el semblante livido y sus facciones acusaban un profundo cansancio, pero todo su ser reflejaba el triunfo.
—Ven —se limito a decir—. Ya no tenemos nada que hacer aqui.
7. Un castillo en Bohemia
En silencio, se marcharon de la vieja morada, pero, en lugar de volver hacia los jardines, salieron del ala medieval a la plaza que separaba el abside de la catedral y el convento de San Jorge, recorrieron la calle del mismo nombre, apenas iluminada, y se adentraron en angostas y oscuras arterias que parecian fallas entre los muros severos de algunas casas nobles o religiosas sin que Morosini hiciera ninguna pregunta. Todavia conmocionado por lo que acababa de presenciar, no estaba muy lejos de creer que el hombre al que seguia lo habia trasladado, empleando la magia, a los tiempos de Rodolfo, y esperaba ver surgir en cualquier momento de las tinieblas circundantes alabarderos empunando sus armas, lansquenetes monstruosos, sirvientes transportando presentes o incluso la escolta de algun embajador.
No desperto de esa especie de sueno hasta el momento en que el gran rabino abrio ante el la puerta de una casita baja pintada de verde manzana, una diminuta casa similar a las vecinas, de colores variados. Recordo entonces haberlas visto durante el dia y supo que lo habian llevado a lo que llamaban el callejon del Oro, o de los Orifices. Adosado a la muralla, desde lo alto de la cual se dominaban sus tejados, todos iguales, habia sido construido por Rodolfo II para que albergara, segun la leyenda, a los alquimistas que el emperador mantenia. [17]
—Pasa —dijo Liwa—. Esta casa es de mi propiedad. Aqui podremos hablar tranquilamente.
Los dos hombres tuvieron que inclinarse para entrar. Junto al hogar apagado se apinaban una mesa, un aparador sobre el que habia un candelero que el rabino encendio, dos sillas, un reloj de pared y una estrecha escalera que subia a un piso con el techo todavia mas bajo. Morosini se sento en la silla que le indicaban mientras que su anfitrion se acerco al aparador para coger un vaso y una frasca de vino, lleno el primero con el contenido de la segunda y se lo ofrecio:
—Bebe. Debes de necesitarlo. Estas muy palido.
—No me extrana. Siempre impresiona ver que se abre ante ti una ventana a lo desconocido…, al mas alla.
—No creas que me someto a menudo a esta clase de experiencias, pero para los hijos de Israel es preciso que el rubi aparezca y no habia otro medio. Sabes con quien acabo de hablar, ?verdad?
—He visto retratos suyos. Era… Rodolfo II, ?no?
—En efecto, era el. Y tenias razon al pensar que esa piedra, la mas malefica de todas, no ha salido de Bohemia.
—?Esta aqui?
—?En Praga? No. Enseguida te dire donde, pero antes tengo que contarte una historia horrible. Es preciso que la conozcas para saber hasta donde deberas llegar y para que no cometas la locura, una vez encontrada la gema, de llevartela tranquilamente a fin de entregarsela a Simon. Tienes que traermela primero a mi, y lo mas rapido que puedas, para que yo la vacie de su carga asesina; de lo contrario, te expondrias a ser tu mismo victima de ella. Vas a jurar que vendras a ponerla en mis manos. Despues te la devolvere. ?Lo juras?
—Lo juro por mi honor y por la memoria de mi madre, que fue victima del zafiro —dijo Morosini con voz firme—. Pero…
—No me gustan las condiciones.
—No es una condicion, sino un ruego. Puesto que todo parece obedecerle, ?tiene usted poder para liberar a un alma en pena?
—?Te refieres a la parricida de Sevilla?
—Si. Le prometi que haria cuanto estuviera en mi mano para ayudarla. Me parece que su arrepentimiento es sincero y…
—Y solo un judio puede liberarla de la maldicion de otro judio. No temas: cuando el rubi haya perdido su poder, la hija de Diego de Susan podra descansar. Ahora, presta atencion. Y bebe si te apetece.
Sin hacer caso del gesto negativo de Morosini, el anciano lleno de nuevo el vaso; despues apoyo la espalda en la silla y cruzo las largas manos sobre las rodillas. Finalmente, sin mirar a su visitante, empezo:
—En el ano 1583, Rodolfo tenia treinta y un anos. Ocupaba el trono imperial desde los siete, y aunque estaba prometido a su prima, la infanta Clara Eugenia, no se decidia a celebrar la boda. La indecision fue, por lo demas, su defecto mas grave. Pese a que le gustaban las mujeres, el matrimonio le daba miedo y se contentaba con saciar sus necesidades viriles con muchachas humildes o mujeres faciles. Su corte, a la que afluian artistas, sabios y tambien charlatanes, era en aquella epoca muy alegre y brillante. El pintor Arcimboldo, el hombre de las caras extranas que fue para el lo que Leonardo da Vinci fue para Francisco I en Francia, organizaba fiestas, inventaba danzas, espectaculos y sobre todo bailes de disfraces, que encantaban al emperador. Fue en una de esas fiestas donde se fijo en dos jovenes de una gran belleza. Se llamaban Catalina y Octavio y, para sorpresa de Rodolfo, que no los habia visto nunca hasta entonces, eran hijos de uno de sus «anticuarios», Jacobo da Strada, natural de Italia, como Arcimboldo, y tan apuesto tambien que Tiziano le habia dedicado un lienzo. Catalina y Octavio se parecian de un modo extraordinario, y al verlos, el emperador quedo profundamente impresionado, quizas incluso mas que aquellos dos jovencitos ante la majestad del soberano. Le parecieron tan excepcionales que creyo que eran seres sobrenaturales y deseo mantenerlos a su lado.
»El padre se convirtio en conservador de las colecciones y Octavio, a quien Tintoretto pintaria un dia, en encargado de la biblioteca. En cuanto a Catalina, fue durante anos la companera de Rodolfo, y era tan discreta que, con excepcion de los familiares, nadie sospecho la existencia de esa relacion. Era carinosa y queria al emperador, a quien dio seis hijos.
»El primero, Julio, nacio en 1585 y Rodolfo quedo enseguida prendado de el. Deploraba que no pudiera ser su heredero, pese a las advertencias de Tycho Brahe, su astronomo-astrologo: segun el horoscopo de su nacimiento, el nino seria excentrico, cruel y tiranico. Si reinaba, seria una especie de Caligula, y en cualquier caso el pueblo no lo aceptaria jamas. Desconsolado pero resignado, el emperador, pese a todo, lo hizo criar a su lado de un modo principesco. Por desgracia, el horoscopo resulto ser exacto: el nino presentaba todas las taras de los Habsburgo, exactamente igual que su primo carnal don Carlos, hijo de Felipe II. A los nueve anos se le declaro una epilepsia y hubo que vigilarlo de cerca, lo que no le impedia escaparse con una astucia que desanimaba a cuantos le rodeaban. Cuando tenia dieciseis anos empezaron a correr rumores: el principe atacaba a sus sirvientas, raptaba ninas para hacerlas azotar, maltrataba a los animales. Un dia provoco un escandalo terrible por pasearse desnudo por las calles de Praga persiguiendo como un satiro a las mujeres que encontraba a su paso. El pueblo protesto y el emperador, apenado, decidio alejarlo de la capital. Y como Julio era amante de la caza, le dio como residencia el castillo de Krumau, en el sur del pais… ?Que ocurre?
—Perdone que lo interrumpa —dijo Morosini, que se habia estremecido al oir ese nombre—, pero no es la primera vez que oigo hablar de Krumau.
—?Quien te ha hablado de ese lugar?
—El baron Louis. Parece ser que Simon Aronov tiene una propiedad en los alrededores.
—?Estas seguro?
—Si.
—Es extrano, porque el rubi esta precisamente en Krumau. Es… digamos una coincidencia, pero voy a proseguir mi relato. En sus nuevos dominios, Julio era dueno y senor, pero las ordenes eran tajantes: en ningun caso debia volver a Praga. Solo su madre podia visitarlo. Muy pronto, el terror empezo a reinar en la region. El «principe», que era un fanatico de la caza, tenia una jauria de perros que espantaban incluso a los muchachos encargados de cuidarlos. Ademas, como Krumau era un gran centro de curtido de pieles, habia instalado una curtiduria en el castillo, asi como un taller de taxidermia: desollaba animales y rellenaba las pieles con paja o las curtia, segun su capricho. Las noches estaban dedicadas a celebrar orgias. Conseguian muchachas pagandoles, a veces raptandolas, y algunas no regresaron nunca. El miedo iba en aumento.
»Al principio, un miedo mudo, pues nadie se atrevia a informar al emperador. Este adoraba a su primogenito y, sabiendo que, como a el, le gustaban las joyas, sobre todo los rubies, con motivo de su dieciocho