De un porta tarjetas de piel con los cantos de oro, extrajo una tarjeta con su nombre donde escribio unas palabras. Despues la metio en un sobre que cerro con cuidado y arranco de una libretita una hoja en la que escribio un nombre y una direccion. Este papel fue lo primero que le dio a su companero.
—?Puede memo rizar este nombre y esta direccion?
—Tengo una memoria excelente —dijo Aldo mientras fotografiaba el breve texto, presintiendo que no se lo daria—. Ahora que los he visto, no los olvidare.
El baron encendio entonces una cerilla y quemo el papel dentro de un cuenco; cuando se hubo consumido, aplasto las cenizas con una cucharilla a fin de que se volvieran finas e impalpables, tras lo cual soplo y las miro revolotear como si fueran pequenas moscas negras. Solo entonces tendio el sobre a Aldo.
—Dele esto, y espero que lo reciba.
—?No es seguro?
—Nunca hay nada seguro con el. Incluso mi recomendacion puede ser papel mojado. Es un personaje sorprendente…, dificil, al que el presente no interesa. Goza de un profundo respeto. Se dice que posee extranos poderes e incluso el secreto de la inmortalidad.
—?Simon lo conoce?
—De nombre, seguro que si, pero no creo que se hayan visto nunca, probablemente porque Simon no ha querido. Es muy consciente de la violencia y los peligros que arrastra tras de si para exponerse a mezclar en ellos a un ser de esta categoria.
—?Y yo voy a atreverme a cometer ese… sacrilegio?
—No hay otro medio —dijo, suspirando, el baron Louis—. En el punto en el que nos encontramos, necesita su ayuda… No obstante, debo darle un consejo: no se embarque solo en esta aventura. En una ciudad como Praga, el peligro puede venir de cualquier sitio; hay que estar en condiciones de guardarse las espaldas.
—Entendido. Y en lo que se refiere a Simon, ?que hacemos?
—No tengo ni idea. Usted puede ir a Krumau, pero sea prudente. Es posible que Simon haya decidido enterrarse voluntariamente y que una busqueda resulte inoportuna. Yo pienso recurrir a las otras ramas de la familia. Algunos lo conocen y lo aprecian, y nuestro servicio de informacion familiar funciona igual de bien que en los tiempos en que nuestro antepasado Mayer Amschel disparaba, desde su establecimiento de cambista en Francfort, las cinco flechas que convertimos en nuestro escudo de armas…, sus cinco hilos lanzados hacia todos los horizontes de Europa…
—?Volveremos a vernos?
El baron no respondio. El hombre que estaba mas cerca de ellos acababa de doblar el periodico y pedia la cuenta al camarero. Rothschild espero a que este se hubiera alejado para decir:
—Quizas, aunque no de forma inmediata. Me marcho de Venecia manana por la manana para dirigirme a Ancona, donde espero que hayan terminado de reparar el barco. Le mantendre informado…, si es que consigo averiguar algo.
En ese momento, la expresion siempre tan apacible de su rostro se tino de una especie de espanto:
—?Dios mio! Creo que va a tener una visita. ?Me permite que desaparezca un poco precipitadamente?
En efecto, navegando por la gran terraza llena de gente como un gran barco en medio de las pequenas embarcaciones reunidas en un puerto, su cabeza arrogante tocada con un precioso bosque de plumas exoticas y arrastrando tras de si muselinas de color escarlata, la marquesa Casati, sin duda intrigada por la larga conversacion de los dos hombres, se dirigia con decision hacia su mesa. El baron Louis se levanto, estrecho la mano a Morosini, se inclino ante la dama con la gracia de un maestro de ballet del siglo XVIII y, sorteando las mesas, desaparecio casi enseguida en la lejania ya azulada del crepusculo. Aldo se levanto tambien, pero para inclinarse sobre la larga mano constelada de rubies y de perlas que se ofrecia a sus labios.
—Si no me equivoco —dijo la marquesa—, ese caballero es un Rothschild.
—Si, el baron Louis, de la rama vienesa.
—Eso me parecia… ?Y he sido yo quien lo ha hecho huir?
—No huye, se va. Su yate esta averiado en Ancona y solo ha venido a dar una vuelta por aqui para pasar el rato. Lo conoci en Viena y nos hemos encontrado por casualidad en el vestibulo del Danieli… ?Satisfecha?
Los grandes ojos negros y ostensiblemente pintados de Luisa Casati miraron a Morosini con una expresion un poco contrita.
—Cree que soy demasiado curiosa, ?verdad? Pero, querido Aldo, por encima de todo soy su amiga y vengo a darle un buen consejo: no deberia dejar que su mujer se exhibiera asi.
Si habia algo que a Morosini le horrorizaba era que se ocupasen de su vida privada cuando el no hablaba de ella.
—Tomar una copa en Florian al atardecer —repuso, arqueando una ceja con insolencia—, y con una prima, me parece que no tiene nada de indecoroso.
—?No se suba a la parra! Para empezar, todo Venecia sabe que esta peleado a muerte con Adriana Orseolo, lo que no tiene nada de sorprendente despues de su escapada a Roma…
—Querida Luisa —la interrumpio Aldo—, no me dira que se ha incorporado al escuadron de venerables senoras ariscas que, olvidando los escarceos amorosos de su juventud, fusilan con sus impertinentes de oro a las que se permiten algunos interludios galantes…
—Pues claro que no. Seria absurdo que le reprochara lo de su sirviente griego cuando yo misma…, si, en fin, dejemos eso. Lo mas desagradable para nosotros, los venecianos de siempre, son sus relaciones actuales, relaciones que parece compartir con su esposa. ?Mire!
Con el paso pomposo de un gallo desfilando, el torso abombado bajo el uniforme, las botas negras relucientes y el gorro inclinado de manera que disimulase una calvicie totalmente decidida a ganar la partida, el