuentra en peligro.
—?En que se basa esa impresion?
—En el hecho de que debiamos partir juntos. El crucero que acabo de interrumpir tenia varios objetivos, pero el principal se situaba en Palestina. Como sabe, nuestra tierra fue puesta bajo mandato britanico en 1920, pero hace cincuenta anos los sionistas establecieron alli una veintena de colonias destinadas a hacer productiva la tierra. En realidad, han sobrevivido fundamentalmente gracias a la poderosa ayuda de mi pariente Edmond de Rothschild. Sin embargo, todo eso dista mucho de ser satisfactorio. El alto comisario nombrado por Londres, sir Herbert Samuel, es un hombre rebosante de bondad decidido a que reine la paz entre musulmanes y judios, reconociendo a estos cierto derecho a una existencia legal y a la formacion de un Estado; pero nuestras pequenas comunidades andan escasas de fondos, y eso es lo que ibamos a llevarles Simon y yo. El, ademas, se habia encargado de reavivar la esperanza dando a entender que el pectoral, al que solo le falta una piedra, quiza protagonizara muy pronto su regreso triunfal. Le cuento esto para que vea el interes que tenia en realizar este viaje. Pero lo espere en vano en el puerto de Niza, donde debiamos encontrarnos.
—?No acudio?
—No. Y no llego nada, ni una simple nota para explicar su ausencia. Espere cuanto pude, pero debia acudir a una importante cita… en el litoral de Jaffa, y tuve que hacerme a la mar. A la vuelta fue cuando se me ocurrio venir a verle para tratar de averiguar algo. Desgraciadamente, usted no parece mas informado que yo.
—?Que piensa en estos momentos? ?Cree que esta muerto?
El alargado y sensible rostro del baron Louis, marcado por la preocupacion, se ilumino con una especie de luz interior.
—Es la hipotesis mas plausible…, y sin embargo, no puedo creerlo. Lo conozco muy bien, ?sabe?, y siento por el un gran carino. Creo que, si hubiera dejado de existir, lo presentiria.
—?Dios le oiga!
—Ademas, ?no se ha librado, hace poco, es verdad, de su peor enemigo? El conde Solmanski ha muerto para no tener que hacer frente a un proceso criminal, y es un alivio, creame.
Morosini guardo silencio un instante mientras su mirada pasaba rozando sobre todas aquellas personas congregadas alli que charlaban animadamente alrededor de mesas de marmol, flirteaban, sonaban o se dejaban llevar por la musica de la orquesta. Todas disfrutaban bajo el sol del atardecer de un momento de paz y despreocupacion, mientras que entre su companero y el se acumulaban sombras inquietantes. Se preguntaba lo que convenia hacer. ?Debia revelar su sospecha de que Solmanski estaba mucho mas vivo de lo que se creia?
De pronto, su mirada se quedo fija en un punto: dos mujeres estaban instalandose unas mesas mas alla de la suya, que las largas hojas verdes de una palmera plantada en un tiesto tapaban en parte. Una iba vestida de negro, con un tocado de crespon prolongado por un chal que rodeaba el cuello; la otra, de gris y rojo oscuro. Parecian entenderse de maravilla, e incluso oyo reir a una de ellas: una oleada de asco le lleno la boca de amargura, porque esas dos mujeres eran Anielka y Adriana Orseolo. Hizo chascar los dedos para llamar al camarero y pidio un conac con agua, despues de preguntar al baron si deseaba uno. Este lo observaba con inquietud.
—No, gracias. Pero… ?no se encuentra bien?
Aldo saco el panuelo y se enjugo la frente con mano un tanto tremula. Tenia la impresion de encontrarse en el centro de una conspiracion de invisibles tentaculos, pero se sobrepuso a ella al paso que tomaba una decision.
—No es nada, no se preocupe —dijo—. Pero me temo que debo darle una noticia desagradable: sospecho que Solmanski continua en este mundo. No tengo ninguna seguridad, desde luego, pero…
—?Solmanski vivo? Eso es imposible.
—Para el no hay nada imposible. No olvide que dispone de la fortuna de Ferrais, que cuenta con esbirros cuyo nombre ignoro y sobre todo con una familia: un hijo a quien los escrupulos nunca han frenado y una hija… que quiza sea la criatura mas peligrosa que he visto jamas.
—?La conoce?
—No solo eso, sino que estoy casado con ella. Se encuentra a unos pasos de nosotros: es esa joven que lleva un tocado de crespon negro y que esta hablando con una mujer vestida de gris. Esta ultima es mi prima… y la asesina de mi madre por amor a Solmanski, de quien era amante.
Louis de Rothschild poseia una casi legendaria sangre fria, pero al oir a Morosini abrio desmesuradamente sus ojos, como si se encontrara ante todo el horror del mundo. Pensando que tal vez lo tomaba por loco, Aldo dejo escapar una breve risa.
—Estoy en mis cabales, baron, tengalo por seguro —dijo—. Aunque es verdad que lo que hace las veces de mi familia parece una copia bastante buena de los Atridas.