—Al contrario. Incluso entraria de buena gana ahora mismo.

—No me obligue a repetir lo que ya le he dicho: no es aconsejable desafiar a las fuerzas desconocidas. Manana se enterara… por lo menos de lo que yo se. ?Vuelve a la Casa de Pilatos?

—Si, claro. Tengo la impresion de que llevo horas fuera.

—Venga. Le buscare un coche para que lo lleve.

Al cabo de un rato, Morosini se reincorporo a la fiesta. Estaban cenando en el Jardin Grande, bajo los arcos floridos y las hojas de una vegetacion casi tropical. El ruido de las risas y de las conversaciones sobre fondo musical llenaba la noche, y de pronto Morosini dudo sobre lo que debia hacer: ya no podia ponerse a buscar su sitio en la mesa, presidida por la reina; el protocolo no lo permitia.

Decidio esperar en el Jardin Chico, iluminado pero desierto. Alli se sento en un banco cubierto de azulejos amarillos y se puso a fumar el contenido de su pitillera. Alli fue donde lo encontro una de las damas de la reina.

—?Como es que esta aqui, principe? Lo hemos buscado por todas partes. Su majestad incluso ha manifestado cierta preocupacion. ?Acaso se encuentra mal?

—Un poco, si. Vera, dona Isabel, a veces sufro neuralgias muy dolorosas que me convierten en un companero poco agradable. Me ha sucedido durante el concierto y por eso me he apartado…

Cuando se trata de un hombre seductor, hasta la vieja mas arisca se vuelve comprensiva, y aquella mujer no tenia nada ni de vieja ni de arisca.

—Deberia habermelo dicho y haberse ido. Su majestad le aprecia mucho y no quiere verlo sufrir; yo habria presentado disculpas en su nombre… Y eso es lo que voy a hacer —anadio tras haber contemplado un instante el rostro crispado del principe—. Vamos a pedir un coche y lo llevaran al hotel. Yo me encargo de todo. Manana vendra al Alcazar a excusarse.

—Acepto encantado su ayuda, aunque irme sin permiso de la reina…

—Yo lo obtendre por usted. Ella comprendera. Venga. Voy a ordenar que se acerque uno de nuestros coches.

Unos instantes mas tarde, Morosini, satisfecho de su estrategia, circulaba hacia el Andalucia Palace al trote ligero de una calesa con cascabeles y borlas rojas y amarillas que le parecio el colmo de la comodidad; despues de la carrera por las callejuelas con zapatos de charol, ya no sabia de quien eran los pies. Gracias a la querida dona Isabel, era libre de dedicarse a pensar en su siguiente encuentro con el mendigo. Un encuentro del que su instinto de cazador le decia que podria abrir un camino interesante. Y en los dos ultimos anos, los mas apasionantes eran los que conducian a una u otra de las piedras preciosas robadas tiempo atras del pectoral del sumo sacerdote en el Templo de Jerusalen. [1] Solo faltaba encontrar una: un gran rubi cabujon. Ese rubi era la razon por la que Aldo habia querido examinar tranquilamente el retrato de Juana la Loca, pues el que la madre de Carlos V llevaba en el cuello poseia todas las caracteristicas de la joya desaparecida.

Desde hacia dos anos, Morosini recorria Europa en compania de su amigo el egiptologo Adalbert Vidal- Pellicorne. Habian logrado encontrar tres de las piedras desaparecidas: el zafiro, el diamante y el opalo. Aldo habia conocido al hombre que los habia comprometido en esta busqueda en los sotanos del gueto de Varsovia. Era un judio cojo, dotado de una vasta cultura y de una gran sabiduria, que incluso poseia el don de la clarividencia. Era, ademas, una de esas personas que saben atraerse el afecto de la gente. La historia que Simon Aronov le conto al principe anticuario era de las que no se pueden escuchar con indiferencia cuando uno es joven, valiente, un apasionado de las joyas antiguas y le gusta la aventura. Segun esa historia, el pueblo de Israel, dispersado por todo el mundo, solo recuperaria su tierra natal y sus derechos soberanos si el pectoral completo regresaba a la madre patria. Eso tambien acabaria con el poder malefico de las piedras sagradas, robadas por primera vez por los soldados de Tito. ?Y Dios sabia lo malignas que eran! Su belleza y su enorme valor despertaban la codicia tanto de hombres como de mujeres, y a lo largo de los siglos su rastro estaba manchado de sangre.

El propio Aldo habia sufrido las consecuencias de ese poder: su madre, la princesa Isabelle, a quien sus antepasados habian legado el zafiro, habia muerto asesinada. Al igual que habia sido asesinado sir Eric Ferrais, el riquisimo comerciante de canones, asesinato planeado por su suegro —y quizas ejecutado por su mujer—, el conde Solmanski, enemigo jurado del Cojo y empenado, como el, en localizar las joyas perdidas. Igualmente nefasta era la Rosa de York, el diamante del Temerario, el duque de Borgona, de destino shakespeariano: media docena de cadaveres tras el anuncio de su puesta en venta en Londres. Sin contar una victima de Jack el Destripador y algunas mas. En cuanto al opalo, ligado a la tragica leyenda de los Habsburgo, pasando por la de la deslumbrante Sissi y su hijo Rodolfo, habia dejado cuatro cadaveres en tierra austriaca solo en el transcurso del otono anterior. En todos los casos, los dos investigadores habian encontrado la mano criminal de Solmanski.

Morosini habia pagado tambien su parte. Solmanski, no contento con haber convertido en una asesina a Adriana Orseolo, la prima preferida de Aldo, habia conseguido, mediante un innoble chantaje, obligarlo a el, el principe Morosini, a casarse con su hija, la arrebatadora pero inquietante Anielka, viuda de sir Eric Ferrais, probablemente envenenado por ella pese a que el tribunal de Old Bailey no habia podido demostrar su culpabilidad.

Ironia del destino: Aldo se encontraba casado con una mujer por la que estaba loco antes de descubrir que ya no la amaba. Suponiendo que la hubiera amado realmente alguna vez. Es tan facil confundir el deseo con el amor…

Cuando llego al Andalucia, Aldo fue a tomar una ultima copa al bar. Una buena manera de ahuyentar las ideas sombrias que se le ocurrian cuando pensaba en la mujer que llevaba su apellido. Con gracia, eso si. Su belleza rubia, fragil y delicada atraia a los hombres como un tarro de miel atrae a las moscas. Algunos envidiaban a Morosini y nadie entendia que el matrimonio no se consumara, pero el jamas faltaria al juramento hecho a los manes de su madre asesinada, jamas le daria a la hija del criminal la satisfaccion de continuar el linaje de una de las familias mas nobles y antiguas de Venecia. Sabia que no podria mirar a sus hijos a la cara si tuvieran a Roman Solmanski por abuelo.

Para esa situacion, existia una solucion: la anulacion en los tribunales de Roma de un matrimonio contraido bajo coaccion y no consumado. Aldo habia tomado ya una decision: iba a iniciar el procedimiento.

Si no lo habia hecho al dia siguiente de la boda, era sobre todo por compasion hacia la que habia tenido que jurar ante Dios que amaria y protegeria. Y ello precisamente porque la habia amado hasta el punto de arriesgarlo todo para poseerla.

La situacion de la joven era, en efecto, poco envidiable pese a la presencia de su fiel doncella, Wanda, que se ocupaba de ella desde la infancia. Soportada mas que aceptada en un palacio que se negaba a ser su hogar, mantenida a distancia por un marido al que aseguraba amar, debia de sufrir la angustia producida por la suerte de su padre, encarcelado en Inglaterra y en espera de un juicio por asesinato que podia llevarlo a la horca. El hecho de que el conde Solmanski fuera un ser abyecto no cambiaba en absoluto la imagen que de el tenia su hija, y si bien Morosini se alegraba de ver a su enemigo vencido, no se podia pedir a Anielka que compartiera ese sentimiento. Asi pues, mientras no se dictara sentencia, el esposo forzado no presentaria la solicitud de anulacion. Era una simple cuestion de humanidad. Pero despues, estuviera Solmanski muerto o vivo, Aldo hacia todo lo que tuviera que hacer para recuperar su libertad.

?Que haria con ella? Seguramente poca cosa. La unica mujer por la que la habria sacrificado con entusiasmo se habia alejado de el para siempre. Debia de despreciarlo, de detestarlo, y eso tambien era por su culpa. Habia descubierto demasiado tarde lo mucho que queria a la ex Mina van Zelden, transformada en una adorable Lisa Kledermann.

Al darse cuenta de que el conac despertaba los recuerdos en lugar de ahogarlos, Morosini salio del bar, subio a su habitacion y, sin siquiera dedicar una mirada al magico paisaje nocturno de Sevilla, se metio en la cama con la firme intencion de dormir. Era la mejor manera de invertir el tiempo hasta su encuentro con el mendigo.

El hombre habia acudido a la cita. Al llegar a la plazuela, Morosini lo vio en cuclillas en la entrada de la capilla con su bluson de color coral. El lugar estaba desierto, asi que no mendigaba; incluso parecia dormir. Sin

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