—Eres muy amable, pero espero que al menos estemos juntos hasta que me vaya.
Aldo cogio la mano que se ofrecia y deposito en ella un rapido beso.
—Desgraciadamente, me marcho de Praga esta tarde en compania de un amigo con el que trabajo. Es una lastima —anadio hipocritamente.
—?Que contrariedad! Pero ?hacia donde vas? Si es en direccion a Karlsbad…
Aldo dio gracias por que la celebre estacion termal se encontrara al oeste de Praga.
—No. Voy al sur, hacia Austria. De no ser asi, como puedes imaginar, estaria encantado de escucharte de nuevo.
Se esperaba lamentos, pero ese dia Ida parecia decidida a tomarselo todo con cierta filosofia.
—No estes triste,
Morosini domino perfectamente el juramento que afloraba a sus labios y encontro al instante la replica:
—?Que suerte! Iremos con mucho placer a aplaudirte… mi mujer y yo.
La sonrisa se borro y dejo paso a una viva decepcion.
—?Estas casado? ?Desde cuando?
—Desde el pasado noviembre. ?Que quieres! No hay mas remedio que acabar sentando la cabeza… Es curioso —anadio—, mi mujer se parece un poco a ti.
Ese ligero parecido era, por lo demas, lo que le habia atraido de la cantante hungara, pero en aquella epoca estaba enamorado de Anielka y todo lo que le recordaba a ella le gustaba. Ahora las cosas eran distintas: ninguna mujer podia despertar emociones en el, a no ser que se pareciera a Lisa, pero Lisa era unica y toda semejanza, incluso vaga, le habria parecido una blasfemia.
Lo que acababa de decir no consolaba a Ida. Con la mirada perdida en el vacio, removia el cafe con la cucharilla. Aldo aprovecho para observar el entorno. De pronto vio levantarse a alguien a quien habia visto antes y al que no tuvo ninguna dificultad en identificar: era el hombre que hablaba la noche anterior en el bar con Aloysius Butterfield y que lo habia librado de la insistencia del americano. Debia de haber comido en una mesa cercana y ahora se marchaba con un periodico doblado en la mano y ajustandose las gafas negras. Aldo no tuvo tiempo de observarlo
—Espero —dijo— que vengas a charlar conmigo durante mi estancia en Venecia. Yo creo en las coincidencias, en el destino, y si nos hemos encontrado de nuevo es por alguna razon. ?Tu que opinas?
—?Yo? Estoy totalmente de acuerdo contigo —dijo Aldo sonriendo, feliz de haber salido tan bien parado.
Era evidente que Ida no perdia la esperanza: ?ha impedido alguna vez una esposa legitima que un hombre tenga amigas atractivas? Los pensamientos de la cantante acababan de tomar una direccion distinta y, consciente de que enfurrunarse no le serviria de nada, estuvo encantadora hasta que se alejaron de Novacek, sus jardines y su
«Es mas inteligente de lo que creia», penso Morosini, que en correspondencia se mostro mas amable que al principio. Cruzaron juntos el Moldava por el admirable puente Carlos y la calesa dejo a Ida de Nagy en el teatro. La cantante tendio a su antiguo amante la mano, aparentemente sin rencor.
—?Nos vemos en otono?
—Sera un placer —respondio el, inclinandose con galanteria sobre los delicados dedos—. Lleveme al hotel Europa —anadio cuando las muselinas malva de la joven hubieron desaparecido bajo el peristilo del teatro.
Esa misma tarde, Morosini y Vidal-Pellicorne salian de Praga, el uno al volante y el otro con un mapa de carreteras extendido sobre las rodillas. Unos ciento sesenta kilometros separaban Krumau de la capital, pero se podia ir por varias carreteras. Las mas importantes pasaban por Pisek o por Tabor, y Adalbert escogio la segunda por parecerle mas facil; por lo demas, todas desembocaban en Budweis para formar una sola que pasaba por la frontera austriaca y por Linz.
Hacia ultima hora de la tarde llegaron a su destino despues de un viaje sin incidentes. Cuando descubrieron su objetivo tras la ultima curva de una carretera secundaria trazada a traves
—Si en otra epoca era un pabellon de caza, ha crecido mucho —comento Vidal-Pellicorne.
—Versalles tambien era un pabellon de caza en la epoca de Luis XIII y ya has visto en lo que Luis XIV lo convirtio. El rabino me advirtio que era un castillo importante.
—Si, ?pero tanto! ?Llegaremos siquiera a entrar sin haberlo tenido sitiado varios meses?
Krumau era, efectivamente, un castillo enorme y no tenia nada de tranquilizador. Situada sobre un saliente rocoso por encima del valle del Moldava y de una pequena ciudad a la que parecia cobijar, la propiedad mas importante de los principes Schwarzenberg se componia de un agrupamiento de edificios pertenecientes a distintas epocas pero con bastante aspecto de cuartel bajo sus grandes tejados inclinados, todo ello dominado por una alta torre que parecia salir de una pelicula fantastica. En los cuatro pisos se sucedian las estrechas ventanas geminadas de la Edad Media, una galeria circular con delgadas columnillas que evocaban el Renacimiento y cubierta por un tejado, y una curiosa construccion coronada por dos pinaculos y un pequeno mirador calado, rematado por un bulbo de cobre que debia de haber sido dorado. El edificio iba estrechandose de manera que presentaba un aspecto general de pan de azucar decorado y falsamente jovial. Esa atalaya, de la que no debia de ser facil desalojar a sus ocupantes, se asentaba cerca de la cima del campanario vecino, lo que daba una idea de su altura. El conjunto ofrecia una imagen altiva, llena de nobleza y de orgullo, pero muy poco tranquilizadora.
—?Que hacemos? —pregunto, suspirando, Morosini.
—Lo primero de todo, buscar un albergue e instalarnos. El recepcionista del Europa me ha proporcionado alguna informacion util.
—?Te ha dado tambien la direccion de un buen ferretero? Porque no conseguiremos abrir un panteon con un cortaplumas; ni siquiera con una navaja suiza.
—No te preocupes. Esta todo previsto. En mi oficio uno no se embarca nunca en un asunto sin llevar un pequeno maletin de herramientas. El material de gran tamano, como picos y palas, lo encontraremos facilmente aqui. No me imaginaba cargando ese tipo de cosas en el coche ante la mirada atonita del personal del Europa.
Morosini dirigio una mirada burlona hacia su amigo. Sabia desde su primer encuentro que, en su caso, la profesion de arqueologo se ampliaba casi de forma natural hasta abarcar tareas mas delicadas que presentaban algunas afinidades con las del ladron de guante blanco. Podia estar tranquilo: Adalbert nunca se embarcaba en una aventura con las manos vacias.
—No olvides que vamos a actuar en una propiedad privada y que hay que evitar a toda costa causar desperfectos. Por lo menos visibles.
—?Que crees que he traido? ?Dinamita?
—No me extranaria…
—Y haces bien —dijo Adalbert con gravedad—. La dinamita es muy util. Siempre y cuando sepas manejarla y conozcas las dosis, por supuesto.
El aire angelical de Adalbert, que muchas veces parecia Un querubin bromista, no enganaba a su amigo. No tendria nada de sorprendente que llevara en su «maletin» uno o dos cartuchos del descubrimiento del gran Nobel, pero era preferible no extenderse sobre el asunto. Se hacia tarde —el pinchazo de un neumatico habia retenido a los viajeros en la carretera mas de lo previsto— y ahora Aldo estaba impaciente por llegar.
—Bueno —dijo, poniendo el coche en marcha—, vamos a ver mas de cerca como es la ciudad. Desde aqui tiene un aspecto interesante, y ademas debemos instalarnos. Te propongo que manana por la manana, antes incluso de subir al castillo, busquemos la casa de Simon. Preferiria pedirles pico y pala a sus sirvientes que despertar la curiosidad local sobre lo que dos elegantes turistas extranjeros se disponen a hacer con esa clase de utiles.
—Buena idea.
—?Como se llama el albergue?
—Zum goldener Adler. Los limites de Bohemia estan poblados de gente que tiende mas a hablar en aleman que en checo. Ademas, estamos en las tierras de los Schwarzenberg, que la Historia ha convertido en principes