mano de Anielka antes de tomar asiento junto a Adriana, con la que parecia llevarse a las mil maravillas.
—Dicen que no desaprovecha ninguna oportunidad de encontrarse con su mujer —susurro Luisa Casati—. Al parecer, esta… perdidamente enamorado de ella.
—?Como! ?No tiene miedo de contrariar a su amo cortejando a la hija de un hombre perseguido por la justicia a causa de sus crimenes? —repuso Morosini, sarcastico.
—Ha pasado tiempo. Y ademas, Solmanski se ha suicidado; luego, segun el, el honor esta a salvo. Queda una mujer muy guapa ante la que ese gato vicioso se relame. Lo que no le impide mantener excelentes relaciones con la condesa Orseolo. Por cierto, desde hace unos dias nuestra querida Adriana ofrece una imagen de mas prosperidad.
Pese a su apariencia venenosa, Aldo estaba convencido de que las palabras de Luisa Casati estaban inspiradas por un deseo real de ayudarlo.
—Por lo que la conozco, Luisa, debe de llevar guardado en la manga un consejo para darme, ?no es asi?
Ella le dedico una sonrisa que, a pesar del exagerado maquillaje y de los tragicos velos, conservaba la picardia de la infancia.
—?Por que no?… ?Guarde las apariencias, Aldo! Y sepa que sigo teniendo una o dos panteras a su disposicion. Si se las deja en ayunas, no es aconsejable acercarse a ellas… y un accidente puede producirse en el momento menos pensado.
La sugerencia era tan monstruosa que Aldo no pudo evitar echarse a reir, aunque sabia que Luisa Casati, gran criadora de fieras salvajes e incluso de serpientes, siempre estaba dispuesta a ayudar a un amigo en apuros. Aldo se levanto, le cogio la mano y la beso.
—Espero conseguirlo recurriendo a unos medios menos drasticos, pero, de todas formas, gracias. Ahora, perdone que la lleve a su mesa…
Tras haber dejado a la marquesa en compania de su pintor preferido, Morosini dio media vuelta y fue directamente a la mesa de las dos mujeres. Una vez alli, sin tomarse siquiera la molestia de saludar, asio de la muneca a Anielka con dos dedos que se habian vuelto de repente duros como el hierro.
—Despidete de tus amigos, querida, y ven. ?No te acuerdas de que esta noche tenemos invitados?
El tono no tenia nada de afectuoso y la joven reprimio un gemido. No obstante, se levanto.
—Me haces dano —murmuro.
—Lo siento, pero tengo prisa. No se moleste,
Y antes de que el otro hubiera tenido tiempo ni de levantar la masa de su cuerpo, ya estaba arrastrando a Anielka para llevarla a la gondola que lo esperaba en el muelle de los Esclavones. La joven trato de desasirse, pero Aldo no la solto y ella, para no exponerse a armar un escandalo, se vio obligada a acompanarlo.
—?Te has vuelto loco? —dijo, furiosa, mientras la hacia embarcar.
—Yo podria hacerte esa misma pregunta: ?no estas un poco loca por exhibirte asi con Fabiani? Por no hablar de esa mujer a la que sabes perfectamente que eche de mi casa. ?Te has propuesto que Venecia entera te desprecie?
Ella se acurruco en uno de los asientos recubiertos de terciopelo y se puso a llorar.
—?Y a ti que mas te da? ?Tengo derecho a vivir a mi manera!
—No mientras lleves mi apellido. Despues…
El gesto que Aldo hizo traducia muy bien su desinteres por ese «despues», lo que reavivo la colera de Anielka.
—?No habra un despues! ?Te guste o no, tendras que aceptar a mi hijo como heredero y yo me quedare!
—?A tu hijo?
De pronto, Aldo se echo a reir.
—Espero por ti que no se parezca a Fabiani… ?Menudo ridiculo!
Indiferente a la colera de la joven e incluso a los hombros encogidos de Zian, que conducia la gondola y que a todas luces habria deseado desaparecer, Aldo seguia riendo cuando subieron los peldanos del palacio Morosini, aunque ya no era la risa espontanea, divertida, del principio. Habia en ella ira y desesperacion. Al entrar en la casa, volvio la espalda a Anielka y se dirigio a su despacho para anunciar a Guy Buteau que se marchaba al dia siguiente por la manana y que, una vez mas, el fiel amigo tendria que velar por los negocios y los intereses de la firma Morosini.
Mientras guardaba el prendedor de la zarina en su enorme arca medieval, que habia hecho perfeccionar para convertirla en la mas moderna e inviolable de las cajas fuertes, Aldo dio las ultimas instrucciones a su amigo, pero sin sentir la excitacion y la alegria que siempre precedian a sus expediciones. Ese viaje seria mas peligroso que los otros. Quiza se debia al aura sangrienta, barbara e incluso sobrenatural que emanaba de ese rubi. Pero a el no le daba miedo: la muerte nunca le habia asustado cuando era joven por inconsciencia, y ahora porque, desde la intrusion de los Solmanski en su vida intima, le encontraba a esta mucho menos encanto que en el pasado. La sorda inquietud que lo corroia guardaba relacion con los pocos seres a los que queria: Guy, Celina, Zaccaria y sus otros sirvientes. Debia ponerlos a salvo de las maniobras de Anielka y los suyos por si no regresaba.
Buteau conocia demasiado bien a su antiguo alumno para no percatarse de su estado de animo.
—No hace falta que pregunte si va a buscar la ultima piedra, Aldo, pero tengo la impresion de que esta vez lo hace sin alegria. ?Me equivoco?
—No. El gusto por investigar no me ha abandonado, sigo sintiendo la misma curiosidad, pero lo que dejo aqui empieza a horrorizarme. Una enfermedad mortal, un inmundo gusano carcome el arbol orgulloso y vivo que era esta casa. Si no regresara…
—?No diga eso! —protesto Guy con la voz subitamente alterada—. Se lo prohibo igual que se lo prohibirian todos aqui. Debe regresar; si no, nada tendria ya sentido.