Ella, sin contestar, continuo bajando los peldanos, cruzo el patio principal y se detuvo de nuevo junto a la portalada. Aldo se dirigio a uno de los sirvientes que se dirigia hacia el otro patio con una bandeja cargada de copas de champan.

—?Conoce a esa dama? —le pregunto.

—?Que dama, senor?

—La que esta alli, junto a la entrada, con ese esplendido vestido rojo y oro.

El hombre miro al principe como compadeciendolo.

—Perdone, senor, pero yo no veo a nadie.

Instintivamente, apartaba un poco la bandeja, convencido de que ese elegante personaje con frac (Morosini no se disfrazaba nunca) ya no se hallaba en su estado normal.

—?No la ve? —dijo Aldo, desconcertado—. Es una mujer preciosa, vestida de terciopelo purpura… Y mire, hace un gesto con la mano…

—Le aseguro que no hay nadie —repuso el criado, subitamente asustado—, pero, si le hace senas, debe seguirla… Le ruego que me disculpe…

Tras estas palabras, se marcho como una exhalacion haciendo equilibrios con la bandeja, cuyas copas entrechocaban como dientes castaneteando. Morosini se encogio de hombros y volvio la cabeza: la mujer seguia alli y le hacia senas de nuevo. Aldo no lo dudo ni un segundo: si habia misterio, era demasiado atrayente para desentenderse de el. Se dirigio hacia el porche en el momento mismo en que la desconocida lo cruzaba. Por un instante creyo que la habia perdido, pero se habia limitado a doblar una esquina y de pronto la vio parada junto a una fuente, desde donde repitio su gesto de invitacion antes de adentrarse en un dedalo de calles y plazas. Sevilla no obedecia a ningun plan; sus palacios, sus casas y sus jardines, cuyo verde intenso contrastaba con el blanco puro, el ocre de las construcciones y el rosa claro de los tejados, se hallaban distribuidos sin orden ni concierto. Salvo en las horas mas calurosas, la ciudad rebosaba de una vida exuberante que la noche no apagaba. Su terciopelo azul salpicado de estrellas devolvia aqui o alla el eco de una guitarra, una cancion tarareada, risas o el chasquido alegre de las castanuelas en alguna posada.

La mujer de rojo continuaba avanzando de forma tan caprichosa que Morosini, completamente perdido, se pregunto si no estaria tratando de despistarlo quiza volviendo sobre sus pasos; porque, ?acaso no habia visto ya esa palmera solitaria asomando por encima de la tapia de un jardin? ?Y esa delicada reja de hierro forjado en una ventana a cuyo pie crecian rosas?

Desanimado, e intranquilo tambien, se sintio tentado de renunciar y se sento en un antiguo montador; los zapatos elegantes no eran muy apropiados para andar sobre los adoquines desiguales, algunos de los cuales eran simples piedras del Guadalquivir; un buen par de zapatillas habria sido mucho mas comodo. No obstante, Morosini se puso de nuevo en marcha y se adentro en una callejuela oscura, en cuya entrada se habia detenido la dama de rojo. Seguia haciendo el mismo gesto de llamada, pero ahora sonreia, y esa sonrisa hizo olvidar al veneciano el dolor de pies. Sin duda se trataba de una endiablada coqueta, pero era tan bella que resultaba imposible resistirsele.

En el barrio en el que desembocaba la calleja, la noche era mas oscura. Las casas eran menos vistosas y mas viejas. En sus paredes grises y sucias, el olor de naranjos en flor que envolvia Sevilla se mezclaba con el penetrante y fetido de la miseria. Y antes de que Morosini tuviera tiempo de preguntarse que iba a hacer alli una mujer vestida de fiesta, esta habia desaparecido en el interior de un edificio en ruinas pero que conservaba huellas de un antiguo esplendor, delante del que se extendia un jardin salvaje. El conjunto ocupaba la esquina de una plazoleta ennoblecida por una pequena capilla.

Decidido a vivir la aventura hasta el final, Morosini creia que no tendria dificultades para abrir la puerta rajada, pero la madera se resistio. Se disponia a derribarla empujando con un hombro cuando detras de el se alzo una voz:

—?No haga eso, senor! A no ser que no le importe que le suceda una desgracia.

Aldo, que no habia oido que alguien se acercaba, se volvio bruscamente y, enarcando una ceja, observo al extrano personaje surgido de la nada que se dirigia a el. Con su cara huesuda y alargada por una corta barba, su cabeza rapada, sus pomulos salientes y vestido con una especie de bluson rojo cuyos agujeros mostraban unas prendas interiores vagamente blancas, parecia el aguador de Velazquez, pero sus orejas puntiagudas, sus ojos brillantes bajo unos parpados pesados y el pliegue sardonico de sus delgados labios hacian pensar en un demonio a punto de jugar una mala pasada, lo que no impresiono en absoluto a Morosini.

—?Por que tendria que sucederme una desgracia?

—Porque es la noche del 15 de mayo, festividad de san Isidro, el arzobispo de Sevilla que fue tambien un gran sabio, y porque tambien es la noche en que ella murio.

—?La noche en que murio? ?Quiere decir que esa mujer tan guapa no esta viva?

—En cierto modo continua estandolo, sobre todo esta noche, la unica del ano que puede salir de su casa para buscar a alguien que la libere de su maldicion. Aquellos a los que consigue arrastrar no regresan o pierden la razon, porque nadie quiere ayudarla y entonces ella se enfada… Por suerte, no todo el mundo puede verla; se necesita una… sensibilidad especial.

—?Como sabe todo eso?

—Porque una noche, hace diez anos, segui al ultimo desdichado que logro arrastrar hasta su guarida. Lo que vi y oi me dejo aterrorizado, y creame, senor, soy valiente, pero sali huyendo. Justo a tiempo, creo. Desde entonces, vigilo para…

—?Pasa la noche junto a esta casa?

—Si. Vivo al lado. De dia, mendigo delante de la catedral, mientras brilla el sol no hay nada que temer, y a veces entro en el jardin abandonado para fantasear. La puerta apenas se sostiene…

—Si es un lugar tan nefasto, ?como es que no lo han incendiado o derribado?

—Porque nadie aceptaria encargarse de hacerlo por miedo a que le trajera mala suerte. Destruir la morada de un fantasma es peligroso. Pero ?me permite hacerle una pregunta, senor?

—?Por que no? —dijo Morosini, cautivado por las maneras de ese mendigo tan orgulloso y digno como un hidalgo.

—?Donde se ha encontrado con Catalina?

—?Asi es como se llama?

—Si. Era hija de Diego de Susan, uno de los conversos mas ricos de la ciudad y tambien una de las primeras victimas de la Inquisicion… Pero no me ha contestado.

—Disculpe. Ha sido en la Casa de Pilatos. Durante la fiesta que se celebraba en el patio y los jardines, he subido al primer piso para ver un cuadro que me interesaba. Ella estaba alli, delante de ese retrato, acariciandolo. Al verme ha huido, y yo la he seguido.

—?El retrato era el de Juana la Loca?

—En efecto. ?Existe algun vinculo entre ellas? Catalina va vestida igual.

—Si, aunque las dos mujeres no se vieron nunca. La princesa tenia dos anos en el momento del drama, y no es con ella con quien Catalina esta encarinada, sino con la joya que luce. Seguramente se ha fijado en el medallon con un gran rubi engastado que lleva en el cuello.

—Si, me he fijado —afirmo Aldo, aunque guardandose de precisar que eso era precisamente lo que queria examinar mas de cerca.

—La infeliz esta condenada a encontrar ese objeto para obtener su liberacion…, pero es una larga y triste historia y se hace tarde, senor.

—Aun asi, me gustaria escucharla. ?No podriamos ir a algun sitio a tomar una copa de jerez o de manzanilla?

Mientras decia esto, hizo aparecer un billete entre sus dedos. El mendigo se echo a reir, dejando al descubierto unos dientes casi tan blancos como los de su interlocutor.

—?Seguro que tendriamos un gran exito, usted contraje de etiqueta y yo con mis harapos! De todas formas, aceptaria encantado ese dinero manana, cuando vaya vestido de un modo menos llamativo.

—De acuerdo. ?Donde y cuando?

—Aqui mismo. Pongamos… ?hacia las tres? Es la hora de mas calor y no habra mucha gente. Lo esperare delante de la capilla.

—?Y adonde iremos?

—En ningun sitio estaremos mas tranquilos que en ese jardin abandonado. Si no tiene miedo, claro.

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